Qué agradable es la vuelta anual de las estaciones, el repetirse circular del tiempo. A los tontuelos optimistas, al menos, nos encanta. El olor de las yemas de los chopos en primavera. El chirriar de los vencejos en verano. Tras dimir las aceitunas, llega la poda de los olivos, el prepararlos para la cosecha siguiente. Podar es un trabajo que me gusta mucho, y tengo la vanidad de pensar que no lo cumplo mal. Hay que quitar los vástagos que suben, donde apenas nace fruto (aquí se los llama apropiadamente chupones), y despejar los ramos que caen, donde se acumula la producción de olivas (ramos que llaman aquí bragas, y dejemos para otra ocasión comentar la metáfora). En general, se ha de procurar que el ramaje esté aireado y que las ramillas pequeñas (lo que en mi pueblo toma el nombre de ramulla) reciban una cantidad competente de viento y luz.
Para mi afición a las palabras, la poda tiene también otro encanto. Podar es la continuación castellana del latín putare, y este verbo es un ejemplo más de cómo las palabras más espirituales o abstractas fueron primero términos materiales, y a menudo agrícolas. Llamamos verso a un octosílabo, pero versus fue, antes que nada, el surco que hacían los bueyes yendo y viniendo por la tabla (versus significa "vuelta"). Espíritu o alma no significan en origen más que "aire", "soplo" (en latín spiritus o anima, palabra pariente del griego ἄνεμος "viento"). Son ejemplos corrientes de esas curiosas evoluciones del significado.
De igual modo evolucionó el verbo putare, desde su significado material, "podar", hacia otros más abstractos. Puesto que la poda implica un cálculo, una estimación (qué ramas valen, cuáles no, qué quitar, qué dejar), putare acabó significando "estimar", "considerar", "evaluar". En mi opinión, es evidente que la acción implicaba desde un principio la evaluación del objeto más que el cortar de ramas, por mucho que algunos compuestos, como amputare, señalen más a la tijera. Putare implica sobre todo limpiar, eliminar lo sobrante. Precisamente el romano llamaba putamen a la rama desechada, pero también a la cáscara del huevo, a las mondas de la fruta, etcétera.
Tal como era de esperar, putare, como voz agrícola, evolucionó fonéticamente de manera regular (la U breve da O, la T intervocálica sonoriza en D, todo ello normal en el paso al castellano) y resultó en podar, mientras que en su acepción más abstracta se perdió en el uso general del idioma, y sólo rebrotó en castellano en la forma de latinismos que, como es propio de ellos, conservan la U y la T originales. De estos tenemos un montón: amputar, computar, disputar, imputar, reputar, aparte de diputado, disputa, reputación y una larga lista de voces castellanas que continúan el verbo latino putare pero generalmente en su sentido abstracto de "estimar".
(Dicho sea entre paréntesis, se suele decir que el apelativo familiar Pepe proviene de la abreviatura P.P. que acompañaba al santo José como pater putativus, esto es, "padre supuesto" del divino vástago. Esta extravagante etimología la inventaría algún cura aficionado, de esos que con cuatro años de seminario todo lo sacan del latín, velis nolis. El hipocorístico Pepe lo heredamos del italiano moderno, que llama Peppe o Beppe a los Giuseppe, los José de aquella tierra.)
La poda tiene otra virtud: como no exige demasiado esfuerzo mental, puede uno charlar con el colega (cuando Joaquín está comunicativo, que es casi siempre) o, en caso contrario, dejar vagar la imaginación por los cerros de Úbeda (que también están llenos de olivos). A veces yo me entretengo en imaginar cómo serían esos latinismos si, en vez de perderse en las sombras de la historia, hubieran sido usadas en todo momento (como ocurrió con putare-podar); es un ejercicio que llamo "fonética ficción", y es complicado porque las posibilidades son varias ya que las leyes de evolución, por más que diga la Guardia de Hierro de la Fonética Histórica, están sometidas a muchos caprichos de los hablantes.
Así disputare podría dar algo así como despodar, y amputare resultar en ampodar o en antar, e incluso andar (si la sonorización hubiera sido precoz), en conflicto con el actual resultado de ambulare. Sin embargo, con el verbo computare no hace falta practicar la fonética ficción, porque sí ha dado un vulgarismo en castellano: la palabra contar (computare debió de sincopar la U antes de la sonorización de la T, como lo sugiere el francés compter). Así que en computar y contar tenemos un doblete más, para nuestra colección.
De modo que, mientras voy amputando chupones y aligerando ramulla, me complace pensar que un mismo verbo designa esta vetusta y entretenida tarea de podar, a la vez que la más vanguardista de las actividades humanas, símbolo del rabioso presente: la computación y la vida de las máquinas electrónicas cuyo diodos menudísimos orientan los electrones por los casi invisibles senderos del silicio.