domingo, 23 de diciembre de 2018

Sobre la QU

En relación con la pronunciación de Quercus mencioné de pasada, creo, que la U de la QU latina no era exactamente una U.  Ahora quiero precisar esto, a causa de una conversación de botánicos a la que he asistido hace no mucho.

Todos en esa conversación se esforzaban (o eso me pareció) en pronunciar con nitidez la U de la QU, con un resultado agradablemente clásico.  Pero en un momento dado salió a colación el Narcissus requienii, donde ese grupo -quie- resulta algo enfadoso de pronunciar en la forma /re-kui-e-nii/, debido a la triple vocal, y la incomodidad era tanto mayor cuanto se habló un rato del dichoso Narcissus y se oyó una y otra vez ese requienii con distintas voces, incluida la del amigo Guido, que marcaba perfectamente el diptongo -ui- con su fonética francesa.

El caso es que no he podido evitar cierto sentimiento de culpa: ¿la exactitud articulatoria de estos amigos se vería agudizada por la proximidad de un dómine latino?  Sea como fuere, la anécdota me empuja a aclarar esa afirmación, que tan alegremente hacemos los latinistas de ahora:  "En el grupo QU, la U siempre se pronuncia".

Sí, se pronuncia siempre, sólo que no es exactamente una U.  En realidad, lo que los romanos escribían QU es un fonema, un solo fonema.  (Fonema es el sonido capaz de establecer distinciones significativas: un romano, por ejemplo, no confundiría nunca cantus "canto" y quantus "qué grande", al menos un romano normal y en condiciones normales: pues hay sospecha de que las leyes fonéticas cambian con la ingesta copiosa de vino de Falerno.)  Al pronunciar nosotros un que- latino, decimos cué-, pero no deja de ser una modesta corruptela.  La QU latina exigiría, por lo que sabemos, una articulación simultánea gutural y labial, muy parecida a la de la QU alemana de Quelle o bequem: es un solo sonido, y no los dos sonidos que hacemos nosotros al pronunciar, con un poquito de trampa, cué-.

¿Adónde voy a parar?  A que ese diptongo  (o ) que usamos para pronunciar quercus (o equisetum) resulta algo excesivo (y molesto) si mantenemos nuestro hábito articulatorio cuando tras la QU hay otro diptongo, por ejemplo en quietus o requienii.  Basta, en estos casos, pronunciar ki-é-tus o re-ki-é-nii, sin hacer esfuerzos excesivos.  No perdamos de vista que la pronunciación restituida es una aproximación, la mejor que podemos lograr, pero una aproximación al fin y al cabo.

Recuerde el lector o la lectriz (si se lo permiten la edad y la memoria) cómo pronunciaban los curas el requiescat in pace, el RIP, el "descanse en paz" del funeral católico: re-ki-és-cat.  Cierto es que más bien decían re-kiés-cat, haciendo un diptongo enmedio (que no existe en latín); y que de vez en cuando se oía a algún prelado pronunciar muy finamente ré-cui-em en el responso Requiem aeternam; pero esto no dejaba de ser un exceso de finura, una ultracorrección en definitiva.

Vamos, que por la presente autorizo a pronunciar /re-ki-é-nii/ a cuantos lectores quieran arriesgar su reputación siguiendo los consejos de esta página.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Caléndula

Eso de lo grande y lo pequeño sugiere continuar con lo largo y lo corto, lo alto y lo bajo, y lo blanco, lo negro, lo verde y toda la serie de adjetivos, fecundo manantial de aburrimiento para lectoras y lectores; pero mi carácter volátil no me deja seguir con el tema, y les ahorra aquél, quizá, de momento.  Además, por el camino del embalse han empezado a florecer las primeras caléndulas, así como diminutas, discretas, azules verónicas, mientras en mi patio sacan ya las fumarias sus primeras hojuelas (traje semillas del huerto, hace dos años, y parece que ahí se encuentran a gusto).  Me dejo llevar por la invitación de la naturaleza, y me pregunto de dónde vendrá el nombre de las caléndulas.

Por más vueltas que le doy, no me convence la etimología de Caléndula; aunque parece clarísima, y es unánimemente aceptada.  En cuanto a su forma, desde luego, todo indica que es un diminutivo latino, "al parecer" de kalendae "las calendas", el nombre que en Roma recibía el primer día del mes.  La reticencia ("al parecer") es de Joan Corominas.  En su diccionario se cita el bajo latín calendula aunque sin indicar a qué planta se refiere (en alguno de sus derivados alude a la hierba cana que, si no me equivoco, es el Senecio vulgaris).

La forma de calendula parece evidente.  La nomenclatura científica está llena de diminutivos similares: valvula, literalmente "puertecita", no es más que el diminutivo de valva "hoja de puerta"; glandula "bellotita", lo es, a su vez, de glans (los antiguos médicos llamaban glandulae a las anginas, en la garganta), del mismo modo que rotula "ruedecita" viene de rota.  El inconveniente que yo veo es éste: kalendae es un plural sin singular, así que el diminutivo esperable sería kalendulae, en plural; claro que este inconveniente es menor, y no impediente.

Por si a alguien le choca el uso de C y de K en kalendae y calendula, advierto que la letra K, en desuso en latín clásico, se conservó no obstante en media docena de palabras, debido a que eran citadas a menudo con sola su abreviatura, precisamente K: Cesón (un nombre raro, como entre nosotros Urraca o Quintín), calendae (primeros de mes), calumnia, candidatus...

En cuanto al significado, el nombre de la caléndula le vendría de florecer casi cada mes (la expresión, de Wartburg, es un tanto sospechosa).  Un filólogo italiano precisa que las caléndulas florecen cada mes nella buona stagione, esto es, en el buen tiempo; si bien las que han abierto este enero demuestran ser capaces de adelantarse mucho a la primavera.  En cualquier caso, ¿no es un tanto absurdo partir de kalendae para expresar la idea de "(casi) mensual", para la que la lengua provee de tantos adjetivos, mensilis, menstruus, menstrualis?  Verdad es que el latín registra el adverbio quotcalendis, que significa, naturalmente, "cada primero de mes".

Por lo demás, no se me ocurre otro étimo que oponer al aceptado generalmente (y con resignación, me atrevo a añadir).  Lo más parecido que conozco a calendas son los calendas de las Mil y una noches que, por lo que recuerdo de mis lecturas infantiles, eran una especie de ascetas o eremitas musulmanes con cierta propensión a quedarse tuertos.  Busco el nombre en internet y no lo encuentro ("quiso usted decir calendario", me advierte Google con su habitual suficiencia); tampoco en los diccionarios de casa, salvo en el Larousse, donde aparecen bajo el nombre, que leo por primera vez, de calender, definidos como orden mendicante fundada por Yusuf en el siglo XIII.  ¿Qué tendrían esos franciscanos islamitas que ver con las caléndulas?

Tampoco de las caléndulas mismas sé yo gran cosa.  Baste decir, para hacerse una idea, que hace tres o cuatro años ni las conocía (no me refiero a la caléndula de tiesto, sino a la más modesta Calendula arvensis), como tampoco conocía las fumarias.  Así que, una vez más, qué sé yo.

Tengo por ahí anotado que Bubani, quejándose de los cambios de terminología introducidos por Lineo, mencionaba el cambio de Populaginem in Caltham, Caltham in Calendulam.  Así pues, antes de Lineo las caléndulas se llamaron caltas.  La calta creo que es esa planta que echa abundante fronda junto al arroyo de montaña, y que siempre confundo con un ranúnculo higuero; Daniel me corrige con santa paciencia.  Ay, señor.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Pequeño II


Y en griego, "pequeño" es μικρός μικρά μικρόν, el adjetivo que facilita microbios y microprocesadores.  Como su contrario μακρός, lo encuentro sólo en compuestos y, con diferencia, el que predomina es micranthus (con ἄνθος /án-zos/ "flor", al igual que su contrario macranthus), aunque sólo lo veo en femenino (Centaurea micrantha, Fumaria densiflora o micrantha, Genista micrantha, Linaria micrantha, Nonea micrantha, Potentilla micrantha) y en neutro en el Sedum micranthum (nombre que De Candolle atribuyó al S album).

También está μικρός combinado con καρπός /cαr-pós/ "fruto" en Adonis microcarpa, Asphodelus aestivus o A microcarpus, Camelina microcarpa, Clypeola jonthlaspi ssp microcarpa, Scandix auxtralis ssp microcarpa; y con φύλλον /phýl-lon/ "hoja" en Epipactis microphylla, Festuca nigrescens ssp microphylla, Polygala microphylla, Vaccinium microphyllum.

Otras compuestos con menos rendimiento contienen κεφαλή /ke-fa-leé/ "cabeza" (sólo encuentro el Claviceps microcephala, el célebre cornezuelo de centeno si no me equivoco, y la Armeria bigerrensis ssp microcephala) y con πόρος /pó-ros/ "poro" en el alga Coelastrum microporum.

Casualmente en un texto me sale al paso el género Micropus /mí-cro-puus/ "pie pequeño" que no conozco; busco en la red, y encuentro que es un liquen descrito en 1753 por Lineo (y también el apellido de un par de ratones americanos, Neotoma y Loxodontomys, y de un rat penat caribeño, Chilonatalus).

El radical indoeuropeo pau- parece significar lo pequeño o escaso, y de ahí paucus, paulus, pauxillus &c.  Paulus "chiquito" fue apodo de Saulo, luego apóstol Paulo (Pablo en su forma más común española; el femenino Paula conserva mejor su forma original, aquí preferida a Pabla) y, si quisiéramos, podríamos aquí añadir el Erodium paularense y demás hierbas paularenses; pero creo que el monasterio de El Paular nada tiene que ver con Pablo sino con palus "pantano".  En cambio sí debe de venir de Paulus (el nombre del apóstol calvo y con espada) la Saintpaulia jonantha, más conocida por nosotros con el nombre de "violeta africana", por el apellido del que descubrió la planta, en Tanzania, a fines del XIX.

Puestos a rizar el rizo (que es lo que son estos últimos párrafos), encontré por la zona de mis ancestros un árbol desconocido que, tras ciertas averiguaciones, resultó ser la Paulownia tomentosa, vegetal de oriente bautizado en honor de Ana Pávlowna, hija del zar Pablo I.  ¿Qué hace esta planta en el viejo reino de León?  Parece que se cultiva ahora para aprovechar la madera; eso me dijeron.  En todo caso, un árbol bien hermoso, con hojas que recuerdan a la catalpa, como puede verse en la fotografía; muy señorito él, con familia propia, las paulowniáceas; en Japón lo llaman kiri y parece que, al igual que el crisántemo al emperador, éste simboliza al jefe de gobierno.  Qué cosas.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Pequeño


Puesto que hemos repasado la idea de "grande", la simetría pide examinar lo "pequeño".  En latín "pequeño" es parvus, esto es, parvus parva parvum enunciando los tres géneros en su orden tradicional.  (Sería mucho más lógico, desde varios puntos de vista, decir parva parvus parvum, preponiendo el femenino, pero la modestia masculina nunca lo quiso así.)

