Latín y botánica
Reflexiones en torno al latín como lengua de la botánica. Rem herbariam non perficiunt nomina, sed observationes, et descriptiones accuratae (Pietro Bubani).
jueves, 6 de febrero de 2025
Calamo currente
lunes, 27 de enero de 2025
Una hermosa guía de pájaros
Releyendo El lugar de un hombre, di de entrada con un escollo que nunca resolví. La novela de Sender (elaborada a partir del célebre crimen de Cuenca, transferido por el aragonés a su aldea de infancia, Alcolea de Cinca), arranca así:
"En los campos comenzaba la primavera y se veían en las eras, sobre la escarcha de algunos amaneceres helados, las cucutes, pájaros de pecho tornasolado, alas blancas y negras. Su belleza los hacía codiciables para los muchachos, pero los cazadores los desdeñaban porque olían mal. Estos pájaros solían llegar hacia el mes de abril y venían diciendo: cu-cut, cu-cut, el dos de mayo Santa Cruz."
¿Qué son las cucutes? A mí me da que son las abubillas, a juzgar por la descripción y por el nombre, onomatopéyico como el latino upupa, de un up up que podríamos equiparar al cu-cut de Sender, y a muchas variantes aragonesas: gurgú, gurgute, burbuta, borbute, purpute, puput (ésta última también catalana, según creo; no sigo con la lista, pues la imagino interminable). Para que la cucut sea abubilla sólo falla, a mi ver, lo del pecho tornasolado.
Para aclararme consulto lo primero (uno tiene sus costumbres) los libros de casa, empezando por las guías de pájaros. Incurro así en la hermosa guía de Carlos Pérez Naval, titulada Aves de España, y en una lejana culpa que voy a explicar y, ojalá, satisfacer.
Usted no conoce quizá esa guía, porque se ha distribuido poco, creo; no la he visto en librerías, y es que se adquiría sólo (al menos cuando me hice con ella) a través de un correo (cpereznaval@gmail.com) y un enlace (@carlospereznaval). Sin embargo, es una guía extraordinaria, y muy recomendable.
Guías de pájaros no faltan, desde luego; para la península ibérica ya la oferta es más limitada. En las que tenía, las imágenes eran todas dibujos, muy buenos dibujos sin duda, ingleses por más señas. En cambio en Aves de España todas las imágenes son fotográficas.
Esto es para mí lo extraordinario; imagine el lector la cantidad de fotografías --y por consiguiente de tiempo-- que supone obtener imágenes adecuadas para la descripción competente de cada volátil. Porque no se piense que hay para cada especie una sola imagen en esta guía: a menudo varias dan cuenta de las más características posturas y apariencias del ave en cuestión: posada, en vuelo, juvenil, adulto, en zambullida, secándose las alas, etcétera. Ya digo, extraordinario.
Y lo extraordinario se vuelve pasmoso si se considera que el autor de esta guía es un joven de dieciocho años (en este MMXXV cumplirá veinte, si no me equivoco). Conocí a Carlos cuando, tras un intercambio de mensajes, fui por la guía a su pueblo, Calamocha. Es un joven encantador, y tuvo la amabilidad de firmar mi ejemplar con una dedicatoria simpática. Sugerí entonces ocuparme de su guía en este blog, y de ahí mi sentimiento de culpa, por haber pospuesto tanto tiempo la página que mis palabras exigían.
Pues bien, en relación con las cucutes consulté Aves de España y, aunque no recopila denominaciones locales (sólo ofrece el nombre científico, el castellano común, y el inglés), pude en esta guía, mejor que en cualquier otra, comprobar los rasgos de la abubilla que me interesaban para el asunto, en especial el pecho tornasolado o no (esto es, no).
Recomiendo, pues, por su belleza, manualidad y excelente información (cada ave ocupa una una página, más o menos), la guía Aves de España de Carlos Pérez Naval.
