domingo, 21 de octubre de 2018

Nardo


El primer nardo que recuerdo no lo vi, sino que lo olí: cierto misacantano, amigo de la familia, recibió como regalo de la suya un perfume de nardos, que me dio a oler (tenía yo seis o siete años).  Me pareció un aroma tan delicioso que aún ahora, un milenio después, creo que lo reconocería; pero no lo he vuelto a oler más.  Tampoco he visto un nardo en mi vida, aunque lo he procurado.  Así que, de momento, el nardo es para mí una planta mítica, como el loto de los lotófagos y el hermético moly.

En los años 80 un grupo de biólogos de Barcelona, de visita por el Moncayo, nos permitieron acompañarles.  La experiencia fue entretenidísima, porque venían varios entendidos en esto y en aquello, y allí donde los demás no veíamos nada, éste hallaba nidos de araña, aquél hifas de ascomicetos, el otro huellas de tejones.  Lo recuerdo ahora porque en la cumbre de Moncayo oí por vez primera hablar del Nardus stricta: corrí entusiasmado a olerlo y resultó ser una gramínea de lo más inodora.  ¡Eso no podía ser el nardo del padre Calle!

En 2005 encontré en un vivero unas patatillas con el marbete de "nardo"; las planté y salió lo de la foto.  Al parecer es una planta originaria de México y América del Sur, que en náhuatl se llama omixochitl y los botánicos han bautizado Polianthes tuberosa.  Las flores huelen bien, pero tampoco es aquello...

La palabra Polianthes es para mí un enigma.  ¿Qué significa?  En griego hay un adjetivo πολυανθής /po-ly-an-zés/ que vale "florido" o, si se quiere, "muy florido" (de πολύς /po-lýs/ "mucho"; el segundo elemento, el mismo que en Prenanthes), pero en latín debería llevar Y griega: así, con I latina, sólo puede venir de πόλις /pó-lis/ "ciudad", y querría decir "urbanifloro" o algún sinsentido semejante.  Al menos yo no le encuentro el sentido.

Quizá es que la diosa de la ortografía maldijo la palabra polianthes, porque entre mis notas encuentro ésta, tomada del prólogo de la Flora Pirenaica, de un pasaje donde Bubani se queja de los absurdos en que incurre la nomenclatura botánica: eo dementiae perventum est ut retinerentur nomina ab errore typographico exorta: conferatur Erythrina poianthes, quae polianthes fuerat in mente auctoris: "La sinrazón ha llegado al extremo de autorizar nombres fruto de una errata tipográfica: véase la Erythrina poianthes, que en la intención del autor era polianthes".  (Esa Erythrina es una fabácea brasileña cuyas flores tienen un llamativo colorado, como era previsible: griego ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo".)

Las palabras, está claro, viven su propia vida, al margen, a menudo, o incluso en contra de la historia natural.  Νάρδος o νάρδον /nár-dos, nár-don/ ya en griego designa, más que una planta, un perfume.  Tanto la voz como el perfume venían de oriente (Chantraine sugiere que aquélla pudo tomarse del hebreo); en Dioscórides se alude al ναρδόσταχυς /nar-dós-ta-jys/, vegetal de la India que es, según todos los indicios, la fuente del perfume, bautizado en botánica Nardostachys jatamansi: veo que lo llaman espicanardo (y, por error de lectura, espinacardo) y también "nardo de Nepal" y de otros modos.  Es una valerianácea, pero ahora ha cambiado de cajón, según wikipedia, y entrado en las caprifoliáceas.  El caso es que de su raíz se extrae desde tiempos antiguos, al parecer, un apreciado perfume.

Un perfume es, desde luego, el nardus en la oda en que Horacio advierte a Virgilio que el vino se lo ganará sólo si lleva a la cena un pequeño ungüentario (parvus onyx) de nardo: nardo vina merebere "con nardo te ganarás el vino".  (Es la oda 4 12, que cierra el célebre gliconio: Dulce est desipere in loco "grato es tontear, cuando toca".)

Con el mismo perfume regó María, la hermana de Lázaro (o María de Magdala, en la versión de Lucas), los divinos pinreles: Μαρία λαβοῦσα λίτραν μύρου νάρδου πιστικῆς, πολυτύμου "tomando María una libra de nardo puro, carísimo" (nardi puri, pretiosi dice la versión moderna de Juan, 12 3; Jerónimo tradujo nardi pistici, pretiosi), untó los pies de Jesús...  Apostaría que este paso evangélico está en la base del aromático regalo al misacantano...

