Latín y botánica
Reflexiones en torno al latín como lengua de la botánica. Rem herbariam non perficiunt nomina, sed observationes, et descriptiones accuratae (Pietro Bubani).
viernes, 12 de febrero de 2021
Muelle
miércoles, 27 de enero de 2021
Mater
Advierto, para quien sospeche que escribo mal el inglés, que mi intención al titular es escribir la voz latina que significa "madre". ¿Qué tiene que ver la madre con la botánica? Eso trato de averiguar.
Aunque mater significa "madre", la palabra designa más el papel social que la función generadora (abundan las vírgenes tituladas mater): mater se opone a pater "padre", del que ciertos rasgos notables la diferencian, singularmente carecer de propiedad: por ello no existe, frente a patrius, ningún adjetivo *matrius, y así como patrimonium implica propiedad legal, matrimonium alude solamente a la maternidad legítima.
A la oposición pater/mater corresponden otras evidentes (vir/mulier, mas/femina &c) y otras menos evidentes pero igualmente correlacionadas (levis/gravis, longus/latus, animus/corpus &c); si yo fuera mujer no dejaría de sentirme algo mortificada por el hecho de que, en esa serie de oposiciones (la lengua describe, pero a la vez condiciona nuestra percepción del mundo), cayera siempre del lado de lo horizontal, lo bajo, lo pesado, lo material, mientras los varones disfrutan de lo vertical, lo alto, lo ligero, lo espiritual (por no hablar del título de propiedad y la tarjeta bancaria). Esta observación parecerá demasiado atrevida a más de uno, pero los hechos son terminantes.
Mater es, por metáfora, toda causa, origen, fuente, pero de una determinada manera. En la visión aristotélica de las causas el principio que podríamos llamar femenino es la causa material, opuesta a la causa formal o informante, notoriamente masculina: es lo que sostiene la teoría hilemorfista (a la ὕλη /hýlee/ se opone la μορφή /morfeé/). Lo femenino es informe, lo masculino diseña.
Pues bien, la voz aristotélica ὕλη no se trasladó al latín con silva "bosque", sino con materies (o materia), palabra que, nadie lo duda seriamente, proviene de mater "madre". Aunque los físicos no saben muy bien qué es eso de la materia, y qué la diferencia de la energía o las ondas o lo que sea, para el antiguo griego es, con toda evidencia, el principio femenino, el que proporciona el barro con que luego el demiurgo conforma a sus criaturas.
Si bien la palabra materies se conserva en castellano en la voz materia (un cultismo: baste observar la T intervocálica sin alterar), por vía vulgar ha dado madera (doblete de materia: la T intervocálica, obediente a la ley, sonoriza en D), con la que estamos ya más cerca de la botánica que antes. ¡La madera, materia por excelencia, sustancia madre del arco, de la azada, del cuchillo! (En el cuento hesiódico, Gea fabrica el brillante metal con que Cronos emascula a su padre: Gea es, al fin y al cabo, Deméter o la "Tierra madre", pues δῆ, la primera sílaba de Δημήτηρ, es una forma dialectal del griego común γῆ "tierra"; el segundo elemento es, claro está, μήτηρ "madre".)
Así pues, mater, como el griego μήτηρ /meéteer/, significa "madre", significa "fuente", significa "origen". El griego llama metrópolis a la ciudad de donde parten colonos (πόλις "ciudad"). Mater es también la cepa de donde nacen anualmente los renuevos. Madreperla llamó el italiano (idioma que registra la voz por primera vez) al nácar que parece engendrar la perla. Madrepora (voz también italiana) designaba el cepellón del que nacen los pólipos. También el castellano llama madre a todo aquello que produce vástagos; madre es asimismo el continente material, por ejemplo el cauce de un río (y de ahí la expresión salirse de madre que, metafóricamente, equivale --vaya paradoja-- a perder las formas).
