"Lo mejor es enemigo de lo bueno"; es máxima que no se le caía de la boca al amigo Eloy. Yo sospechaba entonces que ése era el modo de justificar su afición a las chapuzas. Hoy me parece casi un resumen de la historia, incluida la natural, y aplicable al menos a las lenguas, y a la jerga científica en particular: hay que nombrar los hechos, aunque no los entendamos del todo, incluso aunque no entendamos nada. El iris (el arco iris) recibió el nombre de la diosa Iris, mensajera de los dioses, antes de que Newton hiciera sus experimentos con los prismas; ahora, por fortuna, lo seguimos llamando iris y no, pongamos, refractorbe o cosa parecida.
Como a todo, a las plantas las bautizamos, pongamos alhelí, para entendernos: justifica el nombre tal forma de la flor, tal aroma; lo que sea. Luego viene distinguir entre alhelíes, y ahí son útiles los adjetivos: alhelí blanco, alhelí africano, alhelí falso. Eso, que es cierto para la lengua común, no lo es menos para el lenguaje científico: aunque establece ciertos nombres (Erysimum, Matthiola, etc.) con vocación de permanencia, la reorganización de géneros y familias no se detiene: este Erysimum se traslada al género Matthiola, aquella hierba emigra de la familia de las Dioscoreáceas, ésta ingresa en las Potamogetonáceas... Qué se yo.
El problema (insoluble) es el siguiente: el nombre nombra, pero también describe y ordena. Un nombre definitivo presupone un conocimiento definitivo, es decir, el reposo (que no es de este mundo) y la omnisciencia, sólo al alcance de los dioses. La ciencia busca la omnisciencia, pero siempre se queda corta, por lo menos cinco letras corta.
Encuentro todo esto maravillosamente ilustrado en la historia de la terminología botánica que, por lo poco que conozco, se parece a la historia de cualquier terminología (con excepción, quizá, de la matemática, que, como todo el mundo sabe, es el lenguaje de la divinidad). El año pasado, leyendo las cartas botánicas de Rousseau, di con el siguiente párrafo: "Mientras esta ciencia natural no caiga en el olvido, los nombres de Jean y Gaspard Bauhin vivirán en la memoria de los hombres... [que] emprendieron una historia universal de las plantas..." Me hizo gracia, porque ni siquiera de nombre recordaba a los Bauhin. Pero lo interesante viene a continuación: "La nomenclatura de Bauhin estaba formada únicamente por los títulos de sus capítulos, y estos títulos comprendían ordinariamente varias palabras. De ahí procede la costumbre de emplear para los nombres de las plantas frases oscuras bastante largas."
¡Frases oscuras bastante largas! Eso sí que es impresionante: se comprende el éxito que había de conseguir Lineo, un siglo después, al cortar el nudo gordiano y reducir a dos palabritas como máximo (lo que no se ha cumplido a rajatabla) el nombre de cada ser vivo.
Pues, por lo visto, las frases de Bauhin pronto se mostraron insuficientes, y se les fue añadiendo precisiones por medio de oraciones de relativo, según describía el mismo Rousseau: "Se introdujo el uso bárbaro de unir los nombres nuevos a los antiguos mediante un qui quae quod contradictorio, de suerte que una misma planta pertenecía a dos géneros totalmente distintos: Dens leonis qui Pilosella folio minus villoso, o Doria quae Jacobaea orientalis limonii folio o Titanokeratophyton quod Lithophyton marinum albicans". Traduzco las frases citadas por Rousseau, añadiendo en cursiva el sentido que yo le veo: "una especie de diente de león que viene a ser una pelosilla de hoja menos peluda"; "doria que parece una jacobea oriental con hoja de limonio"; "titanoceratófito que semeja un litófito marino que blanquea". Nombres poco prácticos, desde luego.
Rousseau se encarga de poner el ejemplo extremo: "La nomenclatura se sobrecargó. Los nombres de las plantas se convirtieron no solamente en frases, sino en períodos. Citaré uno solo de Plukenet que probará que no exagero: Gramen myloicophorum carolinianum seu gramen altissimum, panicula maxima speciosa, e spicis majoribus compressiusculis utrinque pinnatis blattam molendariam quodam modo referentibus composita, foliis convolutus mucronatis pungentibus (encuentro otra versión, creo que mejor, en la red, aquí). O sea, que esta planta se llamaba "grama miloicófora caroliniana o grama altísima, de hermosa y muy gran panícula, compuesta de espigas mayores algo aplastadas, pinnadas por ambos lados, que recuerdan en cierto modo a una muela de molino, el envoltorio con hojas puntiagudas, que pinchan". Debo de estar traduciendo mal, porque no consigo imaginarme la planta.
En este estado de cosas llegó Lineo con su sistema y comenzó a rebautizar plantas y animales sin conocimiento (como dicen en mi pueblo de lo que se hace aprisa y sin mesura: defecto en que caemos sin remedio los humanos, dado nuestro velocísimo paso por este mundo en exceso grande y lento). Así que hoy es fácil identificar no pocas barbaridades en la terminología lineana (y no lineana). Ahora bien, el sistema binomial fue una revolución positiva, que separaba nombre y descripción, y así la valoraba Juan Jacobo, quien, como se ve, todavía las confundía:
"Lineo se ocupó de hacer buenas y breves definiciones que, extraídas de los verdaderos caracteres de las plantas, eliminaban rigurosamente todo lo que fuera extraño. Hizo falta dotar a la botánica de una nueva lengua que ahorraba todo ese largo circuito de palabras que se observaba en las antiguas descripciones. Se quejaban de que las palabras de ese lenguaje no estaban todas incluidas en Cicerón, pero esa queja habría tenido sentido razonable si Cicerón hubiera hecho un tratado completo de botánica."
En lo que se refiere al purismo, no puedo estar más de acuerdo con el ginebrino.
Ahora, con lo del ADN, se podría pensar que estamos llegando a una meta, pero sospecho que será una ilusión más, y que seguiremos reclasificando y renombrando las cosas igual que siempre: sin conocimiento.