Busco en la red imágenes de Sarita Montiel, por su costumbre de pasear por la calle de Alcalá... con los nardos apoyaos en la cadera..., y encuentro que en varias de las fotos lleva en la mano (si no veo mal) Polianthes tuberosa.  Y ahora que me acuerdo Machado cantó aquello de

                            tengo el alma de nardo del árabe español;

Pero vamos a ver, don Manuel: ¿de qué tiene usté el alma exactamente?  ¿De Nardostachys jatamansi?  ¿De Polianthes tuberosa?  ¿O de qué?

lunes, 8 de octubre de 2018

Madroño II

Decía que era mi intención argumentar por qué la etimología de Varrón, Plinio y Laguna es defectuosa.  Me limitaré a un par de razones que me parecen fáciles de explicar.

Primera: si unedo viniera de unum edo, sería una extrema rareza como nombre compuesto: éstos, y más los compuestos oracionales (que suponen una frase, como abrelatas, cuentagotas, tapaculos) no emplean jamás la primera persona del verbo, tan marcada.  En español sólo encuentro metomentodo; pues lavabo es latín (lavabo "yo lavaré"), sustantivado como primera palabra del rito de lavamanos en la misa (así ocurre con el credo "creo" o con las avemarías o los padrenuestros; y en argot financiero pagaré y cargareme).  En botánica hay nomeolvides, con un "tú" imperativo bien curioso.  En francés hubo una moda del jaccusisme (tras el título que Clemenceau impuso al artículo de Zola), como también la moda (indumentaria) trajo el suivez-moi-jeune-homme.  Pero en cualquier idioma es improbable, si no yerro, que una primera persona invada el campo nominal.

En latín unedo sería caso único.  Vademecum (literalmente "ven conmigo") no cuenta, porque es latín escolástico.  Al gorrón lo llamaban en Roma laudicenus ("que alaba la cena") como a "las que se depilan" strictivellae (los diccionarios menos pudibundos especifican la zona depilada).  El elemento verbal (laudo, stringo) jamás aparece en primera o segunda persona.  Por poner ejemplos botánicos, ahí está, de frango "romper" y saxum "roca", la saxifraga de la que ya hemos hablado.  De pario "parir" tenemos oviparus y viviparus (u ovipara, vivipara).  En francés tenemos pissenlit o "meacama" (por la virtud diurética del Taraxacum officinale), y en griego κυνάγχον /kynánjon/ o "ahogaperro" (en latín cynanchum /kynáncum/).

Segundo argumento.  Unus en latín comienza con U larga, la U de unedo es breve.  Esto bastaría por sí solo para invalidar la supuesta etimología.  Todos los compuestos latinos de unus llevan U larga: unanimus "de un solo espíritu", undecim "once" (literalmente "uno diez"), unicornius "de un solo cuerno", universus "vuelto a la unidad" --al revés que diversus--, es decir, "tomado en su conjunto"; en botánica tenemos unicaulis "de un solo tronco".  Hay muchos, todos con la U inicial larga (tampoco cuentan aquí las licencias métricas).

He encontrado alguna discrepancia sobre la cantidad vocálica de unedo en los diccionarios; en particular el de Meillet creo que tiene errata (no corregida en la fe); pero todos dan breve la U inicial.  No se tenga en cuenta la transcripción al griego (οὐνέδων) porque, aunque ου siempre es largo en ese idioma, ese dígrafo es el único modo que tienen los griegos para expresar nuestro sonido U (véase, si no, cómo transcriben Vulturnus: ᾿Ουουλτούρνος, donde ninguna de las U son en origen largas).

Mientras me paseaba por las muchísimas variantes del nombre del madroño en distintos idiomas, he acabado convencido de que este arbusto debió de tener, o en algún momento se le dio, gran importancia.  Al fruto se lo distingue con un nombre privativo: en latín se llamó arbutus /árbutus/ y unedo /únedo/ a la planta, y arbutum y unedo al fruto (en francés arbousier y arbouse respectivamente, como en catalán arboç y cirera d'arboç); en griego κόμαρος /kómaros/ y κόμαρον /kómaron/, etcétera.

