Resumo aquí lo escrito sobre el griego, porque me he extendido insensatamente --y porque me prometí nullus mensis sine pagina. Al fin y al cabo, lo que quería decir era muy breve.
¿De dónde, pues, les venía a los romanos la dificultad de escribir en latín las palabras griegas? O, dicho de otro modo, ¿qué sonidos hay en griego que faltan en latín?
De los consonánticos (a los que me limito por ahora), sobre todo al latín le faltan tres sonidos que sí tenemos en español y que nosotros escribimos con las letras F, J y Z. Son sonidos llamados aspirados o fricativos porque el aire frota, con un ruido semejante al de un neumático pinchado. Son sonidos algo peculiares, pues tienden a ser confusos (en todos los idiomas), y a intercambiarse de modo caprichoso, sobre todo Z y F. (¿A cuántos Felipes no les llaman Celipe? Y los Theodoros, Athanasios, Thoma griegos --pues TH se pronuncia Z, como en el inglés theater-- se convirtieron en Rusia en Fiodor, Afanasi, Foma.)
Esos sonidos jjj..., zzz..., fff..., ¿faltaban, pues, en latín? Veámolos por partes.
El más característico, el sonido jjj, se representa en griego con la letra ji (Χ en mayúscula, χ en minúscula; si a alguien le recuerda la letra equis, motivos hay: es exactamente la misma letra, usada con distinto valor fonético). El latín carece de grafía para ese sonido (precisamente usaba la X para el sonido ks), así que hicieron lo siguiente: como jjj es más o menos una K a la que se le escapa el aire, representaron el sonido de la ji con una C (que en latín, recuérdese, representa siempre /k/) añadiendo el signo de aspiración (o escape de aire, si queréis), esto es, la H: ¿qué cosa más lógica? (Los ingleses hicieron lo mismo para representar el sonido jjj, pero ellos usan KH en vez de CH: así escribieron Khorassan para decir Jorasán.)
CH es, pues, en latín la transcripción de la Χ griega, y en principio tenía como misión ser leída con sonido jjj. Ahora bien, muy pronto se prescindió de la aspiración, y se pronunció sólo la oclusiva, la K (como vemos en machina). En la época clásica, se consideraba amanerada la pronunciación a la griega --lo que implica que no faltaba quien siguiera pronunciando /j/.
La grafía CH, desde su creación para transcribir la Χ griega, ha sido fuente de toda suerte de confusiones. Los propios latinos extendieron ese dígrafo a palabras puramente latinas, que jamás habían tenido H, como pulcher (que no tiene nada de griega): son ortografías abusivas. Como muchas lenguas emplean ese dígrafo para sonidos semejantes al de nuestra che, la confusión no ha hecho más que aumentar y se ha trasladado a las lenguas modernas: en francés, por ejemplo, CH se lee ora /k/ (por ejemplo en chiromance, chloroforme, chor), ora más o menos como en español (por ejemplo en chimère o en chimique).
En cuanto al sonido zzz lo escribían en griego con la zeta (Θ en mayúscula, en minúscula θ; aquí también hay un bonito lío de nombres, en que no voy a entrar, pero explica por qué habitualmente a esta letra, cuyo nombre suena /zeta/, se la llama habitualmente theta, con escritura ajena al castellano).
Para representar el sonido de nuestra zeta (o theta griega, como la llaman) los romanos usaban el mismo truco que con la ji: al fin y al cabo, para pronunciar zzz basta poner la lengua como para una T y dejar que escape el aire: eso se expresó con el dígrafo TH. Y, lo mismo que pasó con CH, rápidamente se omitió la aspiración, ajena a las costumbres latinas, y se pronunció simplemente /t/.
También se ha abusado de la escritura TH. A algún Antonio romano le gustaba pensar que su nombre venía de la palabra griega ἄνθος "flor", y escribía bonitamente a su juicio (y abusivamente al mío) Anthonius. Las confusiones con la escritura TH no son tan graves y generalizadas como las de la CH, pero también las ha habido. Hoy día, por poner un ejemplo, los ingleses escriben author para una palabra auténticamente latina que nunca tuvo H en latín (el étimo es auctor cuyo significado originario es "garante" o "autorizador"); en cambio sí la tiene authenticus (es la voz griega αὐθεντικός).
Por último, el sonido fff lo representa en griego la fi (Φ en mayúscula, φ en minúscula). Ahora bien, ¿acaso no hay letra F en latín? La hay, pero el sonido no era el mismo: la F latina es interdental, mientras que la Φ griega es bilabial (como nuestra P). Eso explica que los romanos inventaran (siguiendo el modelo de las otras aspiradas dichas) el dígrafo PH. También en este caso se tendió a prescindir de la aspiración, pero lo que ocurrió con más frecuencia fue que se pronunció en realidad no una fi griega, sino una efe romana. La prueba está en las muchas ocasiones en que se escribía PH por F, o F por PH: las faltas ortográficas son un buen indicio para ciertos detalles de pronunciación.
Quedan dos sonidos que no existen en latín, y exigieron tomar prestadas dos letras del alfabeto griego: Y y Z: por eso están, y no es casualidad, al final del alfabeto latino. El sonido de la ýpsilon o Υ (justamente llamada y griega) es vocálico y ya hemos hablado de él (corresponde a la U francesa o Ü alemana). En cuanto a la Ζ griega (de donde viene nuestra letra Z y la palabra zeta, de ahí el lío con la theta), sonaba algo así como /ds/. Pero dejemos eso para otro día.
Reflexiones en torno al latín como lengua de la botánica. Rem herbariam non perficiunt nomina, sed observationes, et descriptiones accuratae (Pietro Bubani).
martes, 31 de diciembre de 2019
jueves, 28 de noviembre de 2019
Griego en latín II
Desde el punto de vista de las lenguas clásicas, la expresión "lengua muerta" es absurda. Pocas lenguas hay más vivas que el griego, que colea no sólo en Salónica o en Patrás, sino en todo el mundo a través de los helenismos en el resto de lenguas, muchas no tan vivas.
Es normal que alguien ajeno a la filología ignore cuántas palabras debemos al griego; lo malo es que lo ignoren los profesores. En español solemos reconocer ciertos helenismos de raíz evidente: anécdota, catálogo, democracia, parábola... (las compartimos con otros idiomas; y además, se prestan a lucimiento: "cataclismo viene de cata y clismo"; "metatarso viene de meta y tarso", &c). Pero nuestra lengua tiene muchísimos más que los comenzados por peri- o acabados en -logía. ¿O acaso no son griegas aire, cara, cristal, cuerda, eco, giro, golfo, pasmo, tío, por decir unas pocas voces de lo más corriente?
En cada idioma, las palabras se camuflan fácilmente y enseguida pasan por vernáculas. Por ejemplo, es fácil reconocer el griego en las palabras acabadas en -sis (como análisis, crisis, dosis, énfasis, hipótesis, metamorfosis, prótesis...: la lista completa es demasiado larga), pero incluso éstas, a menudo, se disfrazan de modestos términos patrimoniales: base oculta el griego basis; la "aparición" o fasis la tenemos hecha fase; la frasis (como decían nuestros tatarabuelos en tiempos de Lope) se ha convertido en nuestra frase (aunque la forma original se conserva en antífrasis, perífrasis y demás). A veces las palabras griegas se camuflan tan bien que uno las daría incluso por árabes, como me pasó con almorrana, que la tuve por tal hasta que se me ocurrió buscar su etimología, puro griego: haemorrheuma o "flujo de sangre" (pariente del reuma o "flujo", que nos ha dado por acentuar re-ú-ma, igual que hacen los de la tele con palía y con evacúa).
Ya que los menciono, encuentro en botánica unos cuantos términos en -sis, todos (por lo que sé) derivados de la voz ὄψις /óp-sis/ "apariencia", con la misma raíz que óptica. Así tenemos los géneros Arabidopsis ("aspecto de arábide"), Lycopsis ("aspecto de lobo"), Leucanthemopsis ("con pinta de leucántemo"), Oryzopsis ("parecido al arroz").
Las palabras en -opsis vendrían a ser, pues, más o menos sinónimas (en cuanto al segundo componente) de las terminadas en -eido, -oide u -oideo, todas ellas derivadas (así se suele decir) del griego εἶδος /éi-dos/ "vista" o "apariencia" (con la raíz de nuestro verbo ver y de la voz griega idea o ἰδέα, cuyo significado antes de Platón fue simplemente "aspecto", "apariencia"); así hay en español antropoide, espermatozoide o helicoide, y en botánica Centaurea centauroides (sinónimo, creo, de la C salonitana), Armeria bupleuroides (o A arenaria), Ficaria ranunculoides (o Ranunculus ficaria) y muchos más con igual terminación (thalictroides, blitoides, &c); y con la terminación -oideus he encontrado en femenino Matricaria discoidea, Lobelia thapsoidea, Silene conoidea y unas pocas más; y en neutro el Sempervivum arachnoideum y el Sisarum sisaroideum (y ninguna forma en masculino).
No toda palabra acabada en -sis es griega, claro; hay que sustraer sobre todo los gentilicios formados con el sufijo latino -ensis (-ensis para masculino o femenino, -ense para el género neutro), abundantes en nomenclatura botánica. De una ojeada me parece ver que arvensis gana por amplia mayoría (arvum significa "campo cultivado"); hay también mucho pratensis (pratum "prado") y hortensis (hortum "jardín"); los demás son, bien gentilicios más o menos clásicos (bigerrensis o "de Bigorra", olissiponensis u olyssiponensis u ollissiponensis (que de todas estas formas la encuentro escrita) o "de Lisboa", ruscinonensis o "de Perpiñán"), bien gentilicios obtenidos a partir de toponimia moderna: cazorlensis o "de Cazorla" (castulonensis hubiera quedado más clásico --y se hubiera entendido menos), guarensis o "de Guara", javalambrensis o "de Javalambre".
Es normal que alguien ajeno a la filología ignore cuántas palabras debemos al griego; lo malo es que lo ignoren los profesores. En español solemos reconocer ciertos helenismos de raíz evidente: anécdota, catálogo, democracia, parábola... (las compartimos con otros idiomas; y además, se prestan a lucimiento: "cataclismo viene de cata y clismo"; "metatarso viene de meta y tarso", &c). Pero nuestra lengua tiene muchísimos más que los comenzados por peri- o acabados en -logía. ¿O acaso no son griegas aire, cara, cristal, cuerda, eco, giro, golfo, pasmo, tío, por decir unas pocas voces de lo más corriente?
En cada idioma, las palabras se camuflan fácilmente y enseguida pasan por vernáculas. Por ejemplo, es fácil reconocer el griego en las palabras acabadas en -sis (como análisis, crisis, dosis, énfasis, hipótesis, metamorfosis, prótesis...: la lista completa es demasiado larga), pero incluso éstas, a menudo, se disfrazan de modestos términos patrimoniales: base oculta el griego basis; la "aparición" o fasis la tenemos hecha fase; la frasis (como decían nuestros tatarabuelos en tiempos de Lope) se ha convertido en nuestra frase (aunque la forma original se conserva en antífrasis, perífrasis y demás). A veces las palabras griegas se camuflan tan bien que uno las daría incluso por árabes, como me pasó con almorrana, que la tuve por tal hasta que se me ocurrió buscar su etimología, puro griego: haemorrheuma o "flujo de sangre" (pariente del reuma o "flujo", que nos ha dado por acentuar re-ú-ma, igual que hacen los de la tele con palía y con evacúa).
Ya que los menciono, encuentro en botánica unos cuantos términos en -sis, todos (por lo que sé) derivados de la voz ὄψις /óp-sis/ "apariencia", con la misma raíz que óptica. Así tenemos los géneros Arabidopsis ("aspecto de arábide"), Lycopsis ("aspecto de lobo"), Leucanthemopsis ("con pinta de leucántemo"), Oryzopsis ("parecido al arroz").
Las palabras en -opsis vendrían a ser, pues, más o menos sinónimas (en cuanto al segundo componente) de las terminadas en -eido, -oide u -oideo, todas ellas derivadas (así se suele decir) del griego εἶδος /éi-dos/ "vista" o "apariencia" (con la raíz de nuestro verbo ver y de la voz griega idea o ἰδέα, cuyo significado antes de Platón fue simplemente "aspecto", "apariencia"); así hay en español antropoide, espermatozoide o helicoide, y en botánica Centaurea centauroides (sinónimo, creo, de la C salonitana), Armeria bupleuroides (o A arenaria), Ficaria ranunculoides (o Ranunculus ficaria) y muchos más con igual terminación (thalictroides, blitoides, &c); y con la terminación -oideus he encontrado en femenino Matricaria discoidea, Lobelia thapsoidea, Silene conoidea y unas pocas más; y en neutro el Sempervivum arachnoideum y el Sisarum sisaroideum (y ninguna forma en masculino).
No toda palabra acabada en -sis es griega, claro; hay que sustraer sobre todo los gentilicios formados con el sufijo latino -ensis (-ensis para masculino o femenino, -ense para el género neutro), abundantes en nomenclatura botánica. De una ojeada me parece ver que arvensis gana por amplia mayoría (arvum significa "campo cultivado"); hay también mucho pratensis (pratum "prado") y hortensis (hortum "jardín"); los demás son, bien gentilicios más o menos clásicos (bigerrensis o "de Bigorra", olissiponensis u olyssiponensis u ollissiponensis (que de todas estas formas la encuentro escrita) o "de Lisboa", ruscinonensis o "de Perpiñán"), bien gentilicios obtenidos a partir de toponimia moderna: cazorlensis o "de Cazorla" (castulonensis hubiera quedado más clásico --y se hubiera entendido menos), guarensis o "de Guara", javalambrensis o "de Javalambre".
miércoles, 27 de noviembre de 2019
Griego en latín
A quien esto lea quizá le sorprenda ver tanto griego en estas entradas. ¿No quedamos en que era un blog de latín y botánica? ¿A qué viene tanta letra rara? Esto me recuerda que muchos alumnos llegan al aula con la idea (equivocada) de que el latín proviene del griego. Y puesto que una costumbre añeja me invita a ello, dedico unos ratos a este tema.
También a mí me sorprende cuánto griego hay en la nomenclatura botánica. Yo había comprobado su omnipresencia en la jerga médica, nada raro, ya que la medicina europea continúa la griega y reconoce a Hipócrates y a Galeno (por no hablar de Esculapio) como sus ancestros ilustres (conocidos). De haber sido más avispado, me habría dado cuenta de que con la botánica no podía ser otro el caso, ya que también son griegos nuestros antecedentes (conocidos) en el estudio de las plantas (Aristóteles, Teofrasto, Dioscórides) y, además, la botánica ha sido principalmente asunto de médicos (Lineo, Laguna, Fuchs, por citar algunos a voleo).
No, el latín no viene del griego: la lengua latina no es, digamos, hija de la griega, ni siquiera hermana; son más bien primas, quizá no muy lejanas. Ahora bien, para cuando los romanos entraron en la historia, los griegos llevaban ya varios siglos desarrollando brillantes estudios en muy variados campos (medicina, historia, filosofía) y, claro, también en la botánica. Ante la cultura griega, Roma quedó boquiabierta de admiración; no sólo eso: aún sigue (seguimos) sin cerrar la boca. Me encantaría desarrollar este interesante aspecto (es prodigioso el grado en que nuestras vidas están determinadas por lo que hicieron cadáveres de más de dos mil años), si no nos alejara demasiado de nuestro tema.
Como el griego era el idioma comercial del Mediterráneo, muchas voces entraron así en Roma y se convirtieron allí en palabras de uso corriente. Igual que ahora decimos airbag o aifon, entró en el Lacio, ejemplo típico, la palabra μηχανή /mee-ja-neé/ "máquina" (de ahí vienen nuestra "mecánica", "mecanismo" &c) en la forma dialectal μαχανά /maa-ja-naá/ y fue evolucionando según los hábitos del latín, que tiende (como el castellano) a debilitar la vocal de enmedio de las palabras esdrújulas: así resultó la forma (vulgar) machina que hemos heredado (por vía culta: de otro modo no se explican ni el acento castellano ni la pronunciación de la CH). Igual que la nuestra voz máquina ejemplifica la vía culta latín-castellano, la voz latina machina ejemplifica en cambio la vía vulgar griego-latín: como parte de un léxico instrumental difuso en la lengua del comercio o la tecnología.
Pero es que, además de los vocablos instrumentales, los admirados latinos se lanzaron a incorporar voces griegas a su idioma como señas de distinción y alta cultura, más o menos como hace ahora con el inglés el alegre locutor televisivo que, originario tal vez de la Mancha o de Galicia, por horario dice taimin y por chafar el final dice hacer espóiler. palabras que no ha traído de Albacete o de Pontevedra, sino de un lugar mucho más prestigioso, gobernado por un caballero de elegante cabellera rubia.
