lunes, 26 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas II

 Y el caso de Galileo y Kepler no es excepcional; a propósito de estrellas, recuerdo los curiosos nombres de Sualocin y Rotanev con que aparecieron α y β Delphini, por vez primera con nombre propio, en el catálogo estelar (1814) de Piazzi y Cacciatore: no sé qué es más admirable, si la enrevesada forma en que el ayudante de Piazzi se homenajeó a sí mismo, o la astucia de Thomas Webb, el astrónomo que unos años después resolvió la charada, al darse cuenta de que Sualocin no era otra cosa que la inversión de Nicolaus, así como Rotanev era Venator del revés: "Nicolás Cazador" en latín y de cabeza, ¡esto es, Niccolò Cacciatore!

En botánica no conozco, y por ello me atrevo a suponer que no abunda, ese tipo de anagrama honorífico, tal vez porque fuera ya costumbre antigua honrar personas, sin rebozo, en el nombre de las plantas: lo atestiguan desde la Achillea a la Linnaea pasando por la Gentiana y por la Fuchsia.  Si acaso, se embozaba un tanto la dedicatoria para no trasparentar la adulación, como en la Calomeria o la Agathomeris, aunque ya hemos visto que no faltó el descaro de la Napoleonaea y de la Josephinia imperatricis.

No, en biología, al parecer, no movió la necesidad de halagar vanidades.  En mi opinión, lo que aquí desató la fiebre anagramática fue el apremio de hallar nuevos vocablos para un mundo natural en prodigiosa inflación, desde el momento en que a nuestra especie le dio por identificar con denominación propia a cada una de las demás especies: el número de éstas pronto desbordaría los más nutridos lexicones, catálogos geográficos y manuales de mitología y, aun así, era preciso seguir bautizando peces, líquenes, ciempiés, culebras, mariposas...

Antes de continuar quizá convenga precisar: anagrama es la palabra formada con las letras de otra, en distinto orden.  Por ejemplo, si invertimos Roma sale amor, un anagrama por inversión.  Los anagramas han sido muy útiles en antroponimia y en criptonimia.  François Arouet se hizo famoso barajando las letras de su apellido más las iniciales L. J. (de le jeune, esto es, otro que mi padre): ahora pocos recuerdan a Arouet, y bastantes más a Voltaire (o Uoltajre: para el latín, idioma aún de prestigio en el siglo XVIII, la I y la J son la misma letra, así como la U y la V).  Y ahora recuerdo que Alina, mi peterburguesa favorita, contaba que en los primeros años de la Rusia soviética fue popularísimo por allá el nombre de chica Ninel, anagrama de Lenin.

El primer anagrama botánico del que tuve noticia fue la Mantisalca salmantica: fue bautizada por Lineo como Centaurea salmantica pero más adelante hubo que hacer género aparte y se creó Mantisalca, donde la primera sílaba del nombre específico se convirtió en tercera.  Salmántica a su vez es el nombre romano de Salamanca; ¿vino de allá el ejemplar al que Lineo aplicó aquel basiónimo?

Más tarde, un amigo me informó de que Mantisalca no era un caso único en botánica: Logfia, género de una asterácea, se formó con reordenar las letras de otro afín, Filago.  El asunto me pareció extraordinario, y me he vuelto un coleccionista de anagramas botánicos.

Que no los hay sólo en botánica, claro está.  Por casualidad, leyendo un libro muy pesado (pero ya se sabe que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno) aprendí que para el avión común (por Lineo bautizado como Hirundo urbica) se creó en 1854 el género Delichon, anagrama de chelidon (transcripción latina del nombre griego de la golondrina, esto es χελιδών /je-li-doón/): de este modo, el nombre latino quedaba en exclusiva para la legítima propietaria, la Hirundo rustica.  (Por cierto, en wikipedia hay una interesante observación sobre el cambio, por corrección de género, de urbica a urbicum.)  Ahora bien, ¿por qué no se usó la voz griega sin más?  ¿Se había usado ya con otro animalito?  ¿O le entró a la ornitología el prurito purista?  No lo sé.  Tecleo chelidon y obtengo de la omnímoda red una especie de crecepelo y un señor con gafas de sol que me enseña a pronunciarlo en inglés.  ¡Admirable!  ¡Lo que aprende uno con la güeb!

Ya que estamos entre golondrinas, señalaré que χελιδών es el étimo de nuestra hierba golondrinera o Chelidonium maius, ya en griego llamada χελιδόνιον /je-li-dó-ni-on/ "celidonia".  Un cuento que remonta a Dioscórides asegura que si sus pollos no abren los ojos, la golondrina los sana con celidonia.  En el Dioscórides renovado de Font Quer se relata con pormenor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario