domingo, 27 de septiembre de 2020

Verduras

Anoté aquí (al tiempo de empezar este cuaderno de latín y botánica) un romance de Lope de Vega que podríamos calificar de botánico, pues enumera diversas plantas: pensaba yo que podría comentarlo un día, si alcanzaba mayor conocimiento del mundo vegetal.  Sigo igual de ignorante, pero en este lapso he conseguido algunos libros de interés, como el De materia medica de Dioscórides, y su traducción y comentario por el médico y humanista segoviano Andrés Laguna; con lo que se me ha ocurrido que podrían arrojar luz, en especial el último, sobre algunos detalles del romance.  Porque la traducción y comentario de Laguna vio la luz a mediados del quinientos, y cabe suponer que nuestros ingenios áureos (Cervantes, Lope, Góngora) abrevaron en este libro sus conocimientos botánicos y farmacológicos.

Pues bien, de mi colación del poema con el tratado de simples no ha salido gran cosa de interés.  Pero ya que me he tomado el trabajo de copiarlo, y como a alguien quizá le divierta, terminaré ahora por editar esta página.

El romance, muy conocido (es de la juventud de Lope, y se publicó en 1593, en la Cuarta parte de la flor de romaces), comienza así:

               Hortelano era Belardo
               de las güertas de Valencia,
               que los trabajos obligan
               a lo que el hombre no piensa.

Belardo, claro está, es el sosias de Lope, y así lo entendían los contemporáneos, que leían al fénix como quien lee ahora Diez minutos, con ánimo de brujulear en las últimas aventurillas eróticas del comediógrafo.  Casualmente el hombre andaba por Valencia.  Continúa así:

               Pasado el hebrero loco
               flores para mayo siembra...

Obsérvese ese febrero vuelto hebrero por mor de una ley fonética que a menudo se cita para demostrar no sé qué vaciedades; dejémoslo aquí.  El resto del romance contiene la enumeración de interés botánico.

               El trébol para las niñas
               pone a un lado de la güerta,
               porque la fruta de amor
               de las tres hojas aprendan.

¿Qué tiene que ver el trébol con el amor?  Aquí, me parece, ni Dioscórides ni Laguna nos servirán de nada.  Sospecho que Lope podría no aludir aquí a las virtudes de la fabácea, sino (algo no raro en textos de la época) al aparato masculino que, con sus adláteres, a menudo se llama, en literatura erótica, el uno, dos y tres, o el trébole, o el trébol.  Aunque en este romance no me parece evidente, ni mucho menos.

               Albahacas amarillas,
               a partes verdes y secas,
               trasplanta para casadas
               que pasan ya de los treinta.
               Y para las viudas pone
               muchos lirios y verbena,
               porque lo verde del alma
               encubre la saya negra.

A la albahaca, que parece ser el ὤκιμον de Dioscórides (y el Ocimum basilicum de Lineo), no le veo ninguna relación ni con el matrimonio ni con la edad; sólo me choca esta observación del griego: "si se come mucha, produce ambliopía".  Caramba; mucha habrá que comer, pero que mucha, supongo yo, para que se nuble la vista; esto lo digo como adicto al pesto genovese.

¿Y los lirios con las viudas, qué?  Pues lo mismo.  No encuentro la relación.  Se supone que Dioscórides está hablando de las azucenas o Lilium candidum de Lineo (algo escribí aquí sobre la voz lirio): el médico griego lo llama κρίνον βασιλικόν, que Laguna traduce por lirio real: y esta juntura me trae a la memoria mi infancia y los atareados tarareos de mi madre emulando a Joselito:  ¿Por qué ha pintao tus ojeraaas la fló del lirio reááá...?

De las verbenas, lo mismo.  Unas hierbas que, por lo que dicen, se recogían la noche de san Juan (de ahí el otro sentido de la palabra verbena) más parecen para doncellas que para viudas.  A la verbena Dioscórides la llamaba περιστερεόν ὕπτιος, que López Eire traduce por "palomera acostada".  El nombre le viene, según el autor griego, de que es una hierba que gusta a las palomas (περιστεραί en griego).

               Torongil para muchachas,
               de aquellas que ya comienzan
               a deletrear mentiras,
               que hay poca verdad en ellas.

Toronjil es el μελισσόφυλλον de Dioscórides: el nombre griego alude, según el médico, al amor de las abejas por esta yerba (abeja en griego es μέλισσα, o bien μέλιττα en el dialecto de Atenas, palabra derivada de μέλι "miel").  De su variante latina, melissophyllon, viene el nombre de melisa que usamos en castellano.

               El apio a las opiladas
               y a las preñadas almendras,
               para melindrosas cardos,
               y ortigas para las viejas.

La opilación u obstrucción de vasos, tan buscada, y temida, en el siglo de oro, sí que parece ser una de las especialidades del apio.  Al menos esto se lee en Dioscórides: la traducción de Andrés de Laguna dice del apio que "relaxa las tetas endurezidas por razón de la leche cuajada en ellas".

¿Los cardos para las melindrosas?  Sí, pero probablemente no por su virtud médica, sino porque con sus espinas pican, verbo de connotaciones eróticas a fines de ese siglo.

También las ortigas (u hortigas, como escribe Laguna) parece que tienen virtud que atañe a las viejas, o que a Lope se lo pudo parecer.  "Su simiente (se lee en la traducción del segoviano), bebida con vino passo, estimula a luxuria y desopila la madre".

               Lechugas para briosas,
               que cuando llueve se queman,
               mastuerzo para las frías
               y asenjo para las feas...

La farmacopea indica la lechuga para las que tienen mucho brío, o temperamento tan ardiente que se queman con la lluvia (y ésta no es la meteorológica).  En efecto, según Laguna "la lechuga es fría y húmida en el excesso tercero" (que es mucho frío y humedad: esto es de cosecha de Galeno, más que de Dioscórides).  Por esta razón, "bebida la simiente de la lechuga, es útil a los que sueñan a la continua sueños muy luxuriosos, y refrena los apetitos venéreos".

Contrario efecto, y por ende está bien aconsejado para "las frías", tiene el mastuerzo, que es quizá la mostaza (el Lepidium sativum según López Eire), cuya simiente "es aguda y caliente" y, naturalmente, "excita a la luxuria".  En estos dos últimos vegetales Vega y Laguna coinciden.

Por último, no encuentro otra relación entre el ἀψίνθιον (o Absinthium) y la belleza si no es la mala voluntad de Lope hacia "las feas": quiere decir, aunque parece injusto, aquellas que no fueron de su gusto.  A éstas las condena a la amargura del ajenjo.

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