viernes, 27 de julio de 2018

Humplot, el tonto y el moro

Llega uno al fondo del valle y descubre con entusiasmo un hermoso corro de Arnoseris minima; deja la mochila, se arrodilla, se inclina repetidas veces buscando el mejor ejemplar, la mejor luz para la fotografía, saca la cámara de la faltriquera, se inclina de nuevo hasta casi tocar el suelo con la frente, repite uno con precaución sus genuflexiones...  De pronto, al alzarse para reposo del riñón, nota uno la presencia de un indígena que, sentado en una piedra, apoyado el mentón sobre un cayado, no pierde detalle de las interesantes evoluciones.  Una sonrisa brilla en sus ojos...

Estaba yo convencido de que aquel hombre me había tomado por un musulmán en oración.  Pero no: su pregunta fue, tras pegar la hebra, si había encontrado espárragos.  Expliqué que no, que mi único interés eran las hierbecillas, las florecillas y los arbustillos.  De la fe que prestó a mis palabras me pude hacer idea cuando nos despedimos, tras un buen rato de conversación:  "Pero no se canse, que aquí no encontrará.  Allí --y señalaba con su bastón--, allí sí que habrá espárragos, en aquella ladera".

o O o

Cuenta Fabre, en sus Souvenirs entomologiques (capítulo 10 de la primera serie), cómo una mañana se puso al acecho de la Sphex occitanica, sentado en una piedra, en el fondo de un barranco.  Tres vendimiadoras pasan, intercambian un saludo cortés.  Horas más tarde, a la puesta del sol, vuelven a pasar las mujeres, las cestas llenas de uva sobre sus cabezas, y ven al mismo hombre sentado en la misma piedra.  El paciente investigador nota cómo una de ellas se lleva el dedo a la sien y susurra a las otras, en su dialecto occitano:  Un paouré inoucènt, pécaïré! ("¡es un idiota, pobrecillo!").  ¡Pobre, sí, pobre entomólogo!  Días antes a duras penas se había librado de una detención a cargo del agente forestal, quien oyó sus explicaciones como quien oye caer la mansa lluvia:  "¡Bah, bah, no me trago que venga usted aquí, a tostarse al sol, para ver volar moscas!  ¡Sepa que no le quito ojo de encima!"

o O o

Casualmente encuentro en las memorias de Herzen una anécdota similar (El pasado y las ideas, Barcelona 2013, traducción de Jorge Ferrer).  Relata el ruso la llegada de Alexander von Humboldt a Moscú, de regreso de su expedición asiática, estupefacto con el recibimiento que le tributó la Universidad moscovita, donde fue acogido como el Promethée de nos jours y agobiado con discursos y lecturas de poemas.  "Estoy seguro (concluye Herzen, que asistió a los actos como el joven estudiante que era) de que ninguno de los salvajes con quienes se encontró, fueran pieles rojas o tuvieran la piel de color cobrizo, le causó tal incomodidad como la que padeció durante aquella recepción en Moscú".

Poco después el azar deparó a Herzen nuevas noticias sobre la aventura siberiana de Humboldt.

"El relato de un cosaco de los Urales que prestaba servicio en las oficinas del gobernador de Perm sirve para hacerse una idea de la diversidad de opiniones que generó la visita de Humboldt a Rusia.  Este cosaco solía referir cómo había acompañado al 'príncipe aquel prusiano y medio loco, Humplot'.
"--¿Qué hacía?
"--Pues perdía el tiempo miserablemente: recogía hierbitas, amasaba puñados de arena.  Un día estábamos en un juncal y me dice a través del intérprete:  'Métete en el agua y sácame un puñado del lodo que hay en el fondo'.  Se lo doy y, claro, era el mismo fango que siempre hay en el fondo de todos los ríos.  Entonces me preguntó:  '¿Está muy fría el agua en el fondo?'  Y ahí me dije que el prusiano me quería pillar, así que me cuadré y le respondí:  'Quiero que Su Excelencia sepa que yo estoy dispuesto a hacer todo lo que exija mi trabajo, porque estoy muy contento de servirlo, ¡por fría que pueda estar el agua!'

lunes, 23 de julio de 2018

Sorbus aria


Tomé esta fotografía del serbal florido el pasado mes en la canal de Izás.  Me preguntaban si el nombre específico de esta planta, aria, tenía algo que ver con el concepto racial de "ario".  He tratado de averiguarlo y recojo aquí lo averiguado.

Busqué, para empezar, el origen del término ario, mal sinónimo de indoeuropeo, y veo con sorpresa (relativa) que la acepción racial es reciente y más bien caprichosa, basada sólo en la voz sánscrita aria o arya "noble": de esta palabra partieron algunos entusiastas poco amigos de saber, o simplemente racistas, para elaborar ciertas amenas teorías que han apesadumbrado el pasado siglo y en éste aún colean.