Aunque parvo sólo se conserva en castellano como raro cultismo, aún a fines del pasado milenio usábamos en España a diario la palabra párvulos (parvulus es el diminutivo de parvus) para designar a los chiquitines de la escuela (y a su sección la llamábamos parvulario).  Aparece ese diminutivo latino precisamente como nombre específico de un par de géneros (Viola parvula, Arabis parvula), aunque el positivo sólo lo encuentro como sinónimo prelineano del Cucumis melo L: a esta sabrosa planta se la llama Melo rotundus parvus (en francés, melon sucré) en la lámina 357 del tomo VII del llamado Florilège du prince Eugène de Savoie, espléndido manuscrito miniado en París, sobre pergamino, a fines del siglo XVII, y ahora en la Biblioteca Nacional de Austria.

(Hablando de sinónimos, he intentado buscar ese en internet; yo que me había escandalizado de ver más de cien sinónimos de la Erophila verna, no he tenido paciencia de contar los que aparecen en wikipedia de Cucumis melo; un horror.)

Por el contrario, parvus da buen rendimiento en los nombres compuestos, en especial (como magnus) con la palabra flor.  Así tenemos parviflora, contrario de grandiflora:  Agave parviflora, Alyssum parviflora (A simplex), Carex parviflora, Digitalis parviflora, Epilobium parviflorum, Epipactis parviflorum, Fumaria parviflora, Linaria parviflora (sinónimo de L simplex), Malva parviflora, Ranunculus parviflorus, Serapias parviflora, Stipa parviflora, Trichoceros parviflorus (una orquídea andina, cuyo nombre genérico parece significar "pelicuerno"), Ulex parviflorus, Vicia parviflora.

Sólo encuentro un caso en que lo pequeño es la hoja: en oposición a macrophylla tenemos como parvifolia una Specularia que ahora se llama más bien, creo, Legousia hybrida.

Además de parvus hay un epíteto expresivo de lo pequeño: pusillus es propiamente el diminutivo de pusus "niño", "muchacho" y, como todos los diminutivos (expresión por sí de lo pequeño) tiene cierto carácter afectivo.  Entre los binomios lineanos encuentro Androsace pusilla, Campanula pusilla (C cochlearifolia), Galium pusillum, Geranium pusillum, Malva pusilla, Ononis pusilla, Silene pusilla.

Al ser afectivos, los diminutivos tienden al pleonasmo, a la acumulación.  No nos conformamos con decir chico, decimos chiquito, y como nos parece poco, venga otro diminutivo, decimos chiquitín; y si el rorro nos hace mucha mucha gracia, decimos chiquirritín.  Algo parecido pasa con pusus, pusillus, perpusillus.  El último lo encontramos en el Ornithopus perpusillus, como quien dice "pie de pájaro chiquitín" (Ornithopus /or-níi-to-puus/ es pariente del corónopo o coronópode: tiene como segundo elemento πούς /puús/ "pie", aquí añadido al ὄρνιθος /ór-nii-zos/ "pájaro" o "gallina").

Del comparativo de parvus ya hemos comentado algo: tenemos, frente a sus correspondientes majores, la Astrantia minor, el Rhinanthus minor, la Vinca minor; y, sin correspondientes (que yo sepa), el Chaenorhinum minus y el Thalictrum minus (ambos de género neutro).

En cuanto al superlativo, "pequeñísimo" o "muy pequeño" se dice minimus (contrario de maximus), y con él tengo a mano Androsace minima, Euphrasia minima, Medicago minima, Logfia minima, Myosurus minimus, Primula minima, Arnoseris minima.  Ésta última la conocí en Guadarrama hace pocos años, y me ha alegrado mucho encontrarla, este verano, en Moncayo (la de la foto, salvo que algún alma caritativa me saque de error).

viernes, 9 de noviembre de 2018

Grande IIII


Al poner el título me acuerdo de mi padre, que me reñía: ¡cuatro en latín se escribe IV!  Sí, así nos lo enseñaban en el colegio; pero en el colegio, como es natural, no enseñan todo; sólo alguna cosa, para ir empezando: se enceta la ciencia y, a partir de ahí, todo se complica.  La grafía antigua de "cuatro" era unas veces así: IV, y otras asá: IIII, según el escriba; el Renacimiento reglamentó la posición de resta (la I ante la V, la X ante la L &c), pero aún los relojes de esfera (esa antigualla) suelen usar los cuatro palos (IIII).

Pero volvamos a la idea de lo grande en la cosa herbaria.  Me falta (aunque no pretendo agotar el tema) la forma del superlativo.  El superlativo de magnus es maximus (maximus maxima maximum en el recitado escolar).  El superlativo escapa a la estricta dualidad del comparativo, así que maximus significa "el grande, de varios", esto es, "el más grande (de más de dos)" o "muy grande" o "grandísimo".

¿Qué generos grandísimos tenemos?  Hay Androsace maxima /an-dró-sa-ke/ (aunque es planta de tamaño modesto; la de la foto), Bromus maximus, Carex maxima, Equisetum maximum, Hylotelephium maximum, Leucanthemum maximum /leu-cán-te-mum/ (sinónimo, Chrysanthemum maximum /kry-sán-te-mum/)...  Como se ve, si el nombre genérico es masculino el específico toma la forma masculina (maximus); si no lo es, la femenina (maxima) o la neutra (maximum).  Así pues, por no repetir, otros "máximos" son Arundo (hoy Arundo donax), Orchis, Cucurbita, Tordylium, Corylus, Citrus (el pomelo, me parece), y creo que bastante más.

Para concluir, examinemos los calificativos que enfatizarían las dimensiones extraordinarias, algo así como descomunal o despampanante.  No encuentro enormis ni immanis ni ingentis, pero sí hay algún gigas "gigante" o giganteus "gigantesco".  Gigas es palabra tomada del griego Γίγας /gí-gas/ (siempre con G de gato), que originariamente designaba unos seres fabulosos, monstruosamente grandes, tanto que se atrevieron a apilar montañas con el fin de escalar el Olimpo y dar para el pelo a los dioses.  (No lo consiguieron.)

Observo que, quitada la Festuca gigantea (que está en los Pirineos), los taxónomos han concedido el título de gigantescas a plantas más bien exóticas: la Entada gigas (el "haba de mar" de los documentales de Attenborough), la Byblis gigantea, y, claro está, el Sequoiadendron giganteum, árbol de razonable gigantismo.

Antes de abandonar este tema del tamaño grande, dejo constancia de que no he encontrado etimología convincente de majorana. epíteto de un Origanum, a primera vista derivado de major "mayor", étimo que dan por bueno varias páginas de internet.  Ahora bien: A) la semántica no lo apoya --al contrario, por ejemplo, de Majorica "Mallorca", que se opone a Minorica "Menorca" (derivada de minor "menor") según la dualidad del comparativo--; B) no explica muchas variantes de la palabra (Corominas da una lista de ellas en la voz almoraduj, el hermoso nombre griego-arábigo-castellano de la mejorana).  En todo caso, en latín medieval la mejorana se llamó majorana.

Los comparativos y superlativos griegos de "grande" (μείζων "mayor" y μέγιστος "grandísimo") no los encuentro en la terminología botánica.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Grande III


Al igual que en latín grandis concurre con magnus, en griego μακρός concurre con μέγας /mé-gas/ o μεγάλη /megálee/ "grande".  ¿Qué diferencia hay entre μακρός y μέγας?  El sentido primario de μακρός parece haber sido "largo" o "alargado", mientras que μέγας contiene la primitiva idea de grandeza (es lejano pariente del latín magnus y del sánscrito maha que vemos en marajá o maharaja "gran rey"): μέγας abunda en la onomástica y en los títulos reales (Alejandro el Grande, Magnus en latín, es ὁ μέγας ᾿Αλέξανδρος, pues ὁ μακρὸς ᾿Αλέξανδρος habría sonado, creo, a "Alejandro el Larguirucho").

El adjetivo μέγας se prodiga en zoología, sobre todo para grandes criaturas prehistóricas (megalodonte, megalosauro, megaterio), pero también en entomología (hay una abeja Megachyle, una chinche Megalonotus, escarabajos Megatoma y Megaloxantha); y el ruiseñor es Luscinia megarrhynchos (ῥύγχος /ryn-jos/ es "hocico" o "morro", o "pico" de pájaro).

En cambio, apenas encuentro μέγας en los binomina botánicos; quizá he buscado mal.  Sólo me sale un Lathyrus megalanthos (nuevo sinónimo de grandiflorus o macranthus), ahora llamado L latifolius ("de hoja ancha").  Fuera de los nombres lineanos, están los términos megaforbia "planta herbácea vivaz de gran porte" y megaforbio "pasto de grandes plantas herbáceas" (así los define el Diccionario de botánica de Font Quer), ambos derivados φόρβιον /fór-bi-on/ o φορβή "pasto", con la misma raíz que φέρβω /fér-boo/ "apacentar" o φέρβομαι /fér-bo-mai/ "pacer".

Además de las formas positivas de los adjetivos, están las comparativas y superlativas.  El comparativo de magnus es major (majus en neutro).  Sobre el comparativo latino conviene decir que, en su uso estricto, implica el número dos: esto es, major viene a significar, "de los dos, el grande", esto es, "mayor (de dos)" o "el más grande (de dos)"; en ese sentido, se opone justamente a minor (minus en neutro).  Quiero decir que, siempre hablando en sentido estricto, a una planta que se apellidara major habría de oponerse otra que se apellidara minor.

Lo dicho se cumple, ciertamente, a veces, y entre los nombres que tengo anotados veo una Astrantia major frente a una Astrantia minor, un Rhinanthus major frente a otro minor, una Vinca major y una Vinca minor.  Pero no hay que pedir mucho rigor, pues a menudo los comparativos no tienen término opuesto; y en botánica veo Emerus major, Cerinthe major, Pimpinella major, Plantago major, Ephedra major, y unas cuantas más.  En la forma neutra tenemos el Antirhinum majus, el Arctium majus (opuesto, como lo pide la lógica de la lengua, al Arctium minus), y el Tropaeolum majus, la hermosa capuchina, cuyas hojas me encantan (la de la foto, si no estoy equivocado).

Aquí he uniformado la grafía de major o majus, que a menudo encuentro escritos maior y maius.  No estoy seguro de haber obrado bien: el asunto me parece espinoso en este caso concreto.  En latín clásico, no sé si lo he dicho, no existía la J, que no es más que una I alargada para indicar su valor consonántico.  En cualquier caso, uno debería respetar la grafía adoptada; pero me he descuidado.

martes, 6 de noviembre de 2018

Grande II

Por qué será que un hipermercado parece más grande que un supermercado: el prestigio del griego, sin duda, idioma que ha dado mucha cuerda al lenguaje científico.  Fabre conocía las lenguas clásicas, pero prefería escribir en francés llano y deploraba palabras como ooteca (literalmente "caja de huevos"): si decimos "nido de pinzón" (argumentaba) ¿por qué no decir, con sencillez, "nido de mantis"?  Es lo que pasa en la tele: la gente no se muere de frío, sino de hipotermia (te mueres igual, pero en griego).

