Reflexiones en torno al latín como lengua de la botánica. Rem herbariam non perficiunt nomina, sed observationes, et descriptiones accuratae (Pietro Bubani).
domingo, 26 de noviembre de 2017
Festuca
Busco el origen del término "eskia", específico de la Festuca eskia, y encuentro en la red la Mémoire sur l'état de la végétation au sommet du Pic du Midi de Bagnères leído por Ramond en 1826 (cumplidos ya sus 71 años) en la academia de Dijon. Copio este párrafo, que me ha parecido muy interesante:
"Cette plante porte, dans le pays, le nom d'eskia, et c'est celui que je lui ai définitivement donné; mais on l'appelle aussi oursagne; et j'avais d'abord traduit cette dénomination: plusieurs botanistes l'ont reçue de moi étiquetée F. crinum ursi... Le F. eskia s'empare surtout de la face méridionale des montagnes; elle commence à paraître où finit le Nardus stricta, et constitue au Pic du Midi le fonds de la végétation graminée, depuis l'hauteur absolue de 1.150 toises jusqu'à celle d'environ 1.400. Rien de plus dangereux, dans les Pyrénées, que cette herbe enchevêtrée, dure et glissante, dont les tapis épais font des moindres pentes autant de précipices... C'est l'écueil le plus ordinaire du gros bétail, et presque l'unique cause des accidents, d'ailleurs peu nombreux, qui arrivent aux agiles habitants de ces contrées."
En ese mismo texto calcula en unas 1.500 toesas la altura del Pic du Midi (que ahora se estima en 2.877 metros). Ramond utiliza esa medida del Antiguo Régimen (equivalente más o menos al passus romano) a pesar de que ya la Revolución había establecido el sistema métrico decimal (en España lo impuso José I en 1808). Me pregunto si a Ramond le pasaba lo que a nosotros en 2002, con los euros y las pesetas: ¿pereza de cambiar la medida de referencia largamente usada?
En todo caso, el párrafo confirma que la palabra eskia es un mot du pays, en este caso probablemente bearnés.
En 2015, para conmemorar los 150 años de la Société Ramond de Bagnères-de-Bigorre, Pierre Debofle ha editado los dos Carnets pyrénéens cuidadosamente redactados por Ramond entre 1792 y 1795 en los que anotaba sus excursiones pirenaicas y muchas observaciones y reflexiones sobre geología, etnografía y botánica, no sin algún comentario sobre sucesos de la vida pública (aquellos años vieron la decapitación de Luis XVI y el Terror) y de la privada (por ejemplo alguna página consagrada a lamentar la reciente muerte de su novia Úrsula).
Pues bien, una anotación del 15 de octubre del 92 menciona "le Nard aigu et le fétuque améthyste, maudits des bergers sous le nom d'esquia et de poil de loup, graminées âpres, piquantes que le bétail ne peut brouter et qui infestent les pentes dont elles augmentent les dangers". En esta nota, que sin duda es origen del comentario citado arriba, vemos que Ramond transcribe con Q el nombre vernáculo de la Festuca eskia.
El Musée Pyrénéen de Lourdes guarda ese gracioso perfil del joven Luis Ramond de Carbonnières.
lunes, 20 de noviembre de 2017
Primavera
En Ginebra, en el parque de los baluartes, vi un hermoso busto retrato, en bronce: el pedestal daba la fecha (1913), la firma del escultor (J. Pradier, ginebrino) y el nombre del retratado: Augustin Pyramus de Candolle (Ginebra, 4 de febrero de 1778, Ginebra, 9 de septiembre de 1841). Así que De Candolle también era ginebrino. El artista había adornado el pedestal con cuatro mozas, casualmente en pelota, en representación de las cuatro estaciones. Yo les hice una foto a cada una, pensando en este cuaderno...
Eso de que las estaciones sean cuatro está bien para Vivaldi y para nosotros, y no digamos para los de la tele, que deben de leer el BOE para saber cuándo empiezan: "Esta tarde a las 17,15 comienza oficialmente la primavera". ¡"Oficialmente"! ¡Caray! Quizá piensan que astrónomo es algo así como ministro... Pero, en fin, Cervantes contaba cinco estaciones, y cuanto más atrás vamos en el tiempo más impreciso es el concepto.
