lunes, 26 de diciembre de 2022

Los camellos académicos

¿Quién no tiene su gramo de locura, y aun su media libra bien pesada?  El amigo P.A. me toma el pelo por mi manía antiacadémica, y quiero por una vez argumentar sobre el asunto y de paso, por qué no, meterme un poco con la Academia.

He conocido a no pocos que desdeñan lo académico, a menudo para ensalzar el aprendizaje silvestre, del que se hace timbre de gloria soltando desde el pedestal la frasecita:  "Yo soy autodidacta".  No veo qué mérito singular tenga el autodidactismo, o qué lacra la enseñanza más o menos regular; apostaría que hay el mismo porcentaje de sabios (bajo) y de cretinos (alto) en uno y otro campo, como, por desgracia, pasa siempre.

Nada tengo, pues, contra las academias en general.  Pero sí he criticado a menudo a la Real de la Lengua, y a su diccionario, y por razones concretas, no por generalidades.  Cuando comencé a servirme del DRAE, allá por el milenio pasado, en él se contenían cosas como esta:  "Falangista: miembro de la Falange Española y de las JONS, movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera" (cito de memoria).  Afectado entonces por el virus político, detestaba yo semejantes salidas de tono, pura propaganda.

Cierto que los tiempos han cambiado, y ahora la Academia es otra, y se pone al día con la red, y hace una labor encomiable en pro de un castellano panhispánico y todo eso.

Pero lo cierto es que su diccionario ha albergado muchas opiniones bárbaras (uso el pasado porque, como supondrá el lector, no soy fidelísimo seguidor de sus ediciones).  Alguna vez he puesto como ejemplo la etimología que el DRAE daba de tonto, palabra que los académicos pretendían derivar de attonitus, tonta idea en que no habrían incurrido con un pequeño repaso de gramática histórica, ciencia al parecer cuidadosamente ignorada de los académicos de la Española.  (Acabo de comprobar que esa etimología no aparece ya en el DRAE en red, que atribuye a tonto "origen expresivo".)

Y para búsquedas de palabras en uso, cuán a menudo fallaba el DRAE, donde iluminaba, por ejemplo, el diccionario de Seco o el de María Moliner, que a cierto besugo sueco tanto le gusta debelar.  Una sola mujer, trabajando en condiciones difíciles, dio a luz un léxico que sacaba varias cabezas al excogitado por treinta caballeros académicos.  Y es que en estas tierras a menudo el sillón académico no es un lugar de trabajo, sino una especie de prebenda y sinecura, como lo demostró ingresando en la docta casa aquel novelista de una novela, la más ilegible bazofia de la narrativa contemporánea.

Con todo, siempre me ha parecido aceptable lo que expresa el lema de la RAE: bien está limpiar, fijar y dar esplendor, es decir, desbrozar un camino al uso del idioma, estimar lo bueno y desechar lo mediocre y lo inútil: algo, claro está, discutible, y donde el crítico se la juega.

Pues bien, ahora van los académicos y deciden, por lo visto, que nada de limpiar y fijar, que ya no van a alquitarar el idioma y repulirlo, que nada de jugársela, sino aceptar cuanto el vulgo hablante por mayoría decida (vulgarísimo concepto de lo democrático).  Hala, y ahí tienes en el DRAE de hoy el glamur y las almóndigas.

Porque lo malo es que hoy no es el pueblo el que autoriza las voces: son los fabricantes de series y los publicistas de las cadenas televisivas: no, no son voces populares las que los académicos están dando por buenas, sino voces puestas al tablero por guionistas y distribuidores de ideología.  Llega el glamur y se pierde, ay, la palabra castiza...

Y si de la voz popular se trata, hermanos de la almóndiga, ¿para cuándo fraticida, metereólogo, dentrífico?

Pues bien, el otro día, hablando entre amigos sobre definiciones caprichosas, hice notar cómo era cada vez más extendida la absurda idea de que camello designaba sólo al animal de dos jorobas, y sólo dromedario al de una.  Y ahí vino mi sorpresa, porque el amigo P. me informó de que eso precisamente era lo que sostenía el diccionario académico.  Confieso aquí que me quedé atónito: hasta que lo comprobé por mí mismo no me lo podía creer.

