miércoles, 27 de noviembre de 2019

Griego en latín

A quien esto lea quizá le sorprenda ver tanto griego en estas entradas.  ¿No quedamos en que era un blog de latín y botánica?  ¿A qué viene tanta letra rara?  Esto me recuerda que muchos alumnos llegan al aula con la idea (equivocada) de que el latín proviene del griego.  Y puesto que una costumbre añeja me invita a ello, dedico unos ratos a este tema.

También a mí me sorprende cuánto griego hay en la nomenclatura botánica.  Yo había comprobado su omnipresencia en la jerga médica, nada raro, ya que la medicina europea continúa la griega y reconoce a Hipócrates y a Galeno (por no hablar de Esculapio) como sus ancestros ilustres (conocidos).  De haber sido más avispado, me habría dado cuenta de que con la botánica no podía ser otro el caso, ya que también son griegos nuestros antecedentes (conocidos) en el estudio de las plantas (Aristóteles, Teofrasto, Dioscórides) y, además, la botánica ha sido principalmente asunto de médicos (Lineo, Laguna, Fuchs, por citar algunos a voleo).

No, el latín no viene del griego: la lengua latina no es, digamos, hija de la griega, ni siquiera hermana; son más bien primas, quizá no muy lejanas.  Ahora bien, para cuando los romanos entraron en la historia, los griegos llevaban ya varios siglos desarrollando brillantes estudios en muy variados campos (medicina, historia, filosofía) y, claro, también en la botánica.  Ante la cultura griega, Roma quedó boquiabierta de admiración; no sólo eso: aún sigue (seguimos) sin cerrar la boca.  Me encantaría desarrollar este interesante aspecto (es prodigioso el grado en que nuestras vidas están determinadas por lo que hicieron cadáveres de más de dos mil años), si no nos alejara demasiado de nuestro tema.

Como el griego era el idioma comercial del Mediterráneo, muchas voces entraron así en Roma y se convirtieron allí en palabras de uso corriente.  Igual que ahora decimos airbag o aifon, entró en el Lacio, ejemplo típico, la palabra μηχανή /mee-ja-neé/ "máquina" (de ahí vienen nuestra "mecánica", "mecanismo" &c) en la forma dialectal μαχανά /maa-ja-naá/ y fue evolucionando según los hábitos del latín, que tiende (como el castellano) a debilitar la vocal de en medio de las palabras esdrújulas: así resultó la forma (vulgar) machina que hemos heredado (por vía culta: de otro modo no se explican ni el acento castellano ni la pronunciación de la CH).  Igual que la nuestra voz máquina ejemplifica la vía culta latín-castellano, la voz latina machina ejemplifica en cambio la vía vulgar griego-latín: como parte de un léxico instrumental difuso en la lengua del comercio o la tecnología.

Pero es que, además de los vocablos instrumentales, los admirados latinos se lanzaron a incorporar voces griegas a su idioma como señas de distinción y alta cultura, más o menos como hace ahora con el inglés el alegre locutor televisivo que, originario tal vez de la Mancha o de Galicia, por horario dice taimin y por chafar el final dice hacer espóiler. palabras que no ha traído de Albacete o de Pontevedra, sino de un lugar mucho más prestigioso, gobernado por un caballero de elegante cabellera rubia.

El prestigio de la lengua griega explica la abundancia de helenismos en los lenguajes científicos como la filología, la matemática, la física y, claro está, la medicina y la botánica.  Entre aquellos, siento debilidad por la palabra nostalgia, proveniente (esto lo saben muchos) de νόστος /nós-tos/ "el regreso (a casa)" y ἄλγος /ál-gos/ "dolor", por lo que originariamente vendría a significar "dolor de (no poder) regresar (a casa)".  Ahora bien, lo que no sabe tanta gente (lo he comprobado con más de un helenista) es que es inútil buscar nostalgia en diccionarios de griego clásico: no existe.  Porque esa palabra griega no es homérica, ni ateniense, ni siquiera bizantina.  La inventó un médico de Basilea en el siglo XVII, que escribió una tesis sobre la morriña, saudade o añoranza que debilitaba a los jóvenes suizos forzados a dejar las montañas alpinas para ganar su vida a sueldo en las planicies europeas; el médico llamaba a eso con su nombre alemán, Heimweh; ahora bien, ¿un nombre alemán para una tesis de medicina?  ¡Qué vergüenza!  Así que el doctor Hofer publicó en elegante latín, como mandaba la academia, su Dissertatio curioso-medica de nostalgia (Basilea, junio de 1678), nombrando en griego la enfermedad estudiada, si bien se vio obligado a añadir, para hacerse entender, el nombre vernáculo: vulgo Heimwehe oder Heimsehnsucht.

Pues bien, el petimetre de la Subura hacía lo mismo: metía en la conversación toda palabra griega que le cabía.  Ahora bien, a la hora de escribir esas palabras hay un problema: al latín le faltan ciertas letras o, por decirlo mejor, al latín le faltan ciertos sonidos del griego.  Es lo que ocurre cuando escribes en español palabras inglesas: uno duda si escribir whisky, como los de Loch Lohmond, o güisqui, como recomendaban los académicos de Madrid.  Pero a los romanos se les añadía el problema de que usaban distinto alfabeto que los griegos.

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