El prestigio de la lengua griega explica la abundancia de helenismos en los lenguajes científicos como la filología, la matemática, la física y, claro está, la medicina y la botánica. Entre aquellos, siento debilidad por la palabra nostalgia, proveniente (esto lo saben muchos) de νόστος /nós-tos/ "el regreso (a casa)" y ἄλγος /ál-gos/ "dolor", por lo que originariamente vendría a significar "dolor de (no poder) regresar (a casa)". Ahora bien, lo que no sabe tanta gente (lo he comprobado con más de un helenista) es que es inútil buscar nostalgia en diccionarios de griego clásico: no existe. Porque esa palabra griega no es homérica, ni ateniense, ni siquiera bizantina. La inventó un médico de Basilea en el siglo XVII, que escribió una tesis sobre la morriña, saudade o añoranza que debilitaba a los jóvenes suizos forzados a dejar las montañas alpinas para ganar su vida a sueldo en las planicies europeas; el médico llamaba a eso con su nombre alemán, Heimweh; ahora bien, ¿un nombre alemán para una tesis de medicina? ¡Qué vergüenza! Así que el doctor Hofer publicó en elegante latín, como mandaba la academia, su Dissertatio curioso-medica de nostalgia (Basilea, junio de 1678), nombrando en griego la enfermedad estudiada, si bien se vio obligado a añadir, para hacerse entender, el nombre vernáculo: vulgo Heimwehe oder Heimsehnsucht.
Pues bien, el petimetre de la Subura hacía lo mismo: metía en la conversación toda palabra griega que le cabía. Ahora bien, a la hora de escribir esas palabras hay un problema: al latín le faltan ciertas letras o, por decirlo mejor, al latín le faltan ciertos sonidos del griego. Es lo que ocurre cuando escribes en español palabras inglesas: uno duda si escribir whisky, como los de Loch Lohmond, o güisqui, como recomendaban los académicos de Madrid. Pero a los romanos se les añadía el problema de que usaban distinto alfabeto que los griegos.
También a mí me sorprende cuánto griego hay en la nomenclatura botánica. Yo había comprobado su omnipresencia en la jerga médica, nada raro, ya que la medicina europea continúa la griega y reconoce a Hipócrates y a Galeno (por no hablar de Esculapio) como sus ancestros ilustres (conocidos). De haber sido más avispado, me habría dado cuenta de que con la botánica no podía ser otro el caso, ya que también son griegos nuestros antecedentes (conocidos) en el estudio de las plantas (Aristóteles, Teofrasto, Dioscórides) y, además, la botánica ha sido principalmente asunto de médicos (Lineo, Laguna, Fuchs, por citar algunos a voleo).
No, el latín no viene del griego: la lengua latina no es, digamos, hija de la griega, ni siquiera hermana; son más bien primas, quizá no muy lejanas. Ahora bien, para cuando los romanos entraron en la historia, los griegos llevaban ya varios siglos desarrollando brillantes estudios en muy variados campos (medicina, historia, filosofía) y, claro, también en la botánica. Ante la cultura griega, Roma quedó boquiabierta de admiración; no sólo eso: aún sigue (seguimos) sin cerrar la boca. Me encantaría desarrollar este interesante aspecto (es prodigioso el grado en que nuestras vidas están determinadas por lo que hicieron cadáveres de más de dos mil años), si no nos alejara demasiado de nuestro tema.
Como el griego era el idioma comercial del Mediterráneo, muchas voces entraron así en Roma y se convirtieron allí en palabras de uso corriente. Igual que ahora decimos airbag o aifon, entró en el Lacio, ejemplo típico, la palabra μηχανή /mee-ja-neé/ "máquina" (de ahí vienen nuestra "mecánica", "mecanismo" &c) en la forma dialectal μαχανά /maa-ja-naá/ y fue evolucionando según los hábitos del latín, que tiende (como el castellano) a debilitar la vocal de enmedio de las palabras esdrújulas: así resultó la forma (vulgar) machina que hemos heredado (por vía culta: de otro modo no se explican ni el acento castellano ni la pronunciación de la CH). Igual que la nuestra voz máquina ejemplifica la vía culta latín-castellano, la voz latina machina ejemplifica en cambio la vía vulgar griego-latín: como parte de un léxico instrumental difuso en la lengua del comercio o la tecnología.
Pero es que, además de los vocablos instrumentales, los admirados latinos se lanzaron a incorporar voces griegas a su idioma como señas de distinción y alta cultura, más o menos como hace ahora con el inglés el alegre locutor televisivo que, originario tal vez de la Mancha o de Galicia, por horario dice taimin y por chafar el final dice hacer espóiler. palabras que no ha traído de Albacete o de Pontevedra, sino de un lugar mucho más prestigioso, gobernado por un caballero de elegante cabellera rubia.
El prestigio de la lengua griega explica la abundancia de helenismos en los lenguajes científicos como la filología, la matemática, la física y, claro está, la medicina y la botánica. Entre aquellos, siento debilidad por la palabra nostalgia, proveniente (esto lo saben muchos) de νόστος /nós-tos/ "el regreso (a casa)" y ἄλγος /ál-gos/ "dolor", por lo que originariamente vendría a significar "dolor de (no poder) regresar (a casa)". Ahora bien, lo que no sabe tanta gente (lo he comprobado con más de un helenista) es que es inútil buscar nostalgia en diccionarios de griego clásico: no existe. Porque esa palabra griega no es homérica, ni ateniense, ni siquiera bizantina. La inventó un médico de Basilea en el siglo XVII, que escribió una tesis sobre la morriña, saudade o añoranza que debilitaba a los jóvenes suizos forzados a dejar las montañas alpinas para ganar su vida a sueldo en las planicies europeas; el médico llamaba a eso con su nombre alemán, Heimweh; ahora bien, ¿un nombre alemán para una tesis de medicina? ¡Qué vergüenza! Así que el doctor Hofer publicó en elegante latín, como mandaba la academia, su Dissertatio curioso-medica de nostalgia (Basilea, junio de 1678), nombrando en griego la enfermedad estudiada, si bien se vio obligado a añadir, para hacerse entender, el nombre vernáculo: vulgo Heimwehe oder Heimsehnsucht.
Pues bien, el petimetre de la Subura hacía lo mismo: metía en la conversación toda palabra griega que le cabía. Ahora bien, a la hora de escribir esas palabras hay un problema: al latín le faltan ciertas letras o, por decirlo mejor, al latín le faltan ciertos sonidos del griego. Es lo que ocurre cuando escribes en español palabras inglesas: uno duda si escribir whisky, como los de Loch Lohmond, o güisqui, como recomendaban los académicos de Madrid. Pero a los romanos se les añadía el problema de que usaban distinto alfabeto que los griegos.
jueves, 17 de octubre de 2019
Y frutos IV
Acabo. Y adorno este final con el fruto (o lo que sea) de braquíquito o Brachychiton populnea, arbolillo exótico, llamado también "árbol botella", muy frecuente en las poblaciones del sur y del oeste peninsular, que no conseguía identificar, y lo hizo por mí el amable D., parcialmente responsable de que esto escriba.
Por fuerza, la Arabis stenocarpa tendrá el fruto estrecho o encogido, ya que eso significa στενός /ste-nós/, díganlo si no los que padecen estenosis, que en el milenio pasado eran sobre todo pacientes del corazón (el Dr. Barnard nos familiarizó con las válvulas cardíacas) y ahora, por lo que veo en la red, son más bien los doloridos de ciática y otros pinzamientos.
¿Cómo será el fruto del Trifolium isthmocarpum Brot.? Sólo esto puedo decir: que el griego ἰσθμός /isz-mós/ vale "cuello", "garganta" y también, claro está, "istmo".
Queda un par de epítetos que indican el color. Según uno, el fruto es verde: en la Cambre tataria (la planta de pan tatar), su sinónimo C chlorocarpa indica el color verde, que en griego es χλωρός /jloo-rós/. Este adjetivo no sólo da nombre al mortífero gas cloro, sino también al "verde de las hojas", la "hojiverde" o chlorophylla.
El otro epíteto indica, más que el color, el brillo. "Brillante" se dice en griego λαμπρός /lam-prós/, aunque quizá lo traduciría mejor el término escoscao que tanta gracia nos hacía oír en boca de un pariente de Sadaba (sic). De modo que así, escoscaos o brillantes, deben de ser los frutos del Juncus lamprocarpus y de la Pilosella hypeurya ssp lamprocarpa.
En la Medicago leiocarpa el fruto probablemente aparece "pulido", que es el significado principal de λείος /léi-os/ un adjetivo cuya raíz es la misma que la del latín levis (ojo, /lée-vis/ con E larga; pues hay otro /le-vis/ con E breve que significa "ligero" y da nuestro catalán lleu y nuestro castellano leve).
El adjetivo griego δασύς /da-sýs/ significa "espeso", "piloso" (es voz emparentada con δάσος "espesura", "bosque", que permite llamar dasonomía a la silvicultura); así que imagino que la Vicia dasycarpa tiene espesa pelambre en su fruto.
Encuentro el epíteto lasiocarpa en un abeto canadiense (Abies l), en un bananito decorativo (Musella l), en un chopo chino (Populus l), en un titímalo antillano (Euphorbia l). Tenemos aquí, junto a καρπός, el adjetivo griego λάσιος /lá-si-os/ "denso" "piloso" (significado muy próximo al de δασύς); en Homero alude en particular a la pelambre del pecho varonil, como indicio de hombría (cf. "hombre de pelo en pecho"). Así que hemos de pensar que los frutos del abeto, del bananito, del chopo chino y de la euforbia caribeña son "peludos" o "lanudos".
Por aliviar la pesadez, vamos con una fábula, con el mito de Erictonio. Resulta que la diosa Atenea (la virgen hija de Zeus, guerrera y, como es sabido, protectora de Atenas) visitó en cierta ocasión a su medio hermano Hefesto (el poco agraciado dios del fuego, para más inri cojo, Vulcanus en latín, de donde nuestro volcán), en su calidad de experto fabricante de armas. Pero Hefesto prestó más atención a las torneadas formas de su medio hermana que al pedido laboral, y por toda respuesta se lanzó sobre la muchacha con amoroso jadeo.
¡Buena era Minervita para esas bromas! La diosa virgen (παρθένος en griego: de ahí que su templo se llame Partenón, "Virginón" como si dijéramos o, si preferís, Notre Dame de Atenas) rechazó con eficacia al galán, si bien no pudo impedir que cayera sobre su muslo el líquido seminal del ansioso herrero (campeón y santo patrono, así, de la eiaculatio praecox), con gran asco de la diosa que, disgustada, se limpió rápidamente con un copo de lana que tiró al suelo.
¡Ay, amigas, lo que es la fertilidad divina! Del copo y el suelo nació un chaval, al que Atenea prohijó y llamó, naturalmente, Erictonio. ¿"Naturalmente"?, preguntará usted. Veamos: "lana" se dice en griego ἔριον /é-ri-on/, y la palabra χθών /jzoón/ significa "suelo", "tierra": por eso a los dioses de la tierra se les llama ctónicos y a los nacidos del propio suelo les dicen autóctonos. ¿Qué mejor nombre, pues, para el nacido de la lana y de la tierra, que el de Erictonio? Nombre en verdad alto y significativo, que yo he recomendado más de una vez, con poco éxito. Erictonio, digámoslo de paso, tuvo como nieto a Erecteo (el del Erectión, ya que de templos hemos hablado), aunque los expertos en mitos lo consideran un mero doblete del abuelo.
Lana, por tanto, debe de tener el fruto de la Valerianella eriocarpa, para haber recibido ese bautismo botánico.
jueves, 10 de octubre de 2019
Frutos III
Remato la faena con los nombres específicos derivados de καρπός, que del fruto tratan de describir el tamaño, la forma, el color y demás caracteres. Lo de "fruto" hay que tomarlo, supongo, en sentido lato (véase, si no, Rhizocarpon y demás) porque, por ejemplo, el tapaculos de la foto, que toda la vida hemos considerado fruto del rosal silvestre, resulta que no, señor, que no es un fruto, sino un pseudofruto, que es un cinorrodon, una úrnula, y que los frutos son las núculas del interior. No pienso discutir, porque estoy rodeado de rodólogos terribles, capaces de distinguir docenas de subespecies de escaramujos.
Para el tamaño, καρπός combina muy a menudo con μικρός "pequeño" y μακρός "grande". Qué expresiva la diferencia entre esas dos palabras, micro y macro: sólo cambia una letra, pero éstas son la I (cerrada, chiquitita como quien dice), y la A (abierta, como quien dice grandota): un punto para la teoría del lautsymbolisch o fonosimbolismo.
Así pues, microcarpos o "frutos pequeños" tienen, en femenino, la Adonis microcarpa, la Camelina microcarpa, la Clypeola jonthlaspi ssp microcarpa, la Paeonia officinalis ssp microcarpa, la Scandix australis ssp microcarpa, y la Valerianella microcarpa; en masculino lo encuentro en el Asphodelus microcarpus, y en el Raphanus microcarpus (sinónimo de R raphanistrum).
En cambio, tienen macrocarpos o "frutos grandes", en femenino la Avena macrocarpa y la Cupressus macrocarpa, y en género neutro el Enterolobium macrocarpum y el Thalictrum macrocarpum.
En cuanto a la forma de los frutos, veamos. Si el fruto es puntiagudo bien puede llamarse oxicarpo: ὀξύς /ok-sýs/ significa "puntiagudo", y también "picante" y "ácido" (óxido y oxígeno vienen de ahí). Sólo encuentro, con este epíteto, un fresno: Fraxinus angustifolia ssp oxycarpa; parece que se ha llamado también Fraxinus oxyphylla, luego tendrá también puntiagudas las hojas.
Un fruto con curvatura debe de tener el Rhododendron campylocarpon: καμπύλος /cam-pý-los/ "curvado", deriva de καμπή /cam-peé/ "curva", étimo muy probable de nuestra gamba (animal con una curvatura tan característica que en el milenio pasado, no sé si aún, a cierto arte de tirarse a la piscina tocándose el pie con la mano lo llamabamos "estilo gamba") y voz seguramente emparentada con el céltico *cambos "curvo" que, dicen, da sus ondulaciones a Cambados.
¿Y si el fruto está hinchado? Del verbo griego "hinchar" (οἰδέω /oi-dé-oo/) sale οἴδημα /oí-dee-ma/ "hinchazón", en castellano edema. De igual raíz viene el nombre del héroe trágico Edipo, en griego Οἰδίπους /oi-dí-puus/, literalmente "pie hinchado": pues de niño fue colgado por los pies de una rama. Si quiere conocer la triste historia de Edipo, he encontrado aquí un relato de valor arqueológico. En cuanto al fruto hinchado, supongo que es característico de la Carex oedocarpa.
Otra cárice, la Carex lepidocarpa, ha de tener el fruto escamoso, pues "escama" en griego es λεπίς λεπίδος /le-pis/, genitivo /le-pí-dos/. También tienen escamas las alas de las mariposas, para eso son lepidópteros. Y una crucífera lleva el nombre de Lepidium, que no es otra cosa que λεπίδιον /le-pí-di-on/ "escamita", el diminutivo griego de λεπίς. No sé si será por eso, pero en muchas crucíferas queda, al caer la semilla, una escamita en su lugar.
Acabemos con las cárices. La Carex liparocarpos, por último, dudo si tendrá un fruto grasiento, o bien hermosote, brillante, admirable. Pues el sentido primitivo de λιπαρός /li-pa-rós/ es "grasiento", pero esta acepción, peyorativa en nuestra época de obesos, es muy positiva entre los héroes homéricos: λιπαρά son las armas, recién limpias y engrasadas; λιπαρά los cabellos y cuerpos al salir del baño ungidos de perfume; λιπαρά los fuertes pechos, e incluso los ojos de ardiente mirada. Dejo esta observación a quien conozca la Carex liparocarpos (no es mi caso) y que ella o él decida.
Siguiendo con la forma de los frutos, éstos serán anchos (o planos) en Caucalis platycarpos y Fucus platycarpus (que es otra alga), ya que ahí está el griego πλατύς /pla-týs/ "ancho" (o "plano"), el adjetivo que aplasta la nariz de los platirrinos y el pico de los azulones.
Por su parte, esférico será el fruto en el Juncus sphaerocarpus y en la Retama sphaerocarpa: los griegos llamaban σφαῖρα /sfái-raa/ a la pelota, y los matemáticos convirtieron la pelota en un concepto geométrico, sphaera en latín. (Ya que hablamos de frutos, lo mismo hicieron con la piña del pino, κῶνος /kóo-nos/ en griego, conus en latín.)