¡Oh, señor, perdónalos, porque no saben lo que dicen!

O sea que cada vez que mis sobrinas vuelven de Canarias y me dicen que han montado en camello, ¿están hablando mal?  ¿Debo tirarles paternalmente de las orejas, y corregirles la voz: no en camello habéis montado, queriditas, sino en dromedario?  ¡Qué majadería!

Así pues, la voz camello ya era mal usada por los griegos, los pobres; pues κάμηλος ha de designar (así lo abonan los sapientísimos académicos) a los camellos de la Bactriana, con sus dos jorobas, y no a los que Aristóteles conoció de toda la vida, las simpáticas monturas de los comerciantes de la Cirenaica o de los hombres azules del Atlas.

¡Ay, amigo, los ugaríticos llamaron gamel o gamal a la tercera consonante de su alfabeto, y para ello fueron a buscar el nombre no a los camellitos que tenían en casa, recorriendo las llanadas de Mesopotamia, sino, como es lógico, a las bestias bijorobadas de la meseta centroasiática!  ¡Qué lógica la suya!

Y usted, señora, que fuma Camel, ¡muy mal hecho!  Usted debe fumar Dromel: el diccionario académico se lo recomienda; o al menos afea la conducta del que dibujó ese dromedario junto a la palmera y la pirámide.

Y lo peor son las consecuencias teológicas.  ¡Ay, Espíritu Santo, que, por desconocer la superior autoridad de la Real Academia de la Lengua, has metido la pata y hecho pasar un κάμηλος por el ojo de la aguja, cuando lo que debiste pasar fue, el DRAE sea loado, un dromedario!


Cuando comenzaron a usarse los diccionarios en red nació la moda de criticar esas enciclopedias de redacción colectiva, como wikipedia; por mi parte he defendido siempre que no contienen más equivocaciones de las que suelen contener las enciclopedias acreditadas (entre las que incluyo la Británica, tan venerada, y que alberga sus errores, como toda obra humana).  Hablando de camellos, he aquí una muestra de virtud en la wikipedia castellana, en cuyo artículo "camello" se lee lo siguiente:

"La palabra dromedario es un cultismo que se utiliza específicamente para el camello arábigo, mientras camello es la palabra coloquial usada para las tres especies existentes del género Camelus, así como otras extintas.  No obstante, en las definiciones de dromedario y de camello del DRAE se despoja al dromedario de la categoría de camello, haciendo notar el número de jorobas, un academicismo que choca con la biología, la etimología y el uso popular".

¡La sensatez misma!  Académicos, aprendan, si aún están en edad.


Leo ahora un comentario de Daniel, por el que me entero de la existencia de un género Aphanes que, claro está, corresponde con el adjetivo griego ἀφανής "inconspicuo", que mencioné en una página publicada el pasado mes de junio.  Acabo de comprobar que Aphanes figura en mis papeles como variante del género Alchemilla; si no lo cité en esa página, pues, fue sin duda porque se me escapó: un error más.

martes, 29 de noviembre de 2022

El río: un viaje por los viajes

Más de una vez he disfrutado de la conversación de Gabriel Montserrat; pero el otro día, bajando del Pirineo tras un paseo botánico, habló con tal elocuencia de un ensayo titulado El río, su relato fue tan estimulante, tan ricas e interesantes las noticias, que me quedó clavado el deseo de hacerme con ese libro, que él no me podía prestar por tenerlo extraviado.  No fue fácil encontrarlo por la red (no recordaba el nombre del autor) pues hay una buena porción de textos más o menos literarios con ese título tan simple, pero al final el propio Gabriel me lo envió: escrito por Wade Davis, la edición castellana de El río corre a cargo de Pretextos, una de las más exquisitas editoriales españolas, que la publicó en 2005 y acaba de reimprimirla en este año de gracia de 2022.