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Verdad es que ahora contamos también con la ayuda de la red. Nada más teclear cucutes en el buscador, ha salido profusión de resultados, bastantes para confirmar la identificación inicial; entre otros, aparece un libro titulado En el país de los cucutes, de Javier Arruga, en cuya portada se puede ver retratada una hermosa abubilla de alas blanquinegras y cresta erguida. Cambio de género aparte (ya se ve que para Arruga el cucut o cucute es masculino), creo que puedo dar por acertada mi sospecha primera. En cuanto al pecho, es fácil comprender que erraría en el adulto de Madrid la memoria del niño de Alcolea.
- o - O - o -
Cuando reviso este texto, que tan soso me ha salido, se avecina por el oeste una nueva borrasca, a la que bautizan Herminia (si no he entendido mal). Noto que la señora meteoróloga avizora las dificultades de tráfico y los peligros de la nieve con un entusiasmo contenido pero cierto. No es caso aislado. Con ardor cambioclimatista, los amigos de la isobara tiemblan de azorada expectación con la inminencia del chubasco. Situación complicada, extremen la precaución. No nos ahorran latiguillo alguno. Pero lo de esta tarde ha sido de apoteosis, con una frase que, si usted la examina con atención, muestra por sí sola esa ardorosa, trémula, excitada expectación de la borrascosa crisis, al anunciar, óigalo bien, rachas de viento de más de hasta 140 kilómetros a la hora.
miércoles, 11 de diciembre de 2024
Los implicados se explican, pars altera
Hablando de plecti, quizá el lector haya recordado el sustantivo plexus, que podemos traducir por "entramado", "red" o, si se quiere, "cañizo"; hoy su más divulgada manifestación es, creo, anatómica: el plexo solar o paquete vasculonervioso donde se ensaña el protervo púgil. (Sea dicho de paso, ¿qué sentido daba Miller a Plexus? Porque creo que acabé Sexus, pero sin gana de seguir con la trilogía.)
En cualquier caso, más juego que plecti da en botánica amplecti "abrazar": ahí la raíz de pléctere se ve modificada por la partícula amb- (la misma de ambo "ambos" o ambiguus "ambiguo"): en amplecti parece subrayar los dos miembros del abrazo. Ahora que pienso, amb- también está en el verbo ambire "ir en torno" (compuesto de ire "ir"), de la mayor trascendencia en biología, pues nos pasamos el día hablando del medio ambiente (literalmente "yente por uno y otro lado" o "circundante").
Pues bien, como plexus de plecti, postverbal de amplecti es el sustantivo amplexus "abrazo", que en biología describe la fría cópula de los batracios: el macho abraza a la hembra con el fin de reservarse en exclusiva la fecundación.
El abrazo es frecuente en el mundo vegetal, si bien con otros fines: las hojas, las brácteas, o lo que sea, abrazan el tallo, mereciendo con razón el título de amplexicaulis (griego καυλός /kau-lós/ "tallo"). Como ocurre con victorialis victoriale, el neutro de amplexicaulis es amplexicaule. Aquí encuentro, en género animado, un Ranunculus y un Halopeplis amplexicaulis, y en neutro Hieracium, Lamium, Polygonum y Sedum amplexicaule.
Buscando abrazatallos me he encontrado un abrazahojas: el Streptopus amplexifolius, que no recuerdo qué planta es ni por qué la anoté, pero en cualquier caso es muy mona, aunque se sospeche que tiene berries poisonous.
La idea de plegar se empleó en latín como sufijo de numerales, para indicar la composición, y de ahí salieron los conceptos de simplex, duplex, triplex, y demás, esto es, lo que en castellano decimos simple, doble, triple &c, y en finústico símplice, dúplice, tríplice &c (el símplice me lo he inventado, creo). Sin entrar ahora en disquisiciones aritméticas (una cosa doblada una vez tiene al menos dos partes, de modo que algo falla en simplex), me limito a señalar que en botánica he encontrado un Alyssum simplex y, en hiperbólico superlativo (¿se puede exagerar la simplicidad?), la Xanthorhiza simplicissima, que al parecer es norteamericana.
¿Y qué decir del Atriplex hortensis, según otros Atriplex hortense? (Esta última forma me parece preferible, pues, atriplex, al menos para Plinio, es neutro: aquí se repite lo del Allium victoriale o victorialis.) ¿Tiene algo que ver con duplex o con triplex, o al contrario no se relaciona con el verbo plico que tanto me está entreteniendo?