Además, está muy presente en la toponimia.  Dejando aparte la heráldica madrileña (un experto sostiene que el oso se apoya en realidad en un almez), tenemos Madroños, Madroñeras, Madroñeros y Madroñales varios, y además los Erbebedos y Hervededos gallegos y bercianos (que continúan el latino arbutetum "madroñal") y otros similares.  Si alguno visita el penetense Arboç, no se extrañe de encontrar allí un facsímil de la Giralda: el dueño quiso mitigar con ella (eso cuentan) la nostalgia de su esposa andaluza.

Cito, para acabar, el verso en que Ovidio, como don Quijote de las bellotas, hace de los madroños la fruta paradisíaca, digo de la edad de oro, cuyos felices habitantes

                     arbuteos fetos montanaque fraga legebant,

esto es, "cosechaban los frutos del madroño y las fresas del monte".

domingo, 7 de octubre de 2018

Madroño


Qué mejor comienzo que las palabras de Andrés de Laguna, médico de Carlos Quinto, donde el doctor describe el fruto del madroño:  "Es por de fuera todo muy sarpollido y lleno de ciertos granos, los cuales, cuando se mascan, exasperan el paladar y la lengua.  Del resto, parécese el madroño a muchas cortesanas de Roma, las cuales, en lo exterior, diréis que son unas ninfas... empero si las especuláis debajo de aquellas ropas, hallaréis que son un verdadero retrato del mal francés.  Dígolo porque este fruto, defuera, se muestra hermoso en extremo y, comido, hinche de ventosidad el estómago y da gran dolor de cabeza; lo cual fue causa de que los latinos diesen el nombre de unedo, amonestando que nadie comiese dél más que uno".  Magnífica página (se encuentra en el Dioscórides de Font Quer): la doy por toda La lozana andaluza.

Me preguntaba D.G. el otro día por el nombre botánico del madroño, y ahora estoy medio desesperado, no porque me falte información, sino porque tengo mucha, pero insignificante.  En ocasiones así me avergüenzo de hablar en estas páginas, como si supiera, de cosas que no sé.

Esto pasa con la palabra castellana madroño: no se sabe de dónde proviene, como ocurre con tantos nombres de arbustos y yerbas: agavanza (o agabanza, que en mi pueblo designa al tapaculos), álamo, aliaga, árgoma, escaramujo, meruéndano, y una larga serie.  La mayoría de estos nombres son, se dice, prerromanos, esto es, anteriores a la llegada del latín a la península y de origen, por tanto, vaya usted a saber si celta, ibero, o qué.  (En realidad, prerromano es a menudo un eufemismo de ni idea.)

En cuanto al nombre botánico, Arbutus unedo, confieso que pronunciaba arbútus unédo hasta que (no hace mucho) caí en la cuenta, leyendo los arbuteos fetos de Ovidio (Met. I 105), de que la U era breve: no se acentúa arbútus, pues, sino árbutus.  Y lo mismo pasa con unedo: únedo es la pronunciación buena.

El doctor Laguna sugiere que unedo viene de la expresión unum edo "uno solo me como".  La idea de Laguna es una etimología popular más, si bien sostenida ya por autores clásicos, entre los que destaco a Plinio el enciclopedista, que dice (15 98): pomum inhonorum ut cui nomen ex argumento unum tantum edendi "el fruto es desdeñable, como lo sugiere el nombre, del consejo de no comer más de uno".  Me gustaría razonar por qué esta etimología no es aceptable, pero antes quiero señalar que varias veces he comido hasta ocho o diez madroños (fruta tolerable sólo cuando está bien madura) sin conseguir experimentar ni la borrachera ni los otros síntomas que amenazan los manuales: debo de ser inmune.

[Hoy domingo, 7 de octubre, releo estas líneas antes de publicarlas, cuando la radio (que tengo la mala costumbre de encender por las mañanas) informa de un nuevo terremoto en Haití, triste cosa, con la siguiente frase que me he apresurado a copiar, porque no daba crédito a mis oídos: "el epicentro se ha sentido a quince kilómetros de profundidad".  Paladeen, paladeen esta estupidez emitida por la radio pública, y díganme si por paranoia sospecho de una conjura para deteriorar el castellano, en cuya vanguardia milita Radiotelevisión Española.  Y encima todo nublado.  Dejémoslo para otro rato.]