Entre los racistas un tal sha Muhammad Reza (a quien yo recuerdo esquiando en Suiza en compañía de Von Karajan) quitó a su pueblo el viejo nombre de Persia (Ciro y Darío le perdonen) y diole el de Irán, basado al parecer en aquella nobilísima palabra; y para sí tomó el título de Pahlevi o Pahlavi, adoptando al parecer la voz que designaba el persa medio (un detalle de moderación, pues podía haberse tirado por el avéstico que es más vetusto; también otros, aquí, se muestran moderados y se remontan a Leovigildo o a Guifré lo Pilós, pudiendo pacíficamente descender de Indíbil o del hombre de Bañolas).

Ya me parecía que nuestra aria no debía de tener mucho que ver con los arios o la vieja provincia de Ariana; ahora estoy bastante convencido.  Ahora bien, ¿de dónde proviene el nombre del árbol?

He intentado buscar al autor del bautizo botánico, quiero decir al primero que llamó aria a este Sorbus.  En la red encuentro que Aria fue el nombre genérico de esta planta en Host (para él, Aria nivea), Decaisne (Aria vulgaris en su caso), y Roemer (Aria graeca); para Lineo era nombre específico (Crataegus aria), así como para Medikus (Hahnia aria).  Todos dieciochescos.  ¿Habrá alguno más antiguo?

He aquí uno de los límites de este blog: averiguar el significado de las atribuciones originarias de nombres exige remontarse a las fuentes; yo hago un pequeño esfuerzo (sobre todo sacando de la red lo que buenamente alcanzo), pero si no llego a la fuente me conformo con el agua del grifo, quiero decir con la información de casita y sin gastar mucho tiempo.

Así en La guía de Incafo de los árboles... (Madrid 1982) leo del Sorbus aria: "Su nombre específico proviene del país de los arios, en la parte oriental del antiguo imperio persa".  Bueno, eso ya no me lo creo.  Otra conocida guía afirma que el primero que llamó Aria al serbal fue Daléchamps en su Historia generalis plantarum (Lyon 1586).  El más antiguo por ahora.  La red me permite examinar el índice de la Historia de Daléchamps: no hay aria que valga en ese índice.

Por fin, un golpe de suerte: el Theatrum botanicum de John Parkinson (London 1640) atribuye el bautizo de nuevo a Daléchamps y menciona el árbol como Sorbus sylvestris Aria Theophrasti dicta "el serbal silvestre llamado Aria de Teofrasto".  ¿Cómo que Teofrasto?  ¡Pero si en griego el serbal se llama ὄα!  Busco en mis diccionarios de griego clásico y me encuentro la solución: mira que hubiera sido fácil empezar por ahí; pero ni se me ocurrió que aria pudiera ser griego.

Pues es griego: Teofrasto menciona el árbol ἀρία /a-rí-aa/ en una docena de pasajes de su Historia plantarum.  Cierto que al parecer no se refería a nuestro Sorbus, sino a una fagácea (según Regañón, traductor del Teofrasto de la editorial Gredos, al Quercus ilex L var. agrifolia).  Chantraine (a quien ni se le ocurre mencionar a Persia) no se pronuncia sobre la especie, pero la confirma al sugerir que ἀρία pueda ser variante de un supuesto ἀρέα /a-ré-aa/, primitivo de ἀρείνος /a-réi-nos/ "de roble".

Noto que tanto la palabra castellana sorbo como su correspondiente latina sorbus, así como el griego ὄα /ó-aa/ y sus variantes οἴα, οἴη /ói-aa/ /ói-ee/, y también el francés sorbier o cormier y las equivalentes en algún otro idioma, designan no a la planta que nos ocupa, el mostajo, sino (previsible según el carácter interesado del Homo sapiens) a su pariente algo más nutritivo, el Sorbus domestica, productor de la serba, a quien da rugas el heno.

En resumidas cuentas, me quedo con que aria es voz griega que designó una encina, y nada tiene que ver con arios ni con iraníes.  Y, aunque no lo he confirmado, que quien llamó aria por primera vez al mostajo (¿o al sorbo?; no lo veo claro) fue monsieur Daléchamps en el siglo XVI.

sábado, 21 de julio de 2018

Melampyrum II

Melancolías aparte, el negro de μέλας abunda en la nomenclatura científica.  Por limitarme a unos pocos ejemplos, en botánica tenemos una Linaria melanantha /me-la-nán-ta/ ("flor negra": ἄνθος /án-zos/ "flor"), y una Vicia melanops /ví-ki-a mé-la-nops/ ("de apariencia negra": ὤψ /oóps/ "aspecto"); y los gastrónomos (y no los que tenemos poco olfato) disfrutan con la trufa negra, el Tuber melanosporum /me-la-nós-po-rum/ ("simiente negra": σπορά /spo-rá/ "sementera").

