jueves, 3 de octubre de 2024

De pulimentos y calzones II

 Con el fin de rematar el asunto de las calzas, los calzones, las calcetas y los calcetines (palabras todas ellas descendientes, creo haberlo mostrado, de la voz latina que significa "calcaño", sin reparar en que algunas de esas prendas ya hace tiempo han perdido trato con el recio remate del pie), quiero recordar que en botánica hay también terminología derivada de calx "talón".  Habrá asimismo, supongo, derivados de calx "piedrecilla", "cal"; pero ahora centrémonos, estamos con el talón.

De calceus deriva también calceatus, al que corresponde en castellano la voz calzado.  El mismo calceus "calzado" proporciona el diminutivo calceolus "zapatito" (yo he leído en alguna parte, que no recuerdo, la voz calceolum para significar la modesta pantufla, la zapatilla de andar por casa).  Calceolus es, ya lo habrá advertido usted, el específico del Cypripedium calceolus, mencionado en otras páginas, cuyo nombre lineano podríamos traducir por "zapatito planta de Afrodita".

Dicho sea de paso, quien quiera ser fino latino deberá pronunciar calceolus así: /kal-ké-o-lus/, y así calceatus: /kal-ke-á-tus/; en cuanto a las calcea y las calceata medievales, pronúncielas usted como le dé la gana.

Permítame un breve comentario sobre esa voz medieval, calceata, o calciata, que se presume (con razón) origen de la voz castellana calzada (usada hoy en particular para las vías romanas: éstas en latín clásico no se llamaron de otro modo, que yo recuerde, sino viae, o viae stratae).  La voz calceata "carretera" es controvertida, pues no es evidente si trae origen en calx "talón" o en calx "cal"; pero estoy seguro de que usted se hará una idea más precisa de las calzadas romanas viendo esa conferencia del enlace, interesantísima en mi opinión y que pulveriza merecidamente no pocos lugares comunes erróneos sobre las vías romanas.

Vuelvo al género Cypripedium.  Definido por Lineo en 1753, aún recibió después otros nombres, como Calceolus, Calceolaria y Cypripedilon (πέδιλον /pé-di-lon/ significaba "sandalia", "suela" y una porción de cosas más).  Ahora bien, el segundo de ellos, Calceolaria, lo atribuyó Lineo a un género distinto: la mayoría de sus especies, como se puede ver en la wiki, tienen origen en América del Sur y poseen flores llamativas, muy similares en general a las del chapín de Venus.  Este género lo tenía yo anotado como escrofulariácea, pero la wikipedia le otorga familia propia, la de las calceolariáceas.

¿Qué significa Calceolaria?  Pues su forma latina le habría permitido significados variados: por ejemplo "cajita para guardar zapatos"; o "esposa del zapatero" (calceolarius, en latín); o "zapatera", naturalmente, no se me enfaden: estaba yo pensando en tiempos pretéritos, donde la hembra no se había apoderado o, como dicen ahora, empoderado.  En resumidas cuentas, tenemos ahí el sufijo -arius, tan productivo, y que da tantos dobletes castellanos, como denario y dinero, palmario y palmero o solitario y soltero.

¿Qué significa zapatero?  Pues "mueble para guardar zapatos", o "fabricante de zapatos", o "vendedor de zapatos", o "insecto que...": la lengua abre puertas a los significados, y luego el uso (el capricho de los hablantes, para ser claro) las cierra.  Si calceolarius hubiera sobrevivido en castellano, al zapatero lo llamaríamos hoy, seguramente, calciolario o calzolero, palabras que la RAE no registra.  (Acabo de mirarlo, por si acaso; se lleva uno cada sorpresa...)

Por último, y para rematar el asunto, al menos por ahora...