Madreselva es otro término botánico derivado de mater. No he dado con su origen, pero matrissilva (que parece significar "bosque de madre", o "madera de madre" si tomamos silva en el sentido del griego ὕλη o del francés bois) se documenta, según Corominas, en glosas del siglo XII, y en mozárabe ya en el X: según este filólogo el nombre alude a que "abraza otras plantas con sus ramos sarmentosos" (en lo que sin duda se deja llevar por el nombre catalán: lligabosc).
A mí se me ocurre que matrissilva podría ser latinización de una expresión árabe, lengua que tan a menudo emplea con énfasis la idea de "madre": así, por ejemplo, en las Mil y una noches una mujer muy desgraciada es "madre de la aflicción"; o, en nuestro tiempo, cierto caudillo militar bautizó "madre de las batallas" a la invasión que acabaría con su poder y con su vida (y de paso con el más venerable de los museos arqueológicos del mundo, alguna de cuyas piezas quizá adorna hoy la tele de un ex marine de Oregón). Por otra parte, cierta planta no bien identificada recibe en ese idioma el nombre de "madre del bosque" ('umm assaharâ; y "reina del monte" rais aggábal la misma o quizá otra distinta).
El Neu Kreüterbuch de Fuchs (1543) representa la Lonicera periclymenum y da sus nombres alemán (Geyssblatt), griego (periclymenos; en realidad es κλύμενον), y varios latinos: volucrum maius (quizá "enredadera mayor"), sylvae mater ("madre del bosque") o caprifolium ("hoja de macho cabrío"), o, por último, mater sylva ("madre bosque") y lilium inter spinas ("lirio entre espinas"). Tampoco caprifolium es voz clásica (y en francés han cambiado el cabrón con la cabra: chevrefeuille).
Sea cual sea el sentido primario de matrissilva, la palabra madreselva me parece hermosísima y evoca para mí (como enebro o rapónchigo) las infantiles lecturas de Grimm, tan arboladas (creo que nunca vi un auténtico bosque hasta llegar al Pirineo, con quince años). Dicho sea de paso, durante mucho tiempo no me preocupó averiguar qué planta fuera la madreselva, y aún hoy la palabra se resiste a evocar la enredadera de flores emperejiladas de la foto, y arrastra para mí las vagas sensaciones de antaño, de bosque y de misterio.
Aunque mater por sí misma designa el útero, con más propiedad lo hace en latín la voz matrix (derivada de mater) que da el castellano matriz "útero". Matrix tiene muchos significados interesantes, desde el anatómico al matemático, y de esta voz derivan muchas otras palabras. Por ejemplo matricula, que podría pasar por diminutivo de matrix o bien de mater (aunque de ésta se admite más bien matercula "madrecita", de resonancias tan rusas); según Corominas de matricula podría venir madrilla (lo regular sería *madreja), nombre de un pez que mis alumnos pescaban en el Queiles (por lo visto el pez sigue en el río, pero en cantidad muy reducida).
De los derivados de matrix me centraré en matricaria, que tiene toda la pinta (con ese sufijo tan característico) de ser el femenino de un adjetivo matricarius "de la matriz", no documentado, que yo sepa. Verdad es que, como adjetivo derivado de matrix, en latín tardío también se registra matricalis (que pasa por ser étimo, no sin discusión, de la voz española madrigal). Como sustantivo, matricalis designa también, en algunos herbarios, al Eupatorium cannabinum. Matricaria se usa en castellano como nombre botánico, al que ahora me referiré, pero antes mencionaré un doblete curioso, el vulgarismo madriguera (continuación regular de la voz latina, y doblete del latinismo castellano).