Entre pájaros la calandria, por ejemplo, lleva el nombre de Melanocorypha o "casquinegra" (κόρυς κόρυφος /kó-rys kó-ry-fos/ "casco"), así como el carricerín real el apodo de "barbanegra" (Acrocephalus melanopogon: πώγων /poó-goon/ "barba") y la gaviota cabecinegra traduce su nombre al griego: Larus melanocephalus.

Permítaseme clavar aquí con un alfiler algún insecto, que me tienen ahora muy entretenido: por ejemplo la diminuta Drosophila (/dro-só-fi-la/ "amiga del rocío") es "de panza negra" (melanogaster: γαστήρ /gas-teér/ "abdomen"), y, algo mayor, el coleóptero Oulema melanopus /me-lá-no-puus/ es "de pies negros" (tenemos aquí la misma terminación que en el coronópode --o corónopo).  Curiosa es la palabra melanopus, porque en griego existe ya un "pies negros", Melampo, que fue guerrero en Troya y tuvo fama de médico y adivino (los pies negros de la época homérica no eran, según Ruipérez, de la emigración argelina, sino los dotados por el dios para el arte de Esculapio).

Para que se vea que los defectillos andan bien repartidos por barrios, tanto en el helenista como en el botánico, señalaré que el nombre de dicho héroe homérico debería ser Melámpode y no Melampo: la última forma, sin embargo, es la que corre por textos y diccionarios castellanos, afeándolos sin duda, en mi opinión.  Pues la transcripción correcta de Μελάμπους /me-lám-puus/ (genitivo Μελάμποδος /me-lám-po-dos/) es sin duda Melámpode, igual que la de τρίπους /trí-puus/ es trípode.

Para hacerme perdonar los excesos eruditos, copio aquí un pasaje sobre Melámpode o Melampo, el médico adivino, tomado de la Biblioteca de Apolodoro:  "Había delante de su vivienda una encina y en ella un nido de serpientes; sus criados las mataron y él recogió la leña y quemó a los reptiles, pero adoptó a sus crías.  Éstas, hechas adultos, se le subieron mientras dormía y le limpiaron los oídos con la lengua.  Despierto Melámpode notó con terror que comprendía el idioma de los pájaros que a su alrededor volaban: así aprendió a predecir el porvenir a los hombres".

Obsérvese que, aunque en el griego μελάμπυρον el acento va en la tercera sílaba (contada desde el final), en latín el acento va en la segunda /me-lam-pý-rum/ siguiendo la rígida ley de la penúltima larga (la Y de πυρός es larga).  Encuentro en mi diccionario italiano que acentúa melàmpiro, a la griega; cosa rara, pues en en esa Hesperia (donde Elena es Élena y Atila es Átila) suelen respetar el acento latino más que en la nuestra.

lunes, 16 de julio de 2018

Melampyrum


Si por esas trochas se me pone a tiro un botánico competente, no paso la ocasión de preguntarle por esta o aquella planta, en espera de rápida y exacta respuesta.  No siempre los marmolillos entusiastas obramos con moderación, claro, y a menudo las preguntas son muchas o impertinentes, y aunque los floristas son una raza, por lo que tengo visto, de santísima paciencia, de cuando en cuando a alguno, sometido a inquisición, lo veo agitarse incómodo: la identificación es imposible sin flores, o sin frutos, o sin gafas...

Un amigo astuto suele cobrarse de mí cumplida venganza.  Pongamos que nos muestra una hierbita, el Melampyrum pratense...; de pronto se vuelve a mí con rostro cándido:  "Javier, ¿melampyrum...?"  Atacado en lo más plácido de mi contemplación, me sobresalto, me aturullo, comienzo a improvisar: "Melampyrum, melampyrum..." (primera fase de la respuesta: repetir tontamente); "¿pera negra?" (segunda fase: soltar lo primero que se te ocurre).

Con lo fácil que es decir "no sé".  Pero qué le vamos a hacer, tenemos ganas de ser útiles, de quedar bien con los amigos...  Luego, claro, llegar a casa, buscar como poseso (siempre repitiendo: "melampyrum, melampyrum" mientras se pasan las páginas del calepino):  ¡Toma!  ¡Si la palabra existe en griego clásico!: μελάμπυρον /me-lám-pyy-ron/ (la Y pronunciada como la U francesa) ya aparece en Teofrasto y en Dioscórides y significa...  Ah, esto ya es más peliagudo.  "Cierta planta que crece en el trigo".  Los diccionarios son como todo el mundo: tampoco lo saben todo.