Ahora que he terminado su lectura me apetece reseñarla aquí, porque ante todo cuenta las aventuras equinocciales de botánicos que arriesgaron su integridad para conocer la flora de la pluvisilva americana.  Creo, por tanto, que puede interesar a cualquier aficionado a la botánica, y a quien disfrute con las memorias de viajes.

No obstante, esos motivos están muy lejos de agotar la riqueza de este escrito, al que, si es que se le puede imputar algún defecto, tal vez sea el del propio exceso: el autor parece empeñado en traer de nuevo a la vida cada minuto del tiempo pasado, revivir cada instante de los que gozó en sus tareas botánicas en Amazonia.  Escribir parece también, en Wade Davis, un acto de amor a las personas que conoció, sobre todo a dos de las que fue discípulo: el botánico y director del jardín botánico de Harvard Richard Evans Schultes, y Tim Plowman, alumno de Schultes como el propio Davis, y con quien éste compartió muchas de sus aventuras australes.

Encantador es el retrato de Schultes, un bostoniano políticamente muy conservador, pero conservador como ya quisiéramos que hubieran abundado en España, donde tan a menudo la política es fe religiosa.  Schultes detestaba a los demócratas, sí, pero en más de una ocasión arrancó de los tribunales a consumidores de hachís argumentando con verdad la imposibilidad de determinar científicamente si la marihuana de que el encausado fuera portador correspondía con la concreta especie botánica prohibida por la ley.  Un conservadurismo liberal que no se da por estos pagos.

Schultes comenzó su carrera académica estudiando la distribución, usos y efectos del peyote, ese hongo que resulta que no es un hongo, sino el cacto Lophóphora williamsii (λόφος /ló-fos/ significa "cresta", por eso al Parus cristatus lo llaman ahora, parece ser, Lophóphanes, esto es, "cresta conspicua"; Davis explica el porqué del nombre botánico), y acabó dedicando gran parte de su vida a los vegetales psicotrópicos.  Schultes comprometió siempre, en su estudio, la experiencia personal, de manera que los probó todos, con resultados algo paradójicos: era incapaz de sufrir alucinaciones, y sólo veía colores.

Las publicaciones académicas de Schultes resultaron ser uno de los motores de la generación psicodélica, en la medida en que inspiraron a Timothy Leary, el promotor del uso de LSD como vehículo para acceder a un "estadio superior" de conciencia, y gurú de la generación beat.  Por cierto que Schultes no estaba nada de acuerdo con la palabra psychedelic recién inventada por el psiquiatra Humphrey Osmund y, como conocedor del griego clásico, recomendaba la forma psychodelic, finalmente rechazada por Leary, según nos informa Davis en El río, con el argumento de que le sonaba peor.

En efecto, a partir de ψυχή /psy-jeé/ "alma" existe en griego clásico un buen grupo de palabras, todas ellas con ψυχο- como primer elemento; por ejemplo ψυχοστόλος, epíteto de Hermes como acompañante de las almas, o ψυχοστασία, palabra que designa el pesado de esas almas en el más allá y que ahora los manuales de arte cambian, no sé muy bien por qué, en psicostasis en lugar del más helénico psicostasia (en todo caso habría que acentuar psicóstasis).  Pues bien, si combinamos ψυχή con el verbo δηλῶ "revelar", para obtener la idea de "revelar el alma", llegaríamos en buen griego a psicodelia y no a psiquedelia.

Vamos, que Schultes tenía toda la razón.  De su exquisita formación (qué tiempos aquéllos) dan indicio las lecturas con que aliviaba sus trabajos: junto a los textos botánicos, Schultes paseaba por el Amazonas con Ovidio, Virgilio, y en su bagaje siempre había hueco para su diccionario de latín.