El griego μακρός /macrós/ "grande" ha tenido más éxito en botánica que magnus.  Dejando de lado los términos generales de biología, como macroblasto, macrofanerófito, macromolécula y demás, veamos el empleo de μακρός en los binomios botánicos.

Sólo dos géneros (que yo sepa) contienen μακρός: el Macrosyringium longiflorus (ahora Odontites l), y la Macrochloa tenacissima (Stipa tenacissima).  En el primero está el griego σύριγγα /sý-rin-ga/ "caña" o "tubo", que describe bien la flor de la odontítide longiflora (el latino odontitis es femenino y parece haberse masculinizado en botánica; me sorprende no encontrar esta palabra en griego, pues sin duda viene de ὀδόντα /o-dón-ta/ "diente": según Plinio, la odontítide --cualquiera que fuera esa planta-- curaba la odontalgia y libraba así del odontólogo).  En Macrochloa parece estar la voz χλοή /jlo-eé/, que designa la verdura, la fronda.

En los nombres específicos, en cambio, μακρός es más frecuente.  Del Cytinus hypocistis veo un subgénero macranthus, y macrantha es también una Koeleria, y una Drosera /drósera/.  En macranthus está sin duda ἄνθος /án-zos/ "flor", así que macrantha corresponde exactamente a grandiflora o "de flor grande".

Bromus macrostachys es sinónimo de B lanceolatus, y también hay una Salicornia macrostachya (o Arthrocnemum macrostachyum), y una subespecie del orégano también es macrostachyum, "de espiga grande", del griego σταχύς /sta-jýs/ "espiga".  (En Arthrocnemum están ἄρθρον /ár-zron/ "articulación" o "artejo" --como en los artrópodos y en la artrosis-- y κνημίς /knee-mís/ "pierna": "pierna articulada" parece que significa.)

Si juntamos macro- con κάρπον /cár-pon/ "fruto", tenemos el adjetivo que significa "de fruto grande": Avena macrocarpa, Thalictrum macrocarpum.  Otras veces lo grande es la hoja (φύλλον /fýl-lon/) y "de hoja grande" o macrophylla son por lo menos la Hydrangea (la hortensia, creo) y una Drosera.

¿Qué tiene grande el Lathyrus macrorhizus?  Sin duda la raíz (ῥίζα /rií-dsa/).  ¿Y la Carex macrostyla?  Por el nombre, el estilo (στῦλoς /stýy-los/ "columna" o "puntal", redefinido en botánica).  La subespecie glandulosa del Erodium foetidum tiene un sinónimo macradenum que ha de venir de ἀδήν /a-deén/ o ἀδένα /a-dé-na/ "glándula".  De ἀδήν vienen adenoma, adenitis y demás términos médicos y, en flora, el género Adenostyles, que para hacer honor a su nombre deberá tener un estilo glanduloso.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Grande

Por variar, se me ocurre averiguar la expresión de ciertas ideas (por ejemplo, color, tamaño etc.) en el vocabulario botánico.  Recordando lo rentable de conocer ciertos contrarios como grande-pequeño o bueno-malo, y a falta de mejor idea, por ahí empiezo: de momento, por lo grande.

Primero, un breve repaso: en latín "grande-pequeño" se dice magnus-parvus (como adjetivos que son, tienen forma masculina, femenina y neutra: magnus magna magnum y parvus parva parvum).  El equivalente griego es μακρός-μικρός /macrós-micrós/ (es decir μακρός μακρά μακρόν etc.)  Empiezo, pues, por magnus.

Busco, antes de nada, el origen de Magnolia.  Yo pensaba (con ese pensar que no es pensar, ese pensar en que la lengua, con sus asociaciones, piensa por uno: el origen de la etimología popular) que magnolia tendría que ver con magnus y acaso con oleum "aceite".  Pues no: por lo visto Mangolia es palabra creada en 1703 por el botánico Charles Plumier para honrar al botánico Pierre Magnol (1638-1715); de manera que el nombre no dice nada (al menos directamente) ni del aceite ni del tamaño de sus flores (bien grandes, por cierto: y polinizadas por escarabajos, ya que Magnolia es género antiquísimo, de hace noventa millones de años, dicen).

Magnol era nacido en Montpellier, fue catedrático y director del botánico.  Plumier era, además de botánico, fraile francisco, y como experto en flora tropical bautizó magnolios, fucsias, lobelias, dioscoreas...  En 1704, cuando se iba a embarcar para las Indias, murió el pobre de pleuresía junto a Cádiz, en el Puerto de Santa María.

Pocos nombres botánicos encuentro con magnus.  Decaída la baza de Magnolia, sólo hallo la Pimpinella magna de Lineo (ahora Pimpinella maior Huds.).  Parece que los botánicos, para expresar el gran tamaño, han preferido grandis, adjetivo que vale casi lo mismo que magnus, pero es más expresivo y popular (el castellano lo ha preferido a magnus).  Ahí encuentro un par de ellos: la Begonia grandis y el Rhododendron grande (grande es la forma neutra del adjetivo).

Pero donde la nomenclatura saca rendimiento de grandis es en la combinación con flos "flor", en la forma grandiflora o grandiflorum.  Grandifloros o "de flor grande" son una Calamintha, un Doronicum, una Prunella, una Potentilla, una Arenaria, una Pinguicula, una Vicia, un Sempervivum...  Muchos, sin duda.  Ningún magniflorum. en cambio, o magniflora (ni grandiflora ni magniflora existen en latín clásico).

domingo, 21 de octubre de 2018

Nardo


El primer nardo que recuerdo no lo vi, sino que lo olí: cierto misacantano, amigo de la familia, recibió como regalo de la suya un perfume de nardos, que me dio a oler (tenía yo seis o siete años).  Me pareció un aroma tan delicioso que aún ahora, un milenio después, creo que lo reconocería; pero no lo he vuelto a oler más.  Tampoco he visto un nardo en mi vida, aunque lo he procurado.  Así que, de momento, el nardo es para mí una planta mítica, como el loto de los lotófagos y el hermético moly.

En los años 80 un grupo de biólogos de Barcelona, de visita por el Moncayo, nos permitieron acompañarles.  La experiencia fue entretenidísima, porque venían varios entendidos en esto y en aquello, y allí donde los demás no veíamos nada, éste hallaba nidos de araña, aquél hifas de ascomicetos, el otro huellas de tejones.  Lo recuerdo ahora porque en la cumbre de Moncayo oí por vez primera hablar del Nardus stricta: corrí entusiasmado a olerlo y resultó ser una gramínea de lo más inodora.  ¡Eso no podía ser el nardo del padre Calle!

En 2005 encontré en un vivero unas patatillas con el marbete de "nardo"; las planté y salió lo de la foto.  Al parecer es una planta originaria de México y América del Sur, que en náhuatl se llama omixochitl y los botánicos han bautizado Polianthes tuberosa.  Las flores huelen bien, pero tampoco es aquello...

La palabra Polianthes es para mí un enigma.  ¿Qué significa?  En griego hay un adjetivo πολυανθής /po-ly-an-zés/ que vale "florido" o, si se quiere, "muy florido" (de πολύς /po-lýs/ "mucho"; el segundo elemento, el mismo que en Prenanthes), pero en latín debería llevar Y griega: así, con I latina, sólo puede venir de πόλις /pó-lis/ "ciudad", y querría decir "urbanifloro" o algún sinsentido semejante.  Al menos yo no le encuentro el sentido.

Quizá es que la diosa de la ortografía maldijo la palabra polianthes, porque entre mis notas encuentro ésta, tomada del prólogo de la Flora Pirenaica, de un pasaje donde Bubani se queja de los absurdos en que incurre la nomenclatura botánica: eo dementiae perventum est ut retinerentur nomina ab errore typographico exorta: conferatur Erythrina poianthes, quae polianthes fuerat in mente auctoris: "La sinrazón ha llegado al extremo de autorizar nombres fruto de una errata tipográfica: véase la Erythrina poianthes, que en la intención del autor era polianthes".  (Esa Erythrina es una fabácea brasileña cuyas flores tienen un llamativo colorado, como era previsible: griego ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo".)

Las palabras, está claro, viven su propia vida, al margen, a menudo, o incluso en contra de la historia natural.  Νάρδος o νάρδον /nár-dos, nár-don/ ya en griego designa, más que una planta, un perfume.  Tanto la voz como el perfume venían de oriente (Chantraine sugiere que aquélla pudo tomarse del hebreo); en Dioscórides se alude al ναρδόσταχυς /nar-dós-ta-jys/, vegetal de la India que es, según todos los indicios, la fuente del perfume, bautizado en botánica Nardostachys jatamansi: veo que lo llaman espicanardo (y, por error de lectura, espinacardo) y también "nardo de Nepal" y de otros modos.  Es una valerianácea, pero ahora ha cambiado de cajón, según wikipedia, y entrado en las caprifoliáceas.  El caso es que de su raíz se extrae desde tiempos antiguos, al parecer, un apreciado perfume.

Un perfume es, desde luego, el nardus en la oda en que Horacio advierte a Virgilio que el vino se lo ganará sólo si lleva a la cena un pequeño ungüentario (parvus onyx) de nardo: nardo vina merebere "con nardo te ganarás el vino".  (Es la oda 4 12, que cierra el célebre gliconio: Dulce est desipere in loco "grato es tontear, cuando toca".)

Con el mismo perfume regó María, la hermana de Lázaro (o María de Magdala, en la versión de Lucas), los divinos pinreles: Μαρία λαβοῦσα λίτραν μύρου νάρδου πιστικῆς, πολυτύμου "tomando María una libra de nardo puro, carísimo" (nardi puri, pretiosi dice la versión moderna de Juan, 12 3; Jerónimo tradujo nardi pistici, pretiosi), untó los pies de Jesús...  Apostaría que este paso evangélico está en la base del aromático regalo al misacantano...

Busco en la red imágenes de Sarita Montiel, por su costumbre de pasear por la calle de Alcalá... con los nardos apoyaos en la cadera..., y encuentro que en varias de las fotos lleva en la mano (si no veo mal) Polianthes tuberosa.  Y ahora que me acuerdo Machado cantó aquello de

                            tengo el alma de nardo del árabe español;

Pero vamos a ver, don Manuel: ¿de qué tiene usté el alma exactamente?  ¿De Nardostachys jatamansi?  ¿De Polianthes tuberosa?  ¿O de qué?

lunes, 8 de octubre de 2018

Madroño II

Decía que era mi intención argumentar por qué la etimología de Varrón, Plinio y Laguna es defectuosa.  Me limitaré a un par de razones que me parecen fáciles de explicar.

