lunes, 29 de abril de 2019

De clavos y claveles

Oigo afirmar por radio que la palabra dianthus significa "flor de dios" y me sobresalto, porque llevo algún tiempo confuso con esa voz que, aunque parece corresponder al griego *δίανθος /dí-an-zos/ (o algo parecido), nunca la hallé en los diccionarios que manejo, ni latinos ni griegos.  (Lo más parecido, διανθής /di-an-zeés/, es un adjetivo que vale, según los diccionarios, "de doble flor" o "de flor variada".)  Por otra parte, teniendo el griego una preposición tan viva como διά (/di-á/ "a través de": la que salta a la vista en διανθής), mal podría surgir de aquel presunto nombre alusión alguna a "dios" o, más bien, a "Zeus".

No obstante, vuelvo a cavilar sobre el asunto, ahora con una nueva arma en mi poder, la edición de Susana Amigues de la Historia plantarum de Teofrasto.  Y en su índice, ¡oh, gozo del filólogo marmolillo pero entusiasta!, encuentro por fin una voz griega que se parece a dianthus y que significa oeillet. esto es, "clavel": διόσανθος /di-ó-san-zos/.  Una nota de Amigues aclara que los manuscritos dan preferencia a la forma Διὸς ἄνθος /Di-ós án-zos/ "flor de Zeus", pero la editora opta por la forma διόσανθος cuando su significado es oeillet.  (Lo mismo ocurre con Διὸς βάλανος o "bellota de Zeus", que escribe διοσβάλανος cuando significa "castaño", Castanea sativa.)

Aclaro, para mis lectoras no especializadas (sé que tengo al menos dos, atentas y fieles; bueno, quizá sólo fieles), que el clavel pertenece al género Dianthus, incluido en la familia botánica de las cariofiláceas o Caryophyllaceae.  Y estos términos concentran una porción de ambigüedades y confusiones (por lo menos mías) que trataré aquí de aquilatar.

La voz griega καρυόφυλλον /ca-ry-ó-fyl-lon/ parece estar formada por κάρυον "nuez" y φύλλον "hoja".  De φύλλον escribí en el artículo ¿Mesófilo o mesofilo?  Κάρυον /ká-ry-on/ por su parte significa el fruto del nogal, y también otros frutos secos, o la idea general de "núcleo".  Es gracioso que el diminutivo, καρύδιον /ka-rý-di-on/ "nuececita" designe a la avellana, en exacto paralelo con el francés noisette.  (Y, por decirlo todo, cerca de Esparta un pueblecito se llamó Καρύαι /ka-rý-ai/ "Nogales", como tantos pueblos que en España se llaman Nocedo, Nocedal, Nogueira...; y de ahí salieron las cariátides, como si dijéramos "nogalesas", del templo de Erecteo...)

No parece haber duda de que el griego καρυόφυλλον (término que aparece en Galeno de Pérgamo, siglo II de la era, pero no quinientos años antes, en Teofrasto, ni tampoco en Dioscórides) designa la especia oriental: bien el clavo de olor, como quiere Chantraine, bien el clavero, la planta que lo produce, oriunda, al parecer, de las Molucas y que ahora llama la botánica Syzygium aromaticum (también se llamó Eugenia caryophyllata, de ahí que un aceite esencial del clavo reciba el nombre de eugenol, como no me dejará mentir mi dentista).

Eso significaría que los europeos conocían ya el clavo en el siglo I de la era, cuando Plinio lo describe así: Est etiamnum in India piperis granis simile quod vocatur caryophyllon, grandius fragiliusque (12 15) "además se encuentra en la India algo parecido a los granos de pimienta, llamado cariofilo, más grueso y más frágil".  Se ha puesto en duda que ese caryophyllum (Plinio lo escribe a la griega) sea el clavo de especia; pero ¿con qué argumento?  Es como poner en duda que Homero escribiera la Ilíada.  (Creo que fue el saleroso Mark Twain quien señalaba que no fue Homero el autor de los poemas épicos griegos, sino otro caballero, contemporáneo suyo, que casualmente se llamaba también Homero.)

La especia que llamamos clavo (con metáfora formal: pues los clavos de olor recuerdan por su forma a los clavos de clavar) ocupó un lugar destacado en la historia de las especias, sangrienta historia que causó más muertes que las guerras de religión (pero en el otro cabo del mundo, y aquí nadie se enteraba).  Esos clavos de olor son los capullos de la planta, cortados y desecados antes de abrirse en flor.  El más ingenioso de nuestros cordobeses no desdeñó aquí el juego de palabras:

                    Clavo no, espuela sí del apetito,
                    que en cuanto conocelle tardó Roma
                    fue templado Catón, casta Lucrecia.