Si Schultes fue el profesor venerado, Plowman fue el hermano mayor, esto es, guía y compañero al mismo tiempo: con él comenzó Davis, y continuó a menudo, sus aventuras sudamericanas.  Plowman seguía los pasos del maestro y probó arriscadamente cuanto psicotrópico se le puso a tiro.  Por no alargar esto demasiado, dejo de contar aquí alguna de las aventuras de Tim, ora divertidas, ora truculentas, que el lector encontrará en El río.

Los retratos de Schultes y Plowman no son los únicos de esta obra, que abunda en rápidos esbozos de los más variopintos personajes.  Como ejemplo de esos retratos vertiginosos, he aquí el de un botánico español que fue compañero de Schultes:  "José Cuatrecasas era un español alocado, veterano republicano de la guerra civil, que tenía en la vida dos pasiones acendradas fuera de la botánica: odiaba a los curas y detestaba gastar dinero, en ese orden" (p. 239).  Otras veces, el retrato tiene ese aire absurdo que parece nacer del humor británico:  "Richard Gill, hijo de un médico de Washington, se dio cuenta, a principios de la década de 1920, de que la medicina no le interesaba".

Claro es que junto a las aventuras de nuestros heroicos botánicos vamos aprendiendo no poco sobre los vegetales enteógenos, mescal, coca, yagé, y sus muchas variedades y múltiples combinaciones.  Y como estos botánicos son etnobotánicos, Davis no deja de describir con delectación las fantasías cosmogónicas y cosmológicas del universo indígena, para mi gusto la parte más tediosa del libro, pues nunca le vi la gracia a que el mundo reposara sobre una tortuga, una tribu naciera de la oreja de un jaguar, o que una doncella se embarazase por una paloma.

En fin, incluso un resumen de los temas del libro sería en exceso largo, pues a Davis le interesa de todo: la sevicia de los españoles en América (a los que siempre imagina armados de la cruz y la espada, y vestidos de Felipe II o con sotana inquisitorial); los tanteos de botánicos y médicos para hallar las fuentes del curare y explorar sus utilidades quirúrgicas; la importancia estratégica del látex en la segunda guerra mundial; el enloquecido crecimiento económico y demográfico de Manaos, cabalgando la industria del caucho; la repugnante crueldad de que los caucheros hicieron gala con los indios a quienes obligaban a trabajar de siringueros; los desvelos, entre presuntuosos y luctuosos, de los misioneros evangelistas entre las tribus de la selva; el nacimiento de la Coca-Cola en una era donde la cocaína se consideró alegremente panacea de felicidad, y era recomendada (y consumida) con cándido entusiasmo por don Segismundo Freud, prestigioso galeno de la capital austrohúngara...

Lea, lea, que se entretendrá de lo lindo.

Uno le pondría algún pero a la traducción, hecha por Nicolás Suescún (sic, por el acento), debido a unos cuantos anglicismos que afean sus páginas; pero demos por buenos algunos americanismos algo extravagantes (escogencia, por ejemplo, por selección; precipitud por precipitación) a cambio de otros briosos y expresivos.  Y a la postre el texto (que no es nada fácil, con tanto término técnico y tanta orografía y tanta tribu desconocida para los indígenas de Europa) se lee perfectamente y con gusto en esta traducción.

miércoles, 19 de octubre de 2022

Haya

 Hace unos días improvisé sobre el término haya, y tras señalar que la palabra φηγός /fee-gós/ (correspondiente al latín fagus "haya") significa en Grecia "roble", formulé la idea de que la voz indoeuropea subyacente a ambos términos (el latino y el griego) pudiera significar "árbol maderable" en general.  La idea es defendible, desde luego, sobre todo teniendo en cuenta que las designaciones precientíficas de los vegetales suelen mirar más a su utilidad para el humano que a su especificidad biológica.

Ahora bien, repaso en casa los datos de que dispongo, y encuentro generalmente aceptado que la raíz indoeuropea *bhago- designaba al haya, y que fue la carencia de hayas en Grecia (Chantraine) la que determinó el cambio de uso de la palabra (sólo en el ámbito griego, entiendo) y su colonización por el significado "roble".  Los mapas de distribución del haya que encuentro en la red muestran que no falta en Grecia, aunque está ausente del Peloponeso, del Ática y, en general, de la mayoría de las costas típicamente ocupadas por las tribus helénicas; imagino que esos mapas reflejan la situación actual; de la existente hace treinta siglos nada sé.