Primera: si unedo viniera de unum edo, sería una extrema rareza como nombre compuesto: éstos, y más los compuestos oracionales (que suponen una frase, como abrelatas, cuentagotas, tapaculos) no emplean jamás la primera persona del verbo, tan marcada.  En español sólo encuentro metomentodo; pues lavabo es latín (lavabo "yo lavaré"), sustantivado como primera palabra del rito de lavamanos en la misa (así ocurre con el credo "creo" o con las avemarías o los padrenuestros; y en argot financiero pagaré y cargareme).  En botánica hay nomeolvides, con un "tú" imperativo bien curioso.  En francés hubo una moda del jaccusisme (tras el título que Clemenceau impuso al artículo de Zola), como también la moda (indumentaria) trajo el suivez-moi-jeune-homme.  Pero en cualquier idioma es improbable, si no yerro, que una primera persona invada el campo nominal.

En latín unedo sería caso único.  Vademecum (literalmente "ven conmigo") no cuenta, porque es latín escolástico.  Al gorrón lo llamaban en Roma laudicenus ("que alaba la cena") como a "las que se depilan" strictivellae (los diccionarios menos pudibundos especifican la zona depilada).  El elemento verbal (laudo, stringo) jamás aparece en primera o segunda persona.  Por poner ejemplos botánicos, ahí está, de frango "romper" y saxum "roca", la saxifraga de la que ya hemos hablado.  De pario "parir" tenemos oviparus y viviparus (u ovipara, vivipara).  En francés tenemos pissenlit o "meacama" (por la virtud diurética del Taraxacum officinale), y en griego κυνάγχον /kynánjon/ o "ahogaperro" (en latín cynanchum /kynáncum/).

Segundo argumento.  Unus en latín comienza con U larga, la U de unedo es breve.  Esto bastaría por sí solo para invalidar la supuesta etimología.  Todos los compuestos latinos de unus llevan U larga: unanimus "de un solo espíritu", undecim "once" (literalmente "uno diez"), unicornius "de un solo cuerno", universus "vuelto a la unidad" --al revés que diversus--, es decir, "tomado en su conjunto"; en botánica tenemos unicaulis "de un solo tronco".  Hay muchos, todos con la U inicial larga (tampoco cuentan aquí las licencias métricas).

He encontrado alguna discrepancia sobre la cantidad vocálica de unedo en los diccionarios; en particular el de Meillet creo que tiene errata (no corregida en la fe); pero todos dan breve la U inicial.  No se tenga en cuenta la transcripción al griego (οὐνέδων) porque, aunque ου siempre es largo en ese idioma, ese dígrafo es el único modo que tienen los griegos para expresar nuestro sonido U (véase, si no, cómo transcriben Vulturnus: ᾿Ουουλτούρνος, donde ninguna de las U son en origen largas).

Mientras me paseaba por las muchísimas variantes del nombre del madroño en distintos idiomas, he acabado convencido de que este arbusto debió de tener, o en algún momento se le dio, gran importancia.  Al fruto se lo distingue con un nombre privativo: en latín se llamó arbutus /árbutus/ y unedo /únedo/ a la planta, y arbutum y unedo al fruto (en francés arbousier y arbouse respectivamente, como en catalán arboç y cirera d'arboç); en griego κόμαρος /kómaros/ y κόμαρον /kómaron/, etcétera.

Además, está muy presente en la toponimia.  Dejando aparte la heráldica madrileña (un experto sostiene que el oso se apoya en realidad en un almez), tenemos Madroños, Madroñeras, Madroñeros y Madroñales varios, y además los Erbebedos y Hervededos gallegos y bercianos (que continúan el latino arbutetum "madroñal") y otros similares.  Si alguno visita el penetense Arboç, no se extrañe de encontrar allí un facsímil de la Giralda: el dueño quiso mitigar con ella (eso cuentan) la nostalgia de su esposa andaluza.

Cito, para acabar, el verso en que Ovidio, como don Quijote de las bellotas, hace de los madroños la fruta paradisíaca, digo de la edad de oro, cuyos felices habitantes

                     arbuteos fetos montanaque fraga legebant,

esto es, "cosechaban los frutos del madroño y las fresas del monte".

domingo, 7 de octubre de 2018

Madroño


Qué mejor comienzo que las palabras de Andrés de Laguna, médico de Carlos Quinto, donde el doctor describe el fruto del madroño:  "Es por de fuera todo muy sarpollido y lleno de ciertos granos, los cuales, cuando se mascan, exasperan el paladar y la lengua.  Del resto, parécese el madroño a muchas cortesanas de Roma, las cuales, en lo exterior, diréis que son unas ninfas... empero si las especuláis debajo de aquellas ropas, hallaréis que son un verdadero retrato del mal francés.  Dígolo porque este fruto, defuera, se muestra hermoso en extremo y, comido, hinche de ventosidad el estómago y da gran dolor de cabeza; lo cual fue causa de que los latinos diesen el nombre de unedo, amonestando que nadie comiese dél más que uno".  Magnífica página (se encuentra en el Dioscórides de Font Quer): la doy por toda La lozana andaluza.

Me preguntaba D.G. el otro día por el nombre botánico del madroño, y ahora estoy medio desesperado, no porque me falte información, sino porque tengo mucha, pero insignificante.  En ocasiones así me avergüenzo de hablar en estas páginas, como si supiera, de cosas que no sé.

Esto pasa con la palabra castellana madroño: no se sabe de dónde proviene, como ocurre con tantos nombres de arbustos y yerbas: agavanza (o agabanza, que en mi pueblo designa al tapaculos), álamo, aliaga, árgoma, escaramujo, meruéndano, y una larga serie.  La mayoría de estos nombres son, se dice, prerromanos, esto es, anteriores a la llegada del latín a la península y de origen, por tanto, vaya usted a saber si celta, ibero, o qué.  (En realidad, prerromano es a menudo un eufemismo de ni idea.)

En cuanto al nombre botánico, Arbutus unedo, confieso que pronunciaba arbútus unédo hasta que (no hace mucho) caí en la cuenta, leyendo los arbuteos fetos de Ovidio (Met. I 105), de que la U era breve: no se acentúa arbútus, pues, sino árbutus.  Y lo mismo pasa con unedo: únedo es la pronunciación buena.

El doctor Laguna sugiere que unedo viene de la expresión unum edo "uno solo me como".  La idea de Laguna es una etimología popular más, si bien sostenida ya por autores clásicos, entre los que destaco a Plinio el enciclopedista, que dice (15 98): pomum inhonorum ut cui nomen ex argumento unum tantum edendi "el fruto es desdeñable, como lo sugiere el nombre, del consejo de no comer más de uno".  Me gustaría razonar por qué esta etimología no es aceptable, pero antes quiero señalar que varias veces he comido hasta ocho o diez madroños (fruta tolerable sólo cuando está bien madura) sin conseguir experimentar ni la borrachera ni los otros síntomas que amenazan los manuales: debo de ser inmune.

[Hoy domingo, 7 de octubre, releo estas líneas antes de publicarlas, cuando la radio (que tengo la mala costumbre de encender por las mañanas) informa de un nuevo terremoto en Haití, triste cosa, con la siguiente frase que me he apresurado a copiar, porque no daba crédito a mis oídos: "el epicentro se ha sentido a quince kilómetros de profundidad".  Paladeen, paladeen esta estupidez emitida por la radio pública, y díganme si por paranoia sospecho de una conjura para deteriorar el castellano, en cuya vanguardia milita Radiotelevisión Española.  Y encima todo nublado.  Dejémoslo para otro rato.]

viernes, 21 de septiembre de 2018

Berberomeloe majalis


Ahora que mi condición voltaria me lleva a los insectos he anchado no poco el campo a mi ignorancia, y me entretengo en sonsacar significado al nombre de algunos de esos bichillos.  Hace poco he aprendido el de ése de la fotografía, en mi pueblo llamado aceitera (por el líquido aceitoso --su propia sangre-- que emite al ser molestada) y he conocido su prodigiosa biografía (gracias sobre todo a la red, porque en mi manual de sabandijas ni siquiera aparecía).  Del Berberomeloe majalis aún no sé bien qué quiere decir Berberomeloe (Meloe es el nombre de familia, desde luego; y el comienzo ¿tiene algo que ver con el agracejo?; de momento lo ignoro), pero me ha llamado la atención el adjetivo majalis, que comparte con el nombre del muguet o Convallaria majalis.

Antes de seguir, contaré brevemente (para cierta lectora a quien sé que le interesan menos mis gramatiquerías que los animales en general) que el de la foto es parásito de las abejas solitarias, abejas que horadan nidos en el suelo y los rellenan de miel para alimento de su cría; pues bien, las larvas de este raro escarabajo, apenas nacen, buscan activísimamente estos nidos (y son capaces de aguantar meses sin alimento) para comerse el huevo de la abeja, primero, y luego el depósito de miel, único modo de llegar ellas al estado adulto.  Como dependen tanto del azar, estos escarabajos han de multiplicar su puesta para compensar las inmensas probabilidades de morir que en su empresa tienen las larvas: hasta cuatro mil huevos he leído que puede poner una Berberomeloe: se comprende el tamaño de su vientre.  Las larvas de otro parásito similar a esta aceitera trepan a las flores, para así acceder a las abejas que son su víctimas, cuando éstas llegan a libar.  Y el colmo: las larvas del Meloe franciscanus (especie, creo recordar, californiana) no sólo se suben a los tallos, sino que allí se amontonan en figura de hembra abeja, emitiendo feromonas sexuales para atraer al zángano que es su objetivo.  Encuentro todo esto fascinante.  Pero vuelvo a mis palabrejas.

La causa de mi sorpresa es que la voz majalis. en latín clásico, designa específicamente al cerdo castrado (todavía en Italia llaman al puerco maiale), y no veo qué tienen que ver con el cerdo la aceitera o el muguete.

Meillet cita la opinión de Isidoro de Sevilla, quien sugiere que majalis viene de majus "el mes de mayo", porque se criaba el cerdo para ofrecerlo a la diosa Maya en su mes: eso parece una etimología popular, y Meillet la da por incierta, pese a que Macrobio confirma esa ceremonia gorrina que noticia el obispo hispanogodo: pero como ambos hablan de etimología, tanto el obispo como el autor de las Saturnales (uno y otro autores tardíos), resulta todo muy sospechoso.

Etimología popular es aquella que se apoya sólo en el sonido del término y su parecido con otros, sin considerar la historia de la palabra (que un etimólogo serio tiene que tener muy en cuenta), y a menudo forzando los significados.  Todos los hablantes somos etimólogos aficionados, aun sin percatarnos de ello.  Por poner un ejemplo reciente, esta mañana oí a un periodista hablar de "la crisis, que se agudiza y es cada vez más latente".  Periodistas hay que no abren el diccionario ni a tiros.  El de esta mañana habría comprobado fácilmente que latente significa "escondido", "oculto" (justo lo contrario de lo que quería expresar), pero, claro, el hombre había oído "latente", le sonó a latir, y entendió que significaba "latiente" o "palpitante".  Le sonó a latir: el "me suena a", que todos frecuentamos, eso es la etimología popular.  (Lo cierto es que es una de las fuentes importantes de evolución de la lengua, ya que en general los hablantes ni abrimos diccionarios ni hacemos maldito caso de las sesudas noticias que prodigamos dómines y gramáticos.)