La matricaria es, en efecto (sigo en esto al Dioscórides renovado de Pío Font Quer), el nombre del Tanacetum parthenium (o "tanaceto virginal"), pero también de otras asteráceas que comparten con la mencionada sus virtudes sedantes, por lo que apenas puede caber duda de que se llamó matricaria por mitigar los males de la matriz o, por decirlo con la fórmula celestinesca, mal de madre. Por cierto que la vieja Celestina recomienda para esos dolores "todo olor fuerte... así como poleo, ruda, ajenjos, humo de pluma de perdiz, de romero, de mosquete, de incienso"; ninguna compuesta, que yo sepa.
Si mis datos no están equivocados, fue Lineo quien llamó Matricaria parthenium al que alguien llamó luego Chrysánthemum parthenium y ahora es (si no lo han mudado) Tanacetum parthenium. No sé cuándo nace la palabra matricaria, pero el tanaceto citado ya recibe este nombre en los manuales botánicos del siglo XVI, por ejemplo en las Simplicium imagines de Egenolff (Francfurt 1552; el título, que significa "Imágenes de simples", lo veo mencionado alguna vez como Herbarum, y en cierto lugar mal traducido como "Sencillas imágenes") así como en el citado Neu Kreüterbuch, donde Fuchs observa: "En las farmacias la llaman Matricaria, y en alemán Mutterkraut o Mettram o Metter".
Regreso al comienzo. Al escribir Mater en el título temí que alguno de esos que en español fino dicen taimin y espóiler y estrimin pudiera pensar que escribía matter en mal inglés. Palabra que, mira por dónde, viene de la latina materia. No lo digo yo, lo dicen los etimólogos británicos. Sí, señora, sí, cuando un tipo con bombín pregunta qué pasa (o what is the matter que dicen ellos) está en el fondo preguntando cuál es el asunto, de qué materia se trata.
Dedico esta última observación a los escépticos que he conocido, demasiados para mi gusto (incluidos profesores de latín y de inglés), que creen exagerado afirmar que la mitad del léxico inglés es de origen latino. Los llamo escépticos pero sólo están mal informados.
[Hanc dicabam paginam optimae genetricis memoriae proximo decembri vita functae, matrumque omnium quae non modo corpora sed etiam spiritus nostrum sapienter aluerint.]
lunes, 14 de diciembre de 2020
La poda y la buena reputación
Qué agradable es la vuelta anual de las estaciones, el repetirse circular del tiempo. A los tontuelos optimistas, al menos, nos encanta. El olor de las yemas de los chopos en primavera. El chirriar de los vencejos en verano. Tras dimir las aceitunas, llega la poda de los olivos, el prepararlos para la cosecha siguiente. Podar es un trabajo que me gusta mucho, y tengo la vanidad de pensar que no lo cumplo mal. Hay que quitar los vástagos que suben, donde apenas nace fruto (aquí se los llama apropiadamente chupones), y despejar los ramos que caen, donde se acumula la producción de olivas (ramos que llaman aquí bragas, y dejemos para otra ocasión comentar la metáfora). En general, se ha de procurar que el ramaje esté aireado y que las ramillas pequeñas (lo que en mi pueblo toma el nombre de ramulla) reciban una cantidad competente de viento y luz.
Para mi afición a las palabras, la poda tiene también otro encanto. Podar es la continuación castellana del latín putare, y este verbo es un ejemplo más de cómo las palabras más espirituales o abstractas fueron primero términos materiales, y a menudo agrícolas. Llamamos verso a un octosílabo, pero versus fue, antes que nada, el surco que hacían los bueyes yendo y viniendo por la tabla (versus significa "vuelta"). Espíritu o alma no significan en origen más que "aire", "soplo" (en latín spiritus o anima, palabra pariente del griego ἄνεμος "viento"). Son ejemplos corrientes de esas curiosas evoluciones del significado.