Me han parecido oportunas estas consideraciones: sospecho que tiendo a exagerar la idea (en sí misma correcta, creo yo) de que las palabras viven su vida con relativa independencia de sus correlatos.  Un claro ejemplo lo da la voz ὀξύα /o-xý-aa/ que significó "fresno", y de hecho en ὀξύα subyace la raíz indoeuropea que dio en latín ornus, en celta onna y en moderno alemán Esche; pero en Grecia pasó a ocupar el vacío dejado por φηγός y acabó por significar "haya".

Sin duda la lectriz avispada percibirá ciertas contradicciones en lo arriba argumentado; yo no insistiré en ellas, adepto al principio de no arrojar piedras sobre el propio tejado.

Dejo, pues, el nombre griego del haya, del que tengo pocas noticias, y voy al nombre latino que define en botánica el género y aun la familia toda de las fagáceas y el orden de fagales: fagus (con A larga) es, en efecto, el nombre latino de este árbol, con razón bautizado sylvatica (recuérdese que en latín los árboles tienden a ser femeninos) por su hábito de crear bosque; ese bosque se llama en latín fagetum; y el fruto, que no carece de importancia económica, fagum (en latín los frutos tienden al género neutro; en Grecia el hayuco se llamó simplemente βάλανος "bellota", y también μυροβάλανον).

En el mapa vemos que el haya se adensa conforme subimos al norte, con lo que es de creer que el pueblo celta (pueblo, y sus lenguas, los más extendidos por Europa hace dos mil años) conoció bien el haya.  Y lo cierto es que fagus y φηγός tienen correspondencia en el celta bagos (siempre con A larga): todas esas voces responden al indoeuropeo *bhago-.

Y como el dialecto germánico no es más que una rama del indoeuropeo, no extraña encontrar esa misma raíz en germánico en la forma bok, sobreviviente hoy en el inglés beech y en el alemán Buche "haya".  Buche recuerda a la palabra Buch "libro", y no es casualidad: son hermanas gemelas, así como en inglés book lo es de beech, pues el haya juega un papel más importante en la cultura centroeuropea que en la mediterránea.  (También en la toponimia: el nombre del haya está, por ejemplo, en la antigua capital de los nervios, la moderna Bavai --del celta Bagacum--; y Buchenwald, uno de los nombres de la infamia, en realidad sólo significa "hayedo".)

Todos estos datos apoyan, sin duda, la idea de que en indoeuropeo *bhago- no designó un árbol cualquiera, sino en concreto el haya.

En Francia fagus evolucionó a faou y fou (de donde viene al parecer la voz fouet, origen a su vez del fuet catalán y, asimismo, pásmese, del nombre de la fouine, porque el animal, dicen, habita con preferencia el hayedo).  Sin embargo, faou y fou se perdieron en la noche de los tiempos, sustituidas por el fráncico *haistr (el fráncico es el germánico de los francos, digamos): *haistr se documenta en latín medieval como hestrum, y de ahí hêtre, la denominación actual del haya en francés.  Sin embargo, el adjetivo latino fagina continúa en el actual nombre francés del hayuco, faîne.

¿Y en el ámbito castellano, qué daría fagus?  Veamos: pérdida de oclusión inicial, pérdida de sonora intervocálica, la habitual apertura de la U breve en O... así que hao y de ahí, la esperable diptongación en hau y, contraído el diptongo como suele, ho.  Esto no es puramente teórico: ho está documentado como nombre del haya en fueros medievales y en el canciller Ayala.  La forma moderna hobe, aún usada, al menos hace unos años, en el norte de Castilla (de Logroño a Santander; yo no la he oído), la explica Corominas como un compromiso entre ese singular ho y el plural *habos que vendría de fagos (plural).