En total, he llegado a la conclusión de que majalis se emplea en botánica y zoología con el significado que suponía Isidoro: "del mes de mayo".  No lo veo claro para el insecto, pero sí para el muguete, que en Francia se regala en las calendas mayas, o sea el 1 de mayo.  (Un amigo francés, votante de Macron, sostiene que es un regalo romántico a la pareja; otro amigo, proclive más bien a destruir el sistema capitalista, dice que el muguet conmemora las luchas obreras.  Al menos están de acuerdo en la fecha.)

Tengo que aclarar que el adjetivo majalis "de mayo" es algo absurdo desde el punto de vista clásico, pues los meses se nombran precisamente con adjetivos: y así como el 1 de mayo se llama calendas mayas (Kalendae majae), se podría decir, por ejemplo, "las tardes abriles son muy buenas para pasear", o "no soporto los calores agostos".  Así que la convalaria se podía llamar Convallaria maja, y el bicho Berberomeloe majus.  Sospecho que la biología ha dado nuevo significado a majalis por etimología popular, esto es, fiada en Macrobio e Isidoro.  Claro que quizá éstos tengan toda la razón.

domingo, 26 de agosto de 2018

Alchemilla II

Dice P.A. que ha oído decir Alchemílla tanto como Alchémilla.  No me extraña.  Acémila invita a Alchémilla, por el parecido; a los hablantes nos basta cualquier excusa para dar un viaje al acento de las palabras.  Yo en estas páginas me limito a decir cómo va ese acento desde el punto de vista del latín clásico.  Desde ese punto de vista es mejor /al-ke-míl-la/.

Si tuviéramos que corregir las acentuaciones equivocadas (de acuerdo con el criterio arriba dicho, o con cualquier otro) no pararíamos; nos aburriríamos hasta de corregirnos a nosotros mismos, pues tenemos asentadísimas muchas acentuaciones aberrantes, aun de nombres grecorromanos y entre profesionales de lo antiguo.  ¿Acaso a Aristides no lo llaman Arístides incluso en la BCG, cuando en su griego nativo se llamó ᾿Αριστείδης y en latín se acentúa igual?  Por no hablar de Luculo, Lucullus en latín (véase lo dicho en la página anterior), a quien los más rebautizan Lúculo quizá por rehuir ese consonante que tanto hizo sufrir en el cole a mi compañero Pablito Angulo.

Ahora vete tú a decir que teléfono está mal, que debía ser telefono; o que es falso el acento de atmósfera, que el fetén es atmosfera.  Al que eso dijera lo miraríamos mal, claro está: y seguiríamos diciendo (con total inconsecuencia) teléfono e interfono, atmósfera y biosfera.

En cuanto al origen y significado de la palabra Alchemilla, inútil fatigar diccionarios de lenguas antiguas: falta en todos.  La palabra, por lo visto, es medieval, y en el pobre latín del medievo debió de tener no pocas variantes: alchimilla, alchemilla, archemilla, achimilla y algunas otras que ya parecen de broma: atontilla, ercantilla, artincilla...

Saco estos datos de la red y de Flora Ibérica, único lugar donde he encontrado alguna noticia sobre la etimología de esta planta.  Con toda reserva, Flora Ibérica aventura que la palabra sea hermana de alquimia "piedra filosofal", por tener la planta no sé qué virtudes entre las retortas...  Si esto fuera cierto, alchemilla provendría de Jem (o Khem, como escriben los franceses imitando la CH latina), el nombre con que los antiguos egipcios conocían a su país.  (En efecto, Egipto, o Aegyptus o Αἴγυπτος, no es el nombre original, sino el que le daban los griegos.)  Y de Jem, el nombre al parecer original y autóctono, dicen que viene química, o sea el arte egipcia...

Para colmo de desazón, Flora ibérica da otra etimología posible: ¿será alchemilla una deformación del latín tardío argentilla, que designó quizás a la Potentilla anserina?  Es posible, dicen, pues hay varias alquemilas de hoja plateada...  Ahora, que, para deformación, es mucha deformación.  Vamos, me parece a mí.

En suma, que Alchemilla viene de no se sabe dónde.

sábado, 25 de agosto de 2018

Alchemilla

El amigo P.A. pregunta si Alchemilla es palabra llana o esdrújula.  Es llana: la pronunciación que tengo por buena es /al-ke-míl-la/.  En la voz alchemilla se juntan varias dificultades típicas, de las que algo he escrito ya, pero no me importa repetir.  Por un lado, está la pronunciación del dígrafo CH, que yo recomiendo pronunciar siempre /k/, sin hacer caso de la H.  Por decir algo nuevo, hago una breve historia de ese dígrafo.

Existe en griego una letra, la Χ /ji/, cuyo sonido era más o menos el de nuestra jota.  Ese sonido rasposo de garganta, que tienen nuestra jota y la ji griega, y que es como el de una K a la que se le escapara el aire, no existía en latín: eso permitió emplear esa letra para el uso que aún le seguimos dando, con el nombre de equis.  (Nuestra X y la ji griega son, pues, la misma letra, aunque le atribuimos sonido diferente.  No deja de tener su gracia que, siglos después, la X romana haya recuperado en México el valor que, con el nombre de ji, tuvo en Mileto.)

Ahora bien, con el tiempo los romanos llegaron a ser tan admiradores de Atenas como lo es de Nueva York Jordi Hurtado, y lo mismo que éste ya no dice "qué maja la vista" sino "qué glamur tiene el escailain de Cuenca", los romanos finolis no ponían una lámpara de bronce en el salón, sino un lychnus argyrocorinthus en el oecus, que quedaba más elegante y más griego.  Hablar a la griega era lo fino para el romano de su siglo de oro, como lo es hablar inglés en éste de acero corten.  (Los gramáticos nos tronchamos con estas cosas, pero vete a saber si dentro de un tiempo nadie sabe qué significa "contorno", "perfil" o "silueta" y todo el mundo dice escailain.  ¿No los llamaban en Roma suspiriosos?  En Grecia les decían asthmáticos: ahora daría risa confesarse suspirioso.)

El caso es que muchas palabras griegas entraron al latín por esta vía de la imitación más o menos pretenciosa.  Y ¿cómo representar en latín el sonido de la ji, esa K a la que se le escapa el aire?  Pues así, claro, con el dígrafo CH: la C representa el sonido /k/ y la H la fuga de aire.  Así nace la CH en latín.  Sin excepción, que yo recuerde ahora, toda CH del latín clásico es transcripción de una X griega, o bien es un capricho ortográfico.

Hay, como se ve, buenas razones para pensar que en latín clásico la CH se pronunció /j/ en más de una ocasión; pero con el tiempo esa pronunciación, ajena a la lengua, fue generalmente sustituida por el sonido /k/, y hasta se hacía burla de la pronunciación a la griega, por afectada y ridícula.

Otro problema es pronunciar la LL.  En latín abundan las consonantes geminadas (TT PP MM NN RR LL etcétera): siempre que hay consonantes geminadas, una frontera las separa: van cada una en sílaba distinta.  O sea, que se pronuncia /ap-petítus/ y /in-nokéntia/ y /cúr-rus/ y /stél-la/.  De modo que la doble L se debe pronunciar justo así, como doble ele, nunca con el sonido de la elle castellana (que, dicho sea de paso, también está el pobre de capa caída).

En cuanto al acento de Alchemilla (y este es el tercer problema, y por el que pregunta P.A.) se podía prever que es palabra llana por el hecho de tener una consonante geminada ante la última vocal.  Si la sílaba penúltima acaba en consonante, la palabra es llana.  Así lo son /Ravén-na/ y /pulsatíl-la/ y /biscutél-la/ y /buglós-sa/ y /cryptográm-ma/.  (Intenté explicar esto en las entradas ¿Gypsóphila o Gypsophila? y ¿Mesófilo o mesofilo?, al comienzo de este cuaderno.)

Pero, a todo esto, ¿qué significa Alchemilla, de dónde viene la palabra?

jueves, 16 de agosto de 2018

Siempreviva


Estas flores encontré, ahora hace un año, cerca del ibón de Estanés: qué hermosura.  Serán comunes, pero yo no las había visto nunca (al menos, no lo recordaba).  Es una suerte que haya tanto por ver, y a la puerta de casa.  Para quien guste de la belleza natural, ni se embota el placer ni mengua el apetito, tal es la variedad de colores y formas.

Sempervivum tectorum es su nombre botánico, de significado transparente: semper es la forma latina de nuestro "siempre", y vivum la de "vivo", así que sempervivum queda más o menos traducido en "siempreviva" (que quizá sea un femenino del tipo hoja).

Por su parte, tectorum es una forma de tectum "cubierto", participio del verbo tégere "cubrir" (que conservamos en nuestro proteger); tectum evoluciona al castellano techo (-ct- da -ch-: así octo da ocho como nocte da noche).  Tectorum (genitivo plural) se puede traducir "de los techos".

A propósito de sempervivum, se me ocurre decir algo sobre la pronunciación de la V.  Sáltese usted el párrafo que sigue.

Sabrá usted (ya veo que no me hace caso) que en latín no hay V, y que esta V no es más que una forma moderna de escribir la U consonántica; dicho de otro modo, V y U son en latín la misma letra, que en ortografia clásica es la U: he aquí otro rasgo que separa al latín clásico del botánico.  A mí no me parece mal pronunciar /sem-per-bíi-bum/ (la I es larga): la relajada B española imita bien la U consonántica latina.  Pero los puristas pronuncian siempre U, lo que da algún problema (por ejemplo para pronunciar ovum o novus... o sempervivum: podríamos representarlo así: /sem-per-wí-wum/).  Afectado e incorrecto es desde luego (aunque lo he oído) pronunciar la U consonántica como la V francesa, y claro es que tampoco se debe pronunciar la V como esa B alemana que es casi una P.

Dan los diccionarios sempervivum como palabra pliniana, pero en la Naturalis historia yo sólo encuentro la forma griega, aizoum (para referirse a nuestro S tectorum y al Aeonium arboreum, según los comentaristas).  En efecto, la palabra que en griego corresponde a sempervivum es ἀείζωον /a-éi-dsoo-on/: ἀεί es el adverbio "siempre", y ζῷον /dsóo-on/ se suele traducir por "animal" (de ahí zoología "tratado de los animales", o zodiaco, voz derivada del diminutivo ζῴδιον "animalillo" o "figurita de animal") pero su significado preciso es "viviente".

ζῷον tiene el mismo radical que βίος /bí-os/ "vida", la voz que da biología (igual raíz que vivus y vita, por lo demás).  Ese radical es muy productivo y, como era previsible, tenemos en biología muchísimos derivados tanto de ζῷον (briozoo, escifozoo, epizootia, metazoo, protozoo &c) como de βίος (anfibio antibiótico, macrobiótico, microbio, simbiosis &c).  Sin embargo esas palabras (vivus, βίος, ζῷον) se parecen poco y es algo largo explicar por qué.

