domingo, 25 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas I

Las limitaciones de nuestra inteligencia natural (ya que la artificial remonta) se manifiestan, en mi opinión, en la absurda oposición entre "ciencias" y "letras".  Seguramente habrá observado la atenta lectriz que nadie se adelanta a responder a una cuestión ardua con ese argumento:  "Se lo voy a explicar yo, que soy de letras" (o "de ciencias" en su caso).  No.  Siempre comparece el conceptillo en negativo, para rechazar la implicación:  "¿Velocidad angular?  Y a mí que me cuenta, yo soy de letras."  "¿El románico, dice usted?  A mí plin: soy de ciencias."  Ciencias o letras: argumento para escurrir el bulto.

¡Ah, época feliz aquella en que no existían "ciencias" ni "letras"!  La gente se ocupaba de esto o de aquello sin la cuestión tontaina, si esto o aquello era letras o ciencias.  Y los estudiosos, las aficionadas a la naturaleza, eran también letrados y poetas, y las letradas y poetas eran a la vez físicos y naturalistas.  Aquí los manes de Hipatia de Alejandría y de Carlos Lineo, de Anselmo de Aosta y de Sofía Kovalévskaya.

Encuentro natural que los ocupados en desvelar los misterios de naturaleza se aficionen también a los enigmas, las adivinanzas y las charadas.  ¿Qué mayor charada, adivinanza y enigma que el mundo que nos rodea?  Ninguna cabeza importante ha tomado en serio esa memez de "ciencias" y "letras", y con delicia se entera uno de que Goethe elaboró una compleja teoría de la percepción cromática, y que el más duro empeño intelectual de Newton (lo prueban miles de páginas manuscritas) afectó al misterio de la santísima trinidad.  Los físicos escriben poemas y las novelistas resuelven sudokus.

Entre mis enigmistas favoritos cuento a Galileo, no en vano hijo de músico, en una época en que empezaban a jugar a lo grande con cánones, temas invertidos y variaciones per augmentationem y per deminutionem.  Ignoro si Galileo hacía crucigramas en casa, pero dio un sentido práctico a ese juego al informar de un hallazgo astronómico, sin descubrir de momento sus cartas, con este anagrama monstruoso:

          SMAISMRMILMEPOETALEUMIBUNENUGTTAURIAS

El pobre Kepler, no menos aficionado a los jeroglíficos que Galileo, y empeñado como él en descifrar los cielos, debió de romperse la cabeza para formar este patético verso:

          Salve, umbistineum geminatum Martia proles.

Patético sobre todo por ese umbistineum que él sabría lo que significaba (aun así, hay quien lo ha traducido).  El florentino destapó su juego unos meses después: creía haber descubierto en Saturno un planeta triple:

          Altissimum planetam tergeminum observavi,

"He observado que el planeta más alto es triple".  Saturno era "el más alto" porque entonces ni de Urano ni de Plutón había noticia.  Galileo interpretó los borrosos anillos como un par de cuerpos celestes más.  Y en agosto de ese mismo año de 1610, mirando con el telescopio, vio con sorpresa cómo Venus crecía y menguaba como la luna, y decidió comunicarlo al mundo en enigma:

          Haec immatura a me jam frustra leguntur o y,

"Esto está verde y ahora en vano lo cosecho o y", que puso a Kepler como una moto: moviendo letras de acá para allá, el hombre parió esta frase confusa:

          Macula rufa in Jove est gyratur mathem,

"hay mancha roja en Júpiter, gira matem", pero al final el pícaro florentino proveyó la solución correcta:

          Cynthiae figuras aemulatur mater amorum,

"La madre de los amores imita las figuras de Cintia", todavía algo enigmática, pues ha de entenderse que la "madre de los amores" es Venus, y "las figuras de Cintia" son las fases de la luna.  Como anagramas son un tanto fallidos (ese o y de Galileo demuestra que tampoco estaba para perder el tiempo), pero sin duda disfrutaron haciéndolos o resolviéndolos.

Dirá el paciente lector que esto es preámbulo muy largo para no entrar en materia.  Cuánta razón tiene.  Pero continuaré otro día.

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