No obstante, vuelvo a cavilar sobre el asunto, ahora con una nueva arma en mi poder, la edición de Susana Amigues de la Historia plantarum de Teofrasto. Y en su índice, ¡oh, gozo del filólogo marmolillo pero entusiasta!, encuentro por fin una voz griega que se parece a dianthus y que significa oeillet. esto es, "clavel": διόσανθος /di-ó-san-zos/. Una nota de Amigues aclara que los manuscritos dan preferencia a la forma Διὸς ἄνθος /Di-ós án-zos/ "flor de Zeus", pero la editora opta por la forma διόσανθος cuando su significado es oeillet. (Lo mismo ocurre con Διὸς βάλανος o "bellota de Zeus", que escribe διοσβάλανος cuando significa "castaño", Castanea sativa.)
Aclaro, para mis lectoras no especializadas (sé que tengo al menos dos, atentas y fieles; bueno, quizá sólo fieles), que el clavel pertenece al género Dianthus, incluido en la familia botánica de las cariofiláceas o Caryophyllaceae. Y estos términos concentran una porción de ambigüedades y confusiones (por lo menos mías) que trataré aquí de aquilatar.
La voz griega καρυόφυλλον /ca-ry-ó-fyl-lon/ parece estar formada por κάρυον "nuez" y φύλλον "hoja". De φύλλον escribí en el artículo ¿Mesófilo o mesofilo? Κάρυον /ká-ry-on/ por su parte significa el fruto del nogal, y también otros frutos secos, o la idea general de "núcleo". Es gracioso que el diminutivo, καρύδιον /ka-rý-di-on/ "nuececita" designe a la avellana, en exacto paralelo con el francés noisette. (Y, por decirlo todo, cerca de Esparta un pueblecito se llamó Καρύαι /ka-rý-ai/ "Nogales", como tantos pueblos que en España se llaman Nocedo, Nocedal, Nogueira...; y de ahí salieron las cariátides, como si dijéramos "nogalesas", del templo de Erecteo...)
No parece haber duda de que el griego καρυόφυλλον (término que aparece en Galeno de Pérgamo, siglo II de la era, pero no quinientos años antes, en Teofrasto, ni tampoco en Dioscórides) designa la especia oriental: bien el clavo de olor, como quiere Chantraine, bien el clavero, la planta que lo produce, oriunda, al parecer, de las Molucas y que ahora llama la botánica Syzygium aromaticum (también se llamó Eugenia caryophyllata, de ahí que un aceite esencial del clavo reciba el nombre de eugenol, como no me dejará mentir mi dentista).
Eso significaría que los europeos conocían ya el clavo en el siglo I de la era, cuando Plinio lo describe así: Est etiamnum in India piperis granis simile quod vocatur caryophyllon, grandius fragiliusque (12 15) "además se encuentra en la India algo parecido a los granos de pimienta, llamado cariofilo, más grueso y más frágil". Se ha puesto en duda que ese caryophyllum (Plinio lo escribe a la griega) sea el clavo de especia; pero ¿con qué argumento? Es como poner en duda que Homero escribiera la Ilíada. (Creo que fue el saleroso Mark Twain quien señalaba que no fue Homero el autor de los poemas épicos griegos, sino otro caballero, contemporáneo suyo, que casualmente se llamaba también Homero.)
La especia que llamamos clavo (con metáfora formal: pues los clavos de olor recuerdan por su forma a los clavos de clavar) ocupó un lugar destacado en la historia de las especias, sangrienta historia que causó más muertes que las guerras de religión (pero en el otro cabo del mundo, y aquí nadie se enteraba). Esos clavos de olor son los capullos de la planta, cortados y desecados antes de abrirse en flor. El más ingenioso de nuestros cordobeses no desdeñó aquí el juego de palabras:
Clavo no, espuela sí del apetito,
que en cuanto conocelle tardó Roma
fue templado Catón, casta Lucrecia.
Es más o menos fácil explicar cómo de καρυόφυλλον salen los términos modernos que designan al clavo, por ejemplo en francés, girofle, o en italiano, garòfano. Más difícil es comprender la relación entre el clavo de especia y el clavel, cuyos nombres algunos idiomas europeos confunden (sobre todo el italiano, donde garòfano designa por igual el clavel, la especia, y el árbol que la produce); algo así sucede con el alemán Nelke, y en español tenemos clavo y clavel, uno diminutivo del otro (del catalán clavell, según Corominas). ¿Es el aroma, de nuevo, lo que asimiló al clavel con los clavos de olor, y explica que se dé a la familia de los claveles el nombre de cariofiláceas, tomado del árbol de la especia (que es una mirtácea, dicho sea de paso)? Esta es otra dificultad que no alcanzo.
Por otra parte, el clavel, el διόσανθος, del que habla Teofrasto, ¿qué especie concreta es? Las tres o cuatro veces que el sabio lésbico lo menciona son tan vagas que apenas discriminan: dice que es ἄνοσμος, o sea inodoro; que se reproduce en semillero; que florece en verano. Amigues concluye que la especie aludida es el Dianthus diffusus Sibth. & Sm. (En su Dioscórides Font Quer dice que los antiguos desconocieron o no trataron del clavel.)
Y una última dificultad, ¿cómo, o quién, sustituyó el griego διόσανθος (o Διὸς ἄνθος) por el término que autorizó Linneo para el clavel, ese extraño Dianthus? ¿Procede de un error de lectura de Lineo, o de otro botánico anterior? ¿O hay que atribuir el término a una corrupción de la tradición manuscrita, y creer que saltó a la botánica desde un manuscrito de Galeno conservado, pongamos, en Salerno, pongamos en el siglo XIV? ¡Ah, el divino placer de especular, sin entender ni jota del asunto!
Por fin (ya llevo con esto un buen rato) se me ocurre mirar en la Flora iberica: ahí culpan a Lineo de sincopar en dianthus la forma griega diósanthos. Por ahí tenía que haber empezado.