᾿Αείζωον designa ya en Teofrasto, según Font Quer, nuestro Sempervivum tectorum (que él llama "siempreviva mayor").  ᾿Αείζωον se transcribe al latín Aeizoon o Aizoon (¿le suena?  Pues aún no han devuelto un euro, los siempre vivos).  Aizoum es la forma ya latinizada.

De modo que tenemos también un género botánico, el Aizoon, cuyo nombre es correspondencia exacta de sempervivum (es posible que éste sea un calco de aquél).  He encontrado Aizoon hispanicum junto a algunas charcas, no lejos de casa, y este mayo en Bardenas; pero a diferencia de la siempreviva, el nombre no parece cuadrarle mucho, porque da la impresión de ser muy efímero: echa la flor y poco después no queda rastro de él hasta el año siguiente (con suerte).

Dice la red que a la Saxifraga paniculata se la ha llamado también Saxifraga aizoon.  Y algunas hierbas se apellidan aizoides /ai-dso-íi-dees/ que significa, supongo, "de aspecto de aizoon", quizá por las hojas carnosillas: la Draba aizoides (que no recuerdo haber visto) y esa hermosa amante del sol, el agua y las peñas, de flores amarillas, la Saxifraga aizoides.

martes, 7 de agosto de 2018

Plátano II

Lo que no logro averiguar (el docto Corominas es en este punto escueto, casi negligente diría yo) es cómo el nombre del árbol de nuestros paseos, cómo la palabra clásica, plátano, se aplicó a un vegetal tan distinto como lo es el bananero.

El platanero lleva el nombre lineano de Musa paradisiaca, fitónimo con que el sueco creía honrar la memoria de Antonio Musa, médico personal de Augusto.  No obstante, he leído en alguna parte (no consigo recordar dónde) que el fitónimo Musa proviene del árabe, y que Lineo se equivocó al interpretarlo como nombre antiguo.  En cuanto al adjetivo paradisiaca, alude, al parecer, a la idea de que la primera mujer, una tal Eva, no mordió una manzana, sino un plátano.

El bananero tiene su origen en la India y el sudeste asiático; desciende al parecer de la especie silvestre llamada Musa acuminata.  Dicen los comentaristas de Teofrasto que el griego alude al banano en cierto párrafo de su Historia, pero ese par de líneas igual podría referirse al banano, me parece, que a cualquier otro frutal.  Ya en el siglo V de la era (tomo estas noticias de la red) se introdujo el bananero en África a través de Madagascar, y una centuria más tarde había alcanzado el Mediterráneo.

Parece mentira, pero a Canarias no llegó, al parecer, hasta el siglo XVI, traído de Guinea por mercantes portugueses: en el primer cuarto de ese siglo se aclimató en las Afortunadas.  Y de ahí fue llevado a América por las ínclitas razas ibéricas, sangre de Hispania fecunda, concretamente en 1516.  (Humboldt, sin embargo, tres siglos después, creyó que el banano era autóctono americano.)  Ocurriría por entonces, entre los siglos XV y XVI, supongo yo, y aunque no entiendo bien cómo ni por qué, la aplicación al bananero del nombre plátano.

Ya en la acepción frutal usa la palabra Gonzalo Fernández de Oviedo, quizá el primer observador de América con ojo científico, que describe el platanero como cosa exótica en su Sumario de Historia natural de las Indias:  "Hay asimismo unas plantas que los cristianos llaman plátanos, las cuales son altos como árboles y se hacen gruesos en el tronco como un grueso muslo de un hombre o algo más, y desde abajo arriba echa unas hojas longuísimas y muy anchas" (¿de ahí plátano quizá, siguiendo la idea de πλατύς?).  Oviedo publica su Sumario en 1526, así que Corominas no acierta al retrasar a 1554 la primera acepción de plátano en el sentido de "banano" o "bananero".

"Cada plátano" (ahora Oviedo describe el fruto) "es tan luengo como palmo y medio, y de la groseza de la muñeca de un brazo, poco más o menos.  [...]  Tienen una corteza no muy gruesa y fácil de romper, y de dentro todo es medula, que desollado o quitada la dicha corteza, parece un tuétano de una caña de vaca.  [...]  Estos plátanos los hay en todo tiempo del año, pero no son por su origen naturales de aquellas partes, porque de España fueron llevados los primeros y hanse multiplicado tanto que es cosa de maravilla ver la abundancia que hay de ellos en las islas y en Tierra Firme [...] y son muy mayores y mejores y de mejor sabor en aquellas partes que en aquestas".

Los peninsulares siguieron sin conocer otras bananas que las de América.  Lope de Vega se sirve de esta fruta como toque local en el canto V de la Dragontea, cuando Drake entra en Nombre de Dios y los españoles de Diego de Amaya se retiran cansados y hambrientos:

                                  Y habiendo todo el día sustentado
                                  a plátano por hombre, fruta indiana,
                                  en el río descansa, mas cansado
                                  de esperar el suceso y la mañana.

Dos siglos y medio después sigue siendo fruta desconocida entre los mesetarios.  En sus Memorias del tiempo viejo trae Zorrilla notas raciales extravagantes (¿cuáles no lo son?) de su estancia en las Antillas:  "Allí vi y admiré por primera vez el plátano, razón vegetal y palpable de la innata holgazanería de aquellas razas; cifra viva en la cual escribió la naturaleza el consejo de 'no trabajéis'.  [...]  Según el inmenso racimo va madurando, el tronco se va doblando hasta depositar [la fruta] suavemente en manos del hombre.  [...]  ¿Cómo ha de ser trabajadora la raza a quien pone dios el alimento entre los labios, sin más trabajo que el de comerle?"

En cambio, los ingleses empezaron a pirrarse por el plátano de Canarias desde fines del XIX, y tanto importaban a Londres que la capital llegó a tener un Canary Wharf "muelle canario".  Según la guía de Incafo, el plátano canario es de la especie (¿o variedad?) Musa cavendishii.  Ya sabemos cuánto apreciaron después el plátano los angloparlantes: hasta al lenguaje político ha llegado el plátano con las repúblicas bananeras.

En España, las cosas cambian en el Novecientos.  En su deliciosa Novela de un literato relata Rafael Cansinos su primer banquete de prensa, donde los gacetilleros se abalanzaban sobre la langosta con mahonesa, lujo gastronómico vedado para unos pobretes que malvivían en casas de huéspedes baratas.  "A la hora de los postres, todos se lanzaban preferentemente sobre los plátanos, ¡otro lujo entonces heliogabálico!"  Con el siglo XX empiezan a llegar los plátanos a Madrid...

sábado, 4 de agosto de 2018

Plátano



Con la palabra plátano acude a la mente, creo yo, antes la fruta que el árbol cuya corteza dibuja esas graciosas geografías de la imagen (tomada en el monasterio de Veruela el año 2008).  Sin embargo, es el árbol quien tiene prioridad de derechos sobre la palabra, que ya lo designaba en la antigua Grecia, cuando aún las bananas no habían hecho su aparición por el viejo mundo.

La voz no existe precisamente en Homero, que llamaba al árbol πλατάνιστος /pla-tá-nis-tos/; pero sí en el ático clásico, en cuya filosofía desempeña la planta un honroso papel: en el diálogo platónico, Sócrates propone al joven Fedro tumbarse en la hierba a orillas del Iliso, concretamente a la sombra de un plátano:  "¿Ves aquel altísimo plátano?", le dice (ἐκείνην τὴν ὑψηλοτάτην πλάτανον para ser exactos: "aquella altísima plátano", pues también este árbol es femenino en griego):  "Allá hay sombra y aire fresco, y hierba para tenderse".  Ay, Sócrates, si te pilla san Benito.

Quieren algunos que la voz πλάτανος /plá-ta-nos/ provenga del adjetivo πλατύς /pla-týs/ "llano": Chantraine la juzga etimología popular, pero Corominas la da por buena, hasta el punto de incluir la voz plátano en la entrada chato, como emparentada con plato, plata y otras más.  (Yo no me pronuncio, pero recuerdo que, cuando el calor te aplana, estás aplatanado.)

En lo que sí parece haber acuerdo es en que la especie botánica a la que aluden Homero, Platón y todos los griegos antiguos sea el Platanus orientalis, arbolillo que se distribuye entre Grecia y Afganistán; mientras que la especie ahora común en nuestras plazas es el (o la) Platanus acerifolia, un híbrido entre aquél y la especie americana Platanus occidentalis, gran árbol de las orillas del Misisipí.  Según Hallé, la hibridación tuvo lugar en algún jardín botánico inglés, quizá el oxoniense del siglo XVI, y produjo una especie más vital, más resistente a parásitos y con plena capacidad de reproducirse.  Ese Platanus acerifolia de Hallé debe de ser (esto es suposición mía) el que otros llaman Platanus hispanica o Platanus hybrida.

Un género curioso, Platanus: es a la vez familia o, dicho de otro modo, la familia de Platanaceae tiene un único género, Platanus.  Solitario el género, pero no el árbol: con frecuencia el plátano se halla en grupos, y eso ya en Grecia, pues el bosquecillo de plátanos se llamaba πλατανιστοῦς y πλατανών.  Así que la imagen que dan hoy las plazas de las pequeñas ciudades castellanas, sombreadas de plátanos, ya debía de ser familiar en el mundo antiguo.  Marcial, el poeta nacido en Bílbilis, alude a un añoso plátano cordobés (ix 61) que según la tradición había sido plantado por el propio Julio César:

                            aedibus in mediis totos amplexa penates
                                 stat platanus densis Caesariana comis,
                            hospitis invicti posuit quam dextera felix,
                                 coepit et ex illa crescere virga manu.

"En medio de la casa", dice Marcial, "y cubriendo toda su intimidad, se eleva el plátano de César, de espesa copa, que plantó la fecunda mano del huésped invicto, y de aquella mano tomó su vigor el retoño".  Si la tradición recogida por Marcial no mentía, aquel plátano sería añoso: tendría una edad más o menos de siglo y medio.

Refuerzan esa imagen familiar, doméstica, del plátano en las villas y aldeas españoles los muchísimos topónimos hispánicos derivados de la voz plátano: Padreiro, Padrenda, Prádanos, Padroso (antes Pradanoso), que yo supongo alusivos al que con justicia llamamos "plátano de paseo", y no al exótico banano.

viernes, 27 de julio de 2018

Humplot, el tonto y el moro

Llega uno al fondo del valle y descubre con entusiasmo un hermoso corro de Arnoseris minima; deja la mochila, se arrodilla, se inclina repetidas veces buscando el mejor ejemplar, la mejor luz para la fotografía, saca la cámara de la faltriquera, se inclina de nuevo hasta casi tocar el suelo con la frente, repite uno con precaución sus genuflexiones...  De pronto, al alzarse para reposo del riñón, nota uno la presencia de un indígena que, sentado en una piedra, apoyado el mentón sobre un cayado, no pierde detalle de las interesantes evoluciones.  Una sonrisa brilla en sus ojos...