De igual modo evolucionó el verbo putare, desde su significado material, "podar", hacia otros más abstractos. Puesto que la poda implica un cálculo, una estimación (qué ramas valen, cuáles no, qué quitar, qué dejar), putare acabó significando "estimar", "considerar", "evaluar". En mi opinión, es evidente que la acción implicaba desde un principio la evaluación del objeto más que el cortar de ramas, por mucho que algunos compuestos, como amputare, señalen más a la tijera. Putare implica sobre todo limpiar, eliminar lo sobrante. Precisamente el romano llamaba putamen a la rama desechada, pero también a la cáscara del huevo, a las mondas de la fruta, etcétera.
Tal como era de esperar, putare, como voz agrícola, evolucionó fonéticamente de manera regular (la U breve da O, la T intervocálica sonoriza en D, todo ello normal en el paso al castellano) y resultó en podar, mientras que en su acepción más abstracta se perdió en el uso general del idioma, y sólo rebrotó en castellano en la forma de latinismos que, como es propio de ellos, conservan la U y la T originales. De estos tenemos un montón: amputar, computar, disputar, imputar, reputar, aparte de diputado, disputa, reputación y una larga lista de voces castellanas que continúan el verbo latino putare pero generalmente en su sentido abstracto de "estimar".
(Dicho sea entre paréntesis, se suele decir que el apelativo familiar Pepe proviene de la abreviatura P.P. que acompañaba al santo José como pater putativus, esto es, "padre supuesto" del divino vástago. Esta extravagante etimología la inventaría algún cura aficionado, de esos que con cuatro años de seminario todo lo sacan del latín, velis nolis. El hipocorístico Pepe lo heredamos del italiano moderno, que llama Peppe o Beppe a los Giuseppe, los José de aquella tierra.)
La poda tiene otra virtud: como no exige demasiado esfuerzo mental, puede uno charlar con el colega (cuando Joaquín está comunicativo, que es casi siempre) o, en caso contrario, dejar vagar la imaginación por los cerros de Úbeda (que también están llenos de olivos). A veces yo me entretengo en imaginar cómo serían esos latinismos si, en vez de perderse en las sombras de la historia, hubieran sido usadas en todo momento (como ocurrió con putare-podar); es un ejercicio que llamo "fonética ficción", y es complicado porque las posibilidades son varias ya que las leyes de evolución, por más que diga la Guardia de Hierro de la Fonética Histórica, están sometidas a muchos caprichos de los hablantes.
Así disputare podría dar algo así como despodar, y amputare resultar en ampodar o en antar, e incluso andar (si la sonorización hubiera sido precoz), en conflicto con el actual resultado de ambulare. Sin embargo, con el verbo computare no hace falta practicar la fonética ficción, porque sí ha dado un vulgarismo en castellano: la palabra contar (computare debió de sincopar la U antes de la sonorización de la T, como lo sugiere el francés compter). Así que en computar y contar tenemos un doblete más, para nuestra colección.
De modo que, mientras voy amputando chupones y aligerando ramulla, me complace pensar que un mismo verbo designa esta vetusta y entretenida tarea de podar, a la vez que la más vanguardista de las actividades humanas, símbolo del rabioso presente: la computación y la vida de las máquinas electrónicas cuyo diodos menudísimos orientan los electrones por los casi invisibles senderos del silicio.
domingo, 22 de noviembre de 2020
Ajo y zafiros en el barro
martes, 6 de octubre de 2020
De malvas y otras yerbas II
La malva que comían los antiguos debía de parecerse tan poco a la que hoy vemos en los baldíos como las Lactucae del borde del camino se parecen poco a las lechugas de nuestro huerto. Aquí arriba se ve la imagen de la μαλάχη χερσαία, la malva silvestre, tal como es representada, con acabado realismo, en el hermosísimo códice vienés De materia medica, el Dioscórides de Julia Anicia (códice del año 512 dE más o menos). Compárese esta figura con la del artículo anterior, del mismo códice, que representa la μαλάχη κηπαία, la malva cultivada.