La que veis en la foto es ῎Εαρ /éar/, esto es, Primavera (está escrito arriba, en mayúsculas griegas: ῎ΕΑΡ). La palabra ἔαρ contrae en ἦρ /éer/ y se admite que ἦρ corresponde al latín ver /uéer/, cuyo significado propio, por lo que yo entiendo, no es exactamente "primavera", sino "buen tiempo"; al menos, nunca he encontrado un texto en que el sentido pueda equipararse al moderno de "primavera"; cierto que ver va detrás de hiems ("invierno"), pero eso no implica que dure tres meses (y menos que empiece a las cinco y cuarto).
En cualquier caso, todo el mundo admite que tanto ἦρ como ver significan "primavera", y desde luego ese es el significado que tiene en la nomenclatura botánica. El genitivo de ver es veris "de la primavera", y ese genitivo está tal cual en el nombre de la Primula veris (literalmente: "la primerita de la primavera"; otro día me dedicaré a los diminutivos, que es una de mis debilidades).
De ver sale el adjetivo vernus "primaveral", que es muy frecuente en fitónimos. Vernus es la forma masculina, por ejemplo en el Crocus vernus o el Lathyrus vernus; el femenino es verna, como en Erophila verna, Gentiana verna, Scilla verna o Veronica verna; vernum, por último, es el neutro (en latín hay muchas palabras neutras) como el Bulbocodium vernum. Todos ellos son (o al menos su nombre significa) "primaverales". Otra variante del adjetivo "primaveral" es vernalis, como en el Adonis vernalis.
Me resulta particularmente simpática la Erophila verna; la descubrí hace un par de años, que me dediqué a plantas minúsculas, y, modestísima como es, ahora la reconozco cuando aparece en febrero o marzo poniendo un delicado terciopelo blanquecino en ciertos caminos pedregosos; eso me pone contentísimo, y me he hecho muy amigo de la erófila.
¿Y qué significa Erophila? Pues "amiga de la primavera". El segundo elemento es el de pánfilo o cinéfilo (φίλος /fílos/ "amigo"); y el primero es ese ἦρ "primavera" que campea en el retrato de Candolle modelado por Pradier. Erophila, si no me equivoco (pues no encuentro esta palabra en textos clásicos), es un neologismo griego inventado directamente en latín (lo que es más frecuente de lo que parece: piénsese en el hidrógeno y el oxígeno de Lavoisier), supongo que en el siglo XVIII. Quien inventó el nombre era insistente, desde luego, porque Erófila verna viene a querer decir "primaveral amante de la primavera".
En época tardía del latino ver sale el adjetivo veranus y la expresión tempus veranum, de donde el "verano" castellano; y la primavera en ese latín es "el comienzo del ver", esto es, el primum ver; quizá "primavera" sea uno de los muchos casos en que un neutro plural latino da un femenino singular castellano.
martes, 14 de noviembre de 2017
La memoria secreta de las hojas
Ese título tan ñoño (o así me lo parece: y aún peor el subtítulo: "una historia de árboles, ciencia y amor") me hubiera disuadido por completo de abrir este librito, si no fuera porque lo encontré en el anaquel de botánica de la biblioteca de Zaragoza, que a menudo reviso en el inútil afán de corregir mi enciclopédica ignorancia. "¡Un libro nuevo (pensé, plagiando a Plinio): algo tendrá de bueno!" Y lo tomé prestado.
Ahora acabo de leerlo y creo que puedo asegurar que es casi cualquier cosa menos un libro de botánica. Es cierto que contiene informaciones en torno esa ciencia, aunque no muchas. Mejor le iría un título como: "Mi carrera como científica" o incluso "La amistad de dos perros verdes". Hope Jahren, la autora, americana, tuvo el acierto de titularla Lab girl, y los amigos de Paidós el desacierto de elegir un título blandenge digno de las convencionales biografías sentimentales que sobre Sissí o María Cristina nos infieren los novelistas históricos.
Jahren, una neurótica hiperactiva con tendencia a la depresión, es una extraordinaria narradora, literalmente extraordinaria, esto es, justo lo opuesto a convencional; y casi todo en este libro se sale de lo común, empezando por la autora y la extraña amistad que mantiene con ese raro espécimen que es su eterno ayudante, cruce de armenio y escandinava, a quien el libro en realidad está dedicado.