En la guía de árboles y arbustos de Incafo, abundosa en etimologías, encuentro que se busca el origen de atriplex en el griego; contendría el verbo τρέφω /tré-foo/ "alimentar", con prefijo negativo, para indicar que es verdura de escasa sustancia. Pero a esto, en mi opinión, se oponen enérgicamente hechos de diversa índole, empezando por la A- inicial, larga en Atriplex (la alfa privativa es breve), y terminando por el extraño sufijo.
Rechazada esa etimología, Meillet dice que "sin duda" (eso significa, paradójicamente, que nuestro sabio no está seguro) es préstamo del nombre (o los nombres) griegos de esa planta, que, por ahorrar tiempo y energía, suenan más o menos andráfaxis andráfaxys atrafaxis atráfaxys y una porción de variantes más. Por comodidad, Meillet supone unas formas intermedias, como *atrapex o *atripex, de las que una etimología falsa, o un cruce con la voz triplex, bastarían para explicar la forma botánica actual. No es concluyente, pero es, quizá, razonable. Puramente hipotético, en cualquier caso. ¿De qué sirve?, me pregunto yo.
He acabado ya. Pero, puesto que algún lector comparte mi afición a los tebeos, aprovecho para meter aquí una broma de Hergé (odiado como facha por mis amigos prosoviéticos), quien en L'affaire Tournesol se burla de un tiranuelo del Este, un generalote mostachudo que recuerda mucho a Pilsudski, apellidado Plekszy-Gladz. Si los tebeos de Tintín siguen teniendo lectores (y los anaqueles de las librerías lo proclaman), quizás a los más jóvenes hay que explicarles el chiste, hoy que apenas se usa el nombre del plexiglás, cierto metacrilato transparente (de ahí el glass) y flexible (de ahí el plexi); entretanto, a los viejos nos sigue dando risa el juramento frecuente en Borduria: "¡Por los bigotes de Plekszy-Gladz!"
viernes, 29 de noviembre de 2024
Los implicados se explican
Estamos en un barranco de San Juan de la Peña, y un amigo señala la Alchemilla plicatula. ¡Plicatula! Esto es, "dobladita". ¿Dobladita? Sí, de plico, plicare "doblar": participio plicatus "doblado" o "plegado"; plicatulus, diminutivo, "dobladito". Con buen oído y buena lógica, Antonio sacó la consecuencia: "Entonces, claro, suplicar es también doblarse". Precisamente.
Después de este breve intercambio, quedé pensando: si hay voces botánicas con esa raíz, no estaría de más darles una página en estas bagatelas verbivegetales. Y esto es el resultado.
El verbo latino plicare significa "plegar", y esta palabra castellana, a su vez, deriva de aquella latina (la I breve se vuelve E, y la C intervocálica sonoriza en G). Pero, si consideramos que el plorare latino es nuestro hispano llorar, y el planus ciceroniano es el llano cervantino, advertirá el cándido lector que plegar no es una palabra enteramente vulgar: la vulgar es llegar, con el cambio de rigor en palabras usadas en todo tiempo por la masa de los hablantes: pl- > ll-. ¿Es plegar un semicultismo? ¿O se trata de una bifurcación morfológica, para no confundir "plegar" con un llegar cargado de un significado nuevo? Ay, ojalá lo supiéramos todo.
Desde luego, las que no son ni vulgares ni semicultas, sino latinismos legítimos, son las voces donde no se da ninguno de los cambios fonéticos aludidos: aplicar, complicar, implicar, replicar, suplicar... A mí siempre me gustó mostrar con las palabras de este campo la raíz material, por así decir, de nuestras expresiones abstractas. ¿Qué significa complicatus? Enteramente plegado sobre sí mismo. ¿Y qué se lee en un papel bien complicatus? Nada. Ahora bien, si lo desarrugamos... Pues eso mismo es explicar, esto es, explicare, desdoblar, desarrugar, allanar el papel: el papel alisado, la cosa explicada. Por desgracia, ya somos un poco insensibles a estas que fueron, en su día, lindas metáforas.