Estaba yo convencido de que aquel hombre me había tomado por un musulmán en oración.  Pero no: su pregunta fue, tras pegar la hebra, si había encontrado espárragos.  Expliqué que mi único interés eran las hierbecillas, las florecillas y los arbustillos.  De la fe que prestó a mis palabras me pude hacer idea cuando nos despedimos, tras un buen rato de conversación:  "Pero no se canse, que aquí no encontrará.  Allí --y señalaba con su bastón--, allí sí que habrá espárragos, en aquella ladera".

o O o

Cuenta Fabre, en sus Souvenirs entomologiques (capítulo 10 de la primera serie), cómo una mañana se puso al acecho de la Sphex occitanica, sentado en una piedra, en el fondo de un barranco.  Tres vendimiadoras pasan, intercambian un saludo cortés.  Horas más tarde, a la puesta del sol, vuelven a pasar las mujeres, las cestas llenas de uva sobre sus cabezas, y ven al mismo hombre sentado en la misma piedra.  El paciente investigador nota cómo una de ellas se lleva el dedo a la sien y susurra a las otras, en su dialecto occitano:  "Un paouré inoucènt, pécaïré!" (¡es un idiota, pobrecillo!).  ¡Pobre, sí, pobre entomólogo!  Días antes a duras penas se había librado de una detención a cargo del agente forestal, quien oyó sus explicaciones como quien oye caer la mansa lluvia:  "¡Bah, bah, no me trago que venga usted aquí, a tostarse al sol, para ver volar moscas!  ¡Sepa que no le quito ojo de encima!"

o O o

Casualmente encuentro en las memorias de Herzen una anécdota similar (El pasado y las ideas, Barcelona 2013, traducción de Jorge Ferrer).  Relata el ruso la llegada de Alexander von Humboldt a Moscú, de regreso de su expedición asiática, estupefacto con el recibimiento que le tributó la Universidad moscovita, donde fue acogido como el Promethée de nos jours y agobiado con discursos y lecturas de poemas.  "Estoy seguro (concluye Herzen, que asistió a los actos como el joven estudiante que era) de que ninguno de los salvajes con quienes se encontró, fueran pieles rojas o tuvieran la piel de color cobrizo, le causó tal incomodidad como la que padeció durante aquella recepción en Moscú".

Poco después el azar deparó a Herzen nuevas noticias sobre la aventura siberiana de Humboldt.

"El relato de un cosaco de los Urales que prestaba servicio en las oficinas del gobernador de Perm sirve para hacerse una idea de la diversidad de opiniones que generó la visita de Humboldt a Rusia.  Este cosaco solía referir cómo había acompañado al 'príncipe aquel prusiano y medio loco, Humplot'.
"--¿Qué hacía?
"--Pues perdía el tiempo miserablemente: recogía hierbitas, amasaba puñados de arena.  Un día estábamos en un juncal y me dice a través del intérprete:  'Métete en el agua y sácame un puñado del lodo que hay en el fondo'.  Se lo doy y, claro, era el mismo fango que siempre hay en el fondo de todos los ríos.  Entonces me preguntó:  '¿Está muy fría el agua en el fondo?'  Y ahí me dije que el prusiano me quería pillar, así que me cuadré y le respondí:  'Quiero que Su Excelencia sepa que yo estoy dispuesto a hacer todo lo que exija mi trabajo, porque estoy muy contento de servirlo, ¡por fría que pueda estar el agua!'

lunes, 23 de julio de 2018

Sorbus aria


Tomé esta fotografía del serbal florido el pasado mes en la canal de Izás.  Me preguntaban si el nombre específico de esta planta, aria, tenía algo que ver con el concepto racial de "ario".  He tratado de averiguarlo y recojo aquí lo averiguado.

Busqué, para empezar, el origen del término ario, mal sinónimo de indoeuropeo, y veo con sorpresa (relativa) que la acepción racial es reciente y más bien caprichosa, basada sólo en la voz sánscrita aria o arya "noble": de esta palabra partieron algunos entusiastas poco amigos de saber, o simplemente racistas, para elaborar ciertas amenas teorías que han apesadumbrado el pasado siglo y en éste aún colean.

Entre los racistas un tal sha Muhammad Reza (a quien yo recuerdo esquiando en Suiza en compañía de Von Karajan) quitó a su pueblo el viejo nombre de Persia (Ciro y Darío le perdonen) y diole el de Irán, basado al parecer en aquella nobilísima palabra; y para sí tomó el título de Pahlevi o Pahlavi, adoptando al parecer la voz que designaba el persa medio (un detalle de moderación, pues podía haberse tirado por el avéstico que es más vetusto; también otros, aquí, se muestran moderados y se remontan a Leovigildo o a Guifré lo Pilós, pudiendo pacíficamente descender de Indíbil o del hombre de Bañolas).

Ya me parecía que nuestra aria no debía de tener mucho que ver con los arios o la vieja provincia de Ariana; ahora estoy bastante convencido.  Ahora bien, ¿de dónde proviene el nombre del árbol?

He intentado buscar al autor del bautizo botánico, quiero decir al primero que llamó aria a este Sorbus.  En la red encuentro que Aria fue el nombre genérico de esta planta en Host (para él, Aria nivea), Decaisne (Aria vulgaris en su caso), y Roemer (Aria graeca); para Lineo era nombre específico (Crataegus aria), así como para Medikus (Hahnia aria).  Todos dieciochescos.  ¿Habrá alguno más antiguo?

He aquí uno de los límites de este blog: averiguar el significado de las atribuciones originarias de nombres exige remontarse a las fuentes; yo hago un pequeño esfuerzo (sobre todo sacando de la red lo que buenamente alcanzo), pero si no llego a la fuente me conformo con el agua del grifo, quiero decir con la información de casita y sin gastar mucho tiempo.

Así en La guía de Incafo de los árboles... (Madrid 1982) leo del Sorbus aria: "Su nombre específico proviene del país de los arios, en la parte oriental del antiguo imperio persa".  Bueno, eso ya no me lo creo.  Otra conocida guía afirma que el primero que llamó Aria al serbal fue Daléchamps en su Historia generalis plantarum (Lyon 1586).  El más antiguo por ahora.  La red me permite examinar el índice de la Historia de Daléchamps: no hay aria que valga en ese índice.

Por fin, un golpe de suerte: el Theatrum botanicum de John Parkinson (London 1640) atribuye el bautizo de nuevo a Daléchamps y menciona el árbol como Sorbus sylvestris Aria Theophrasti dicta "el serbal silvestre llamado Aria de Teofrasto".  ¿Cómo que Teofrasto?  ¡Pero si en griego el serbal se llama ὄα!  Busco en mis diccionarios de griego clásico y me encuentro la solución: mira que hubiera sido fácil empezar por ahí; pero ni se me ocurrió que aria pudiera ser griego.

Pues es griego: Teofrasto menciona el árbol ἀρία /a-rí-aa/ en una docena de pasajes de su Historia plantarum.  Cierto que al parecer no se refería a nuestro Sorbus, sino a una fagácea (según Regañón, traductor del Teofrasto de la editorial Gredos, al Quercus ilex L var. agrifolia).  Chantraine (a quien ni se le ocurre mencionar a Persia) no se pronuncia sobre la especie, pero la confirma al sugerir que ἀρία pueda ser variante de un supuesto ἀρέα /a-ré-aa/, primitivo de ἀρείνος /a-réi-nos/ "de roble".

Noto que tanto la palabra castellana sorbo como su correspondiente latina sorbus, así como el griego ὄα /ó-aa/ y sus variantes οἴα, οἴη /ói-aa/ /ói-ee/, y también el francés sorbier o cormier y las equivalentes en algún otro idioma, designan no a la planta que nos ocupa, el mostajo, sino (previsible según el carácter interesado del Homo sapiens) a su pariente algo más nutritivo, el Sorbus domestica, productor de la serba, a quien da rugas el heno.

En resumidas cuentas, me quedo con que aria es voz griega que designó una encina, y nada tiene que ver con arios ni con iraníes.  Y, aunque no lo he confirmado, que quien llamó aria por primera vez al mostajo (¿o al sorbo?; no lo veo claro) fue monsieur Daléchamps en el siglo XVI.

sábado, 21 de julio de 2018

Melampyrum II

Melancolías aparte, el negro de μέλας abunda en la nomenclatura científica.  Por limitarme a unos pocos ejemplos, en botánica tenemos una Linaria melanantha /me-la-nán-ta/ ("flor negra": ἄνθος /án-zos/ "flor"), y una Vicia melanops /ví-ki-a mé-la-nops/ ("de apariencia negra": ὤψ /oóps/ "aspecto"); y los gastrónomos (y no los que tenemos poco olfato) disfrutan con la trufa negra, el Tuber melanosporum /me-la-nós-po-rum/ ("simiente negra": σπορά /spo-rá/ "sementera").

Entre pájaros la calandria, por ejemplo, lleva el nombre de Melanocorypha o "casquinegra" (κόρυς κόρυφος /kó-rys kó-ry-fos/ "casco"), así como el carricerín real el apodo de "barbanegra" (Acrocephalus melanopogon: πώγων /poó-goon/ "barba") y la gaviota cabecinegra traduce su nombre al griego: Larus melanocephalus.

Permítaseme clavar aquí con un alfiler algún insecto, que me tienen ahora muy entretenido: por ejemplo la diminuta Drosophila (/dro-só-fi-la/ "amiga del rocío") es "de panza negra" (melanogaster: γαστήρ /gas-teér/ "abdomen"), y, algo mayor, el coleóptero Oulema melanopus /me-lá-no-puus/ es "de pies negros" (tenemos aquí la misma terminación que en el coronópode --o corónopo).  Curiosa es la palabra melanopus, porque en griego existe ya un "pies negros", Melampo, que fue guerrero en Troya y tuvo fama de médico y adivino (los pies negros de la época homérica no eran, según Ruipérez, de la emigración argelina, sino los dotados por el dios para el arte de Esculapio).

Para que se vea que los defectillos andan bien repartidos por barrios, tanto en el helenista como en el botánico, señalaré que el nombre de dicho héroe homérico debería ser Melámpode y no Melampo: la última forma, sin embargo, es la que corre por textos y diccionarios castellanos, afeándolos sin duda, en mi opinión.  Pues la transcripción correcta de Μελάμπους /me-lám-puus/ (genitivo Μελάμποδος /me-lám-po-dos/) es sin duda Melámpode, igual que la de τρίπους /trí-puus/ es trípode.

Para hacerme perdonar los excesos eruditos, copio aquí un pasaje sobre Melámpode o Melampo, el médico adivino, tomado de la Biblioteca de Apolodoro:  "Había delante de su vivienda una encina y en ella un nido de serpientes; sus criados las mataron y él recogió la leña y quemó a los reptiles, pero adoptó a sus crías.  Éstas, hechas adultos, se le subieron mientras dormía y le limpiaron los oídos con la lengua.  Despierto Melámpode notó con terror que comprendía el idioma de los pájaros que a su alrededor volaban: así aprendió a predecir el porvenir a los hombres".