En fin, hay un Rumex acetosella ssp angiocarpus, cuyo fruto ha de tener forma de vaso, en griego ἀγγεῖον /an-géi-on/ (G siempre suave). De esa palabra viene también angiospermo (nombre del vegetal cuya semilla se alberga en carpelos y frutos) y, paradójicamente, también esporangio (pues σπορά es prácticamente sinónimo de σπέρμα, voces ambas de la raíz de σπείρω "sembrar").
Frutos II
Entro ahora a la faena de capa con los nombres genéricos derivados de καρπός. Sólo me ocuparé, salvo error, de algunas plantas "superiores", "vasculares", traqueófitos o Tracheophyta para los más finos. No tengo anotadas más que un par de algas y el Rhizocarpon, ese liquen llamado "fruto-raíz".
Adenocarpus es un género de fabácea cuyo A hispanicus es el cambroño. Tengo esperanza de que corresponda a la foto de arriba, porque yo la he dado por cambroño legítimo, quizá como Alonso Quijano dio su artefacto por finísima celada de encaje. En Adenocarpus tenemos ἀδήν /a-deén/ "glándula": significaría, pues, de "fruto glanduloso". Glándulas en la foto no faltan.
Artocarpus altilis es el célebre árbol del pan que el capitán Bligh trató de llevarse de Polinesia en la Bounty, y ya sabemos cómo acabó. En griego ἄρτος /ár-tos/ designa precisamente al pan, y en particular al buen pan de trigo. El adjetivo altilis, por su parte (áltilis, esdrújulo, como agilis, facilis y habilis), significa "nutritivo" y deriva del verbo alo "alimentar"; puesto que altus es el participio de ese verbo (significa a la vez "alimentado" y "alto"), podrá pensarse que ya los romanos conocían la relación entre la dieta y la estatura; pero nótese que en latín clásico (contra lo que sugieren erróneamente tantos manuales escolares) un hombre alto no es altus sino longus.
El Artocarpus pertenece a la familia Artocarpaceae. Veo que también hay unas Podocarpaceae (supongo que derivarán de πούς /puús/ "pie", genitivo ποδός /po-dós/); al parecer son unas coníferas australianas. ¿Tendrán pies sus frutos? ¿O tendrán un pie de largo?
El Carpobrotus (literalmente "fruto comestible") lo vimos hace poco. Vayamos, pues, con el Condylocarpus apulus Hoffm (Tordylium apulum L), cuyo específico lo declara de la Apulia (o Puglia, región del sur de Italia), mientras que el genérico deriva de κόνδυλος /kón-dy-los/, palabra de origen obscuro que designa el bulto de una articulación, sobre todo el codo o los artejos de la mano (en medicina al "codo de tenista" lo llaman, creo, condilitis o epicondilitis). Así que me inclino a pensar que alguna articulación o codo tiene el fruto de esa yerba.
El fruto del Gymnocarpium (que es un helecho) debería, por el nombre, estar en pelotas, que es como se ponían los antiguos para hacer gimnasia (γυμνός /gym-nós/ --la G siempre suave-- quiere decir "desnudo"; en cambio las Gymnospermae tienen en pelotas la semilla o σπέρμα).
Aunque es una gesneriácea tropical, quiero mencionar el Streptocarpus, porque στρεπτός /strep-tós/ "girado", "torneado", "tejido" es adjetivo verbal del importante στρέφω /stré-foo/ "girar", "volver" (cf estrofa, estróbilo y muchas otras). Στρεπτός en biología toma a menudo una concreta acepción: "en cadena" (τὰ στρεπτά designa cierto collar de anillos): de ahí los estreptococos o "cocos en cadena" (a diferencia de los estafilococos o "cocos en racimo"). En Streptocarpus, sin embargo, está con el mismo valor que en estróbilo y significa "fruto helicoidal".
Trachycarpus fortunei parece ser una de las palmeras más solicitadas en jardinería. El fruto debe de ser áspero, rugoso, pues eso quiere decir el adjetivo τραχύς τραχεῖα τραχύ: recito las formas masculina, femenina y neutra (como hacemos en la escuela) porque la forma femenina se aplicó a la τραχεῖα ἀρτηρία o "vaso rugoso", que simplificado en τραχεῖα da en latín trachea o trachia, y en castellano tráquea. El latín botánico tomó esa voz, trachea, para designar los vasos vegetales; entre ellos están las traqueidas (con el sufijo -eido "con aspecto de") características de las plantas vasculares o Tracheophyta que arriba citábamos.
Por cierto que tráquea es una de esas esdrújulas sin justificación: también los médicos cuecen habas. Puesto que en latín trachea y trachia tienen la E y la I largas (como corresponde al diptongo griego εῖ), sobre esas vocales ha de caer el acento en latín, y por ende en castellano la tráquea debería llamarse más bien traquea: la acentuación francesa (trachée) es más etimológica. Digresión inútil, dirás; sí, lo reconozco; pero ¿qué sería de mí sin digresiones inútiles?
lunes, 7 de octubre de 2019
Frutos
Me pide el amigo D. información sobre términos como lasiocarpa o dasycarpa, así que dedico unos ratos al griego καρπός /kar-pós/ "fruto", palabra de la misma raíz indoeuropea que el verbo latino cárpere (cuyo imperativo da el carpe diem "cosecha tu día" de Horacio) y el nombre alemán del otoño (Herbst: el tiempo de los frutos).
Καρπός es voz muy productiva en botánica, al contrario de la equivalente latina (fructus) que se limita a proveer fruto, fructificación, infructescencia y pocos derivados más (lo que, como ya vimos, ocurría con radix frente a ῥίζα; y adviértase, de paso, que fruticosus o suffruticosus nada tienen que ver con fructus "fruto", sino con frutex "arbusto": son voces de origen distinto). En cambio καρπός es fecundo incluso en biología en general: carpófago es el bicho que come frutos, y toda una rama de botánica es la carpología o "ciencia del fruto".
De καρπός tenemos en latín botánico carpellum, con una curiosidad: es diminutivo latino de una palabra griega. Como castellum de castrum "baluarte", cribellum de cribrum "zaranda", o labellum de labrum "labio", carpellum es diminutivo... de καρπός, y aunque signifique "carpelo", literalmente vale "frutillo". Tengo aquí registrado el adjetivo bicarpelar, que supongo alude a dos carpelos; busco en la red los hipotéticos tricarpelar, tetracarpelar, pentacarpelar..., y encuentro hasta decacarpelar ("de diez carpelos") pero el ocho falta, parece (octocarpelar).
Quizá convenga advertir, antes de pasar adelante, que no contienen καρπός, que yo sepa, palabras como carpatica (que vendrá de los montes Cárpatos), o carpetanus (de nuestros montes de Toledo), ni el carpe o, en latín, carpinus: estas voces, como el nombre del legendario Bernardo del Carpio, provienen, dice alguno, de una raíz prerromana que significaría "piedra". (¡Qué socorridos son los prerromanos!)
A καρπός se añade toda suerte de componentes, por ejemplo el frecuentísimo adjetivo πολύς /po-lýs/ "mucho": πολύκαρπος /po-lý-kar-pos/ es palabra ya homérica, de la Odisea, con el significado esperable: "de mucho fruto", "fructuoso", "fructífero". En botánica encuento una Medicago polycarpa y un Scleranthus polycarpus (acento en -cár-). También hallo en los altares un san Policarpo, distinto, sin duda, de san Fructuoso, por más que el nombre de ambos santos varones signifique lo mismo.
No menos frecuente, el adjetivo μόνος /mó-nos/ "único" da la voz monocarpo, que se define como el fruto surgido de una sola hoja carpelar; sin embargo, el adjetivo monocárpico, además de referirse al monocarpo, designa también (desde De Candolle, según Font Quer) a las plantas que mueren después de su primera y única fructificación; yo he oído llamar monocárpica a la Saxifraga longifolia.
Los frutos pegaditos entre sí son sincárpicos, los separados apocárpicos. La diferencia estriba en esos dos prefijos antónimos, sin- y apo-, que tanto interesa conocer a quien maneje léxico científico. La preposición griega σύν /sýn/ (recuerdo que la Υ griega se debe pronunciar como la U francesa) indica en general "unión", "compañía", como su sinónima latina cum (por eso sim-patía y com-pasión son etimológicamente idénticas). En cambio, la preposición ἀπό /a-pó/ y su correspondiente en latín ab (o sus variantes a, abs) indican lo contrario: "separación", "alejamiento" (de ahí que el apogeo sea el punto de máxima lejanía de la tierra, y que esté ausente el que está lejos: ab-sentem en latín).
El fruto puede madurar al aire (griego ἀήρ /a-eér/), en cuyo caso es aerocarpo y tenemos aerocarpia, de donde el adjetivo aerocárpico; o bien en tierra (γῆ /gée/), de donde geocarpia y geocárpico; o bien de ambos modos (la preposición o adverbio ἀμφί /am-fí/, prima hermana del latín ambo, significa "por uno y otro lado"), en cuyo caso decretaremos anficarpia, y anficárpico. Con este último adjetivo hay un Lathyrus amphicarpus y una Vicia amphicarpa (a la que Font Quer pone como ejemplo de anficarpia).
¿Frutos iguales? Homocarpos. Me acabo de inventar esta palabra, pues yo tengo anotada heterocarpia (y heterocárpico); pero si hay ἕτερος /hé-te-ros/ "diferente", ¿por qué no va a haber ὁμός /ho-mós/ "igual"? El diccionario me da la razón: gracias, muy amable. (De ὁμός viene en latín el prefijo homo-; la variante homoeo- /ho-móe-o-/ se debe a que ὁμός tiene un sinónimo ὁμοῖος /ho-mói-os/; de ahí la homeotermia y demás.)
Opecarpo se llama el fruto capsular que abre por un agujerito: ὀπή /o-peé/ "agujero" es palabra pariente de oculus "ojo" (que dice lo mismo en castellano, véase "el ojo de la aguja"). En cuanto al fruto tardío, se lo llama opsicarpo. Yo hubiera metido la pata y pensado en ὄψις /óp-sis/ "apariencia" (de la misma raíz que ὀπή y oculus); pero gracias al diccionario de Font Quer veo que viene del adverbio ὀψέ /op-sé/ "tarde", que en botánica, por lo visto, se usa como prefijo. Así que si un término empieza por opsi- será tardío (sinónimo de serotinus), pero si acaba por -opsis tenemos "con apariencia de".
Las partes del fruto se bautizan a partir de καρπός: el exterior o pericarpo (περί /pe-rí/ "alrededor"), el interior o endocarpo (ἔνδον /én-don/ "dentro"), y en medio el mesocarpo (μέσος /mé-sos/ "medio"). Veo que la lista se hace interminable, con términos como epicarpo, esquizocarpo, mericarpo, etcétera. De momento aquí me detengo, y dejo los binomios con carpo para otro rato. Pongo ahí arriba unas naranjicas, sólo por gusto. ¡Son de Sevilla!
sábado, 28 de septiembre de 2019
De raíces y estirpes
Es curioso que radix /rá-dix/ (la palabra latina para "raíz") tenga tan poca presencia en la nomenclatura botánica; al menos yo encuentro muy pocas formas derivadas, y aunque fueran el doble aún serían escasas en comparación con las que vienen de la correspondiente voz griega, que luego expondré. Da la impresión de que radix haya agotado su virtud en palabras de significado figurado, pues ha producido muchos términos del lenguaje filosófico, político, matemático, etc.: erradicar, radical, radicación y demás.
Es fácil buscar en el diccionario las palabras que entran por radic-: vemos ahí que radical tiene en botánica exactamente el significado material ("de la raíz") del latín radicalis; que radicación no es aquí una operación aritmética sino "la disposición de las raíces"; radicar no es tener sede o domicilio, sino mero sinónimo de "arraigar"... Aparte de esa docena de palabras, pocas más hallo entre los binomios lineanos: hay un Papaver radicatum (una amapola norteña, al parecer), y una Hypochoeris radicata de la que, creo, me ocupé hace días. ¿Qué sentido tiene ahí el adjetivo radicatus, que significa, que yo sepa, "arraigado"? ¿Acaso carecen de raíz las otras amapolas? ¿O las tienen más flojas?
La otra voz latina para "raíz", stirps (que da en castellano, por vía culta, "estirpe"; exstirpare es el equivalente exacto de erradicare "arrancar de raíz"), es aún menos productiva que radix: no encuentro ningún binomio derivado de stirps, si bien el latín botánico ha tendido a usar esta voz como sinónimo de "planta" o, quizá más exactamente, "especie botánica", y en esta acepción abunda en los títulos de los ensayos florísticos. Mencionaré por ejemplo, ya que estamos en Aragón, la Synopsis stirpium indigenarum Aragoniae o "Panorama de las plantas autóctonas de Aragón" que Ignacio de Asso publicó en Marsella en 1779.
Cosa distinta sucede con el griego ῥίζα /rí-dsa/, que produce una buena porción de palabras en biología, entre ellas, por ejemplo, rhizophagus (ἔφαγον "yo comí"): rizófago es el animal en cuyo menú predominan o son exclusivas las raíces. Búsquese en el diccionario por rizo- y se encontrarán. En botánica toda una familia recibe el nombre de Rhizophoraceae o rizoforáceas: son los mangles o paletuvios, debido, supongo, a que estos arbustos se sostienen (φορέω "llevar") sobre las raíces como los sampedranos sobre los zancos.
En cuanto a nombres genéricos, también hay varios derivados de ῥίζα. Empiezo por la Aetheorhiza bulbosa, la que más me inquieta, pues no he encontrado por ningún lado explicación del primer componente. Se trata de una compuesta en cuyo sistema radical aparecen unas patatillas que explican su nombre común de "castañuela" o "avellana de tierra". Teofrasto la llama περδίκιον, "perdicilla".
En mi indocta opinión, y puesto que AE latina presupone el diptongo ΑΙ griego, y TH la Θ, el elemento aetheo- no puede provenir más que del griego αἶθος /ái-zos/, genitivo αἴθους o αἴθεος, que significa "ardor", "fuego", "llama" y es pariente de αἰθήρ /ai-theér/ "éter", que en origen designó a esa sustancia hipotética, más caliente y ligera que el aire, próxima, si no idéntica, al fuego, que constituía la última esfera del universo tolemaico y cuyos grumos eran las estrellas. (Ese quinto elemento ha traído de cabeza a la Física, hasta que no hace mucho, a fines del XIX, si no me equivoco, se demostró con finos experimentos su inexistencia.)
He visto en la red varias fotos de la Aetheorhiza, y en la mayoría presentan, tanto las raíces como los "bulbos", una coloración tostada o rojiza que podría justificar el nombre alusivo al fuego. Hubiera sido más lógico, pienso yo, aethio- en vez de aetheo- (como en la voz αἰθίοψ /ai-zí-ops/ "etíope": los griegos llamaban a los etíopes literalmente "caras tostadas", de ὄψ "rostro"); o bien aetho- (de αἰθός /ai-zós/ adjetivo que justamente quiere decir "tostado"); pero allá van leyes do quieren reyes.
Género bien conocido es Glycyrrhiza /gly-ky-rrí-dsa/ que significa "raíz dulce" (de γλυκύς /gly-kýs/ "dulce"): de glycyrrhiza provienen el latín tardío liquiritia y los romances regaliz, francés réglisse, italiano liquoriza &c. En español los palos que tanto nos gustaba roer de niños se han llamado también paloduz, evidentemente de "palo dulce" que casi es calco de glycyrrhiza (como el alemán Süssholz). Advierto que en este y en géneros semejantes se pone a veces RR doble, a veces R simple, incluso (por descuido, diría yo) ambas grafías en el mismo texto: es difícil hacerse idea de qué es lo correcto en botánica. Desde la filología, creo más ortodoxa la R simple (como en Aetheorhiza) pero en algún caso la RR viene ya del griego. Alá provea.
Otros géneros con ῥίζα son Corallorhiza (la C trifida /trí-fi-da/ es una orquidácea cuyas raíces ostentan la figura arborescente del coral, corallum o corallium en latín, en griego κοράλλον o κωράλλιον); y otra orquidácea, la Dactylorhiza, a la que supongo raíces como dedos (δάκτυλος /dác-ty-los/ "dedo"). En todos estos géneros el acento va en la I de -rhiza debido al carácter doble de la letra Ζ.