Naturalmente, con el prefijo sub "abajo", sale un supplicare lleno de humillación (y sabemos lo que es humilis en botánica: humilde y humillar vienen de humus "suelo", adonde se aproxima el suplicante). Todos esos verbos, complicare, explicare, implicare y demás, son clásicos, y algunos de ellos tienen, ya en latín clásico, un doble participio, que hemos heredado (explicatus y explicitus, implicatus e implicitus, por ejemplo).
En fin, todo eso me resulta muy entretenido, pero no impacientemos más al ya muy paciente lector, y vayamos a la cuestión botánica sin más demora.
Con los participios de plicare, aparte de la Alchemilla plicatula (en diminutivo) no encuentro más binomio que la Glyceria plicata (sinónimo de Glyceria notata). Digo, entre las plantas (también hay un murciélago Chaerephon plicata o "plegado", y una araña Araniella displicata "desplegada" o quizá, más bien, "mal plegada"; pero con ellos nos salimos del mundo vegetal).
Si añadimos preverbios, apenas puedo añadir el codeso, el Adenocarpus complicatus o "muy replegado" o "arrugado".
Aprovecho, por cierto, la ocasión de quejarme de que al adjetivo complicado, "enrevesado" e "inextricable" en román paladino, el teleñol, esa absurda jerga armada por políticos imbéciles y periodistas analfabetos, le está cambiando el sentido y lo tortura hasta hacerle significar "difícil" y "arduo"; de modo que la tormenta arrasa un pueblo y crea una situación... "complicada". ¡Qué expresión tan roma!
También es corriente en botánica hablar de "pelos aplicados", por ejemplo, o "brácteas aplicadas". En applicare el verbo "doblar" está precisado por ad, preposición o preverbio que significa "proximidad", de modo que applicatus significa "doblado hacia" o "doblado aproximándose" (al eje foliar, o caulinar, ha de entenderse).
De la misma raíz que plicare tenemos en latín el verbo pléctere (y plecti), básicamente del mismo significado (y también "trenzar", acepción afín a "doblar", como ya hemos visto con vitis y vimen). De este verbo tenemos, por ejemplo, la Muehlenbeckia complexa: podemos admitir que complexa es un sinónimo de complicata, aunque el verbo complecti posee también el sentido de "abrazar", aquí tal vez más apropiado por tratarse de una trepadora.
En cuanto a la Lonicera implexa, el específico depende de impléctere "entretejer": implexa "entretejida" viene a ser un sinónimo de implicata e implicita que dan nuestras implicada e implícita. (El genérico honra al botánico renacentista Adán Lonicer, Adam Lonitzer en su alemán originario, pues era marburgués, o Adamus Lonicerus en su forma latinizada.)
Quede aquí de momento. Continuaré.
domingo, 13 de octubre de 2024
Andrés Laguna II
Mucho conservamos de Laguna, pero lo que más me gustaría tener en la mano es una carta autógrafa que conserva (espero) el archivo de Simancas: escrita en Augsburgo, a 7 de julio de 1554, en ella, con humor, narra al embajador cesáreo en Venecia, Francisco de Vargas, su actividad de botánico práctico, no interrumpida ni en el curso del viaje de Venecia a las orillas del Danubio: "Me detuve cinco días en Trento, discurriendo como cabra por todas aquellas montañas, en las cuales hallé raros simples, y no poco importantes a la vida y a la salud humana. Ayer, que fueron seis del presente, llegué a esta ciudad de Augusta..."
Quiso Marcel Bataillon demostrar, en su memorable ensayo sobre Erasmo y España, que había sido Andrés Laguna el autor del Viaje de Turquía. Si lo consiguió o no, es, en mi opinión, asunto secundario, y bien puede mantenerse anónimo el relato de los peregrinos fugados de Constantinopla; para nuestros efectos, no se merma el mérito literario de Laguna con hallar otro autor para el Viaje. Véase con qué gracia arremete, médico él, contra "ciertos infortunados que, con hacer professión de médicos, son tan ignorantes de la historia medicinal que si les preguntáis del myrobálano qué es, os dirán que cebolla albarrana: y con todo ello los veréis andar por las calles muy entonados, y llenos todos de anillos, como de tropheos de los tristes que derribaron": pasaje que preludia y anuncia las bromas contra médicos de nuestros clásicos del siglo áureo, lectores del segoviano.