Entonces, ¿de donde sale haya?  Pues no del sustantivo fagus, sino del adjetivo correspondiente, que debió de tener las formas fageus, faginus y fagineus.  No es raro que a un árbol lo designe en romance no el sustantivo latino, sino el adjetivo que calificaba a su madera, esto es, el valor del árbol para el tosco mono desnudo.  Así que haya viene de la braquilogía (materia) fagea; esto se repite en el faia portugués y el faja catalán.  En cambio la forma catalana faig parece continuar un neutro, quizá (lignum) fageum, lo mismo que el italiano faggio (con geminación de G corriente en toscano para el grupo -gj-, como en reggia o spiaggia).

Con todo, el castellano viejo y las hablas pirenaicas han conservado fau como nombre del haya (en Aragón también fabo, con el mismo tratamiento de la G visto arriba, y el fruto fabuco y faveta).  Yo sospecho que los topónimos (y apellidos) Fau o Faus (y quizá Fabero) continúan la voz fagus; Fago, localidad pirenaica, parece un caso aún más evidente (sea como sea, muy verosímil; por lo demás, la toponimia está llena de fitónimos).  En cuanto a fagetum "hayedo", es étimo de las localidades Haedo (resultado esperable de fagetum, con su variante gráfica Ahedo) y Haedillo.  (Hayal y hayedo son formas secundarias, claro es, derivados tardíos de la forma hoy común, haya.)

Antes de dar de mano a esto, señalo el interesante caso del vascuence, donde el haya se llama bago y pago, muy probables préstamos del latín fagus.  (Me pregunto si alguna podría venir directamente del celta.)  Con el sufijo colectivo, tenemos pagoaga "hayedo", del que pagaza se da por sinónimo.  Unas y otras formas son origen de no pocos apellidos y topónimos (Pagotxueta, Pagasarri, Pagobakar, Pagazaurtundua &c).

martes, 20 de septiembre de 2022

Tefróseris y arnóseris

 


Entre quienes nos juntamos por amor a lo verde, André y Evelyn brillan por su extraordinaria afición a los peñascos lindantes con las nubes, afición exhibida a una edad que a muchos recluye en el sofá, mientras ellos trotan por las cumbres con entusiasmo de cachorros.  Más montañeros que botánicos, tienen un ojo para las plantas que ya quisieran para sí muchos fitólogos.

Pues bien, no hace mucho que Evelyn y André han encontrado las flores de la imagen, identificadas como Tephroseris integrifolia, en un lugar del Pirineo donde había sido citada esa especie, aunque durante largo tiempo no vista de nuevo.  La fotografía, si no me equivoco, es de A. Vives.

La voz tephroseris, donde es reconocible el primer elemento, "ceniza", me trajo a la memoria la Arnoseris minima (una flor ya aparecida aquí y cuyo elegante pie se eleva desde un hilito purpúreo para ensancharse en la copita verde vivo sobre la que asienta la cabezuela amarilla) y me incitó a sacar el común denominador y buscar su significado.

Σέρις /sé-ris/ significa en Dioscórides "achicoria", como sinónima de κίχορα o κιχόρεια o κιχόρη o κιχόριον, pues de todas esas formas (las dos primeras plurale tantum) consta en los diccionarios la que en latín figura como cichoreum o cichorium (transcripción de la última forma griega que, sea dicho de paso, parece un diminutivo).  En general se admite que σέρις es el Cichorium intybus, si bien parece en otros pasajes designar algún tipo de Sonchus u otra compuesta.

Κιχόριον sonaría más o menos ki-jó-ri-on, aunque, según nuestros hábitos, cichorium se pronunciaría ki-kó-ri-um.  Ín-ty-bus también sería esdrújula (la Y es breve).