Obsérvese que, aunque en el griego μελάμπυρον el acento va en la tercera sílaba (contada desde el final), en latín el acento va en la segunda /me-lam-pý-rum/ siguiendo la rígida ley de la penúltima larga (la Y de πυρός es larga).  Encuentro en mi diccionario italiano que acentúa melàmpiro, a la griega; cosa rara, pues en en esa Hesperia (donde Elena es Élena y Atila es Átila) suelen respetar el acento latino más que en la nuestra.

lunes, 16 de julio de 2018

Melampyrum


Si por esas trochas se me pone a tiro un botánico competente, no paso la ocasión de preguntarle por esta o aquella planta, en espera de rápida y exacta respuesta.  No siempre los marmolillos entusiastas obramos con moderación, claro, y a menudo las preguntas son muchas o impertinentes, y aunque los floristas son una raza, por lo que tengo visto, de santísima paciencia, de cuando en cuando a alguno, sometido a inquisición, lo veo agitarse incómodo: la identificación es imposible sin flores, o sin frutos, o sin gafas...

Un amigo astuto suele cobrarse de mí cumplida venganza.  Pongamos que nos muestra una hierbita, el Melampyrum pratense...; de pronto se vuelve a mí con rostro cándido:  "Javier, ¿melampyrum...?"  Atacado en lo más plácido de mi contemplación, me sobresalto, me aturullo, comienzo a improvisar: "Melampyrum, melampyrum..." (primera fase de la respuesta: repetir tontamente); "¿pera negra?" (segunda fase: soltar lo primero que se te ocurre).

Con lo fácil que es decir "no sé".  Pero qué le vamos a hacer, tenemos ganas de ser útiles, de quedar bien con los amigos...  Luego, claro, llegar a casa, buscar como poseso (siempre repitiendo: "melampyrum, melampyrum" mientras se pasan las páginas del calepino):  ¡Toma!  ¡Si la palabra existe en griego clásico!: μελάμπυρον /me-lám-pyy-ron/ (la Y pronunciada como la U francesa) ya aparece en Teofrasto y en Dioscórides y significa...  Ah, esto ya es más peliagudo.  "Cierta planta que crece en el trigo".  Los diccionarios son como todo el mundo: tampoco lo saben todo.

El segundo elemento de melampiro parece ser la voz πυρός /pyy-rós/, palabra ya homérica que significa "trigo".  Para "trigo" a mí me sonaba σῖτος /síi-tos/ que se usa más en ático, me parece, y da la voz parasito (vulgo parásito), que viene a ser el que se clava a tu lado y se te come el pan.

El primer elemento de melampiro es sin duda el adjetivo griego que significa "negro": μέλας μέλαινα μέλαν (/mé-las mé-lai-na mé-lan/, así lo aprendíamos los helenistas en barbecho, recitando el masculino, el femenino y el neutro).  Es palabra de uso general, y ha dejado muchas huellas en nuestra lengua, desde la melanina a la Melanesia, pasando por las melenas (no las del pelo largo, sino las de sangre en las heces, síntoma tan ominoso como los del melanoma).

Pero mi palabra favorita con μέλας es melancolía, esto es, el carácter donde los cuatro humores hipocráticos andan desequilibrados por el lado de la bilis negra, la μέλαινα χολή /mé-lai-na jo-leé/: la expresión aparece ya en el Timeo.

Me estoy alargando demasiado; continúo en otro momento.  La foto la tomé cerca de Jaca, y es del bellísimo Melampyrum nemorosum, ssp catalaunicum.

martes, 3 de julio de 2018

Corona de rey



Este junio ha florecido con inusitado esplendor la Saxifraga longifolia: muchos ejemplares a la vez han producido ese ramo que culmina su vida y anuncia su muerte, y los ramos abiertos muestran en apretado número sus flores blancas, alegría de insectos y paseantes.

En el artículo correspondiente de su Dioscórides renovado afirma Font Quer que no es frecuente la floración simultánea de estas saxífragas:  "Sin embargo, este año en que esto escribo, y hoy precisamente, día 10 de junio de 1956, he visto multitud de coronas de rey magníficamente floridas...  Si no fue por los excepcionales fríos de febrero... y por lo lluvioso del año, es difícil explicarse el porqué de tanta planta en flor".

Desde luego, esta primavera ha sido excepcionalmente lluviosa; parece, a la vista de esto, que alguna parte ha de tener la pletora de lluvias, al menos en las floraciones extraordinarias.

Me gusta el nombre de esta planta: saxífraga; es castellano y latín a la vez.  En latín "roca" se dice saxum (todavía el principal macizo del Apenino italiano se llama il Gran Sasso, algo así como "el pedrusco gordo"), y ése es el primer rasgo de nuestra planta, capaz de crecer sobre la roca viva.  Parece como si planta hendiera y quebrara las piedras, y he ahí el segundo elemento de su nombre, el verbo frangere /frán-ge-re/ (con la G, siempre suave, de nuestra voz gato) "romper".  Así que saxífraga viene a significar "rompepiedras".

Por el verbo "romper", saxífraga es pariente de naufragio (cuyo sentido original es "rotura de nave"); en español tenemos una porción de palabras con la raíz de frangere, como fragmento, fracción, fractura; y además de la refracción (que es algo así como "romperse el rayo lumínico"), tenemos también refringencia donde la A de frangere está alterada (por cierta buena razón), así como en infringir cuyo significado básico es "romper" o "quebrantar" (como ampliamente ignoran en nuestras televisiones, donde aprovechan casi toda ocasión de confundirlo con infligir).

Disculpe el lector que no me resista a mencionar una palabra latina que me resulta simpática: lumbifragium o "rotura de lomos"; lo que siente uno después de subir el piano del maestro Colomer al sexto piso.

Hay en el campo de la biología más consanguíneos de la voz saxífraga: en sus distintas variedades, el pájaro cascanueces tiene el adecuado título científico de Nucifraga /nu-kí-fra-ga/, que significa justamente "cascanueces"; y aunque la ciencia lo llama Gypaetus barbatus, ella sabrá por qué, el quebrantahuesos recibe el nombre latino de ossifragusossifraga, que significa lo propio que la voz castellana correspondiente (ossa "huesos") y es origen de la francesa orfraie.

Veo, por último, una liliácea, el Narthecium ossifragum, cuyo nombre parece significar "botiquín rompehuesos", pues ναρθήκιον /nar-zeé-ki-on/, que es el diminutivo de νάρθηξ /nár-zeex/ "férula" (quizá porque con esa caña se hacían tales objetos domésticos), viene a significar "botiquín" (curioso: otro diminutivo lexicalizado) o "neceser".

Con todo esto he olvidado decir, de la Saxifraga longifolia (las dos G deben sonar igual), el segundo elemento, pero supongo que se entiende que longifolia significa "de hoja larga", algo que en griego se diría dolichophylla (pero con este nombre no encuentro ninguna planta); porque macrophylla significa más bien "de hoja grande".

martes, 26 de junio de 2018

De lenguas y de pies II

Quedamos en que el griego ἱμαντόπους significaba "pie-cinta" o "patilargo" (menos peyorativo que el correspondiente latino loripes, que suele traducirse "patizambo").  Otros fitónimos acaban con la palabra griega ποῦς /púus/ "pie".  Anoto aquí el género Ornithopus /or-níi-to-puus/, cuyo nombre significa "pie de pájaro" o "pie de gallina", ya que ὄρνιθος /ór-nii-zos/ (suene aquí la Z como en castellano, pues el sonido de nuestra Z equivale más o menos al de la θ griega, transcrita en latín con el dígrafo TH) significa "pájaro" en general (como en ornitología) o, en particular, "gallina".

En la crucífera Coronopus /co-róo-no-puus/ el inicio es engañoso, pues uno pica pensando en el latín corona; pero no hay corona que valga, sino el griego κορώνη /ko-roó-nee/ "corneja", con lo que corónopo significa literalmente "pie de corneja".  Tomo la palabra corónopo del Dioscórides de Font Quer, muy fiable en acentos y transcripciones, aunque aquí coronópode sería más correcto que corónopo.  Cierto que Font alude con esa palabra no a una crucífera sino al Plantago coronopus /plan-táa-go co-róo-no-puus/.  Pero en ambas plantas, la crucífera y el llantén, la palabra coronopus se pronuncia y significa etimológicamente lo mismo.  Por las fotos encuentro cierto parecido en las hojas, y es probable que hayan determinado el nombre.

Otro llantén, el Plantago lagopus /la-góo-puus/ significa "pie de liebre", del griego λαγώς /la-goós/ "liebre".  (Si lagópus es llana --y no lágopus, esdrújula-- la culpa es de la ω /oo/, la ómega, la O larga.)  La misma palabra lagópode (esta sería la buena transcripción) nombra a un pariente del urogallo, el Lagopus mutus, cuyo nombre entre ornitólogos es "lagópodo alpino".

Muchísimos términos biológicos acaban en el griego -pus "pie"; por ejemplo, el pulpo o "cabeza-pie", que eso significa cephalopus (de κεφαλή /ke-fa-leé/ "cabeza"); el "pie-artejo" o arthropus (de ἄρθρον /ár-zron/ "articulación"); el vencejo, o apus (griego ἄπους /á-puus/ "sin pies").  En todas estas voces, los correspondientes acusativos (las formas latinas que, simplificando un poco, darían lugar a la castellana) serían cephalopodem, arthropodem, apodem, y así sería de esperar en castellano cefalópode, artrópode, ápode, y no las hoy corrientes cefalópodo, artrópodo, ápodo.

No pretendo señalar errores, como ya he dicho, sino expresar el punto de vista del latín clásico, que es el que conozco más o menos.  Yo mismo no pido crisántemos en la floristería (tampoco crisantemos, por lo demás) ni llamo artrópodes a los artrópodos, más que nada por no parecer más raro aún.  Ahora bien, en latín se acentúa chrysánthemon y el plural de árthropus es arthrópodes.

Para que lo dicho no parezca locura peculiar del que suscribe, copio de la página 234 del Diccionario de galicismos de Valentín García Yebra:  "Todos los compuestos españoles cuyo segundo elemento es -´-podo, procedente del griego..., deberían terminar, pasando por el latín, en -´-pode.  Pero el único que tiene esa terminación etimológica es trípode.  Los demás: anfípodo, ápodo, artrópodo..., cefalópodo... gasterópodo, hexápodo, isópodo... seudópodo [abrevio la larga lista] tienen -o final procedente de la -e final que tienen en francés estos compuestos".

[Repaso el texto y me doy cuenta de que hablo de la Z castellana pensando sólo en la pronunciación que me es familiar, esto es, la mesetaria, por así decir; discúlpenme canarios, argentinos, sevillanos y demás practicantes del seseo.  La Θ griega suena como mi zeta, y no como la suya, que a algunos, como es sabido, les obliga a cosinar las patatas por no coserlas.]