Por no alargarme citando más páginas de Laguna, terminaré con un paso de su traducción de Dioscórides, en la epístola nuncupatoria a Felipe II, con una loa del idioma castellano y la prueba de su conciencia de traductor, "viendo que a todas las otras lenguas se había communicado este tan señalado author, salvo a la nuestra española, que o por nuestro descuido, o por alguna siniestra constelación, ha sido siempre la menos cultivada de todas, con ser ella la más capaz, civil, y fecunda de las vulgares".
¡Oh devoto botánico, oh botánica devota que visitas Segovia! No olvides rendir culto a nuestro doctor, y visita piadoso su tumba, que está en la iglesia de san Miguel! Sí, en la mismísima plaza mayor; sí, la mismísima donde Isabel de Trastamara fue proclamada reina en la santalucía de 1474. Allí encontrarás la capilla cuya foto está en la última entrada, y con más detalle en ésta, volcadas las imágenes porque mejor leas la inscripción puesta por nuestro humanista, y veas el blasón que quiso lucir ante la posteridad.
Y, para que no aduzcas ignorancia de la lengua latina, ejerceré de destebrechador y romanzaré sus conceptos: "Al mayor y mejor dios. Al insigne médico doctor don Jacobo Fernández de Laguna, muy ilustre por su ciencia y su piedad, quien sin pausa esforzóse diligente, cuanto pudo, por llevar ayuda y auxilio a los segovianos, hasta que lo detuvo envidiosa muerte: sucumbió el 9 de mayo de 1541. Su hijo Andrés Laguna, caballero de san Pedro y médico del sumo pontífice Julio III, vuelto de Italia tras la muerte de su indulgentísimo padre, puso esta capilla para sí y para los suyos, año de 1557".
Es el blasón un bajel con velas desplegadas, buena imagen del exiliado en este océano de la vida, caprichoso y sin horizonte. Observa cómo la cimera, coronada con una imagen de peregrino jacobeo, corrobora el simbolismo odiseico (lo que sirvió a Bataillón, entre otras cosas, para sostener su autoría del viaje turco).
Como buen humanista de su tiempo, buen helenista como acredita su traducción de Dioscórides, Laguna escribe en las filacterias dos frases en el idioma de Ulises: "Muéstrame el camino, señor" (salmo 25 6), y "Tu espíritu me guiará" (salmo 143 10).
Y, precioso remate, un hermosísimo dístico elegiaco resume su actitud ante la muerte. No es original de Laguna (la idea está ya en la Antología palatina, y ha sido usada por otros en diversas formas); pero nuestro segoviano da con él muestra de gusto exquisito:
Inveni portum. Spes et Fortuna, valete.
Nil michi vobiscum. Ludite nunc alios.
"Llegué a puerto. Esperanza y fortuna, adiós. Nada tengo con vosotros. Ahora, tomad el pelo a otros".
sábado, 12 de octubre de 2024
Andrés Laguna
Hace poco pasé unos días en Segovia, una de las poblaciones más agraciadas por la naturaleza y por la historia, y no dejé de saludar al acueducto, de recorrer sus hermosos templos, y de pasear las deliciosas orillas de Eresma y de Clamores. Pero como ahora me han nombrado fitofilólogo (y yo me tomo muy en serio los títulos, en especial los honoríficos), a las habituales visitas he añadido esta vez una de cortesía a la casa del más ilustre segoviano, y santo patrón de los fitofilólogos, el doctor Andrés Laguna.
En efecto, Segovia, que hace unas décadas apenas se acordaba de este médico de papas y emperadores, honra hoy su memoria con una estatua (si ésa es honra, según son algunas de mediocres, tirando a deplorables) y muestra una de las viejas casas de la ciudad como cuna de nuestro doctor ilustre. La casa tiene su encanto, y merece la visita.