En los nombres específicos encuentro el Caladium glycyrrhizum, un sinónimo de la Colocasia esculenta (que ha de tener raíz dulce, claro está), la Carex polyrrhiza (sinónimo de C umbrosa Host), que supongo tendrá muchas raíces (πολύς /po-lýs/ "mucho"); la Drosera erythrorrhiza /dró-se-ra e-ry-tro-rí-dsa/, a la que hay que suponer una raíz roja como el pecho del petirrojo (ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo"). Hay también un Lathyrus macrorrhizus o "de gran raíz" (μακρός "grande"), sinónimo de L linifolius, y, en el extremo opuesto, la planta sin raíz, la Wolffia arrhiza (otras veces leo Wolfia) o lenteja de agua: aquí está el prefijo negativo ἀ-, equivalente al latino in-, de modo que arrhiza (léase /a-rrí-dsa/) significa "sin raíz", como atheus "sin dios" o alalos "sin habla".
Dejo para el final el Galium cometerhizon: la primera vez que oí este nombre (fue no hace mucho, en una excursión a Urdiceto) yo pensé, viéndolo vegetar en esas áridas alturas, en "come-terrizo", como las opiladas del siglo de oro; pero por escrito ya se ve que el nombre específico habla de "raíz melenuda" (de κομήτης /co-meé-tees/ "melenudo", palabra que deriva de κόμη "cabellera" y da en español cometa --astro dotado, como es sabido, de cabellera). De la palabra cometerhizon he encontrado las variantes cometerhizum (lo que no es grave, pues los neutros griegos en -on corresponden a los latinos en -um) y cometorhizon, con O, que me parece forma menos defendible.
Concluyo. ¿Cómo se dice "herborista" o, si queréis, "botánico" en griego? Se dice ῥιζοτόμος /ri-dso-tó-mos/ que literalmente (de τέμνω "cortar") significa "cortarraíces". Rizótomo, si lo castellanizamos.
Es fácil buscar en el diccionario las palabras que entran por radic-: vemos ahí que radical tiene en botánica exactamente el significado material ("de la raíz") del latín radicalis; que radicación no es aquí una operación aritmética sino "la disposición de las raíces"; radicar no es tener sede o domicilio, sino mero sinónimo de "arraigar"... Aparte de esa docena de palabras, pocas más hallo entre los binomios lineanos: hay un Papaver radicatum (una amapola norteña, al parecer), y una Hypochoeris radicata de la que, creo, me ocupé hace días. ¿Qué sentido tiene ahí el adjetivo radicatus, que significa, que yo sepa, "arraigado"? ¿Acaso carecen de raíz las otras amapolas? ¿O las tienen más flojas?
La otra voz latina para "raíz", stirps (que da en castellano, por vía culta, "estirpe"; exstirpare es el equivalente exacto de erradicare "arrancar de raíz"), es aún menos productiva que radix: no encuentro ningún binomio derivado de stirps, si bien el latín botánico ha tendido a usar esta voz como sinónimo de "planta" o, quizá más exactamente, "especie botánica", y en esta acepción abunda en los títulos de los ensayos florísticos. Mencionaré por ejemplo, ya que estamos en Aragón, la Synopsis stirpium indigenarum Aragoniae o "Panorama de las plantas autóctonas de Aragón" que Ignacio de Asso publicó en Marsella en 1779.
Cosa distinta sucede con el griego ῥίζα /rí-dsa/, que produce una buena porción de palabras en biología, entre ellas, por ejemplo, rhizophagus (ἔφαγον "yo comí"): rizófago es el animal en cuyo menú predominan o son exclusivas las raíces. Búsquese en el diccionario por rizo- y se encontrarán. En botánica toda una familia recibe el nombre de Rhizophoraceae o rizoforáceas: son los mangles o paletuvios, debido, supongo, a que estos arbustos se sostienen (φορέω "llevar") sobre las raíces como los sampedranos sobre los zancos.
En cuanto a nombres genéricos, también hay varios derivados de ῥίζα. Empiezo por la Aetheorhiza bulbosa, la que más me inquieta, pues no he encontrado por ningún lado explicación del primer componente. Se trata de una compuesta en cuyo sistema radical aparecen unas patatillas que explican su nombre común de "castañuela" o "avellana de tierra". Teofrasto la llama περδίκιον, "perdicilla".
En mi indocta opinión, y puesto que AE latina presupone el diptongo ΑΙ griego, y TH la Θ, el elemento aetheo- no puede provenir más que del griego αἶθος /ái-zos/, genitivo αἴθους o αἴθεος, que significa "ardor", "fuego", "llama" y es pariente de αἰθήρ /ai-theér/ "éter", que en origen designó a esa sustancia hipotética, más caliente y ligera que el aire, próxima, si no idéntica, al fuego, que constituía la última esfera del universo tolemaico y cuyos grumos eran las estrellas. (Ese quinto elemento ha traído de cabeza a la Física, hasta que no hace mucho, a fines del XIX, si no me equivoco, se demostró con finos experimentos su inexistencia.)
He visto en la red varias fotos de la Aetheorhiza, y en la mayoría presentan, tanto las raíces como los "bulbos", una coloración tostada o rojiza que podría justificar el nombre alusivo al fuego. Hubiera sido más lógico, pienso yo, aethio- en vez de aetheo- (como en la voz αἰθίοψ /ai-zí-ops/ "etíope": los griegos llamaban a los etíopes literalmente "caras tostadas", de ὄψ "rostro"); o bien aetho- (de αἰθός /ai-zós/ adjetivo que justamente quiere decir "tostado"); pero allá van leyes do quieren reyes.
Género bien conocido es Glycyrrhiza /gly-ky-rrí-dsa/ que significa "raíz dulce" (de γλυκύς /gly-kýs/ "dulce"): de glycyrrhiza provienen el latín tardío liquiritia y los romances regaliz, francés réglisse, italiano liquoriza &c. En español los palos que tanto nos gustaba roer de niños se han llamado también paloduz, evidentemente de "palo dulce" que casi es calco de glycyrrhiza (como el alemán Süssholz). Advierto que en este y en géneros semejantes se pone a veces RR doble, a veces R simple, incluso (por descuido, diría yo) ambas grafías en el mismo texto: es difícil hacerse idea de qué es lo correcto en botánica. Desde la filología, creo más ortodoxa la R simple (como en Aetheorhiza) pero en algún caso la RR viene ya del griego. Alá provea.
Otros géneros con ῥίζα son Corallorhiza (la C trifida /trí-fi-da/ es una orquidácea cuyas raíces ostentan la figura arborescente del coral, corallum o corallium en latín, en griego κοράλλον o κωράλλιον); y otra orquidácea, la Dactylorhiza, a la que supongo raíces como dedos (δάκτυλος /dác-ty-los/ "dedo"). En todos estos géneros el acento va en la I de -rhiza debido al carácter doble de la letra Ζ.
En los nombres específicos encuentro el Caladium glycyrrhizum, un sinónimo de la Colocasia esculenta (que ha de tener raíz dulce, claro está), la Carex polyrrhiza (sinónimo de C umbrosa Host), que supongo tendrá muchas raíces (πολύς /po-lýs/ "mucho"); la Drosera erythrorrhiza /dró-se-ra e-ry-tro-rí-dsa/, a la que hay que suponer una raíz roja como el pecho del petirrojo (ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo"). Hay también un Lathyrus macrorrhizus o "de gran raíz" (μακρός "grande"), sinónimo de L linifolius, y, en el extremo opuesto, la planta sin raíz, la Wolffia arrhiza (otras veces leo Wolfia) o lenteja de agua: aquí está el prefijo negativo ἀ-, equivalente al latino in-, de modo que arrhiza (léase /a-rrí-dsa/) significa "sin raíz", como atheus "sin dios" o alalos "sin habla".
Dejo para el final el Galium cometerhizon: la primera vez que oí este nombre (fue no hace mucho, en una excursión a Urdiceto) yo pensé, viéndolo vegetar en esas áridas alturas, en "come-terrizo", como las opiladas del siglo de oro; pero por escrito ya se ve que el nombre específico habla de "raíz melenuda" (de κομήτης /co-meé-tees/ "melenudo", palabra que deriva de κόμη "cabellera" y da en español cometa --astro dotado, como es sabido, de cabellera). De la palabra cometerhizon he encontrado las variantes cometerhizum (lo que no es grave, pues los neutros griegos en -on corresponden a los latinos en -um) y cometorhizon, con O, que me parece forma menos defendible.
Concluyo. ¿Cómo se dice "herborista" o, si queréis, "botánico" en griego? Se dice ῥιζοτόμος /ri-dso-tó-mos/ que literalmente (de τέμνω "cortar") significa "cortarraíces". Rizótomo, si lo castellanizamos.
lunes, 16 de septiembre de 2019
De Teucro y otras yerbas
El mito griego registra la existencia de dos Teucros, ambos del ciclo troyano, uno el ancestro, el otro el vástago lejano. Como ocurre con tantos héroes homéricos, el nombre Τεῦκρος tiene poco aspecto griego.
El Teucro más antiguo era hijo del río Escamandro (el río de Troya) y una ninfa del monte Ida (el monte de la Tróade); aunque otras tradiciones lo dan por inmigrante de Creta, y no faltan atenienses que lo reputan hijo de Atenas. Si vino de Creta con su padre Escamandro, el motivo fue un oráculo que les ordenó establecerse allí donde fueran atacados por los "hijos del suelo". Y hete aquí que, vivaqueando en lo que luego sería Ilión, amanecieron los cueros de sus armas roídos todos de ratones. Comprendiendo que el oráculo se había cumplido, erigieron un templo a Apolo Esminteo o Apolo Ratonil (de σμίνθος "ratón" o, más bien, "rata": a este Apolo invoca el padre de Criseida en el primer canto de la Ilíada: Σμινθεῦ).
Este primer Teucro es el progenitor de la familia real troyana. Virgilio, para referirse a Troya y a los troyanos, siente preferencia por las voces Teucria y Teucri.
El otro Teucro era sobrino de Príamo (el rey de Troya cuando ésta fue destruida por los Atridas), como hijo de su hermana Hesíone, unida al rey de Salamina, Telamón: así que Teucro es también hermano del gran Áyax o Ayante Telamonio (el remoto antecedente de don Quijote, pues perdió la chaveta y se puso a alancear ovejas: la vergüenza por su mísera hazaña hizo que se suicidara al recuperar la lucidez).
Aunque Teucro era sobrino del rey troyano, participa con su hermano Ayante del ejército griego, el sitiador. Teucro era un muchacho valiente y envió a los infiernos, en buena lid, a un buen fajo de troyanos. Cuando lo del caballo de Troya, fue uno de los elegidos para ocupar sus entrañas. Sin embargo, tuvo mala suerte: de regreso a casa, su padre Telamón lo repudió por no haber ayudado más al primogénito. Teucro, desterrado, va a Chipre y allí funda la Salamina chipriota.
¿A cuál de los dos Teucros homenajea la hierba llamada τεύκριον /téu-cri-on/? Sin duda al segundo: la mayoría de nombres botánicos parecen referirse a esa generación broncínea: Heracleum (heracleon), Achillea, Centaurea.
Escribe Plinio (Naturalis historia 25 45): Invenit et Teucer eadem aetate teucrion, quam quidem hemionion vocant, spargentem iuncos tenues, folia parva, asperis locis, austero sapore; numquam florem neque semen gignunt "Por la misma época [Plinio acaba de aludir a Aquiles y la aquilea] también Teucro descubrió el teucrio, al que llaman hemionio, que esparce unos juncos delgados, hojas pequeñas, en lugares escarpados, de sabor acre. No produce flor ni simiente".
Hemionium deriva del griego ἡμίονος /he-mí-o-nos/ "mula" (un compuesto de ἡμί-, el equivalente del latín semi-, y ὄνος "burro": "mula" se dice en griego "semiburro"). Parece ser que el nombre le viene de las propiedades de la hierba para provocar esterilidad en la mujer. En efecto, del ἡμίονος habla Teofrasto (9 18 7) en estos términos: "La hoja del hemíono es para las mujeres una manera de no concebir; se mezcla, dicen, con un poco de pezuña de mula y de su piel".
Ahora bien, ¿qué vegetal es el hemíono o hemionio o el teucrio de Plinio? No hay unanimidad entre los autores, antiguos o modernos. En Dioscórides el hemíono parece ser un helecho, según Bailly; la editora de Teofrasto dice que es el Ceterach officinarum. El τεύκριον de Dioscórides es, según los diccionarios, el Teucrium lucidum; Font Quer afirma que es el Teucrium flavum.
"El teucrio cura el bazo", continúa informando Plinio: "y consta que su hallazgo fue así: habiendo tirado encima las vísceras de un sacrificio, el teucrio se adhirió al bazo y lo vació. Por eso algunos lo llaman splenion". En griego "bazo" se dice σπλήν, de donde el spleen inglés, que designa la que nosotros llamamos también pajarilla y melsa. Siempre ha tenido este órgano relación con el humor: a Baudelaire se lo ofuscaba; y nuestro dicho "alegrársele a uno las pajarillas" es, dicen, una alusión directa al bazo.
"Cuentan que los cerdos que comen la raíz del teucrio aparecen luego sin bazo". Este Plinio... Ahora que lo pienso, le pasa lo que a mí: le cuesta no soltar todas las notas que ha tomado.
El Teucro más antiguo era hijo del río Escamandro (el río de Troya) y una ninfa del monte Ida (el monte de la Tróade); aunque otras tradiciones lo dan por inmigrante de Creta, y no faltan atenienses que lo reputan hijo de Atenas. Si vino de Creta con su padre Escamandro, el motivo fue un oráculo que les ordenó establecerse allí donde fueran atacados por los "hijos del suelo". Y hete aquí que, vivaqueando en lo que luego sería Ilión, amanecieron los cueros de sus armas roídos todos de ratones. Comprendiendo que el oráculo se había cumplido, erigieron un templo a Apolo Esminteo o Apolo Ratonil (de σμίνθος "ratón" o, más bien, "rata": a este Apolo invoca el padre de Criseida en el primer canto de la Ilíada: Σμινθεῦ).
Este primer Teucro es el progenitor de la familia real troyana. Virgilio, para referirse a Troya y a los troyanos, siente preferencia por las voces Teucria y Teucri.
El otro Teucro era sobrino de Príamo (el rey de Troya cuando ésta fue destruida por los Atridas), como hijo de su hermana Hesíone, unida al rey de Salamina, Telamón: así que Teucro es también hermano del gran Áyax o Ayante Telamonio (el remoto antecedente de don Quijote, pues perdió la chaveta y se puso a alancear ovejas: la vergüenza por su mísera hazaña hizo que se suicidara al recuperar la lucidez).
Aunque Teucro era sobrino del rey troyano, participa con su hermano Ayante del ejército griego, el sitiador. Teucro era un muchacho valiente y envió a los infiernos, en buena lid, a un buen fajo de troyanos. Cuando lo del caballo de Troya, fue uno de los elegidos para ocupar sus entrañas. Sin embargo, tuvo mala suerte: de regreso a casa, su padre Telamón lo repudió por no haber ayudado más al primogénito. Teucro, desterrado, va a Chipre y allí funda la Salamina chipriota.
¿A cuál de los dos Teucros homenajea la hierba llamada τεύκριον /téu-cri-on/? Sin duda al segundo: la mayoría de nombres botánicos parecen referirse a esa generación broncínea: Heracleum (heracleon), Achillea, Centaurea.
Escribe Plinio (Naturalis historia 25 45): Invenit et Teucer eadem aetate teucrion, quam quidem hemionion vocant, spargentem iuncos tenues, folia parva, asperis locis, austero sapore; numquam florem neque semen gignunt "Por la misma época [Plinio acaba de aludir a Aquiles y la aquilea] también Teucro descubrió el teucrio, al que llaman hemionio, que esparce unos juncos delgados, hojas pequeñas, en lugares escarpados, de sabor acre. No produce flor ni simiente".
Hemionium deriva del griego ἡμίονος /he-mí-o-nos/ "mula" (un compuesto de ἡμί-, el equivalente del latín semi-, y ὄνος "burro": "mula" se dice en griego "semiburro"). Parece ser que el nombre le viene de las propiedades de la hierba para provocar esterilidad en la mujer. En efecto, del ἡμίονος habla Teofrasto (9 18 7) en estos términos: "La hoja del hemíono es para las mujeres una manera de no concebir; se mezcla, dicen, con un poco de pezuña de mula y de su piel".
Ahora bien, ¿qué vegetal es el hemíono o hemionio o el teucrio de Plinio? No hay unanimidad entre los autores, antiguos o modernos. En Dioscórides el hemíono parece ser un helecho, según Bailly; la editora de Teofrasto dice que es el Ceterach officinarum. El τεύκριον de Dioscórides es, según los diccionarios, el Teucrium lucidum; Font Quer afirma que es el Teucrium flavum.