Hablando de achicoria, aprovecho para mencionar el origen de ese intybus específico, que parece griego (la planta se llamó ἴντυβος en ese idioma), pero la voz es más antigua en latín (intubus, intiba) y de aquí lo tomó en préstamo el griego (ἔντυβον parece su primera forma, en los geopónicos).  Chantraine y otros estiman que la palabra debió de ser tomada de alguna lengua semítica.  Sea como fuere, intiba o ἔντυβον es el origen de nuestra palabra endibia y de las correspondientes formas romances (endive, endívia &c), que Corominas considera tomadas por vía del árabe.  Ahora se acostumbra a escribir endivia, con V, quizá por influjo del francés, idioma favorito de los cocineros.

El primer elemento de arnoseris es, casi seguro, la voz griega ἀρήν /a-reén/ "cordero" (genitivo ἀρνός /ar-nós/).  El significado literal de Arnoseris sería, pues, "achicoria de oveja".  No encuentro en la terminología lineana otras voces con el elemento arno-, pero en Dioscórides hay un ἀρνόγλωσσον (literalmente "lengua de cordero"), nombre de un llantén, en concreto, según algunos, la Plantago asiatica.  Sinónimo de ἀρνόγλωσσον en la Materia medica es también ἀρνείον "llantén" (literalmente "ovino").

En cuanto a Tephroseris, σέρις va aquí precedida de la voz griega τέφρα /té-fraa/ "ceniza" o (quizá mejor) del adjetivo τεφρός /te-frós/ "ceniciento".  Estoy casi seguro de que el nombre describe el aspecto gris que dan a sus hojas los largos pelillos, especie de abrigo, si no me equivoco (como el pelo del yak o el plumón del pollo), esto es, el método con que el vegetal se protege de las bajas temperaturas alpinas.  Aquí el prefijo tephro- viene a dar la nota de color que habitualmente se expresa con el adjetivo cinereus /ki-né-re-us/ "gris", literalmente "ceniciento", que acompaña a una Scabiosa, una Potentilla, un Helianthemum, etc.

Con el mismo origen (τέφρα o τεφρός) he registrado un género de legumbres Tephrosia, pero como sus especímenes se encuentran más bien lejos de aquí, en África y el Extremo oriente, mejor olvidémonos de ellos.

[Mientras corrijo esta página oigo anunciar por la radio no sé qué producto salvífico producido a base de crocus sátivus (así acentuado, esdrújulo).  No me queda más remedio que contradecir desde esta modesta tribuna tan pavorosa acentuación, pues sativus es en latín palabra llana (ya que su I es larga).  Me digo a mí mismo que muy mal oído debe de tener quien recomendara pronunciación semejante, pues el sufijo -ivus es tan frecuente en latín como su resultado en castellano: consecuentes con tal oído, quizá tendríamos que decir nócivo, primítivo, abúsivo, áctivo, mótivo, caritátivo, adhésivo...  Ya digo, muy mala oreja.  No, no, Crocus sativus, satívus, como si dijéramos sembrativo (satus "sembrado"; sator "sembrador"), esto es, "croco de siembra" o "croco cultivable", que es lo que significa ese binomio botánico.]


domingo, 21 de agosto de 2022

Anábasis II

 El lector con interés por la botánica estará sorprendido por las prolijas e inútiles aclaraciones que preceden, pero he optado por no suprimirlas: evidencian cuán sordo se puede vivir a los valores de una palabra con la que uno tiene, sin embargo, trato frecuente.  Porque por fin he leído todas las acepciones de ἀνάβασις en el diccionario (uno siempre lee las entradas lo justito para encontrar respuesta a lo buscado, pero sigue, como en la vida misma, ciego a una gran cantidad de información) y, sí, ahí estaba, en quinto o sexto lugar, la acepción botánica.

En Dioscórides ἀνάβασις parece ser sinónimo de ἵππυρις /híp-puu-ris/, que Bailly traduce prêle, y ya antes Gayo Plinio Segundo había traducido equisaetum: "el equiseto, llamado hipúride por los griegos..." (26 132); y poco más adelante afirma que hay otra planta negruzca, con hojas semejantes a agujas de pino y con propiedades estípticas, a la que los griegos llaman también "unos hipuri, otros éfedro, otros anábase...": alii hippurin, alii ephedron, alii anabasim vocant (26 133).