En el libro de Jahren, una bióloga y geobotánica de prestigio, aprendemos sobre su infancia difícil, sus primeros pasos como investigadora, sus éxitos científicos, las dificultades de una mujer en universidades más bien masculinas (a lo poco que sobre eso apunta no le falta el humor: "todas las mañanas de diez a diez y media gozaba del privilegio de entreoír, a través del fino tabique que separaba mi despacho de la sala de descanso, debates sobre mi orientación sexual y mis probables traumas infantiles"), la dureza de un embarazo privada de ansiolíticos...
Jahren, además de científica, ha leído mucho y asimilado mucho de la buena literatura. Recomiendo la lectura. Entresaco aquí tres párrafos de contenido botánico.
En el primero, tras aludir a la conquista de la tierra firme por la vida vegetal, añade: "Tres mil millones de años de evolución sólo han producido una forma de vida capaz de invertir este proceso y hacer de la Tierra un lugar considerablemente menos verde. La urbanización está descolonizando las superficies concienzudamente colonizadas por las plantas hace cuatrocientos millones de años, devolviéndolas a su estado original de tierra áspera y baldía..."
Otra página: "En esta época... en que el ser humano reina... las plantas más fuertes se están haciendo más fuertes aún... Las trepadoras no pueden apoderarse de un bosque sano: necesitan que haya alguna perturbación, algún desajuste... Los suburbios y las grietas de nuestras ciudades solamente soportan un tipo de planta: la maleza, algo que crece rápido y se reproduce con furia... Los humanos están creando con sus actividades un mundo en el que sólo puede existir la mala hierba, y luego dicen estar sorprendidos y hasta indignados por encontrar tanta a su alrededor."
No es muy alentador. Y aún menos lo son estas frases del epílogo: "Nuestro mundo se está desmoronando en silencio. La civilización humana ha reducido las plantas (una forma de vida de 400 millones de años) a tres cosas: alimento, medicina y madera. En nuestra implacable y cada vez más intensa obsesión por obtener más volumen, potencia y variedad de esas tres cosas, hemos devastado los sistemas ecológicos vegetales hasta un extremo que millones de años de desastres naturales no pudieron alcanzar."
Ahora acabo de leerlo y creo que puedo asegurar que es casi cualquier cosa menos un libro de botánica. Es cierto que contiene informaciones en torno esa ciencia, aunque no muchas. Mejor le iría un título como: "Mi carrera como científica" o incluso "La amistad de dos perros verdes". Hope Jahren, la autora, americana, tuvo el acierto de titularla Lab girl, y los amigos de Paidós el desacierto de elegir un título blandenge digno de las convencionales biografías sentimentales que sobre Sissí o María Cristina nos infieren los novelistas históricos.
Jahren, una neurótica hiperactiva con tendencia a la depresión, es una extraordinaria narradora, literalmente extraordinaria, esto es, justo lo opuesto a convencional; y casi todo en este libro se sale de lo común, empezando por la autora y la extraña amistad que mantiene con ese raro espécimen que es su eterno ayudante, cruce de armenio y escandinava, a quien el libro en realidad está dedicado.
En el libro de Jahren, una bióloga y geobotánica de prestigio, aprendemos sobre su infancia difícil, sus primeros pasos como investigadora, sus éxitos científicos, las dificultades de una mujer en universidades más bien masculinas (a lo poco que sobre eso apunta no le falta el humor: "todas las mañanas de diez a diez y media gozaba del privilegio de entreoír, a través del fino tabique que separaba mi despacho de la sala de descanso, debates sobre mi orientación sexual y mis probables traumas infantiles"), la dureza de un embarazo privada de ansiolíticos...
Jahren, además de científica, ha leído mucho y asimilado mucho de la buena literatura. Recomiendo la lectura. Entresaco aquí tres párrafos de contenido botánico.
En el primero, tras aludir a la conquista de la tierra firme por la vida vegetal, añade: "Tres mil millones de años de evolución sólo han producido una forma de vida capaz de invertir este proceso y hacer de la Tierra un lugar considerablemente menos verde. La urbanización está descolonizando las superficies concienzudamente colonizadas por las plantas hace cuatrocientos millones de años, devolviéndolas a su estado original de tierra áspera y baldía..."
Otra página: "En esta época... en que el ser humano reina... las plantas más fuertes se están haciendo más fuertes aún... Las trepadoras no pueden apoderarse de un bosque sano: necesitan que haya alguna perturbación, algún desajuste... Los suburbios y las grietas de nuestras ciudades solamente soportan un tipo de planta: la maleza, algo que crece rápido y se reproduce con furia... Los humanos están creando con sus actividades un mundo en el que sólo puede existir la mala hierba, y luego dicen estar sorprendidos y hasta indignados por encontrar tanta a su alrededor."