Aunque ya no comemos malvas (en la península ibérica, que yo sepa; pero agradeceré a quien corrija esta impresión), aún era apreciada como verdura en Marruecos, al menos en tiempos de Pío Font Quer, quien afirma, además, que el uso de la malva como verdura es novedad aportada por los árabes. "Como verdura cocida (dice el sabio catalán) es insípida, lo cual se remienda añadiéndole una fritada de ajos y cebolla, y pimienta y otras especias, y pasándola por la sartén".
Me hace gracia la receta. Recuerda aquella del poeta Marcial, a quien no debían de gustar las acelgas (como me pasaba a mí hace tiempo) cuando escribió este dístico que las injuriaba como "fatuas":
Claro está que Font Quer menciona la malva por sus virtudes médicas, las que también interesaron a Dioscórides: el médico griego la llama μαλάχη /ma-lá-jee/ (se refiere, parece ser, a Malva sylvestris), y dice lo que sigue, en la traducción de Laguna (pág. 202): "Tenemos dos especies de malvas, una doméstica y otra salvaje: de las cuales para comer es mejor la doméstica, dado que [entiéndase: aunque] ofende al estómago. Molifica ésta el vientre, y principalmente sus tallos..." De hecho, a causa de esta virtud emoliente, los griegos relacionaban μαλάχη con el verbo μαλάσσω "ablandar".
lunes, 5 de octubre de 2020
De malvas y otras yerbas
Diz que un ciego, montado en su burro y guiado por un muchachuelo, visita una finca con intención de comprarla; allí espera ya el vendedor. El ciego se apea y ordena al lazarillo: "Muchacho, ata el burro a una mata de malvas". "No hay mata de malvas ninguna." "Pues amarra el ronzal a un marruego." "Tampoco veo marruego por ningún lado." "Pues campo que no cría ni malva ni marruego, no lo quiere el ciego".
La conseja enseña (explicaba el abuelo) que el marrubio y la malva sólo crecen en buenas tierras, y su ausencia, por ende, las declara malas. (Supuse yo entonces --y sigo suponiendo-- que el marruego es el marrubio: en el diccionario de Borao sólo encontré marrueco, definido vagamente como planta medicinal.)
domingo, 27 de septiembre de 2020
Decumbente y procumbente
Más de una vez me han preguntado por el significado preciso de estas palabras, y yo respondo lo mismo, esto es, que no lo sé: lo único que puedo decir es lo que han significado en latín clásico, o, como mucho, el significado que cabe deducir de sus componentes (prefijos, radical). En efecto, lo que significan estos adjetivos en Botánica es decisión de los botánicos: el hablante (el tipo de la calle, en su caso, o el técnico, o el profesor, o el herborizador) es quien decide el significado de una palabra, dando una vez más la razón a Humpty Dumpty: el problema no es "qué significa una palabra", sino "quién manda aquí".
En mi casa, cuando yo era niño, mi abuelo Antonio mandaba mucho. No era mi abuelo, era el abuelo de mi madre: así que mi abuelo era realmente mi bisabuelo. Había sido alcalde en su pueblo y tenía el hábito del mando. "Acércame el pelígono", decía (cuando decía: normalmente hacía el gesto, y tú tenías que adivinar). Y nosotros, obedientes, le acercábamos el bolígrafo. Él, al bolígrafo, lo llamaba pelígono. Más o menos todo el mundo tiene ejemplos en casa de voces a las que, por autoridad, por juego, o por lo que sea, se les otorga un significado arbitrario, válido sólo en el ámbito doméstico. La cuestión no es qué significa; la cuestión es quién manda (y en casa no manda la RAE).
Aquí, pues, diré lo que sé (que no es mucho) sobre el significado de las palabras en latín clásico, o según sus componentes.
