martes, 6 de octubre de 2020

De malvas y otras yerbas II


La malva que comían los antiguos debía de parecerse tan poco a la que hoy vemos en los baldíos como las Lactucae del borde del camino se parecen poco a las lechugas de nuestro huerto.  Aquí arriba se ve la imagen de la μαλάχη χερσαία, la malva silvestre, tal como es representada, con acabado realismo, en el hermosísimo códice vienés De materia medica, el Dioscórides de Julia Anicia (códice del año 512 dE más o menos).  Compárese esta figura con la del artículo anterior, del mismo códice, que representa la μαλάχη κηπαία, la malva cultivada.

Aunque ya no comemos malvas (en la península ibérica, que yo sepa; pero agradeceré a quien corrija esta impresión), aún era apreciada como verdura en Marruecos, al menos en tiempos de Pío Font Quer, quien afirma, además, que el uso de la malva como verdura es novedad aportada por los árabes.  "Como verdura cocida (dice el sabio catalán) es insípida, lo cual se remienda añadiéndole una fritada de ajos y cebolla, y pimienta y otras especias, y pasándola por la sartén".

Me hace gracia la receta.  Recuerda aquella del poeta Marcial, a quien no debían de gustar las acelgas (como me pasaba a mí hace tiempo) cuando escribió este dístico que las injuriaba como "fatuas":

                   Ut sapiant fatuae, fabrorum prandia, betae
                        o quam saepe petet vina piperque cocus!

"Para que sepan algo las insípidas acelgas, comida de obreros, ¡cómo se afana el cocinero en añadirles vinos y pimienta!"  ¡"Fabrorum prandia"!  ¡"Comida de obreros"!  Seguimos, ya se ve, en la onda de Hesíodo, Aristófanes y Horacio, asignando significado social a ciertos alimentos.  Y casualmente resultan perdedoras, en la estima, las sanísimas verduras.  No nos extrañaremos, pues, de salir carnívoros, cuando nuestra cultura nos incita a consumir caza para acercarnos a la nobleza, cúspide social (y también, por tanto, al colesterol alto y a la gota), abandonando las verduras, pasto de proletarios.

Claro está que Font Quer menciona la malva por sus virtudes médicas, las que también interesaron a Dioscórides: el médico griego la llama μαλάχη /ma-lá-jee/ (se refiere, parece ser, a Malva sylvestris), y dice lo que sigue, en la traducción de Laguna (pág. 202):  "Tenemos dos especies de malvas, una doméstica y otra salvaje: de las cuales para comer es mejor la doméstica, dado que [entiéndase: aunque] ofende al estómago.  Molifica ésta el vientre, y principalmente sus tallos..."  De hecho, a causa de esta virtud emoliente, los griegos relacionaban μαλάχη con el verbo μαλάσσω "ablandar".

En el libro xxvi de su enciclopedia, dedicado a las hortalizas, Plinio elogia la malva: in magnis laudibus malva est utraque, et sativa et silvestris, dice el romano.  Diríase que sigue a Dioscórides en distinguir entre la malva hortense y la montaraz, aunque la distinción es más antigua.  Plinio toma noticias de aquí y de allá, del facultativo Nigro, de la comadrona Olimpíade de Tebas; y, siguiendo su costumbre, no le arredran las opiniones rayanas en la extravagancia:  "Si le pones encima una hoja de malva, el escorpión se atonta".

Diríase, pues, que la malva, ya medicina ya alimento, estaba tan bien arraigada en la tradición popular antigua, que continuó representando en nuestro siglo de oro la pobreza y la humildad.  En efecto, a ser nacido en el pueblo llano se le llamaba en nuestro idioma clásico "nacer en las malvas".  De ahí la graciosa letrilla: "siendo nacido en las malvas / y criado en las ortigas, / ¡dos higas!"  Y en Mira de Amescua declara un enamorado su amor a la dama, derivado no de la nobleza y alta cuna de la señora, sino sólo de sus encantos personales:

                  y quiérola tanto, en suma...,
                  que a don Juan se la pidiera
                  aunque en las malvas naciera,
                  como Venus de la espuma.

Estas humildes yerbas, en fin, seguirán siendo objeto de nuestros cuidados, pues algún día, según el adagio, nos iremos todos a criar malvas.

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