martes, 30 de noviembre de 2021

Avetimología

En el escaparate de la librería Gaudí (una de mis favoritas en Madrid) me llama la atención un libro de pájaros: con el formato y aspecto de las guías de campo de Omega, adornan su cubierta varias aves (un camachuelo, un martín pescador, un albatros) y lleva por título el de esta página, con el siguiente subtítulo:  "El origen de los nombres de las aves de Europa".

Es un libro bien editado, con buena fotografía y textos claros y amenos, una edición curiosa, que parece llegada del futuro (puesto que el pie de edición lleva la fecha 2022, o al menos los derechos de texto y fotografías).

Andaba yo en busca de otras cosas (algunas de las cuales encontraría) y no tenía intención de hacerme con una nueva guía de pájaros (estas guías de Omega son caras, si no las vas a llevar de paseo, porque están muy bien encuadernadas, para durar en los recorridos por esas trochas hispanas), así que me conformé con ojear unas cuantas etimologías de aves, al azar de las páginas.

El azar, pues, me lleva para empezar a las alondras, donde aprendo que eran aves reverenciadas por los galos y cuyo nombre galo es alauda; de modo que el latín alauda es, por lo visto, un préstamo del céltico (y el prestatario fue Plinio el Viejo, según nuestro autor).  Da el origen del alemán Lerche, de la voz calandria (del griego κάλανδρος "calandria"); y en el párrafo dedicado a la alondra ricotí explica que Chersophilus alude a su afición al terreno seco o estepario (del griego chersos "seco", y philos: "amiga de lo seco").  Ciertamente χέρσος o χέρρος significó "seco", y como sustantivo "la tierra firme"; de ahí que χερσόνησος o χερρόνησος signifique "península" (es nuestra voz Quersoneso: de νησός "isla", χερσόνησος viene a ser "isla seca" o "isla a la que se llega por lo seco", o, más probablemente, "isla-continente", esto es, "isla unida al continente").

En otra página leo que el nombre del arao es onomatopéyico (porque grita ar-arr!), y que su nombre científico (Uria aalge) proviene del griego en cuanto al género, pues Uria transcribe el griego οὐρία "buceador".  No recuerdo esa palabra, οὐρία, pero sí que "buceador" se dice en latín urinator, similar a aquella voz griega.  En cuanto al específico, aalge, afirma que es la palabra danesa aalge "arao", proveniente a su vez del antiguo nórdico alka, origen del lineano Alca y, de ahí, del castellano alca.

Para terminar, busco el origen del decaocto, específico de la tórtola turca.  Varias veces he tratado de averiguar el misterioso origen de ese raro decaocto (δεκαοκτώ es el griego "dieciocho", que en latín se puede decir octodecim, octo et decem o, quizá más frecuentemente, duodeviginti).  Según algunas páginas de internet, parece derivar de ciertas leyendas supuestamente clásicas, aunque trascienden a modernas.  Veo ahora que esta Avetimología aporta un par de cuentos más de la misma ralea, nada definitivo, pues, para mi gusto.

No deja de sorprenderme el hecho, que consigno aquí por lo que valga, de que en mis ojeadas a la guía no he encontrado ninguna afirmación audaz, ninguna hipótesis extravagante, en resumidas cuentas, ninguna tontería notoria.  Esto, en un libro de etimología, es más raro de lo que parece.

Iba ya a desechar la compra, cuando veo que al final de su justificación liminar afirma el autor, José Manuel Zamorano, que su obra parte de la conjunción de un par de aficiones, y que su persona no tiene "ninguna formación en ornitología, en biología, en lingüística ni en etimología".  Esta confesión me enterneció: otro aficionado.  Por lo visto (según la guarda posterior) estudió química y trabaja en publicidad.  Ya había sospechado yo que el autor no era filólogo (ese título tan raro, mezcla de castellano y griego, lo delata).

En fin, que me compré el libro.  Sobre todo porque sabía que, si no lo hacía, habría de arrepentirme.  Y porque, ahora que los legisladores parecen decididos a destruir definitivamente el sistema educativo (¡y con una ministra aragonesa, qué vergüenza!), me consuela pensar que los editores, Omega en este caso, tienen la esperanza de que siga habiendo lectores interesados por la historia de las palabras.

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