No es muy alentador. Y aún menos lo son estas frases del epílogo: "Nuestro mundo se está desmoronando en silencio. La civilización humana ha reducido las plantas (una forma de vida de 400 millones de años) a tres cosas: alimento, medicina y madera. En nuestra implacable y cada vez más intensa obsesión por obtener más volumen, potencia y variedad de esas tres cosas, hemos devastado los sistemas ecológicos vegetales hasta un extremo que millones de años de desastres naturales no pudieron alcanzar."
jueves, 9 de noviembre de 2017
De la letra K
El otro día, en amable sobremesa, el amigo Guido (que sabe más latín que yo) me preguntó si en latín clásico se usaba la letra K. Como perrito al que lanzan la pelota, babeando de felicidad me precipité a una copiosa explicación sobre la letra K.
No (respondí), en latín clásico la K se emplea para muy escasos y tasados usos: para abreviar kalendae (las calendas, nombre que tenía el día 1 del mes, y de donde viene nuestra palabra "calendario"), en Kaeso o Cesón (un nombre de persona algo rarito) y poco más.
Como en latín el sonido de la K lo representaba la C (letra que en latín clásico siempre se pronuncia /k/), para transcribir la kappa griega se emplea siempre esa letra C, como hemos visto en Centranthus /ken-trán-tus/ (de κέντρον /kén-tron/ "aguijón") o como se ve, por ejemplo, en Parthenocissus /par-te-no-kís-sus/ ("parra virgen", de κίσσος /kís-sos/ "hiedra").
Sólo siglos más tarde, cuando ya la C latina empieza a alterar su pronunciación ante E e I, los autores se ven obligados a usar la K si quieren reflejar sin ambigüedad la pronunciación griega (por ejemplo, Isidoro de Sevilla en el siglo VII, o yo mismo ahora, cuando quiero indicar la pronunciación clásica de la C). Algo así debió de llevar a De Candolle a llamar Kentrophyllum lanatum al que hoy se llama, creo, Carthamus lanatus: mantuvo la kappa de κέντρον en lo que con transcripción más ortodoxa debió ser Centrophyllum /ken-tro-fíl-lum/ (que significará "hoja de aguijón" o pinchuda).
De modo que si encontramos la letra K en nombres botánicos, lo más probable es que esa K se deba a que se ha tomado la ortografía de un nombre vernáculo, o bien la escritura original de un nombre o apellido, si se trata de un fitónimo honorario, esto es, del nombre de planta creado para honrar, por ejemplo, a un rey, a un mecenas o a otro botánico.
A estas alturas de la exposición, Guido (el único que quedaba despierto) observó que, en su opinión, ese era el caso de la Festuca eskia, donde el nombre específico estaba tomado de una palabra local, pirenaica.
Por mi parte, nada más llegar a casa me puse a buscar la K en nombres botánicos y la he encontrado, en efecto, en nombres específicos claramente honorarios, como lamarcki, willkommii, kleinii, rostkoviana, donde fácilmente se reconoce el apellido originario; menos fácilmente en otros casos, pero sospechable en géneros como Bilderdykia, Kickxia, Krascheninnikovia...
He buscado algunos, y encuentro, por ejemplo, que la Kickxia fue bautizada por Bartolomé Carlos Dumortier en 1827 en honor del botánico belga Juan Kickx (1775-1831). Qué ortografía tan rara gastan estos belgas.
De nombres vernáculos, supongo yo, deben de estar tomados términos como Ginkgo (¿no suena como chino?), Kalanchoe, alkekengi, pero no amo tanto la letra K como para buscarlos todos. De la Salsola kali me atrevo a apostar que ese kali es árabe y que de esa palabra viene la castellana "álcali".
No (respondí), en latín clásico la K se emplea para muy escasos y tasados usos: para abreviar kalendae (las calendas, nombre que tenía el día 1 del mes, y de donde viene nuestra palabra "calendario"), en Kaeso o Cesón (un nombre de persona algo rarito) y poco más.
