viernes, 11 de octubre de 2024

Una mañana

 Mis planes para el fin de semana se han ido a la porra: ni una actividad se ha salvado.  Heme, pues, ante un viernes libre de compromisos.  Estoy perplejo.  La libertad total es incómoda.  ¿Qué elegir?  ¿Me voy a alguna ciudad, a ver libros y museos, como pretendo hace días?  Pero sale una mañana luminosa y fresca; tonto sería dedicarla al volante.  Aparto los periódicos (qué asco, tanta noticia de corruptelas), subo a la meseta y aparco junto a la virgen de los Remedios.  Daré un largo paseo hasta Noviercas, que también llevo tiempo deseando.

Perezoso como soy, comienzo el paseo con lo puesto; pero a los cien metros me veo obligado a regresar: con el humor de las yerbas, se me han empapado los calcetines.  Por fortuna llevo las botas y repuesto seco en el coche.

Los alrededores de la ermita, todo robles jóvenes y peonías, están muy floridos en mayo y junio.  En octubre, en cambio, flores, pocas.  Algunas peonías ostentan los demoníacos colores de su fruto: negro profundo y carmín brillante, como el cachidiablo de Borja.  Las merenderas van de capa caída, aunque alguna hay rozagante, en pleno vigor.  ¿Esos qué son?  ¿Solano negro?  Y los de cogollo amarillo y lígulas malva deben de ser ásteres.  En cambio los helicrisos exhiben capítulos secos sobre tallos secos.  Pero hoy no tengo el alma clasificatoria; me resigno a mi ignorancia y paso entre los robles.

Un ave da un grito y sale veloz, alarmada.  Es grande; me ha parecido un águila perdicera, pero a punto fijo no lo sé.  Un ovni, en suma, si es que ovni significa volátil indeciso.  (Pero todos sabemos que no, que ovni significa, uuuh!, marciano por lo menos.)

El suelo está lleno de hongos: ha llovido mucho las últimas semanas.  Unos licoperdos enormes, y otros pequeños, rúsulas de color fresa, y otras pálidas, con el sombrerillo abullonado.  En una zona de abundantes cardos, donde hay también capitanas, crecen unos champiñones grandísimos (amanitas no son, porque no tienen anillo): curiosamente forman en círculo, como las senderuelas.

El año parece que ha sido bueno para los robles: tienen muchas bellotas, y además son bellotas orondas, pesadas, casi obesas.  También abunda en fruto el escaramujo; me sorprende ver que muchos de ellos están flácidos, como si hubieran caído ya un par de heladas: aprietas un poco la panza de la úrnula y sale un chorrito de ese delicioso puré rojizo.

Hay una soledad, un silencio que me encantan.  Qué raro no ver ningún corzo, como es tan frecuente por aquí.  Quizá hasta me salga el lobo, que según dicen ronda esta comarca.  Me acuerdo de la historia que me contaba mi abuela, cuando le salió el lobo, de regreso con la leña a lomos del burro: y cómo tuvo que interponerse, ¡para defender al burro, claro!  (Ella era, cuando contaba esto, una viejecita chiquitilla, arrugadilla, con todas sus prendas negras, negras como sus vivos ojos.)

El cielo está hermoso, ni muy alto ni muy bajo: en su elevación justa.  Azul pálido, nubecillas rosadas, cirros por aquí y por allá, algo más densos los cúmulos por la parte de Aranda.

He salido de la zona de robles, y aquí el terreno está raso, gran parte de él labrado para cereal, o en barbecho.  Ahora el anfiteatro de montes en torno es enteramente visible: detrás, el Moncayo y el Tablado; enfrente, a la izquierda, el cerro de santa Bárbara y la sierra de la Bigornia; a la derecha, el Madero y la Cascarrera.

Si llego hasta el pueblo serán diecisiete kilómetros; un poco largo para no llevar ni agua.  Así que atajo en dirección norte.  Un pájaro me observa, curioso, desde un arbusto: no lo distingo bien contra el sol, pero por el color del pecho, y por lo bien que aguanta mi cercanía, es un petirrojo.

Cruzo la carretera general y subo la cuesta caliza de enfrente.  Un pequeño insecto me amenaza desde el tomillar: es ese escarabajito que levanta su culito como si fuera un alacrán; peleón, pero bastante inofensivo.  Qué valentía.