En decumbente y procumbente se reconoce bien el radical del verbo cubare "estar acostado". Es un verbo corriente en latín clásico, con muchos compuestos. Por ejemplo, accubare significa "estar acostado al lado" (el prefijo ad significa cercanía), lo que en tiempos helenizados, en que los señoritos de Roma se tumbaban a comer en triclinios, equivale a "estar a la mesa junto a (otro)". Concubare sería pues (cum indica compañía) "estar acostado con", que con facilidad adopta un significado sexual (éste se reconoce en concubitus y en concubino, concubina; también en íncubo, súcubo, etc.). Incubare lo aplicamos aún a las gallinas y a su puesta.
Frente a cubare "estar acostado" (verbo, pues, de estado) el verbo *cumbere "acostarse" indica el cumplimiento de la acción (ponemos el asterisco a las palabras supuestas: pues ese verbo en latín clásico no lo conocemos suelto, sino sólo acompañado de prefijos: accumbo, incumbo, procumbo etc.). Así que frente a accubo "estoy acostado junto a", accumbo significa "me acuesto junto a".
Pues bien, los prefijos latinos son bastante precisos en su significado primitivo, que es, por supuesto, material, físico. Ad indica proximidad, cum indica compañía, per indica cruzar, atravesar, etc. Según eso, el verbo decumbere significará "tumbarse en el suelo", ya que el prefijo de vale "abajo" o "hacia abajo". Pro, por su parte, significa "hacia adelante", de modo que procumbere significa "tumbarse hacia adelante".
El uso clásico corrobora esto: decumbere indica la acción de irse a la cama, también la de sentarse a la mesa, y en particular describe el acto del gladiador que, reconociéndose derrotado, se tira por los suelos.
Por su parte, en procumbere el sujeto se inclina hacia adelante, por ejemplo para hacer frente a la fuerza del viento o a la corriente de un río, y también indica el acto de prosternarse. Pero en algunos casos se confunde con decumbo, pues significa "echarse a tierra", o "sucumbir" (en sentido material "ante los golpes del enemigo", y en sentido moral "a los placeres"; sub significa "debajo", así que succumbere originalmente significaría "echarse debajo").
Como se ve, si hay una diferencia entre los términos decumbens y procumbens sería esta: lo decumbente cae a tierra, lo procumbente sólo se inclina. (Se inclina "hacia adelante", para ser exactos; aunque en una planta, creo yo, sería difícil establecer qué es "delante" y qué es "detrás".) Claro que, si algo se inclina mucho, más bien se derriba, y entonces procumbente poco se diferencia de decumbente. En cualquier caso, ni uno ni otro participio, por sus componentes propios, indica nada (como en alguna ocasión se ha sugerido) sobre la mayor o menor erección del extremo distal.
He puesto arriba una fotografía de Prenanthes, si no me equivoco. Como todas las Prenanthes que me he encontrado tenían esa tendencia a cabecear (que no sé si se percibe bien en esa mediocre foto), a vencerse el tallo hacia el suelo, en algún momento formulé la hipótesis de que alguien creó el término πρηνανθής, que en el fondo significa "flor procumbente", por no crear un género a partir de un término como procumbens, que supongo muy corriente en las descripciones.
Dicho sea de paso, el latín médico (que es más bien medieval o renacentista, y en general poco clásico, exactamente igual que el botánico: ¿acaso no son el mismo?) llama decubitus pronus al estar tendido boca abajo (en latín clásico se hubiera dicho más bien procubans o procubante), mientras que llama decubitus supinus al estar tendido de espaldas: eso el latín clásico lo hubiera expresado más bien con el participio recubans, como en el famoso verso que inaugura las églogas virgilianas:
Tityre, tu patulae recubans sub tegmine fagi...
"Títiro, echado de memoria bajo el dosel del haya frondosa..."
Permítanme esta broma al traducir recubans "de memoria", pues es así como dicen "boca arriba" en Sadaba y otros lugares de las Cinco Villas, y es esa una expresión que, al principio por broma (teníamos una cuñada pentapolitana), luego por costumbre, quedó en casa (como pelígono, en honor del abuelo, para designar el bolígrafo).