Como en latín el sonido de la K lo representaba la C (letra que en latín clásico siempre se pronuncia /k/), para transcribir la kappa griega se emplea siempre esa letra C, como hemos visto en Centranthus /ken-trán-tus/ (de κέντρον /kén-tron/ "aguijón") o como se ve, por ejemplo, en Parthenocissus /par-te-no-kís-sus/ ("parra virgen", de κίσσος /kís-sos/ "hiedra").
Sólo siglos más tarde, cuando ya la C latina empieza a alterar su pronunciación ante E e I, los autores se ven obligados a usar la K si quieren reflejar sin ambigüedad la pronunciación griega (por ejemplo, Isidoro de Sevilla en el siglo VII, o yo mismo ahora, cuando quiero indicar la pronunciación clásica de la C). Algo así debió de llevar a De Candolle a llamar Kentrophyllum lanatum al que hoy se llama, creo, Carthamus lanatus: mantuvo la kappa de κέντρον en lo que con transcripción más ortodoxa debió ser Centrophyllum /ken-tro-fíl-lum/ (que significará "hoja de aguijón" o pinchuda).
De modo que si encontramos la letra K en nombres botánicos, lo más probable es que esa K se deba a que se ha tomado la ortografía de un nombre vernáculo, o bien la escritura original de un nombre o apellido, si se trata de un fitónimo honorario, esto es, del nombre de planta creado para honrar, por ejemplo, a un rey, a un mecenas o a otro botánico.
A estas alturas de la exposición, Guido (el único que quedaba despierto) observó que, en su opinión, ese era el caso de la Festuca eskia, donde el nombre específico estaba tomado de una palabra local, pirenaica.
Por mi parte, nada más llegar a casa me puse a buscar la K en nombres botánicos y la he encontrado, en efecto, en nombres específicos claramente honorarios, como lamarcki, willkommii, kleinii, rostkoviana, donde fácilmente se reconoce el apellido originario; menos fácilmente en otros casos, pero sospechable en géneros como Bilderdykia, Kickxia, Krascheninnikovia...
He buscado algunos, y encuentro, por ejemplo, que la Kickxia fue bautizada por Bartolomé Carlos Dumortier en 1827 en honor del botánico belga Juan Kickx (1775-1831). Qué ortografía tan rara gastan estos belgas.
De nombres vernáculos, supongo yo, deben de estar tomados términos como Ginkgo (¿no suena como chino?), Kalanchoe, alkekengi, pero no amo tanto la letra K como para buscarlos todos. De la Salsola kali me atrevo a apostar que ese kali es árabe y que de esa palabra viene la castellana "álcali".
martes, 7 de noviembre de 2017
De polígonos y poligonos II
El caso es que gracias a la botánica me he dado cuenta de que en latín hay polígonos y poligonos; y los polígonos de verdad (esdrújulos) son las plantitas, mientras que las figuras geométricas son, o deberían ser, los poligonos (llanos).
¿Qué tienen que ver, me preguntaba, las poligonáceas con la geometría? Y esa pregunta me llevó a encontrar que en griego hay dos polígonos totalmente diferentes; uno es πολύγονος /po-lý-go-nos/, un adjetivo que significa "prolífico", "muy fecundo"; y el otro es también un adjetivo, πολύγωνος /po-lý-goo-nos/, cuyo valor es "de muchos ángulos", "poligonal".
Se observará que la diferencia radica en una O, que es breve en el primer caso (es una ómicron; el propio nombre lo dice: o micron, esto es, "O pequeña") y larga en el segundo (es una ómega; o mega, "O grande").
El prefijo de ambas palabras es el adjetivo πολύς, πολύ /po-lýs, po-lý/ "mucho", "abundante"; pero difieren en el segundo componente: la O breve corresponde a la raíz γεν-/γον- /gen- gon-/ (la G ha de sonar como en goma), que significa "engendrar". En la propia palabra "engendrar" se ve la raíz -gen-, muy viva en todos los idiomas indoeuropeos, como corresponde a su idea de fecundidad.
En cambio el "polígono" con O larga tiene una raíz menos productiva, la de γωνία /goo-ní-a/, "ángulo", quizá la misma de γόνυ /gó-ny/ "rodilla"; ésta da en castellano palabras como diagonal, goniómetro, pentágono, hexágono etc.