Las espuelas son objetos importantes en el mundo ecuestre, y tienen relación con nuestro asunto por adaptarse, normalmente, al talón del pie, al carcaño o al hueso calcáneo, si usted prefiere decirlo así: por esa razón reciben el adecuado nombre latino de calcaria o, en singular, calcar.  Lo menciono porque encuentro en la terminología botánica varias especies con el adjetivo calcaratus, que si no me equivoco es un cuasi participio (no existe, que yo sepa, el verbo calcarare) con el significado de "espolonado", "dotado es espuelas" o "dotado de espolones".  Usted juzgará si se adapta este significado al Origanum calcaratum, al Stylidium calcaratum o a la Vicia monantha ssp calcarata.  Por mi parte acabo de ver en la red un vídeo en que se muestra en todo su esplendor la Nepenthes bicalcarata: esta carnívora parece una de esas que se dibujaban en los tebeos de mi infancia, porque exhibe un par (como lo pide el bi-) de temerosos colmillos.

miércoles, 2 de octubre de 2024

De pulimentos y de calzones

 Se me acumulan asuntos, y cada día estoy menos disciplinado.  Respondo ahora a un par de cuestiones pendientes, a propósito de algo que escribí aquí.  Una de ellas es de contenido botánico, pero la otra es de orden general, de historia de la lengua, y por tanto no corresponde enteramente a estas notas.  Sin embargo estoy, o más bien soy, poco disciplinado (lo advertí de buen comienzo) y además confío en que no carecerá de interés para alguna lectriz o algún lector de estas páginas.

La primera cuestión es relativa al adjetivo laevigatus que anoté hace unas semanas.  Habiendo mencionado el adjetivo levis (con I larga; en botánica ortografiado laevis), habría sido oportuno indicar que, junto a los géneros con específico laevigatus (o laevigatum, o laevigata), existen otros cuyo específico es laevis (o levis: "pulido").  Así ocurre con la Jasione laevis, de lindas flores azules, o con el Ulmus laevis u olmo blanco o temblón que tengo visto, me parece, en Asturias.

También se llamó laevis, y aun laevigata, la que ahora más bien llaman Cordia sebestena, un arbusto o arbolillo cubano que encuentro entre mis papeles, he olvidado por qué.  Por la wiki me entero de que Lineo dedicó este género al agrostólogo alemán Valerius Cordus, o Valerio Cordo, muerto en Roma con veintinueve años, en 1544, de los efectos combinados de la malaria y la coz de una caballería.  Triste final de un botánico del que tengo ahora primera noticia, así como de la palabra agrostología que por lo visto nombra la especialidad en poáceas.  Se me hace raro no haberla oído antes, rodeado como estoy de competentes agrostólogos (o graminólogos).  En la grama queda todo, pues Teofrasto llama γρωστις /á-groos-tis/, al parecer, al Cynodon dactylon.

La otra cuestión parte de la observación de un amigo que pone en duda (finge poner en duda) la vaguedad o imprecisión de las palabras, vaguedad que tan a menudo señalo, y que de sobra conoce quien se vea a menudo forzado a consultar diccionarios.  En lugar de argumentar, pondré un ejemplo de desplazamiento semántico que me hace gracia por ser, a su vez, un curioso desplazamiento indumentario.

La voz latina calx designa el talón, esto es, el extremo posterior del pie, sólido y mullido a un tiempo, útil para chafar (calcare: por ejemplo uvas, ya que estamos en la temporada) y protegido por el calzado (calceus).  En latín calx también significa "piedrecita" y "cal", de ahí calculus "chinita", calculare "hacer cuentas con chinitas", etc.  Pero no se me despiste, amigo; céntrese: estamos en calx con el valor de "talón del pie".

Nada tiene de extraño, pues, que un sustantivo derivado de calx, esto es, calceus /kál-ke-us/ designe lo relacionado con esa parte del cuerpo, y en particular el calzado.  Dirá usted, ¿y por qué no los calcetines?  Primo, se afirma que los romanos no usaban calcetines; secundo, los romanos usaban unos pedules (la voz deriva de pes "pie") que bien pudieran ser calcetines, aunque se discute si fueron zapatillas o polainas...  Pero céntrese, amigo, no se me despiste: estamos hablando de calceus, y calceus designó si duda el vestido del pie, y ya en alta edad media encontramos la voz calcea para designar las calzas (palabra ésta que deriva de aquella), variante de los calcetines cuya moda introdujeron en el sur de Europa, se dice, los germanos, gente bragada pero friolera de pies.