El atractivo de Laguna radica, para mi gusto, no ya en su ciencia botánica, sólida y vasta, sino en gran parte en el placer que proporciona su escritura, siempre interesante y vívida, llena de experiencia. Así, ya en el prólogo de su traducción de Dioscórides ejemplifica el peligro de errar en la identificación de especies con lo que padeció "en Roma la desdichada Turqueta, muger harto conocida de aquella corte; porque como estando los días passados muy flaca de una fiebre continua, cierto médico de los más eminentes la ordenase la tal confección, para corroborarla el estómago y los vitales espíritus, al cual effecto es principalmente apropriada, luego la cuytadilla, en beviéndola, como si hobiera bebido algún rejalgar, o cualquier otro presentáneo veneno, con cien mil espasmos, vascas y paroxismos, dando a su criador el ánima, se despidió desta luz, no sin grande admiración y espanto de algunos médicos que a la sazón allí nos hallamos presentes..."
Mérito no menor del sabio botánico Pío Font Quer ha sido el haber apreciado la prosa de Laguna, y recogido en su Dioscórides renovado, sin extractar, sino con todo su natural y vigoroso aliento, muchas de las descripciones y anécdotas del segoviano; y aun pienso que aprendió de él no poco de la fuerza y plasticidad en la escritura.
Así, quien quiera leer por entero la historia de Turqueta no tiene más que abrir el Dioscórides del sabio catalán sub voce "tapsia". Y s.v. "higuera" encontrará una divertida anécdota, a propósito de la facilidad de digestión de los higos secos, ocurrida al marinero portugués Jorge Pérez en un tormentoso viaje en barco de Ruán a España, en que iba nuestro doctor de pasajero; graciosa anécdota que aprovecha Laguna para citar el dicho luso morra Marta, e morra farta, equivalente aproximado del castellano "de perdidos, al río".
Y no sólo anécdota jocosa, sino también prueba de racionalidad en asunto de brujería, nos la da el segoviano (y puede leerse en el Dioscórides de Font Quer s.v. "belladona") con los comentarios a propósito de una supuesta bruja, cuyos viajes y tratos diabólicos interpreta como fantasías inducidas por la droga; claro es que, de paso, narra el doctor una chusca historia de cuernos.
Copiaré aquí otro cuento, casi un chiste (en el estilo incruento de los chistes de galenos), que dice Laguna haber presenciado en Metz, donde fue médico durante cinco años, de junio de 1540 a junio de 1545. Allí tuvo que enfrentarse con un episodio de peste, en 1542; ese mismo año publicó en Estrasburgo su experiencia en un Compendium curationis praecautionisque morbi passim populariterque grassantis, que él mismo tradujo en buen castellano unos años después como Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia.
Pues bien, "en cierta botica de Mets, residiendo yo en aquella ciudad, fue ordenada una medicina que llevaba cantáridas, para cierto novio impotente; y juntamente otra de cañafístola, para refrescar el hígado y los riñones del guardián de la orden de san Francisco, febricitante. Y aconteció que, trastrocándose los brebajes por yerro, el novio (el cual bebió la del fraile) pusiese aquella noche del lodo, y aun peor, la cama y la novia; y el fraile por otra parte, que tomó la del novio, anduviesse por todo el convento, como podéis bien pensar, hecho un endemoniado, que no bastaban pozos, ni aljibes, ni estanques, para le resfriar".
Un cuento blanco, propio de médicos: algo marrano, ligeramente obsceno, blandamente anticlerical, simpático en suma.
viernes, 11 de octubre de 2024
Una mañana
Mis planes para el fin de semana se han ido a la porra: ni una actividad se ha salvado. Heme, pues, ante un viernes libre de compromisos. Estoy perplejo. La libertad total es incómoda. ¿Qué elegir? ¿Me voy a alguna ciudad, a ver libros y museos, como pretendo hace días? Pero sale una mañana luminosa y fresca; tonto sería dedicarla al volante. Aparto los periódicos (qué asco, tanta noticia de corruptelas), subo a la meseta y aparco junto a la virgen de los Remedios. Daré un largo paseo hasta Noviercas, que también llevo tiempo deseando.