Con la raíz γεν-/γον- "engendrar" podríamos escribir fácilmente una larguísima lista de palabras, todas relacionadas con los conceptos de "generación" y "estirpe": género, gente, genio, genoma, gen, gónada, eugenesia, Diógenes, homogéneo, hidrógeno, oxígeno, patógeno, primogénito... Ya se ve que muchas son términos de biología; podíamos escoger sólo las botánicas: arquegonio, edogoniáceas, esporogonio, y aún así tendríamos para llenar la página. Quedémonos aquí.
El polígono con ómicron, el que significa "fecundo", es el botánico, naturalmente, que da el nombre al Polygonum (y a las poligonáceas), cuyo significado original sería "prolífico", y nada tendría que ver con los ángulos. Por cierto, en griego existe el sustantivo πολύγονον, mencionado por Dioscórides como nombre de una planta desconocida (para mí al menos).
De la otra raíz, también en griego había términos botánicos, pues si γωνία es pariente de γόνυ "rodilla", entonces también se relaciona con πολυγόνατον /polygónaton/ (que al parecer designaba al Polygonatum odoratum, la Convallaria polygonatum de Lineo): el nombre en este caso aludiría a los muchos ángulos o nudos de la plantita.
Para terminar: si nos atenemos a la acentuación latina, deberíamos en castellano decir, hablando geometría, poligono, pentagono, hexagono, octogono, etcétera. Llanas, no esdrújulas. Los botánicos, en cambio, pueden y deben seguir diciendo Polýgonum. Y, por cierto Polygónatum (y no Polygonátum), ya que la alfa es breve.
¿Qué tienen que ver, me preguntaba, las poligonáceas con la geometría? Y esa pregunta me llevó a encontrar que en griego hay dos polígonos totalmente diferentes; uno es πολύγονος /po-lý-go-nos/, un adjetivo que significa "prolífico", "muy fecundo"; y el otro es también un adjetivo, πολύγωνος /po-lý-goo-nos/, cuyo valor es "de muchos ángulos", "poligonal".
Se observará que la diferencia radica en una O, que es breve en el primer caso (es una ómicron; el propio nombre lo dice: o micron, esto es, "O pequeña") y larga en el segundo (es una ómega; o mega, "O grande").
El prefijo de ambas palabras es el adjetivo πολύς, πολύ /po-lýs, po-lý/ "mucho", "abundante"; pero difieren en el segundo componente: la O breve corresponde a la raíz γεν-/γον- /gen- gon-/ (la G ha de sonar como en goma), que significa "engendrar". En la propia palabra "engendrar" se ve la raíz -gen-, muy viva en todos los idiomas indoeuropeos, como corresponde a su idea de fecundidad.
En cambio el "polígono" con O larga tiene una raíz menos productiva, la de γωνία /goo-ní-a/, "ángulo", quizá la misma de γόνυ /gó-ny/ "rodilla"; ésta da en castellano palabras como diagonal, goniómetro, pentágono, hexágono etc.
Con la raíz γεν-/γον- "engendrar" podríamos escribir fácilmente una larguísima lista de palabras, todas relacionadas con los conceptos de "generación" y "estirpe": género, gente, genio, genoma, gen, gónada, eugenesia, Diógenes, homogéneo, hidrógeno, oxígeno, patógeno, primogénito... Ya se ve que muchas son términos de biología; podíamos escoger sólo las botánicas: arquegonio, edogoniáceas, esporogonio, y aún así tendríamos para llenar la página. Quedémonos aquí.
El polígono con ómicron, el que significa "fecundo", es el botánico, naturalmente, que da el nombre al Polygonum (y a las poligonáceas), cuyo significado original sería "prolífico", y nada tendría que ver con los ángulos. Por cierto, en griego existe el sustantivo πολύγονον, mencionado por Dioscórides como nombre de una planta desconocida (para mí al menos).
De la otra raíz, también en griego había términos botánicos, pues si γωνία es pariente de γόνυ "rodilla", entonces también se relaciona con πολυγόνατον /polygónaton/ (que al parecer designaba al Polygonatum odoratum, la Convallaria polygonatum de Lineo): el nombre en este caso aludiría a los muchos ángulos o nudos de la plantita.
Para terminar: si nos atenemos a la acentuación latina, deberíamos en castellano decir, hablando geometría, poligono, pentagono, hexagono, octogono, etcétera. Llanas, no esdrújulas. Los botánicos, en cambio, pueden y deben seguir diciendo Polýgonum. Y, por cierto Polygónatum (y no Polygonátum), ya que la alfa es breve.
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