El segundo elemento de melampiro parece ser la voz πυρός /pyy-rós/, palabra ya homérica que significa "trigo".  Para "trigo" a mí me sonaba σῖτος /síi-tos/ que se usa más en ático, me parece, y da la voz parasito (vulgo parásito), que viene a ser el que se clava a tu lado y se te come el pan.

El primer elemento de melampiro es sin duda el adjetivo griego que significa "negro": μέλας μέλαινα μέλαν (/mé-las mé-lai-na mé-lan/, así lo aprendíamos los helenistas en barbecho, recitando el masculino, el femenino y el neutro).  Es palabra de uso general, y ha dejado muchas huellas en nuestra lengua, desde la melanina a la Melanesia, pasando por las melenas (no las del pelo largo, sino las de sangre en las heces, síntoma tan ominoso como los del melanoma).

Pero mi palabra favorita con μέλας es melancolía, esto es, el carácter donde los cuatro humores hipocráticos andan desequilibrados por el lado de la bilis negra, la μέλαινα χολή /mé-lai-na jo-leé/: la expresión aparece ya en el Timeo.

Me estoy alargando demasiado; continúo en otro momento.  La foto la tomé cerca de Jaca, y es del bellísimo Melampyrum nemorosum, ssp catalaunicum.

martes, 3 de julio de 2018

Corona de rey



Este junio ha florecido con inusitado esplendor la Saxifraga longifolia: muchos ejemplares a la vez han producido ese ramo que culmina su vida y anuncia su muerte, y los ramos abiertos muestran en apretado número sus flores blancas, alegría de insectos y paseantes.

En el artículo correspondiente de su Dioscórides renovado afirma Font Quer que no es frecuente la floración simultánea de estas saxífragas:  "Sin embargo, este año en que esto escribo, y hoy precisamente, día 10 de junio de 1956, he visto multitud de coronas de rey magníficamente floridas...  Si no fue por los excepcionales fríos de febrero... y por lo lluvioso del año, es difícil explicarse el porqué de tanta planta en flor".

Desde luego, esta primavera ha sido excepcionalmente lluviosa; parece, a la vista de esto, que alguna parte ha de tener la pletora de lluvias, al menos en las floraciones extraordinarias.

Me gusta el nombre de esta planta: saxífraga; es castellano y latín a la vez.  En latín "roca" se dice saxum (todavía el principal macizo del Apenino italiano se llama il Gran Sasso, algo así como "el pedrusco gordo"), y ése es el primer rasgo de nuestra planta, capaz de crecer sobre la roca viva.  Parece como si planta hendiera y quebrara las piedras, y he ahí el segundo elemento de su nombre, el verbo frangere /frán-ge-re/ (con la G, siempre suave, de nuestra voz gato) "romper".  Así que saxífraga viene a significar "rompepiedras".

Por el verbo "romper", saxífraga es pariente de naufragio (cuyo sentido original es "rotura de nave"); en español tenemos una porción de palabras con la raíz de frangere, como fragmento, fracción, fractura; y además de la refracción (que es algo así como "romperse el rayo lumínico"), tenemos también refringencia donde la A de frangere está alterada (por cierta buena razón), así como en infringir cuyo significado básico es "romper" o "quebrantar" (como ampliamente ignoran en nuestras televisiones, donde aprovechan casi toda ocasión de confundirlo con infligir).

Disculpe el lector que no me resista a mencionar una palabra latina que me resulta simpática: lumbifragium o "rotura de lomos"; lo que siente uno después de subir el piano del maestro Colomer al sexto piso.

Hay en el campo de la biología más consanguíneos de la voz saxífraga: en sus distintas variedades, el pájaro cascanueces tiene el adecuado título científico de Nucifraga /nu-kí-fra-ga/, que significa justamente "cascanueces"; y aunque la ciencia lo llama Gypaetus barbatus, ella sabrá por qué, el quebrantahuesos recibe el nombre latino de ossifragusossifraga, que significa lo propio que la voz castellana correspondiente (ossa "huesos") y es origen de la francesa orfraie.

Veo, por último, una liliácea, el Narthecium ossifragum, cuyo nombre parece significar "botiquín rompehuesos", pues ναρθήκιον /nar-zeé-ki-on/, que es el diminutivo de νάρθηξ /nár-zeex/ "férula" (quizá porque con esa caña se hacían tales objetos domésticos), viene a significar "botiquín" (curioso: otro diminutivo lexicalizado) o "neceser".

Con todo esto he olvidado decir, de la Saxifraga longifolia (las dos G deben sonar igual), el segundo elemento, pero supongo que se entiende que longifolia significa "de hoja larga", algo que en griego se diría dolichophylla (pero con este nombre no encuentro ninguna planta); porque macrophylla significa más bien "de hoja grande".