Un bando de perdices huye con ruidoso aleteo a ras de ladera.  Subo cabizbajo, y el magín se distrae con las noticias.  Y con la sorpresa de ayer, cuando quise en vano enseñar a una amiga una grabación del doctor Laporta, muy crítico con la política del gobierno en torno al covid, y resulta que la han borrado "porque infringía las normas de la comunidad de Youtube".  Hay ahora más censura que hace cincuenta años: no toleran la disidencia y no se avergüenzan de borrar.

Desde arriba la vista es espléndida: parece que Noviercas se toca con la mano.  Aquí el silencio está manchado con el ruido de los autos que pasan allá abajo, por la carretera, y el continuo rumor de los molinos de la Cascarrera, el zumbido monótono de aspas de los erguidos generadores de electricidad.

Bajo por el lado nordeste.  Enfrente aparece una extraña imagen: una especie de mástil de barco, pintado de blanco, y una cofa, también blanca: dos marineros, se diría, sobresalen del pretil.

Hace rato que voy sin senda.  La ladera está bastante pelada, pero abajo se ha cubierto de zarzas; igual tengo que dar un rodeo.  Pero no: hay paso franco, y abajo un arroyo seco se deja cruzar sin dificultad.  Subo hasta las ruinas de una paridera y desde allí comprendo el misterio del barco anclado en el páramo: es un camión con un brazo elevador, y los operarios deben de estar reparando los cables de alta tensión.

Ya cerca del camión, se lee el epígrafe humorístico:  "Trabajos en tensión".  Los obreros, tanto los de la cofa como uno que en el suelo mide a zancadas no sé qué, tienen rostros andinos.  No hacen caso de mí, y tampoco me esfuerzo en saludar, aunque paso sólo a unos metros de ellos.

Más abajo aún, llego a un vallejo todo verde, como que la grama ha rebrotado con alborozo con las lluvias y la buena temperatura.  Aquí ha debido de haber cultivo hasta hace poco: apenas hay piedras, y el suelo, mullido, está taladrado por centenares de toperas.  Entre las hierbas corren grandes autopistas de hormigas, vacías esta mañana.  (Deben de estar ahora en los hormigueros, afanadas, preparando la fiesta del Pilar, que es mañana.)

Enfrente, a contraluz, se ven corros de robles, todos juntitos, de la misma edad: yo sospecho que se trata de rebrotes de la raíz; imagino que cada corro debe de ser un mismo roble, multiplicado en retoños de la misma quinta.

Ya me acerco de nuevo al Araviana, cuando se cierra otra vez de zarzas el paso.  Pero aquí hay sendero, sea obra de corzos, de jabalís, o de contribuyentes a la hacienda pública.  Y un poco más allá, una vaguada, que ha debido de cruzar no hace mucho un rebaño de ovejas: estas burócratas de la cañada han estampado con tanto ardor sus sellos sobre el limo que no hay un palmo libre de sus huellas bífidas.

Por entre los robles veo una nave moderna.  Hay pacas de heno envueltas en plástico blanco, un tractor, ovejas en un redil: un par de docenas a lo sumo.  Un joven les echa unas brazadas de lo que me parecen hojas de roble, bajo la mirada de un bello perro ovejero.  Seguro que el perro me ha detectado, pero no hace ni caso de mí, y no quita ojo del muchacho; cuando éste se vuelve, el perro salta con entusiasmo infantil.  Es un animal muy guapo: tiene un ojo azul pálido, y el otro de color de miel.

El joven me saluda con gesto simpático.  Mono de trabajo, rastas.  Por pegar la hebra, hablo de la abundancia de setas.  Ay, sí, dice: pero igual abundancia hay, ahora, de seteros: manadas enteras de buscadores del hongo.  Es un año muy bueno, también, de bellotas; por lo visto en años pasados apenas hubo.

El lugar se llama corral de las vacas.  Hay muy pocas ahora, antes hubo más.  Y tiene unas pocas ovejas, para ir recuperando el terreno.  El hombre se explica muy bien; en su conversación aparecen vocablos sabios: biodiversidad, suelo silíceo, terreno calcáreo (y señala la loma de donde he bajado)...  Es biólogo; trabaja con vacas de raza autóctona, dan prelación a la calidad sobre la producción masiva.  ¿Y dónde vendéis la carne, si no es indiscreto?  Me da un teléfono: con él puedo entrar en el grupo de guasap e incluso hacer pedidos.  Me llamo Ángel, dice, ¿y tú?  Qué tipo tan majo.

1 comentario:

  1. Encantadora me ha resultado la narración de esa excursión por un lugar "cualquiera" en el que tantas cosas surgen para apreciar a quien sabe caminar atento.
    Un peregrino en Chartres

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