Y vamos a ver, si el frío aumenta, ¿no es lógico que las calzas crezcan en grosor, y suban en altura?  Claro es que las calzas no suben ni bajan, no se estiran ni se engordan: debe usted imaginar que no hablamos de estas calzas o aquellas, sino del calcetín abstracto, del calcetín histórico, de la idea Calcetín, y ha de verlo usted subir o bajar haciendo uso de su fantasía y contrayendo a unos instantes el paso de los años y de los siglos, como cuando la pantalla muestra pasar las nubes de todo un día, rápidas, atropelladas, en sólo unos segundos.

Pues bien, ya puestos en situación, imagine usted que el clima empeora (hay sospechas de que el cambio climático no es cosa de ahora): qué más lógico que con el aumento del frío la calza medieval trepe por la pierna: hela ahora por la rodilla, hela subiendo un poco por el muslo...  Quizá viene un período cálido y desciende de nuevo y se aliviana, pero, ¡cuidado!: llega una pequeña edad del hielo y héteme la calza de nuevo ascendiendo, ascendiendo, he aquí que rebasa el muslo, se aproxima ya a esas regiones de interés que la pudibundez llama nobles y saluda con la expresión salva sea...

Ojo, amigo, no se me despiste: céntrese en la prenda, las calzas: ha visto que, con el paso de los tiempos, ya no protegen sólo el pie, sino la pierna entera, y aun las nalgas y sus alrededores.  Unas calzas tan crecidas, tan elevadas, ¿acaso no merecen un respeto, un título más autorizado, una designación más rotunda?  Cierto, y helas aquí enriquecidas con el aumentativo, y hechas calzones.

Dice Corominas que en el siglo XVI dividióse el calzón en dos prendas, una arriba (el calzón propiamente dicho) y dos abajo, las calcetas.  En esto mi confianza en el sabio lexicógrafo no es ciega; no obstante, es fácil comprender que para verano o entretiempo se usaran calzas más ligeras, y menos elevadas: ahí tiene usted las medias calzas, esto es, calzas modestas, calzas muy miradas, que no aspiran a las etéreas regiones del culo, y se quedan a mitad, en esa región donde nuestro cuerpo es dual: pongamos que se quedan a medias, y sólo llegan a las corvas o a las rodillas.  Esa expresión, medias calzas, explica que, decapitado el sustantivo, aparezcan las medias, nombre que entre los peninsulares designa una prenda femenina, pero también se aplicó al viril calcetín, y no me desmentirán los porteños, que aún hablan de medias en lugar de calcetines (y los lameculos reciben allí el nombre de chupamedias).

Ahora bien, yo contemplo a nuestros ancestros, sean medievales o renacientes, con esos hermosos calzones de tobillo a cintura, como los que lucen los bandidos del Oeste en sus ratos de asueto, y nada me cuesta imaginar cómo, emancipados del pie, pueden los calzones acortarse, de nuevo de abajo arriba, y cómo el extremo inferior se aleja, paulatinamente, de los tobillos, de modo que ya sólo cubren de cintura a rodilla, ya de cintura a medio muslo, ya se acortan más aún (vamos llegando a los tiempos modernos) y ciñen sólo el espacio entre cintura e ingles...  ¿Tan menguadas prendas merecerán aún el noble nombre de calzones?  Nada de eso: del viejo aumentativo saquemos un diminutivo, y héteme inventado el calzoncillo.  ¡El diminutivo de un aumentativo!  Cosa más tonta.  Pues así es el idioma.

Velay: una palabra que aludía al calcañar acaba designando una prenda colgada un metro más arriba.  ¿Podrían esos curiosos cambios producirse si los significados de las palabras fueran precisos e invariables?  Dejo al amable lector, a la lectriz curiosa, el cuidado de reflexionar sobre este grave problema.