Perezoso como soy, comienzo el paseo con lo puesto; pero a los cien metros me veo obligado a regresar: con el humor de las yerbas, se me han empapado los calcetines. Por fortuna llevo las botas y repuesto seco en el coche.
Los alrededores de la ermita, todo robles jóvenes y peonías, están muy floridos en mayo y junio. En octubre, en cambio, flores, pocas. Algunas peonías ostentan los demoníacos colores de su fruto: negro profundo y carmín brillante, como el cachidiablo de Borja. Las merenderas van de capa caída, aunque alguna hay rozagante, en pleno vigor. ¿Esos qué son? ¿Solano negro? Y los de cogollo amarillo y lígulas malva deben de ser ásteres. En cambio los helicrisos exhiben capítulos secos sobre tallos secos. Pero hoy no tengo el alma clasificatoria; me resigno a mi ignorancia y paso entre los robles.
Un ave da un grito y sale veloz, alarmada. Es grande; me ha parecido un águila perdicera, pero a punto fijo no lo sé. Un ovni, en suma, si es que ovni significa volátil indeciso. (Pero todos sabemos que no, que ovni significa, uuuh!, marciano por lo menos.)
El suelo está lleno de hongos: ha llovido mucho las últimas semanas. Unos licoperdos enormes, y otros pequeños, rúsulas de color fresa, y otras pálidas, con el sombrerillo abullonado. En una zona de abundantes cardos, donde hay también capitanas, crecen unos champiñones grandísimos (amanitas no son, porque no tienen anillo): curiosamente forman en círculo, como las senderuelas.
El año parece que ha sido bueno para los robles: tienen muchas bellotas, y además son bellotas orondas, pesadas, casi obesas. También abunda en fruto el escaramujo; me sorprende ver que muchos de ellos están flácidos, como si hubieran caído ya un par de heladas: aprietas un poco la panza de la úrnula y sale un chorrito de ese delicioso puré rojizo.
Hay una soledad, un silencio que me encantan. Qué raro no ver ningún corzo, como es tan frecuente por aquí. Quizá hasta me salga el lobo, que según dicen ronda esta comarca. Me acuerdo de la historia que me contaba mi abuela, cuando le salió el lobo, de regreso con la leña a lomos del burro: y cómo tuvo que interponerse, ¡para defender al burro, claro! (Ella era, cuando contaba esto, una viejecita chiquitilla, arrugadilla, con todas sus prendas negras, negras como sus vivos ojos.)
El cielo está hermoso, ni muy alto ni muy bajo: en su elevación justa. Azul pálido, nubecillas rosadas, cirros por aquí y por allá, algo más densos los cúmulos por la parte de Aranda.
He salido de la zona de robles, y aquí el terreno está raso, gran parte de él labrado para cereal, o en barbecho. Ahora el anfiteatro de montes en torno es enteramente visible: detrás, el Moncayo y el Tablado; enfrente, a la izquierda, el cerro de santa Bárbara y la sierra de la Bigornia; a la derecha, el Madero y la Cascarrera.
Si llego hasta el pueblo serán diecisiete kilómetros; un poco largo para no llevar ni agua. Así que atajo en dirección norte. Un pájaro me observa, curioso, desde un arbusto: no lo distingo bien contra el sol, pero por el color del pecho, y por lo bien que aguanta mi cercanía, es un petirrojo.
Cruzo la carretera general y subo la cuesta caliza de enfrente. Un pequeño insecto me amenaza desde el tomillar: es ese escarabajito que levanta su culito como si fuera un alacrán; peleón, pero bastante inofensivo. Qué valentía.
Un bando de perdices huye con ruidoso aleteo a ras de ladera. Subo cabizbajo, y el magín se distrae con las noticias. Y con la sorpresa de ayer, cuando quise en vano enseñar a una amiga una grabación del doctor Laporta, muy crítico con la política del gobierno en torno al covid, y resulta que la han borrado "porque infringía las normas de la comunidad de Youtube". Hay ahora más censura que hace cincuenta años: no toleran la disidencia y no se avergüenzan de borrar.