Primera dificultad: ¿por qué al clavero se le llamó "hoja de nogal", que es lo que parece significar καρυόφυλλον?  En alguna parte he leído, a modo de explicación, que el olor del clavo recuerda al de aquélla; esto es una patraña incluso para un olfato tan incompetente como el mío; καρυόφυλλον debe de ser adaptación al griego de un término importado, sin duda oriental: cierto que no lo conocemos (se ha aducido el sánscrito katuka-phala, el dravídico kirampu o karampu) pero da igual: cuando se trae un producto de lejos, con él suele viajar el nombre, niéguenlo si pueden el sashimi o el pemmican.

Es más o menos fácil explicar cómo de καρυόφυλλον salen los términos modernos que designan al clavo, por ejemplo en francés, girofle, o en italiano, garòfano.  Más difícil es comprender la relación entre el clavo de especia y el clavel, cuyos nombres algunos idiomas europeos confunden (sobre todo el italiano, donde garòfano designa por igual el clavel, la especia, y el árbol que la produce); algo así sucede con el alemán Nelke, y en español tenemos clavo y clavel, uno diminutivo del otro (del catalán clavell, según Corominas).  ¿Es el aroma, de nuevo, lo que asimiló al clavel con los clavos de olor, y explica que se dé a la familia de los claveles el nombre de cariofiláceas, tomado del árbol de la especia (que es una mirtácea, dicho sea de paso)?  Esta es otra dificultad que no alcanzo.

Por otra parte, el clavel, el διόσανθος, del que habla Teofrasto, ¿qué especie concreta es?  Las tres o cuatro veces que el sabio lésbico lo menciona son tan vagas que apenas discriminan: dice que es ἄνοσμος, o sea inodoro; que se reproduce en semillero; que florece en verano.  Amigues concluye que la especie aludida es el Dianthus diffusus Sibth. & Sm.  (En su Dioscórides Font Quer dice que los antiguos desconocieron o no trataron del clavel.)

Y una última dificultad, ¿cómo, o quién, sustituyó el griego διόσανθος (o Διὸς ἄνθος) por el término que autorizó Linneo para el clavel, ese extraño Dianthus?  ¿Procede de un error de lectura de Lineo, o de otro botánico anterior?  ¿O hay que atribuir el término a una corrupción de la tradición manuscrita, y creer que saltó a la botánica desde un manuscrito de Galeno conservado, pongamos, en Salerno, pongamos en el siglo XIV?  ¡Ah, el divino placer de especular, sin entender ni jota del asunto!

Por fin (ya llevo con esto un buen rato) se me ocurre mirar en la Flora ibérica: ahí culpan a Lineo de sincopar en dianthus la forma griega diósanthos.  Por ahí tenía que haber empezado.

domingo, 21 de abril de 2019

De Mitridate, Leneo y Cástor

Ahora que estoy con tiempo limitadísimo (es increíble la mole de tareas que cae sobre el pobre jubilado), y por no abandonar esta página, con la que también me divierto, voy a copiar la historia de tres botánicos antiguos, aludidos por Plinio en el vigésimo quinto libro de su Historia Natural.

Uno es nada menos que Mitrídates VI del Ponto, por más señas llamado Mitrídates Eupátor ("noble" o "de buen papá"), también el Grande, y con otros ilustres motes: éstos eran de rigor antaño para distinguir a los sujetos reales, no adquirido aún el hábito de numerarlos; y falta hacían los números, pardiez, con los Mitridates, pues hubo muchísimos, monarcas en el Ponto, en Partia y en otros lugares.  (Ponto es el Mar Negro, y también un reino a sus orillas, al norte de Anatolia.)

Ya que he cogido el vicio de aludir a los cambios de acento en nombres botánicos, aclararé también aquí que los clasicistas haríamos mejor en llamar Mitridate a su majestad (o, como mucho, a la griega: Mitridata): con el acento, en cualquier caso, en la A donde tiende a recaer tanto en latín como en griego.  (El nombre, que tiene también una variante Mitradate, significa "regalo de Mitra", del dios guerrero al que luego adorarían los gloriosos mílites romanos, antes de caer en las zarpas de Yavé.)

Y no sorprenda ver a un rey entre los botánicos: cuanto más atrás corremos en el tiempo, más indistintas son las profesiones, hasta remontarnos a Adán que, como es sabido, era a un tiempo agricultor, filósofo, zapatero remendón y licenciado en pedagogía.