"El teucrio cura el bazo", continúa informando Plinio: "y consta que su hallazgo fue así: habiendo tirado encima las vísceras de un sacrificio, el teucrio se adhirió al bazo y lo vació. Por eso algunos lo llaman splenion". En griego "bazo" se dice σπλήν, de donde el spleen inglés, que designa la que nosotros llamamos también pajarilla y melsa. Siempre ha tenido este órgano relación con el humor: a Baudelaire se lo ofuscaba; y nuestro dicho "alegrársele a uno las pajarillas" es, dicen, una alusión directa al bazo.
"Cuentan que los cerdos que comen la raíz del teucrio aparecen luego sin bazo". Este Plinio... Ahora que lo pienso, le pasa lo que a mí: le cuesta no soltar todas las notas que ha tomado.
sábado, 24 de agosto de 2019
De Aquiles y aquileas
Aquiles es de los personajes de relieve en el panteón griego. No es un dios, pero se acerca bastante: sabido es que lo fue su madre, Tetis, diosa marina a quien un oráculo (el mito griego está lleno de amenazas oraculares, motor de la tragedia; oráculos y amenazas que, por lo demás, nadie sabe de dónde salen) pronosticó: si engendras un hijo divino, derrocará a Zeus, como hizo éste con su padre Cronos. He aquí por qué Zeus obligó a Tetis a solemne boda con un mortal, Peleo, rey de Tesalia: así no engendraría más que hijos mortales. (Los griegos creían, con un candor que Aristóteles puede compartir con cualquier subsecretario de Hacienda, que la semilla era del papá, y mamá era el tiesto.)
Tetis no se resigna a que su hijo muera y prueba con él todos los remedios que conoce o inventa para hacerlo inmortal: incluso quema su cuerpo para que lo mortal del nene se haga humo y quede sólo sustancia divina (algún mitógrafo asegura que el Aquiles que luchó en Troya era el enésimo hijo de Tetis y Peleo: los anteriores habían perecido chamuscados).
Por último, Tetis empapa al churumbel con las negras aguas del Éstige, el río infernal, que, como todo el mundo sabe, hacen invulnerable la piel que tocan (sólo falta encontrar el río, cosa hacedera para una diosa marina). Así Aquiles, si no eterno, se vuelve durillo de piel, salvo, ¡ay!, la parte por la que su madre lo sujetaba, para no ser arrastrado por la corriente estigia.
La juventud de Aquiles bajo tutela del centauro Quirón (el de la centáurea), la detección por el astuto Ulises del joven vestido de doncella, la opción por éste de una muerte gloriosa antes que una vejez oscura, su marcha a Troya, el robo de Briseida, la cólera, el llanto, Patroclo, Héctor, su muerte, en fin, por la flecha que Paris acertó a clavar en el mismísimo talón de Aquiles...; la Ilíada, en suma, ya lo conocen ustedes, o, si no, pueden leer a Homero, autor de provecho en verano, y aun en entretiempo.
A este héroe homérico está consagrada la aquilea o milenrama (este es el nombre que le da Font Quer), quizá porque las virtudes vulnerarias de la hierba cuadraban a su condición guerrera. El Dioscórides renovado da una receta de infusión aguada para lavar heridas y que encueren.
Achillea o "aquilea" es en principio un adjetivo derivado del nombre de Aquiles. La milenrama se llamó en griego ᾿Αχίλλειος /a-jíl-lei-os/, o bien ᾿Αχιλλεία /a-jil-léi-a/, "la aquilea" o "la de Aquiles"; término que no encuentro en Teofrasto pero sí en Dioscórides. Sólo que este médico parece hablar de una planta acuática también llamada στρατιώτης ὁ ποτάμιος /stra-ti-oó-tees ho po-tá-mi-os/ "soldado fluvial", que no sé si es la misma llamada στρατιώτης χιλιόφυλλος /stra-ti-oó-tees ji-li-ó-fyl-los/ "el soldado milhojas"; ahora no lo consigo precisar y, a decir verdad, no sé si merece la pena.
También aparece en Dioscórides (y en Galeno de Pérgamo) una planta llamada μυριόφυλλον /my-ri-ó-fyl-lon/ "diez mil hojas" (μύριοι no significa en realidad "diez mil", sino más bien "infinitos", "innumerables": hasta el Arenario de Arquímedes nadie se preocupó de manejar cifras que se consideraban inalcanzables; es gracioso que también los chinos, si no mienten los sinólogos, se refirieron al universo como "los diez mil seres").
En fin, esas palabras pasaron al latín como Achillea (pronunciado /a-kil-lée-a/: la E es larga, como corresponde al diptongo griego ει) y millefolium, que son transcripción y calco, respectivamente, de aquellas griegas.
En su Naturalis historia dice Plinio que la milenrama es hallazgo de Aquiles (25 42): Invenisse et Achilles discipulus Chironis qua volneribus mederetur, quae ob id Achilleos vocatur, et sanasse Telephum dicitur "también dicen que la descubrió Aquiles, el alumno de Quirón, para curar heridas, por lo que la llaman aquilea, y que con ella curó a Télefo". Y algo más adelante: Aliqui et hanc panacem Heracliam, alii sideriten et apud nos milifoliam vocant, cubitali scapo, ramosam, minutioribus quam feniculi foliis vestitam ab imo "algunos también la llaman panacea de Hércules, otros siderite y entre nosotros milifolia, el tallo de un codo de altura, ramosa, vestida desde abajo con hojillas más pequeñas que las del hinojo".
Pero, añade, otros dicen veram Achilleon esse scapo caeruleo pedali, sine ramis, ex omni parte singulis foliis rotundis eleganter vestitam "que la verdadera aquilea tiene el tallo azulado, de la altura de un pie, sin ramas, y viste con elegancia hojas simples redondas". ¿De qué planta habla aquí Plinio? Ni idea.
Tetis no se resigna a que su hijo muera y prueba con él todos los remedios que conoce o inventa para hacerlo inmortal: incluso quema su cuerpo para que lo mortal del nene se haga humo y quede sólo sustancia divina (algún mitógrafo asegura que el Aquiles que luchó en Troya era el enésimo hijo de Tetis y Peleo: los anteriores habían perecido chamuscados).
Por último, Tetis empapa al churumbel con las negras aguas del Éstige, el río infernal, que, como todo el mundo sabe, hacen invulnerable la piel que tocan (sólo falta encontrar el río, cosa hacedera para una diosa marina). Así Aquiles, si no eterno, se vuelve durillo de piel, salvo, ¡ay!, la parte por la que su madre lo sujetaba, para no ser arrastrado por la corriente estigia.
La juventud de Aquiles bajo tutela del centauro Quirón (el de la centáurea), la detección por el astuto Ulises del joven vestido de doncella, la opción por éste de una muerte gloriosa antes que una vejez oscura, su marcha a Troya, el robo de Briseida, la cólera, el llanto, Patroclo, Héctor, su muerte, en fin, por la flecha que Paris acertó a clavar en el mismísimo talón de Aquiles...; la Ilíada, en suma, ya lo conocen ustedes, o, si no, pueden leer a Homero, autor de provecho en verano, y aun en entretiempo.
A este héroe homérico está consagrada la aquilea o milenrama (este es el nombre que le da Font Quer), quizá porque las virtudes vulnerarias de la hierba cuadraban a su condición guerrera. El Dioscórides renovado da una receta de infusión aguada para lavar heridas y que encueren.
Achillea o "aquilea" es en principio un adjetivo derivado del nombre de Aquiles. La milenrama se llamó en griego ᾿Αχίλλειος /a-jíl-lei-os/, o bien ᾿Αχιλλεία /a-jil-léi-a/, "la aquilea" o "la de Aquiles"; término que no encuentro en Teofrasto pero sí en Dioscórides. Sólo que este médico parece hablar de una planta acuática también llamada στρατιώτης ὁ ποτάμιος /stra-ti-oó-tees ho po-tá-mi-os/ "soldado fluvial", que no sé si es la misma llamada στρατιώτης χιλιόφυλλος /stra-ti-oó-tees ji-li-ó-fyl-los/ "el soldado milhojas"; ahora no lo consigo precisar y, a decir verdad, no sé si merece la pena.
También aparece en Dioscórides (y en Galeno de Pérgamo) una planta llamada μυριόφυλλον /my-ri-ó-fyl-lon/ "diez mil hojas" (μύριοι no significa en realidad "diez mil", sino más bien "infinitos", "innumerables": hasta el Arenario de Arquímedes nadie se preocupó de manejar cifras que se consideraban inalcanzables; es gracioso que también los chinos, si no mienten los sinólogos, se refirieron al universo como "los diez mil seres").
En fin, esas palabras pasaron al latín como Achillea (pronunciado /a-kil-lée-a/: la E es larga, como corresponde al diptongo griego ει) y millefolium, que son transcripción y calco, respectivamente, de aquellas griegas.
En su Naturalis historia dice Plinio que la milenrama es hallazgo de Aquiles (25 42): Invenisse et Achilles discipulus Chironis qua volneribus mederetur, quae ob id Achilleos vocatur, et sanasse Telephum dicitur "también dicen que la descubrió Aquiles, el alumno de Quirón, para curar heridas, por lo que la llaman aquilea, y que con ella curó a Télefo". Y algo más adelante: Aliqui et hanc panacem Heracliam, alii sideriten et apud nos milifoliam vocant, cubitali scapo, ramosam, minutioribus quam feniculi foliis vestitam ab imo "algunos también la llaman panacea de Hércules, otros siderite y entre nosotros milifolia, el tallo de un codo de altura, ramosa, vestida desde abajo con hojillas más pequeñas que las del hinojo".
Pero, añade, otros dicen veram Achilleon esse scapo caeruleo pedali, sine ramis, ex omni parte singulis foliis rotundis eleganter vestitam "que la verdadera aquilea tiene el tallo azulado, de la altura de un pie, sin ramas, y viste con elegancia hojas simples redondas". ¿De qué planta habla aquí Plinio? Ni idea.
martes, 6 de agosto de 2019
Flores del Puigmal II
Así, pues, la foto de la página anterior es de una Achillea ptarmica. Ahora, para despistar, pongo aquí una foto de la Arnica montana. Ya sé que es una tontería pero de las Achilleae yo sólo conocía la millefolium y me ha alegrado saber que tiene una prima trabajando en el Pirineo. Me preguntó G. por el significado de ptarmica y no supe responderle y, como suelo en estos casos, llegado a casa intento llenar el vacío.
(Dicho sea de paso, a menudo anoto aquí las dudas que me surgen; pero a veces me encuentro sin saber por dónde tirar. Como el propósito inicial de este cuaderno es ser útil, solicito, por la presente, de sus lectores la formulación de cuantas dudas les ocurran, por vía de comentario --o por la vía que quieran. No lo he hecho antes porque encuentro pretencioso pontificar sobre nomenclatura botánica sin distinguir una cárex de una lechuga; pero el lector sabrá mejor, a estas alturas, a qué atenerse. Yo, desde luego, responderé encantado lo que sepa y --ay, me temo-- también lo que no sepa.)
Pues bien, acorazado ya con mamotretos y calepinos, puedo decir ahora que ptarmica o, en castellano, ptármica, significa "estornutatoria", y continúa el adjetivo griego de igual significado πταρμικός /ptar-mi-cós/, femenino πταρμική /ptar-mi-keé/ (de ahí el latín ptarmica, esdrújula por ser la I breve). Ese adjetivo es primo de la voz griega πταρμός /ptar-mós/ "estornudo" y del verbo πταίρω /ptái-roo/ que, ya lo habrá usted adivinado, significa "estornudar".
Lo que me resulta prodigioso es que, buscando luego la etimología de arnica (otra interesante pregunta de G., a quien doy las gracias: tampoco supe qué responder porque desconocía esa palabra latina), me encuentro con lo siguiente: arnica falta en los diccionarios de latín clásico. Y el amigo Corominas afirma que la voz castellana "árnica" proviene "del latín moderno botánico arnica, que parece una deformación del griego πταρμικός..."; en apoyo de esta hipótesis invita a comparar "los nombres populares del árnica: estornudadera, tabaco de montaña", y su nombre starnutella usual en el norte de Italia. Ahora bien, concluye el maestro Corominas, "no está explicada esta deformación".
El Dioscórides renovado de Font Quer confirma esos nombres vulgares, y agrega otros más; en cuanto a la etimología, añade don Pío una interesante información, en apoyo de aquella: la Flora española de Quer designa esta planta con la variante armica o ármica. No obstante, reconoce que la etimología es incierta.
Encontramos Arnica montana al día siguiente, en un rincón fresco y rico adonde nos llevó J.V. Ésa, la de la foto, es la auténtica árnica, la Arnica montana de Lineo (hojas caulinares opuestas). Enumera Font Quer las muchas especies que han sido abusivamente llamadas árnica (Inula montana, Inula helenioides, Asteriscus spinosus...) y concluye: "En fin, cualquier planta de esta familia, con tal que sus flores sean amarillas, puede pasar por árnica, y no sólo en nuestro país, sino en otros muchos países europeos. Y a menudo la persuasión de las gentes es tan firme que se irritan cuando se niega veracidad a sus asertos y se les dice que su árnica no es árnica ni mucho menos".
domingo, 4 de agosto de 2019
Flores del Puigmal
Después de un tiempo en que, lo confieso, tenía a las hierbas abandonadas, no hay como un encuentro con los amigos botánicos para recuperar el entusiasmo. Con esta tribu estupenda y sabia subimos al Puigmal en un día hermosísimo que deparó toda suerte de bellezas, desde ranitas y potrillos en los prados hasta los colores, ora ferruginosos ora nacarados, de los esquistos próximos a la cumbre.
Y las plantas, claro. Eran para mí casi todas novedad, y apunté sus nombres, con esperanza de aprender alguno. Ahora, de vuelta en casa, fatigo diccionarios con entusiasmo delegado, en la alegre inercia de un par de días deliciosos.
Una de la estrellas de la jornada fue, si no me equivoco, la Xatardia scabra (por ignorancia, yo había anotado Satardia), una umbelífera que prospera entre el pedregullo de la cuesta, de bien dibujadas hojas y grueso tallo, a menudo pastado por las bestias: el sabor de la hoja me recordó al hinojo. Parece que crece sólo en esta zona del Pirineo, y más aún en suelo calcáreo. En francés lo llaman persil d'isard y en catalán julivert d'isard, porque lo comen los sarrios, imagino.
De los artículos publicados en la red deduzco que hay cierta polémica sobre la pronunciación de la X inicial: quién decreta una X catalana (en lo que les apoya la etimología, claro está), quién una especie de CH francesa. Yo seguiré mi costumbre y procuraré pronunciar /ks/ que es el uso latino con esa letra (y con la ξ griega).
No cuesta mucho averiguar que el nombre del género es un neologismo que honra a Bartomeu Xatart Boix (1774-1846), boticario y natural de Prats de Molló (el pueblo desde donde Maciá quiso invadir España en noviembre de 1926: eran los tiempos de la dictadura de Primo, y la gendarmería francesa nos salvó; en Vilanova han alzado a su ilustre hijo un monumento feísimo, para mi gusto). También Xatart tuvo interés en la cosa pública, pues fue alcalde de Prats en tiempos de Pepe Botella (1808-1814), y más tarde miembro del consejo regional.
A la Xatardia (género monoespecífico) Lapeyrouse la bautizó Selinum scabrum (el basónimo); Petit luego Angelica scabra, y por último Gay la dedicó a Petit con el nombre de Petitia scabra; el término que honra al farmacéutico Xatart es de Meissner, 1838. En opinión de Saenz de Rivas se debió llamar Xatartia y no Xatardia. (Más tarde, Bubani usó el nombre de Xatardia pyrenaica.)
En lo que la mayoría coincide es en lo de scabra, femenino del adjetivo scaber: en mis apuntes botánicos sólo encuentro la forma scabra, y el neutro scabrum en el Selinum citado y en un trébol (el masculino sí lo veo en una cochinilla y en cierto pez rata). Scaber (pronunciado scá-ber: los mesetarios tendemos a meter una sílaba de más y decir es-cá-ber) significa en latín clásico "áspero", "rugoso", y también "sucio", con diversos matices, incluidos los figurados. La raíz es la misma del verbo scabo "rascar", "raspar", y de los sustantivos scobis "eccema" (nada que ver con el español escoba), y scabies que vale "suciedad" y también "sarna". (Parece ser que las plantas llamadas scabiosae tuvieron virtud para curar la sarna.) También es de la familia el adjetivo scabrosus que alude al terreno áspero y desigual, pero también tiene, desde Prudencio al menos, un sentido moral que aún hoy es corriente.
En la Xatardia el apelativo específico le viene al parecer de las escamas, resto de las vainas, que hacen áspero el tacto de las hojas basales, y de los radios de la umbela que son escábridos (adjetivo de igual origen que scabies y que significa, según el diccionario de Font Quer, "algo ásperos y rugosos").
