Ahora que las ocupaciones (y una infortunada caída en la sierra del Tablado) me tienen encerrado en casa, recuerdo el libro XXV de la Historia de Plinio, rica fuente de noticias sobre fitónimos honorarios que (me di cuenta hace pocos meses) es útil veta para ratos perdidos y sin excursiones campestres. Ya me estaba diciendo: vamos, hombre, publica una página, aunque sea una sola, en febrero. Qué menos que una al mes. Pues nada, vamos a ello.
El mismo Plinio lo señala al comienzo del libro citado: con sus nombres aplicados a las plantas han conseguido algunos la celebridad (vitam clariorem fecere cognominibus herbarum) e incluso alcanzado categoría divina (deorum numero addidere). "Esta ambición hubo un tiempo", afirma el erudito romano, "la de adoptar una planta con el propio nombre, como mostraremos que hicieron los reyes. Tanta importancia se daba entonces a descubrir una hierba y a cuidar la vida; mientras que ahora quizá alguno encuentre frívola esta ocupación: a tal punto nuestra vida fácil nos hace despreciar el cuidado de la salud" (adeo deliciis sordent quae ad salutem pertinent).
No reprochemos a Plinio el utilitarismo: hierba es para él sinónimo de medicina, como lo ha sido para la humanidad entera los últimos dos mil años, y nos arriesgaríamos mucho si subiésemos a los últimos cincuenta mil sólo por esta razón: la pasión de distinguir medicamento de comida es, creo, mucho más reciente.
Espigando, pues, con la indolencia que da el mal de riñones, en el librito de Plinio (estoy en la hamaca del patio, hace un calor impropio de febrero, la tierra se me ha llenado de violetas), el primer género que encuentro reconocible es el centaurium /ken-táu-ri-um/ que el autor considera una de las panaceas o medicinas que sirven para todo. El centaurio fue descubierto, según Plinio (¿lo adivina el lector?), nada menos que por el centauro Quirón, el caballero-caballo que tuteló al pequeño Aquiles y pasa por descubridor de la Medicina (los galenos, agradecidos, ponen su nombre a un sinfín de clínicas: una vez más, botánica y medicina de la mano).
Ahora que caigo en la cuenta, ¿de dónde viene la palabra centauro? Busco en su forma original, Κένταυρος /kén-tau-ros/, pensando si tendrá algo que ver con centro o con taurus o cosa parecida, pero el doctísimo Chantraine me ahorra quebraderos de cabeza: no sabe de dónde viene. (Reconozco a los sabios en que saben decir no sé.) Naturalmente, hay no pocas hipótesis, que Chantraine rechaza (incluidas las que yo traía, y una más seria, de Dumézil, que relaciona al centauro con cierta divinidad india).
Quizá Κένταυρος sea (como tantos nombres de divinidades griegas) un préstamo de otra lengua. En origen Centauro no es el nombre común de esos tipos que empiezan en barbudo y acaban en cuadrúpedo, sino el nombre (propio) de un ser monstruoso, hijo de uno de los escasos delincuentes a los que el mito griego condena en su peculiar infierno. El papá de Centauro, Ixíon (llamado habitualmente Ixión, por lo mismo que cierto alumno mío siempre escribía vinierón y dijerón), pretendió nada menos que ayuntarse con la esposa y hermana de Zeus, crimen y sacrilegio que el celoso marido y hermano castigó, primero formando una nube con la forma de su bella hermana y esposa (lo que sirvió, al parecer, para despistar al rijoso Ixíon), y luego condenando a éste a girar encadenado a una rueda por toda la eternidad. Uno de los pocos condenados eternos, ya digo, como Tántalo, Sísifo, las Danaides.
El caso es que Ixíon, antes de la eterna condena, tuvo su asuntillo con la Nube, y de ésta nació Centauro. ¿Qué les parece, la fecundidad del mundo antiguo? Luego el propio Centauro anduvo persiguiendo a las yeguas de Tesalia, con tanto éxito que éstas parieron a los centauros, esos híbridos de leñador y percherón que para el griego simbolizaban primitivismo, brutalidad, barbarie. Por último, los centauros (salvo Quirón y alguno más) perecieron a manos de los lápitas (la misma tribu tesalia a la que perteneciera Ixíon), y los relieves del Partenón representaron esa batalla. No sé por qué, todo esto me suena a mito estepario, ajeno a la Grecia más familiar, mediterránea.
Ahora bien, ¿qué planta es el centaurium del que habla Plinio? Dejo esta cuestión para otro rato.