En cuanto a nuestro Mitridate, se trata de un personaje singular, muy inteligente, muy audaz, cuya mente brillante y resolutiva fascinó a los historiadores antiguos.  Si hemos de creer a Plinio, Mitridate hablaba más de veinte idiomas y era capaz de conversar con cada súbdito en su dialecto.  Era, en suma, de esas personalidades que descuellan, y hubiera sido un Julio César de haberle tocado vivir en Roma; sólo que cayó en un país de costumbres aún más bárbaras.

La afición a las yerbas de Mitridate VI está, al parecer, relacionada con su temor de ser envenenado.  Eso le llevó a experimentar con las ponzoñas e inventar antídotos, uno de ellos citado como Mithridatios, antidotum Mithridateum o antídoto de Mitridate.  Su receta no nos ha llegado, que yo sepa, salvo en un ingrediente que citan Plinio y Aulo Gelio (XVII 16): la sangre de los patos del Mar Negro, anates ponticas, que a su vez se alimentaban de venenos.

"Sólo a él se le había ocurrido (dice Plinio del rey del Ponto) beber a diario venenos tras el antídoto, para que el hábito los volviera inocuos".  De este modo sucedió que, cuando Mitridate, con setenta años pero en pleno vigor, decide suicidarse para no caer en manos del general romano Pompeyo Magno, los más violentos tósigos le hicieron el efecto de una manzanilla, y hubo de recurrir a la espada de su esclavo Bituito, que, "compadecido, sirvió al rey en lo que le pedía".  Esto lo cuenta Apiano, que registra las últimas palabras de Mitridate:  "Me he precavido contra todas las ponzoñas, y he olvidado la que más reyes acaba: la deslealtad".

El segundo botánico es Pompeyo Leneo, un ateniense hecho esclavo de niño y adquirido por el célebre Pompeyo Magno (vencedor de Mitridate), y a quien acompañó en sus aventuras orientales.  Luego, cuando Leneo quiso comprar su libertad, fue liberado gratis por su patrón en atención a su ciencia (de ahí que tomara el nombre de Pompeyo, como nuevo romano: los libertos adoptaban el apellido del patrón).  Cuenta Suetonio que, aniquilada la familia de Pompeyo a comienzos del Principado, hubo de vivir de la enseñanza y puso escuela en las Carinas, junto al templo de la diosa Tierra.

Pues bien, apoderado Pompeyo de todos los bienes del rey del Ponto, encargó a su liberto Leneo la traducción sermone nostro, esto es, al latín, de toda su obra; con lo que "aquella victoria", dice Plinio, "fue no menos útil a la sanidad que a la república".  En efecto, el rey del Ponto había dejado una importante colección de escritos sobre farmacopea y medicina.  ¿Redactados por el rey, o reunidos por orden suya?  Plinio sugiere lo primero.  En cuanto a Leneo, doy por hecho que tuvo nociones de botánica, no meramente de gramática, para asumir la traducción de una obra semejante.

El tercer botánico es Antonio Cástor, muy a menudo citado en la Naturalis historia.  Mitridate y Leneo son del siglo I antes de la era, Cástor del siglo siguiente, es decir, el I de la era.

En un interesante párrafo (XXV 8 y 9) encarece Plinio la dificultad de describir las especies vegetales, y lo engañosas que son las imágenes que ilustran los libros de botánica (en una época, recuérdese, en que los libros se copiaban a mano, y del mismo modo se reproducían las escasas ilustraciones) debido tanto a lo falso de la imagen misma (pictura fallax est coloribus tam numerosis) cuanto a los mismos defectos de copia, por negligencia de los copistas (transcribentium socordia), por no hablar de que no basta dar una imagen para vegetales que visten traje distinto en cada estación del año (cum quadripertitis varietatibus anni faciem mutent).

"Y sin embargo", dice Plinio, "tampoco es difícil identificar las especies.  Yo he tenido la oportunidad de observar la mayoría, excepto muy pocas, gracias a la sabiduría de Antonio Cástor, el más autorizado experto en botánica de nuestro tiempo (cui summa auctoritas erat in ea arte nostro aevo), visitando su jardincito (hortulo eius), donde criaba muchísimas plantas, ya más que centenario, y sin padecer malestar físico alguno, enteros su vigor y su memoria a pesar de su prolongada vejez".

Esta es la más antigua descripción que yo conozco (en la red, en cambio, suben a Tutmés III y a un remoto chino) de un hortus medicus o jardín botánico.