Era mi intención referirme a la Achillea ptarmica, cuya foto he incluido arriba; pero me he alargado demasiado con la Xatardia y dejo para otro rato a la flor de Aquiles.
jueves, 25 de julio de 2019
Géneros imperiales II
Otro botánico al que tocó vivir la revolución fue Pedro de Ventenat, con azares biográficos muy propios de la época, si bien fue su vida menos agitada que la de Palisot de Beauvois.
Étienne Pierre Ventenat (o de Ventenat) nació en Limoges en 1757 y siguió la carrera eclesiástica (una de las vías, aún en el siglo XX, para escapar del azadón y la pala): el muchacho era listo y no le fue mal, pues llegó a dirigir la biblioteca de Santa Genoveva, una de las grandes instituciones culturales de París. Sin embargo, cabe deducir una débil vocación eclesiástica, ya que apenas tuvo ocasión colgó los hábitos y regresó al estado laico.
Para entonces ya se había interesado por la botánica, y a ella se consagró en lo sucesivo. En 1792 publicó un ensayo sobre los musgos, y un manual de botánica un par de años después: en frimario del año IV (diciembre de 1795) ingresó en la Academia de Ciencias. Pero llegó a la cumbre cuando tropezó con una ardiente moza caribeña llamada María Josefa Rosa Tascher de la Pagerie.
Como es sabido, Napoleón Bonaparte quedó prendado de Rosita Tascher (a quien la guillotina acababa de dejar viuda del general Beauharnais) y casó con ella en marzo de 1796, justo antes de partir para la campaña de Italia que lo acercaría al poder. Los amantes de su señora habían sido tantos (incluido el ministro Barras, el que lo enviaba a Italia) que, según se dice, Napoleón prefirió llamarla Joséphine en lugar de Rosita, nombre de flor que había pasado por demasiadas bocas.
Apelativos aparte, nadie podía dudar de las aficiones botánicas de la señora Bonaparte, pues al palacete comprado en 1798, la Malmaison, lo rodeó de invernaderos para vegetales exóticos (ante todo los de su isla natal, la Martinica) y creó una rosaleda (en honor a su nombre) que era la admiración de París y el orgullo de su propietaria.
Ahí es donde se cruzan los destinos de Pedro Ventenat y Josefina Bonaparte. Ésta quiere editar un libro que encarezca la riqueza botánica de la Malmaison, y solicita para ello al mejor ilustrador florístico de París, Pierre Joseph Rédouté, y al botánico de moda, el amigo Ventenat. He aquí el origen de uno de los libros más caros de la historia botánica, Jardin de la Malmaison, editado en París, con tiradas reducidísimas, exclusivas, en varias entregas entre 1803 y 1805. En medio de ellas, Josefina pasó de señora Bonaparte a emperatriz de los franceses.
(Odio las ediciones de lujo promovidas por el poder y que se reparten entre sí los colegas de la pomada. He visto la Historia de Plinio, una edición de quitar el hipo, en el anaquel de un caballero que silabea al leer; y un facsímil precioso del Herbario unibersal de Egenolff, editado por el gobierno de Navarra, protocolariamente regalado a una señora que no distingue un pino de una margarita. A la señora la perdono, porque a su vez me hizo donación de su ejemplar del Herbario. También Napoleón Bonaparte regaló el carísimo Jardin de la Malmaison... ¡al padre de su segunda esposa! Fino diplomático.)
Ese mismo año 1804 en que Josefina se vio coronada, Pierre Ventenat describió una planta aromática australiana y la bautizó Calomeria. ¿De dónde este curioso nombre? Era una adulación sutil: como la Napoleonaea de Beauvois, pero más discreta. ¿Quién iba a adivinar que, significando καλός /ka-lós/ "bello", y μερίς /me-rís/ "parte", aludía la Calomeria amaranthoides a la "Bella parte" o (vista la confusión nativa de Grecia entre bondad y belleza) a la "Buena parte", esto es, a Bonaparte?
Ese detalle semántico de καλός "bello" y, por ende, "bueno", no debió de tenerlo en cuenta el señor Mordant de Launay (o Delaunay: más o menos contemporáneo de Ventenat, a él está dedicado el género Launaya, luego llamado Launaea), porque sustituyó el género Calomeria (no he logrado averiguar en qué fecha o en qué condiciones exactamente) por el equivalente semántico Agathomeris (ἀγαθός /a-ga-zós/ "bueno", luego Agathomeris = Bonaparte).
Étienne Pierre Ventenat (o de Ventenat) nació en Limoges en 1757 y siguió la carrera eclesiástica (una de las vías, aún en el siglo XX, para escapar del azadón y la pala): el muchacho era listo y no le fue mal, pues llegó a dirigir la biblioteca de Santa Genoveva, una de las grandes instituciones culturales de París. Sin embargo, cabe deducir una débil vocación eclesiástica, ya que apenas tuvo ocasión colgó los hábitos y regresó al estado laico.
Para entonces ya se había interesado por la botánica, y a ella se consagró en lo sucesivo. En 1792 publicó un ensayo sobre los musgos, y un manual de botánica un par de años después: en frimario del año IV (diciembre de 1795) ingresó en la Academia de Ciencias. Pero llegó a la cumbre cuando tropezó con una ardiente moza caribeña llamada María Josefa Rosa Tascher de la Pagerie.
Como es sabido, Napoleón Bonaparte quedó prendado de Rosita Tascher (a quien la guillotina acababa de dejar viuda del general Beauharnais) y casó con ella en marzo de 1796, justo antes de partir para la campaña de Italia que lo acercaría al poder. Los amantes de su señora habían sido tantos (incluido el ministro Barras, el que lo enviaba a Italia) que, según se dice, Napoleón prefirió llamarla Joséphine en lugar de Rosita, nombre de flor que había pasado por demasiadas bocas.
Apelativos aparte, nadie podía dudar de las aficiones botánicas de la señora Bonaparte, pues al palacete comprado en 1798, la Malmaison, lo rodeó de invernaderos para vegetales exóticos (ante todo los de su isla natal, la Martinica) y creó una rosaleda (en honor a su nombre) que era la admiración de París y el orgullo de su propietaria.
Ahí es donde se cruzan los destinos de Pedro Ventenat y Josefina Bonaparte. Ésta quiere editar un libro que encarezca la riqueza botánica de la Malmaison, y solicita para ello al mejor ilustrador florístico de París, Pierre Joseph Rédouté, y al botánico de moda, el amigo Ventenat. He aquí el origen de uno de los libros más caros de la historia botánica, Jardin de la Malmaison, editado en París, con tiradas reducidísimas, exclusivas, en varias entregas entre 1803 y 1805. En medio de ellas, Josefina pasó de señora Bonaparte a emperatriz de los franceses.
(Odio las ediciones de lujo promovidas por el poder y que se reparten entre sí los colegas de la pomada. He visto la Historia de Plinio, una edición de quitar el hipo, en el anaquel de un caballero que silabea al leer; y un facsímil precioso del Herbario unibersal de Egenolff, editado por el gobierno de Navarra, protocolariamente regalado a una señora que no distingue un pino de una margarita. A la señora la perdono, porque a su vez me hizo donación de su ejemplar del Herbario. También Napoleón Bonaparte regaló el carísimo Jardin de la Malmaison... ¡al padre de su segunda esposa! Fino diplomático.)
Ese detalle semántico de καλός "bello" y, por ende, "bueno", no debió de tenerlo en cuenta el señor Mordant de Launay (o Delaunay: más o menos contemporáneo de Ventenat, a él está dedicado el género Launaya, luego llamado Launaea), porque sustituyó el género Calomeria (no he logrado averiguar en qué fecha o en qué condiciones exactamente) por el equivalente semántico Agathomeris (ἀγαθός /a-ga-zós/ "bueno", luego Agathomeris = Bonaparte).
Después del cálido homenaje al jefe, Ventenat, claro es, no olvidó homenajear a la jefa: y así bautizó a la Josephinia imperatricis, una pedaliácea de lindas flores, también australiana, cuyo nombre no requiere explicación.
domingo, 21 de julio de 2019
Géneros imperiales
Se encuentra uno a veces con biografías fascinantes, tal vez por lo aventurero, tal vez por lo dramático, no pocas por lo ridículo. Todo se mezcla y acelera en esos momentos críticos de la historia que llamamos revolución. Entretenido en buscar fitónimos honorarios he caído en las vidas de varios de los botánicos que vivieron a finales del siglo XVIII y les tocó, por tanto, para bien o para mal, sufrir los avatares de la gran revolución francesa.
Fue el primero de ellos Ambrosio Palisot de Beauvois, que en mi biblioteca aparece como estudioso de los insectos y la flora africanos y creador del género Napoleonaea. Su historia es bien curiosa.
Ambrose Marie Joseph Palisot de Beauvois nació en Arras en el seno de una familia de la nobleza menor, pero su talento le llevó pronto a la abogacía del Parlamento de París (en el antiguo régimen el Parlamento era un tribunal superior de justicia: sólo cuatro en toda Francia) y al cargo de receveur général, una especie de inspector de hacienda de alto rango. Nacer barón y ser inspector de Hacienda es mala idea cuando se prepara una revolución. (Algo similar era Antonio Lavoisier, y al padre de la Química le costó el cuello.)
Lo que salvó el pellejo del barón de Beauvois fue su particular camino de Damasco: de pronto descubrió la biología ("historia natural", se decía entonces) y mudó el rumbo de su vida. Para cuando empezaron a cortarse cuellos de nobles y recaudadores de impuestos él estaba en América. Había comenzado por viajar a África, en 1786, para estudiar, entre otras cosas, la naturaleza de la actual república de Dahomey: allí formó una gran colección con plantas e insectos de Benín y Oware. Luego viajó a la isla de Santo Domingo, donde llegó a ser miembro del consejo regente de Haití.
Pero el que nace con el paso cambiado tiene mal arreglo. En Haití Palisot de Beauvois combatió enérgicamente el abolicionismo, convencido (y no le faltaba razón) de que era una estrategia de los ingleses para hundir la economía francesa de la isla. Pero su postura no podía ser más inoportuna, pues justo en esos días estaba Francia promulgando la igualdad de razas (1792), y en la isla estalla la revolución antiesclavista encabezada por el general Toussaint-Louverture.
Pero la historia estaba decidida a no poner las cosas fáciles al barón de Beauvois. Me faltan datos del botánico en el último período de su vida, pero sospecho que este antiguo miembro de la petite noblesse (y miembro de la vieja noblesse de robe) tuvo tiempo, con la restauración de los Borbones, de arrepentirse de su gesto delicado y de sus simpatías napoleónicas. Para cuando publica, en 1819, el tomo de su Flore de Bénin donde aparece la Napoleonaea imperialis (ahora rotulada Napoleona), reina en Francia el hermano del decapitado Luis XVI, y el rencor inglés ha condenado al emperador a pudrirse en el islote atlántico de Santa Elena. Una vez más, Beauvois es inoportuno. Para la nueva edición utiliza la vieja plancha con que imprimió la plaquette de 1804, pero se toma la molestia de borrar la vieja dedicatoria. Hombre escarmentado.
Fue el primero de ellos Ambrosio Palisot de Beauvois, que en mi biblioteca aparece como estudioso de los insectos y la flora africanos y creador del género Napoleonaea. Su historia es bien curiosa.
Ambrose Marie Joseph Palisot de Beauvois nació en Arras en el seno de una familia de la nobleza menor, pero su talento le llevó pronto a la abogacía del Parlamento de París (en el antiguo régimen el Parlamento era un tribunal superior de justicia: sólo cuatro en toda Francia) y al cargo de receveur général, una especie de inspector de hacienda de alto rango. Nacer barón y ser inspector de Hacienda es mala idea cuando se prepara una revolución. (Algo similar era Antonio Lavoisier, y al padre de la Química le costó el cuello.)
Lo que salvó el pellejo del barón de Beauvois fue su particular camino de Damasco: de pronto descubrió la biología ("historia natural", se decía entonces) y mudó el rumbo de su vida. Para cuando empezaron a cortarse cuellos de nobles y recaudadores de impuestos él estaba en América. Había comenzado por viajar a África, en 1786, para estudiar, entre otras cosas, la naturaleza de la actual república de Dahomey: allí formó una gran colección con plantas e insectos de Benín y Oware. Luego viajó a la isla de Santo Domingo, donde llegó a ser miembro del consejo regente de Haití.
Pero el que nace con el paso cambiado tiene mal arreglo. En Haití Palisot de Beauvois combatió enérgicamente el abolicionismo, convencido (y no le faltaba razón) de que era una estrategia de los ingleses para hundir la economía francesa de la isla. Pero su postura no podía ser más inoportuna, pues justo en esos días estaba Francia promulgando la igualdad de razas (1792), y en la isla estalla la revolución antiesclavista encabezada por el general Toussaint-Louverture.
Escapado por los pelos a la muerte al comienzo de la rebelión contra los negreros, Palisot se ve en Estados Unidos, en Filadelfia, proscrito por la revolución, con sus papeles y colecciones perdidos y él mismo, reducido a la indigencia, convertido en artista de circo para sobrevivir. Sin embargo, su vocación persiste, y con ayuda del embajador francés organiza una expedición naturalística a la tierra de los cheroquis.
Pero en Francia, mientras tanto, las cosas están cambiando: el petit caporal se ha convertido en el primer cónsul, y de primer cónsul está subiendo a emperador a paso de carga. Por de pronto, restablece la esclavitud en las colonias (ley de 20 de mayo de 1802) y retira la nacionalidad francesa a los negros (ley de 17 de julio de 1802). Yo creo que Beethoven no se enteró de esto, porque para romper la dedicatoria de su tercera sinfonía esperó a diciembre de 1804, cuando el pequeño militar, en esa misma catedral de París que acaba de arder no hace mucho, quitó la corona de las manos de Pío VII para calzársela en su propio cráneo.
Esclavista rehabilitado, Beauvois regresa a la patria y comienza en París la edición de su Flore d'Oware et de Bénin, un trabajo hercúleo que sólo concluirá en 1820, el año de su muerte. Ahora está tan contento: ser barón ya no es un crimen, y los mariscales del imperio empiezan a ser archiduques y marqueses. Conmovido, Palisot de Beauvois dedica al gran corso una planta tropical africana de hermosas flores redondas, la bautiza Napoleonaea imperialis, y para difundir su delicado gesto publica, coincidiendo con la coronación de Bonaparte, una plaquette con la imagen de la planta y una sentida dedicatoria al nuevo amo de Francia.
Pero en Francia, mientras tanto, las cosas están cambiando: el petit caporal se ha convertido en el primer cónsul, y de primer cónsul está subiendo a emperador a paso de carga. Por de pronto, restablece la esclavitud en las colonias (ley de 20 de mayo de 1802) y retira la nacionalidad francesa a los negros (ley de 17 de julio de 1802). Yo creo que Beethoven no se enteró de esto, porque para romper la dedicatoria de su tercera sinfonía esperó a diciembre de 1804, cuando el pequeño militar, en esa misma catedral de París que acaba de arder no hace mucho, quitó la corona de las manos de Pío VII para calzársela en su propio cráneo.
Esclavista rehabilitado, Beauvois regresa a la patria y comienza en París la edición de su Flore d'Oware et de Bénin, un trabajo hercúleo que sólo concluirá en 1820, el año de su muerte. Ahora está tan contento: ser barón ya no es un crimen, y los mariscales del imperio empiezan a ser archiduques y marqueses. Conmovido, Palisot de Beauvois dedica al gran corso una planta tropical africana de hermosas flores redondas, la bautiza Napoleonaea imperialis, y para difundir su delicado gesto publica, coincidiendo con la coronación de Bonaparte, una plaquette con la imagen de la planta y una sentida dedicatoria al nuevo amo de Francia.
Pero la historia estaba decidida a no poner las cosas fáciles al barón de Beauvois. Me faltan datos del botánico en el último período de su vida, pero sospecho que este antiguo miembro de la petite noblesse (y miembro de la vieja noblesse de robe) tuvo tiempo, con la restauración de los Borbones, de arrepentirse de su gesto delicado y de sus simpatías napoleónicas. Para cuando publica, en 1819, el tomo de su Flore de Bénin donde aparece la Napoleonaea imperialis (ahora rotulada Napoleona), reina en Francia el hermano del decapitado Luis XVI, y el rencor inglés ha condenado al emperador a pudrirse en el islote atlántico de Santa Elena. Una vez más, Beauvois es inoportuno. Para la nueva edición utiliza la vieja plancha con que imprimió la plaquette de 1804, pero se toma la molestia de borrar la vieja dedicatoria. Hombre escarmentado.
miércoles, 10 de julio de 2019
Vagabundia
Ayer hablaban por radio de Periplaneta (nombre que la zoología concede a ciertas cucarachas, por ejemplo la roja o P. americana): "Este insecto --decían más o menos-- se extiende por todo el mundo, como lo indica su nombre, que significa alrededor del planeta..." He tratado de comprobar si en efecto aquella especie es cosmopolita pero es más bien friolera y nunca abandona la zona de temperaturas cálidas. Aquella etimología, pues, no es exacta.