Desde arriba la vista es espléndida: parece que Noviercas se toca con la mano. Aquí el silencio está manchado con el ruido de los autos que pasan allá abajo, por la carretera, y el continuo rumor de los molinos de la Cascarrera, el zumbido monótono de aspas de los erguidos generadores de electricidad.
Bajo por el lado nordeste. Enfrente aparece una extraña imagen: una especie de mástil de barco, pintado de blanco, y una cofa, también blanca: dos marineros, se diría, sobresalen del pretil.
Hace rato que voy sin senda. La ladera está bastante pelada, pero abajo se ha cubierto de zarzas; igual tengo que dar un rodeo. Pero no: hay paso franco, y abajo un arroyo seco se deja cruzar sin dificultad. Subo hasta las ruinas de una paridera y desde allí comprendo el misterio del barco anclado en el páramo: es un camión con un brazo elevador, y los operarios deben de estar reparando los cables de alta tensión.
Ya cerca del camión, se lee el epígrafe humorístico: "Trabajos en tensión". Los obreros, tanto los de la cofa como uno que en el suelo mide a zancadas no sé qué, tienen rostros andinos. No hacen caso de mí, y tampoco me esfuerzo en saludar, aunque paso sólo a unos metros de ellos.
Más abajo aún, llego a un vallejo todo verde, como que la grama ha rebrotado con alborozo con las lluvias y la buena temperatura. Aquí ha debido de haber cultivo hasta hace poco: apenas hay piedras, y el suelo, mullido, está taladrado por centenares de toperas. Entre las hierbas corren grandes autopistas de hormigas, vacías esta mañana. (Deben de estar ahora en los hormigueros, afanadas, preparando la fiesta del Pilar, que es mañana.)
Enfrente, a contraluz, se ven corros de robles, todos juntitos, de la misma edad: yo sospecho que se trata de rebrotes de la raíz; imagino que cada corro debe de ser un mismo roble, multiplicado en retoños de la misma quinta.
Ya me acerco de nuevo al Araviana, cuando se cierra otra vez de zarzas el paso. Pero aquí hay sendero, sea obra de corzos, de jabalís, o de contribuyentes a la hacienda pública. Y un poco más allá, una vaguada, que ha debido de cruzar no hace mucho un rebaño de ovejas: estas burócratas de la cañada han estampado con tanto ardor sus sellos sobre el limo que no hay un palmo libre de sus huellas bífidas.
Por entre los robles veo una nave moderna. Hay pacas de heno envueltas en plástico blanco, un tractor, ovejas en un redil: un par de docenas a lo sumo. Un joven les echa unas brazadas de lo que me parecen hojas de roble, bajo la mirada de un bello perro ovejero. Seguro que el perro me ha detectado, pero no hace ni caso de mí, y no quita ojo del muchacho; cuando éste se vuelve, el perro salta con entusiasmo infantil. Es un animal muy guapo: tiene un ojo azul pálido, y el otro de color de miel.
El joven me saluda con gesto simpático. Mono de trabajo, rastas. Por pegar la hebra, hablo de la abundancia de setas. Ay, sí, dice: pero igual abundancia hay, ahora, de seteros: manadas enteras de buscadores del hongo. Es un año muy bueno, también, de bellotas; por lo visto en años pasados apenas hubo.
El lugar se llama corral de las vacas. Hay muy pocas ahora, antes hubo más. Y tiene unas pocas ovejas, para ir recuperando el terreno. El hombre se explica muy bien; en su conversación aparecen vocablos sabios: biodiversidad, suelo silíceo, terreno calcáreo (y señala la loma de donde he bajado)... Es biólogo; trabaja con vacas de raza autóctona, dan prelación a la calidad sobre la producción masiva. ¿Y dónde vendéis la carne, si no es indiscreto? Me da un teléfono: con él puedo entrar en el grupo de guasap e incluso hacer pedidos. Me llamo Ángel, dice, ¿y tú? Qué tipo tan majo.