lunes, 5 de octubre de 2020

De malvas y otras yerbas



Recuerdo ahora la primera vez que estuve en Bolea (esto fue el milenio pasado): Bolea es un pueblo al norte de Huesca con una colegiata espléndida y, en la colegiata, un no menos espléndido retablo flamenco.  Conocimos allí a un anciano simpático y con muchas ganas de hablar.  Se ve que entonces todavía tenía yo ganas de escuchar, porque me acuerdo muy bien de la conversación, y sobre todo del cuento didáctico que a continuación refiero, única parte de la charla que cabe en un blog de botánica.

Diz que un ciego, montado en su burro y guiado por un muchachuelo, visita una finca con intención de comprarla; allí espera ya el vendedor.  El ciego se apea y ordena al lazarillo:  "Muchacho, ata el burro a una mata de malvas".  "No hay mata de malvas ninguna."  "Pues amarra el ronzal a un marruego."  "Tampoco veo marruego por ningún lado."  "Pues campo que no cría ni malva ni marruego, no lo quiere el ciego".

La conseja enseña (explicaba el abuelo) que el marrubio y la malva sólo crecen en buenas tierras, y su ausencia, por ende, las declara malas.  (Supuse yo entonces --y sigo suponiendo-- que el marruego es el marrubio: en el diccionario de Borao sólo encontré marrueco, definido vagamente como planta medicinal.)

La malva es vegetal de vetustísima raigambre literaria.  Ya es mencionada, como μαλάχη (universalmente aceptado como nombre griego de la malva), en un célebre, si bien un tanto esotérico, pasaje de Hesíodo (Trabajos y días 40-41):

                  νήπιοι: οὐδὲ ἴσασι ὅσῳ πλέον ἥμισυ παντὸς
                  οὐδ᾿ὅσον ἐν μαλάχῃ τε καὶ ἀσφοδέλῳ μέγ᾿ὄνειαρ...

"¡Ingenuos!  No saben en cuánto es más la mitad que todo, ni qué gran utilidad hay en la malva y el asfódelo" (traducción de Luisa Liñán; pido disculpas por los dos puntos, pero no encuentro el punto alto).  Aunque la frase es un tanto oracular, se aprecia, por el paralelismo con ἥμισυ y πᾶς, que la malva y el asfódelo son citadas en su condición de plantas humildes.

No cabe, en cambio, duda de que es ése exactamente el carácter con que la cita Crémilo (el protagonista de la comedia Pluto de Aristófanes) cuando increpa a Πενία, la Pobreza, por obligarle a llevar harapos en lugar de vestidos, apoyar la cabeza en una piedra en vez de almohada, y

                                         σιτεῖσθαι δ᾿ ἀντὶ μὲν ἄρτων
                  μαλάχης πτόρθους,

"comer, en lugar de panes, esquejes de malva".

La malva continúa en tiempos romanos como símbolo de humildad y pobreza.  En los epodos del famoso Beatus ille rechaza Horacio los alimentos supuestamente ricos:

                  non afra avis descendat in ventrem meum,
                       non attagen ionicus,

"no baje a mi vientre la pintada africana o el francolín jonio", antes prefiere los vulgares y pobres: 

                  iucundior quam lecta de pinguissimis
                       oliva ramis arborum,
                  aut herba lapathi prata amantis et gravi
                       malvae salubres corpori.

"más gustoso que oliva escogida del más pingüe ramo, o la romaza, del prado amante, y las malvas, sanas para el enfermo".  Parecida mención se encuentra en la oda I 31:

                                       me pascunt olivae,
                  me cichorea levesque malvae,

"son mi sustento olivas, la achicoria y las ligeras malvas".  Quizá algún lector o amable lectriz no sabe qué son "olivas": olivas pedimos, hace un par de veranos, a una camarera de Guetaria y con su voz argentina (no de plateado sonido, sino de Argentina, América del Sur) nos pidió explicaciones: hubimos de aclarar que los de Aragón llamamos olivas a las aceitunas.  (En esta tierra, además, la mayoría llama olivas a las negras, arrugaditas, apergaminadas, tal como se aliñan aquí, con austeridad aragonesa; a las verdes, carnosas, húmedas, andaluzas y a menudo muy sazonadas con yerbas, sólo a ésas se las llama aquí aceitunas.)

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