Cierto que περί /pe-rí/ significa "alrededor", pero hoy damos a la palabra planeta un valor muy distinto del que tuvo en su origen. Nadie llamaría hoy planeta al sol ni a la luna: todo el mundo sabe que el primero es una estrella y el segundo un satélite. La ciencia es tan estricta con esa palabra que no hace mucho desplanetó a Plutón, por dar vueltas como no debía. Para los griegos de hace dos mil años, sin embargo, tanto el sol como la luna (o Mercurio, Venus, Marte y cualquier astro visible por nosotros del sistema solar) es πλανήτης /pla-neé-tees/ "errante", puesto que vaga, camina, traza su caprichosa senda sobre el fondo inmutable de las estrellas fijas.
Del verbo πλανάω "vagabundear" deriva una buena porción de palabras griegas (como πλανήτης, o como πλάνος, que designa al charlatán que va de feria en feria) y asimismo palabrejas técnicas como periplaneta (cuyo significado sería más bien "que vaga en torno" o "errante por los alrededores", buen nombre para cucaracha). También las hay botánicas, por ejemplo planeta, que en botánica, según el diccionario de Font Quer, es sinónimo de zoóspora (espora con movimiento propio), y además planetismo, planócito, planococo, planozigoto y muchas otras que empiezan por plano- con el sentido general de "móvil". (Hay que excluir algunas, claro está, como planícola, o planozono, donde no está el griego πλάνος "divagante" sino el latín planus "llano".)
A esta serie hay que añadir la que empieza por aplano-, con el prefijo negativo ἀ- y por tanto con el sentido contrario de "inmóvil": aplanogámeta, aplanogonidio, aplanóspora... Ahí están, en el diccionario mentado, en su orden alfabético.
Con el verbo πλανάω se relaciona otro, πλάζω /plá-dsoo/ propiamente "estar extraviado", quizá por culpa de Ulises, el héroe necesitado de GPS por antonomasia, al que Homero describe nada más empezar la Odisea como ὃς μάλα πολλὰ πλάγχθη "el que anduvo muy perdido". En cualquier caso, de πλάζω viene no solo ese aoristo πλάγχθη sino también el adjetivo verbal πλαγκτός "errabundo", de cuya forma neutra viene nuestro plancton (sería más propio llamarlo plancto pero para evitar la confusión con las plañideras dejémoslo así) que designa a los animálculos arrastrados de las corrientes marinas.
Mirando estos asuntos acabo de enterarme de que además de plancton hay pleuston (derivado del verbo πλέω "navegar") que designaría a los seres vivos no diminutos que vagan por las aguas; Ulises y sus camaradas, pues, con su tamaño porcino (Atenea me perdone), no entrarían en el plancton, sino en el pleuston.
La raíz de πλάζω tiene muchísimos parientes, como πλάγιος "oblicuo" (en botánica plagiotropismo, por ejemplo; también de ahí nuestro plagio o robo intelectual) o el latín plango "darse golpes de pecho", "llorar" (aquí entran nuestras plañideras), y se sospecha además que es la misma de πλήσσω /pleés-soo/ "golpear" (y aquí tendríamos que dar cabida al plectro, a la apoplejía y a muchas palabras más), así que mejor quedémonos aquí, que ya está bien.
Cierto que περί /pe-rí/ significa "alrededor", pero hoy damos a la palabra planeta un valor muy distinto del que tuvo en su origen. Nadie llamaría hoy planeta al sol ni a la luna: todo el mundo sabe que el primero es una estrella y el segundo un satélite. La ciencia es tan estricta con esa palabra que no hace mucho desplanetó a Plutón, por dar vueltas como no debía. Para los griegos de hace dos mil años, sin embargo, tanto el sol como la luna (o Mercurio, Venus, Marte y cualquier astro visible por nosotros del sistema solar) es πλανήτης /pla-neé-tees/ "errante", puesto que vaga, camina, traza su caprichosa senda sobre el fondo inmutable de las estrellas fijas.
Del verbo πλανάω "vagabundear" deriva una buena porción de palabras griegas (como πλανήτης, o como πλάνος, que designa al charlatán que va de feria en feria) y asimismo palabrejas técnicas como periplaneta (cuyo significado sería más bien "que vaga en torno" o "errante por los alrededores", buen nombre para cucaracha). También las hay botánicas, por ejemplo planeta, que en botánica, según el diccionario de Font Quer, es sinónimo de zoóspora (espora con movimiento propio), y además planetismo, planócito, planococo, planozigoto y muchas otras que empiezan por plano- con el sentido general de "móvil". (Hay que excluir algunas, claro está, como planícola, o planozono, donde no está el griego πλάνος "divagante" sino el latín planus "llano".)
A esta serie hay que añadir la que empieza por aplano-, con el prefijo negativo ἀ- y por tanto con el sentido contrario de "inmóvil": aplanogámeta, aplanogonidio, aplanóspora... Ahí están, en el diccionario mentado, en su orden alfabético.
Con el verbo πλανάω se relaciona otro, πλάζω /plá-dsoo/ propiamente "estar extraviado", quizá por culpa de Ulises, el héroe necesitado de GPS por antonomasia, al que Homero describe nada más empezar la Odisea como ὃς μάλα πολλὰ πλάγχθη "el que anduvo muy perdido". En cualquier caso, de πλάζω viene no solo ese aoristo πλάγχθη sino también el adjetivo verbal πλαγκτός "errabundo", de cuya forma neutra viene nuestro plancton (sería más propio llamarlo plancto pero para evitar la confusión con las plañideras dejémoslo así) que designa a los animálculos arrastrados de las corrientes marinas.
Mirando estos asuntos acabo de enterarme de que además de plancton hay pleuston (derivado del verbo πλέω "navegar") que designaría a los seres vivos no diminutos que vagan por las aguas; Ulises y sus camaradas, pues, con su tamaño porcino (Atenea me perdone), no entrarían en el plancton, sino en el pleuston.
La raíz de πλάζω tiene muchísimos parientes, como πλάγιος "oblicuo" (en botánica plagiotropismo, por ejemplo; también de ahí nuestro plagio o robo intelectual) o el latín plango "darse golpes de pecho", "llorar" (aquí entran nuestras plañideras), y se sospecha además que es la misma de πλήσσω /pleés-soo/ "golpear" (y aquí tendríamos que dar cabida al plectro, a la apoplejía y a muchas palabras más), así que mejor quedémonos aquí, que ya está bien.
lunes, 10 de junio de 2019
Fréjoles
Titulo con una palabra de mi niñez: así nombraba en mi pueblo las legumbres que hoy en Aragón llamo "judías verdes", y si estuviera en Andalucía llamaría, supongo, "habichuelas", en Bilbao "vainas", o en Lérida "mongetas tendras": fréjoles eran los frutos del Phaseolus vulgaris de Lineo en el pueblo donde sufrí mis primeras descalabraduras, orillas del Eria, allí donde el castellano empieza a teñirse de melismas galaicos.
¡Oh fréjoles de la infancia, compañeros de la patata, aliñados con ajo y pimentón de la Vera, y un ambarino trocito de tocino rancio, gloria de...! No, no voy bien por aquí. Disculpen, pero es que el recuerdo me pone lírico. Sólo quería evocar que aquellos sabrosos fréjoles eran vainas muy maduras, pocas veces con hilos, pero con semillas bien gordas, que a menudo se independizaban y nadaban libres por el rojo caldo. Entonces lo teníamos claro: fréjoles eran las vainas tiernas; a los granos (sobre todo secos) los llamábamos alubias. Así que siempre me sorprenden en Portugal, cuando pido una feixoada (que a mis oídos suena como "frijolada") y me traen alubias, plato indeseado en la canícula lisboeta.
Este puede ser un ejemplo como cualquier otro de las complicaciones de la lengua. Para empezar, el nombre de un vegetal (y esto ocurre con muchas plantas cultivadas, sea fréjol o arroz o acelgas) puede aludir, según el contexto, a A) una especie vegetal concreta, B) un determinado cultivo, C) un fruto o subproducto comercial derivado, D) un preparado culinario, etcétera. Añádese que cada apartado contiene variantes (por ejemplo, fréjol como plato aludirá o bien a las vainas o bien las semillas). Por último, el problema se ramifica y multiplica con la gran diversidad dentro de la misma palabra, o de palabras para un mismo concepto: en nuestro caso fréjoles (o frejoles), fríjoles (o frijoles), judías, habichuelas, caparrones, pochas, porotos... (Esa diversidad se atisba en el artículo de Wikipedia dedicado al Phaseolus vulgaris.)
Es curioso que de esa planta no se mencione, en general, el origen. Todo el mundo sabe que el tomate, el maíz, la patata provienen de América; no ocurre así con las judías. Sin embargo, son estirpe clara del Nuevo Mundo. Con mucho salero lo prueba Fabre, en sus maravillosos Souvenirs entomologiques (serie octava, capítulo IV), con el argumento ab absentia de los parasitos; el sabio provenzal, como de costumbre, arma una pequeña escena campesina, preguntando a sus vecinos de Sérignan, que responden: "Monsieur, apprenez que dans le haricot il n'y a jamais de ver. C'est une graine bénie, respectée du charançon. Le pois, la fève, la lentille, la gesse, le pois chiche ont leur vermine; lui, lou gounflo-gus, jamais. Comment ferions-nous, pauvres gens que nous sommes, si le courcoussoun nous le disputait?"
De la falta de gorgojo Fabre deduce que el haricot es reciente en Europa y que, habiendo llegado sin el parasito reglamentario, aún no ha habido insecto europeo que ose colonizarlo. Dicho sea de paso, el nombre provenzal de las judías, gounflo-gus, prueba que Fabre alude, como alimento, más bien a las semillas, a las alubias, que a las vainas. (Desde Buenos Aires, mi hermano confirma que también el argentino porotos se refiere a las alubias; al plato de vainas allí lo llaman, al parecer, chauchas.)
Fabre, de curiosidad insaciable y buen conocimiento del mundo clásico, se pregunta a qué verdura se referían los romanos con la palabra phaseolus, autorizada luego por Lineo: no podían referirse al Phaseolus vulgaris, desconocido aún para ellos. (Fabre añade otro jocoso argumento ab absentia: si Roma hubiera conocido las alubias, ¡para rato habría Plauto desaprovechado la ocasión de incluir en sus comedias chistes de alubias y flatulencias!)
Así pues, ni el griego φάσηλος /fá-see-los/ o φασήολος /fa-seé-o-los/ ni el romano faselus o phaselus /fa-sée-lus/ o phaseolus /fa-sé-o-lus/ podían designar nuestras judías, cosa que, sin embargo, aseguran erróneamente la mayoría de diccionarios que tengo a mano; algunos traducen "habichuelas" o haricot, lo que no deja de ser una forma de escurrir el bulto. (Los diccionarios que usan nombres lineanos son más honestos con el lector: arriesgan su reputación más que los otros, pero también son más precisos.) Al parecer, aquellos términos clásicos se referirían probablemente a la judía de careta, Vigna unguiculata (Dolichos melanophthalmus DC), que en griego se llamó δόλιχος /dó-li-jos/ (literalmente "largo"), y por ahí llaman ahora caupí, chícharo, fríjol chino, y de mil formas más; a ella aludiría el árabe al-lubiya, tomado del persa y de donde viene nuestro término "alubia". (Chantraine da para φασήολος la traducción banette, Vigna sinensis L)
Las palabras, pues, ocultan la historia tanto como la revelan. Phaselus o frijoles engañan sobre el origen de las judías. En efecto, fríjol viene del latín phaseolus, como el portugués feijâo, el francés flageolet, el italiano fagiolo. La voz judía es más oscura en sus orígenes: el arabista Asín pretendía que era voz árabe, gudiya, tomada del persa. Haricot, en cambio, vendría significativamente del náhuatl ayacotl (argumento que también usa Fabre). Poroto sería voz quechua.
Por mi parte, aumentaré la confusión con una etimología casera, recién inventada para la ocasión, de habichuela, ese extraño diminutivo de haba: ahí yo veo la continuación de fabiola o "pequeña haba" (sí, como la heroína de Wiseman: una modesta confusión con Fabiola o "pequeña Fabia"): la evolución regular daría *habegüela o *habihuela y de ahí a habichuela no hay más que un paso. Al fin y al cabo, del cultivo de las habas, se dice, tomó nombre la ilustre familia romana de los Fabios. Y las primeras judías venidas de América ¿no se llamaron aquí "habas indias" o "habas turcas"? Pues ahí está el lío.
¡Oh fréjoles de la infancia, compañeros de la patata, aliñados con ajo y pimentón de la Vera, y un ambarino trocito de tocino rancio, gloria de...! No, no voy bien por aquí. Disculpen, pero es que el recuerdo me pone lírico. Sólo quería evocar que aquellos sabrosos fréjoles eran vainas muy maduras, pocas veces con hilos, pero con semillas bien gordas, que a menudo se independizaban y nadaban libres por el rojo caldo. Entonces lo teníamos claro: fréjoles eran las vainas tiernas; a los granos (sobre todo secos) los llamábamos alubias. Así que siempre me sorprenden en Portugal, cuando pido una feixoada (que a mis oídos suena como "frijolada") y me traen alubias, plato indeseado en la canícula lisboeta.
Este puede ser un ejemplo como cualquier otro de las complicaciones de la lengua. Para empezar, el nombre de un vegetal (y esto ocurre con muchas plantas cultivadas, sea fréjol o arroz o acelgas) puede aludir, según el contexto, a A) una especie vegetal concreta, B) un determinado cultivo, C) un fruto o subproducto comercial derivado, D) un preparado culinario, etcétera. Añádese que cada apartado contiene variantes (por ejemplo, fréjol como plato aludirá o bien a las vainas o bien las semillas). Por último, el problema se ramifica y multiplica con la gran diversidad dentro de la misma palabra, o de palabras para un mismo concepto: en nuestro caso fréjoles (o frejoles), fríjoles (o frijoles), judías, habichuelas, caparrones, pochas, porotos... (Esa diversidad se atisba en el artículo de Wikipedia dedicado al Phaseolus vulgaris.)
Es curioso que de esa planta no se mencione, en general, el origen. Todo el mundo sabe que el tomate, el maíz, la patata provienen de América; no ocurre así con las judías. Sin embargo, son estirpe clara del Nuevo Mundo. Con mucho salero lo prueba Fabre, en sus maravillosos Souvenirs entomologiques (serie octava, capítulo IV), con el argumento ab absentia de los parasitos; el sabio provenzal, como de costumbre, arma una pequeña escena campesina, preguntando a sus vecinos de Sérignan, que responden: "Monsieur, apprenez que dans le haricot il n'y a jamais de ver. C'est une graine bénie, respectée du charançon. Le pois, la fève, la lentille, la gesse, le pois chiche ont leur vermine; lui, lou gounflo-gus, jamais. Comment ferions-nous, pauvres gens que nous sommes, si le courcoussoun nous le disputait?"
De la falta de gorgojo Fabre deduce que el haricot es reciente en Europa y que, habiendo llegado sin el parasito reglamentario, aún no ha habido insecto europeo que ose colonizarlo. Dicho sea de paso, el nombre provenzal de las judías, gounflo-gus, prueba que Fabre alude, como alimento, más bien a las semillas, a las alubias, que a las vainas. (Desde Buenos Aires, mi hermano confirma que también el argentino porotos se refiere a las alubias; al plato de vainas allí lo llaman, al parecer, chauchas.)
Fabre, de curiosidad insaciable y buen conocimiento del mundo clásico, se pregunta a qué verdura se referían los romanos con la palabra phaseolus, autorizada luego por Lineo: no podían referirse al Phaseolus vulgaris, desconocido aún para ellos. (Fabre añade otro jocoso argumento ab absentia: si Roma hubiera conocido las alubias, ¡para rato habría Plauto desaprovechado la ocasión de incluir en sus comedias chistes de alubias y flatulencias!)
Así pues, ni el griego φάσηλος /fá-see-los/ o φασήολος /fa-seé-o-los/ ni el romano faselus o phaselus /fa-sée-lus/ o phaseolus /fa-sé-o-lus/ podían designar nuestras judías, cosa que, sin embargo, aseguran erróneamente la mayoría de diccionarios que tengo a mano; algunos traducen "habichuelas" o haricot, lo que no deja de ser una forma de escurrir el bulto. (Los diccionarios que usan nombres lineanos son más honestos con el lector: arriesgan su reputación más que los otros, pero también son más precisos.) Al parecer, aquellos términos clásicos se referirían probablemente a la judía de careta, Vigna unguiculata (Dolichos melanophthalmus DC), que en griego se llamó δόλιχος /dó-li-jos/ (literalmente "largo"), y por ahí llaman ahora caupí, chícharo, fríjol chino, y de mil formas más; a ella aludiría el árabe al-lubiya, tomado del persa y de donde viene nuestro término "alubia". (Chantraine da para φασήολος la traducción banette, Vigna sinensis L)
Las palabras, pues, ocultan la historia tanto como la revelan. Phaselus o frijoles engañan sobre el origen de las judías. En efecto, fríjol viene del latín phaseolus, como el portugués feijâo, el francés flageolet, el italiano fagiolo. La voz judía es más oscura en sus orígenes: el arabista Asín pretendía que era voz árabe, gudiya, tomada del persa. Haricot, en cambio, vendría significativamente del náhuatl ayacotl (argumento que también usa Fabre). Poroto sería voz quechua.
Por mi parte, aumentaré la confusión con una etimología casera, recién inventada para la ocasión, de habichuela, ese extraño diminutivo de haba: ahí yo veo la continuación de fabiola o "pequeña haba" (sí, como la heroína de Wiseman: una modesta confusión con Fabiola o "pequeña Fabia"): la evolución regular daría *habegüela o *habihuela y de ahí a habichuela no hay más que un paso. Al fin y al cabo, del cultivo de las habas, se dice, tomó nombre la ilustre familia romana de los Fabios. Y las primeras judías venidas de América ¿no se llamaron aquí "habas indias" o "habas turcas"? Pues ahí está el lío.
domingo, 2 de junio de 2019
Plantas regias
Salió a colación el otro día Mitridate VI del Ponto, llamado Mitridate el grande o Mitridate Eupátor, el que trató de suicidarse en vano con venenos y al final cayó ante la cuchilla de su esclavo (el año 63 antes de la era, para ser exactos: el año del consulado de Cicerón y de las catilinarias). Y hablando de sus aficiones, perdí la ocasión de mencionar que su apodo (en griego εὐπάτωρ /eu-pá-toor/ "noble", literalmente "bienpadrado") sirvió de apellido a la Agrimonia eupatoria, que Plinio llama simplemente eupatoria (eupatoria quoque regiam auctoritatem habet "también la eupatoria recibe su prestigio de un rey", 25 65; este texto atribuye a la semilla de la agrimonia, bebida en vino, virtudes contra la disentería: semen dysentericis in vino potum auxiliatur unice).
No del apodo, sino del nombre de ese mismo rey herborista salió otro género botánico: la mithridatia, atribuida al rey del Ponto por un tal Crateuas, botánico de corte del propio Mitridate. Así la describe Plinio (25 62): huic folia ii a radice, acantho similia, caulis inter utraque sustinens roseum florem "de la raíz salen dos hojas parecidas al acanto, y entre ambas un tallo sostiene la flor rosada". Se ha imaginado que esta descripción corresponde al Erythronium dens-canis, aunque no veo el parecido de las hojas con el acanto.
Al mismo rey, por último, asignó Pompeyo Leneo (el botánico liberto de Pompeyo Magno) la scorditim sive scordion "escórdite o escordio", que según nota de mi edición es el Teucrium scordium. Habría que comprobar si éste se encuentra, como dice Plinio, in Ponto campis pinguibus umidisque "en el Ponto, en planicies crasas y húmedas". Me llama la atención la nota de Plinio a la escórdite: ipsius manu descriptam "dibujada por su propia mano". ¿La mano de quién? El contexto invita más bien a pensar que la de Leneo, pero no es imposible que se refiera a la regia mano de Mitridate, quien al don de lenguas añadiría así el talento plástico.
Hay otra variedad del escordio, según Plinio, con hojas más anchas y parecido al mentastro (latioribus foliis, mentastro similis), que parece corresponder al Teucrium scorodonia. El nombre específico de esta última viene de la voz griega σκόροδον /skó-ro-don/ "ajo". El nombre genérico lo dejo para otro rato.
Y, en fin, ya que tengo abierta la Historia natural por el libro veinticinco, ahí mismo alude Plinio a la polemonia. Ese nombre, a juicio de algún comentarista, honraría a otro rey del Ponto, Polemón, de tiempos de Augusto, y la variante que el mismo Plinio da, fileteria (philaeteria), aludiría a un rey de Pérgamo dos siglos anterior. Sin embargo, Plinio explica polemonia (que parece venir de la palabra griega "guerra" πόλεμος) a certamine regum inventionis "por la disputa entre reyes por su descubrimiento".
Rabelais, en Le tiers livre, capítulo L, recoge y amplifica la explicación pliniana sobre la polemonia: grandes et longues guerres furent jadis meues entre certains rois de sejour en Cappadocie, pour ce seul different, du nom desquelz seroit une herbe nommée: laquelle, pour tel debat, fue dicte Polemonia, comme guerroyere. Ese capítulo del Tercer libro recolecta noticias sobre el origen de los nombres botánicos; tengo que leerlo con más detenimiento, pero me ha dado la impresión de que Plinio el viejo y su Naturalis historia es la fuente principal del texto rabelesiano.
No del apodo, sino del nombre de ese mismo rey herborista salió otro género botánico: la mithridatia, atribuida al rey del Ponto por un tal Crateuas, botánico de corte del propio Mitridate. Así la describe Plinio (25 62): huic folia ii a radice, acantho similia, caulis inter utraque sustinens roseum florem "de la raíz salen dos hojas parecidas al acanto, y entre ambas un tallo sostiene la flor rosada". Se ha imaginado que esta descripción corresponde al Erythronium dens-canis, aunque no veo el parecido de las hojas con el acanto.
Al mismo rey, por último, asignó Pompeyo Leneo (el botánico liberto de Pompeyo Magno) la scorditim sive scordion "escórdite o escordio", que según nota de mi edición es el Teucrium scordium. Habría que comprobar si éste se encuentra, como dice Plinio, in Ponto campis pinguibus umidisque "en el Ponto, en planicies crasas y húmedas". Me llama la atención la nota de Plinio a la escórdite: ipsius manu descriptam "dibujada por su propia mano". ¿La mano de quién? El contexto invita más bien a pensar que la de Leneo, pero no es imposible que se refiera a la regia mano de Mitridate, quien al don de lenguas añadiría así el talento plástico.
Hay otra variedad del escordio, según Plinio, con hojas más anchas y parecido al mentastro (latioribus foliis, mentastro similis), que parece corresponder al Teucrium scorodonia. El nombre específico de esta última viene de la voz griega σκόροδον /skó-ro-don/ "ajo". El nombre genérico lo dejo para otro rato.
Y, en fin, ya que tengo abierta la Historia natural por el libro veinticinco, ahí mismo alude Plinio a la polemonia. Ese nombre, a juicio de algún comentarista, honraría a otro rey del Ponto, Polemón, de tiempos de Augusto, y la variante que el mismo Plinio da, fileteria (philaeteria), aludiría a un rey de Pérgamo dos siglos anterior. Sin embargo, Plinio explica polemonia (que parece venir de la palabra griega "guerra" πόλεμος) a certamine regum inventionis "por la disputa entre reyes por su descubrimiento".
Rabelais, en Le tiers livre, capítulo L, recoge y amplifica la explicación pliniana sobre la polemonia: grandes et longues guerres furent jadis meues entre certains rois de sejour en Cappadocie, pour ce seul different, du nom desquelz seroit une herbe nommée: laquelle, pour tel debat, fue dicte Polemonia, comme guerroyere. Ese capítulo del Tercer libro recolecta noticias sobre el origen de los nombres botánicos; tengo que leerlo con más detenimiento, pero me ha dado la impresión de que Plinio el viejo y su Naturalis historia es la fuente principal del texto rabelesiano.
sábado, 25 de mayo de 2019
Transmisiones y traiciones: carpobroto y drósera
Acabo de ver en la tele un breve reportaje: en él aparecía una loma costera tapizada por entero por lo que yo juraría que era Carpobrotus edulis en flor. Sin embargo, aseguraba el locutor, se trataba de Uncaria temerosa (sic), una planta invasora proveniente de Sudáfrica, cuyo nombre popular es "gato de uña" (sic: además, se leía en la pantalla), que pone en grave peligro a algunas especies autóctonas del litoral cántabro.
Estupefacto con tanto sic, recurro al buscador y apenas tecleo uncar... (oh prodigios de la tecnología) brota de la pantalla la Uncaria tomentosa, una liana amazónica, rubiácea de familia, a la que unas uñas le permiten trepar sobre otras plantas (como a sus parientes peninsulares, las rubias) y recibir el nombre popular de "uña de gato".
Ya no me cabe duda de que, o bien quien redactó aquella noticia superó la dosis de alcohol recomendada para la práctica del periodismo, o bien le han tomado el pelo sin piedad. Conociendo el país, lo más seguro ambas cosas.
Me ha gustado saber de la uncaria. Por lo visto tiene propiedades médicas estupendas, y una muchedumbre espera de esta liana la sanación de varios alifafes, y aun quizá eludir la Parca. A la uncaria el nombre botánico le viene también, supongo, de las llamativas espinas curvadas en la base de las hojas. Esas espinas (o acúleos, no sé bien) se doblan en gancho, y gancho en latín se dice uncus (si traducen Peter Pan al latín, su antagonista debe ser el capitán Uncus). De ahí que las cosas con forma de gancho o garfio sean unciformes.
Entre los nombres botánicos ganchudos reconozco la Pinus uncinata (los árboles en general son femeninos en latín; léase en este idioma /un-ki-ná-ta/), llamada así por los ganchos de las piñas; y también un Scleranthus uncinatus (σκληρός /sklee-rós/ "duro": "flor-dura" o "flor-seca").
En cuanto al Carpobrotus (que no es rubiácea, sino aizoácea), me fijé en su existencia hace un par de años, en un tiesto de Cabanillas; luego resultó que crece en el patio de mi vecina (dueña del ejemplar de la foto). Como el griego καρπός /kar-pós/ significa "fruto", y βρωτός /broo-tós/ "comestible" (lo mismo que el latín edulis), el nombre botánico quiere decir "fruto-comestible comestible", algo redundante, como a menudo pasa, en la traducción. (Debido a la ómega de βρωτός, la pronunciación correcta de Carpobrotus es la llana: /car-po-bróo-tus/.)
El carpobroto es de origen sudafricano (como decía el beodo de la tele), e invasora como su primo el Drosanthemum floribundum (que ha pasado ya, creo, por estas páginas). A este drosántemo o mesembriántemo lo he visto los últimos años invadir los bordes de la autopista de Logroño, a su salida de Zaragoza, con sus brillantes flores rosadas; esta primavera, sin embargo, hubo sólo un corrico mezquino y fugaz, desaparecido a los pocos días. ¿Estará alguna autoridad reprimiendo su expansión? Quién lo diría.
En el nombre del drosántemo está el griego δρόσος /dró-sos/, "rocío", lo mismo que en la drósera y en su pariente próximo el Drosophyllum lusitanicum: sin duda el nombre les viene de las gotas, parecidas a rocío, de las hojas. (Drosofilo se acentúa llano, porque ahí está la voz φύλλον "hoja", al revés que la mosca drosófila, donde está el verbo φιλῶ "amar" o "sentir afición"; véase la entrada sobre mesófilo y mesofilo.)
Por su parte, drósera es palabra griega: δροσερά /dro-se-rá/ "rorante" o "la del rocío", voz derivada, claro está, de δρόσος. (¿Por qué, si en griego se acentúa en la A final, en latín se acentúa en la O? Por la simple ley de la penúltima sílaba, que traté de explicar en ¿Gypsóphila o Gypsophila? y en Mesófilo o mesofilo. Por lo demás, como el latín no usa tildes, los españoles nos tiramos a lo llano, y acentuamos en la E. Pero el acento latino es drósera.)
Hablando de rocío (y aquí entramos en la sección El abuelo Cebolleta), en cierto libro leí unos versos de Virgilio donde la miel era "rosa del aire, dulce regalo de los cielos". Sorprendido por la extraña metáfora, acudí al original, el comienzo del libro cuarto de las Geórgicas, donde se lee aerii mellis celestia dona "el divino regalo de la aérea miel", en alusión a la creencia de que las abejas elaboran miel a partir del rocío... Y entonces caí en la cuenta de dónde venía la rosa: de la rosée que sin duda había escrito la señora Maguelonne.
domingo, 12 de mayo de 2019
Más sobre pelos
Θρίξ τριχός "pelo" tiene larga descencendia en biología. Además de tricoma (y muchas de las no pocas voces que entran por trico- en el Diccionario botánico de Font Quer), incluyen esa palabra griega unos cuantos nombres botánicos, por ejemplo el adjetivo trichophyllus que ha de significar "de hoja peluda" y está en masculino en el Ranunculus trichophyllus, en femenino en la Festuca trichophylla, y en neutro en el Leucojum trichophyllum.
Aquellos callitrichum y polytrichum mencionados por Plinio querrán decir "bello pelo" y "mucho pelo" respectivamente. Veo que hay un género Callitriche y que se pelean por meterlo, unos en las calitriqueáceas, otros en las plantagináceas; a ver quién gana. En cuanto al "muchopelo", lo encuentro como subespecie de un tomillo, Thymus praecox polytrichus. Y el año pasado le regalé a mi madre una orquídea que se llamaba Trichoceros parvifolius ("pelicuerno pequeñahoja").
La I de τρίχες es breve, así que la pronunciación debe ser esdrújula en todas esas palabras que tienen pelo al final, y no son pocas: heterótrico, holótrico, lofótrico, ulótrico... Esto de ulótrico se lo llamaré a mi yerno, que tiene pelo crespo. Y del mismo modo son voces esdrújulas callitrichum y polytrichum.
Saliendo de la botánica, la voz "pelo" triunfa entre los insectos (todo un escuadrón de ellos se agrupa bajo el estandarte Trichoptera o "pelialados", que son, creo, las frigáneas, cuyas larvas acuáticas se forran de piedrecitas y palitos), y entre los tricópteros y otros parientes encontramos Trichodes, Trichotichnus, Trichophya &c.
Por no alargarme, mencionaré sólo un pájaro, el alzacola o Cercotriches galactotes: "colapelo" norteafricano que suele revolotear por esta península. Y hasta los peces tienen pelos: hace poco vi por la tele uno descubierto en Colombia con pelos en las narices, supongo, pues lo han bautizado Trichomycterus rosablanca.
Debido a la forma irregular de la palabra griega "pelo", hay que incluir aquí aquellos nombres que acaban en -thrix (obsérvese la TH, trascripción de la Θ) como el tití común, ese monito brasileño que tiene una especie de abanicos de pelos a ambos lados de la cabeza y la ciencia llama callithrix o "bellopelo" (nombre equivalente al de la Callitriche): Callithrix jacchus. Y un cianobacterio (si no me equivoco) está invadiendo el lago de Sanabria y su gracia es Tolypothrix distorta: sospecho que también está ahí el θρίξ, el pelo griego.
La carretera por aquí se adorna en agosto con las flores amarillas de la Inula viscosa, cuyas matas permanecen todo el año de guardia junto a la cuneta, en invierno oscuras y secas: yo las di por muertas, pero en mayo recuperan su verdor. Pues bien, ahora que me he aprendido el nombre, lo cambian a Dittrichia viscosa. Bendito sea Noé. Me gustaba más el otro. Dittrichia nada tiene que ver con "pelos": Greuter la rebautizó en honra de un director del botánico de Berlín llamado Manfred Dittrich, que ahora tendrá, si la red no miente, ochenta y cinco años. Prescindiendo de la ortografía caprichosa de los apellidos, este caballero comparte patronímico con Marlene Dietrich, adorable personaje que pierde mucho encanto si traducimos su nombre: Magdalena Teodorico.
Añado una foto de Adiantum capillus-Veneris, el ἀδίαντον τὸ λευκόν de Teofrasto o capillaire de Montpellier de Amigues. El nombre francés capillaire corresponde al latín capillaria y es el equivalente exacto del castellano cabellera; este adianto se llama así, según Amigues, por leurs pétioles bruns ou noirs, fins et brillants comme des cheveux, usados, debido a este parecido, para el cuidado de la melena. La magia simpática, una vez más.
Si te parece que esa foto no es de un Adiantum capillus-Veneris, te ruego, amable lector o lectriz piadosa, me lo hagas saber: el placer de aprender algo compensará la mortificación de haber metido la pata.
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