Con la descripción de la hipúride o anábase (De materia medica 4 46) Dioscórides ofrece a la vez pistas sobre la etimología de estas voces: en efecto, dice Dioscórides que esta planta αὔξεται δὲ εἰς ὕψος ἀναβαίνουσα ἐπὶ τὰ παρακείμενα στελέχη, καὶ κατακρέμαται περικεχυμένη κόμαις πολλαῖς μελαίναις καθάπερ ἵππου οὐρά "crece en altura subiéndose sobre los tallos próximos, y apoyándose en ellos se derrama en abundantes cabelleras negras, como cola de caballo".  Claro está que el uso del verbo ἀναβαίνω (ἀναβαίνουσα "subiéndose") explica suficientemente, creo yo, el nombre de ἀνάβασις, así como la expresión καθάπερ ἵππου οὐρά "como cola de caballo" explica de sobra el nombre de ἵππυρις. 

En ἵππυρις está clara la voz ἵππος /híp-pos/ "caballo" más οὐρά /uu-ráa/ "cola" (además del sufijo femenino -ιδ-, para decirlo todo): significa, en suma, "cola de caballo"; al igual que el equivalente latino equisaetum /e-qui-sáe-tum/, formado por equus /é-cus/ "caballo" y saeta /sáe-ta/ "cerda" (esto es, pelo rígido como los del jabalí, del cerdo, o de la cola de un caballo).

El manuscrito de Salamanca del tratado de Dioscórides ofrece un dibujo de la hipúride o anábase muy similar al del Dioscórides de la princesa Anicia, y que parece corresponder a un equiseto:



Y ya que Plinio dice que la hipúride también se llama ephedron /é-fe-dron/, y no pocos manuscritos de Dioscórides dan como sinónimo ἐφέδρα /e-fé-draa/, ἐφέδρανον /e-fé-dra-non/ o ἔφεδρον /é-fe-dron/, teniendo además en cuenta que existe un género Ephedra, quizá no sea inoportuno mencionar aquí que en estas voces está presente la preposición ἐπί "encima" y la raíz de ἕζω y ἵζω "yo asiento" (la misma del latín sedeo "estoy sentado").

Ahora bien, no tengo nada claro qué sentido hay que dar en botánica a aquellos términos, pues hay demasiados que elegir: tenemos el adjetivo ἔφεδρος /é-fe-dros/ "sentado"; el sustantivo ἔφεδρον /é-fe-dron/ "taburete"; también hay un sustantivo ἔφεδρος con valores varios, y entre ellos uno que aparece casualmente en la Anábasis de Jenofonte (2 5 10), algo así como "atleta sustituto", literalmente "sentado (en espera de rival)".  Por supuesto, también está el nombre ἐφέδρα "asentamiento", "asedio" &c, que aparece en Dioscórides y a la que Bailly da como traducción botánica, de nuevo, prêle "equiseto".

Lo único que tengo claro es que la acentuación latina de Ephedra es esdrújula: éfedra, pues (la E central es breve, como que viene de una épsilon), y no efédra como hasta ahora he oído (y dicho).  Claro es que, siendo ephedra pariente estrecho de la palabra cathedra (en griego καθέδρα, que significa entre otras cosas "banco --de sentarse"), siempre habrá alguno que pueda expresar dudas sobre el lugar del acento aduciendo que en castellano cathedra ha dado por vía culta cátedra, pero cadera por la vía vulgar (cadiera en aragonés, con diptongación de la E tónica típicamente castellana).  Con ese no discutiré.

Veo que el moderno género Anabasis es una Amaranthacea, y que en España lo tenemos sobre todo en Almería y Murcia.  Encantado.  Flora Ibérica da para ἀνάβασις el significado de "ascensión", "subida", y dice que es nombre de una trepadora afila: eso parece sugerir que el nombre se le impuso por su habilidad para trepar, confirmando lo sugerido por el médico de Nerón.


[Esta mañana, mientras desayunaba, oía distraído un reportaje sobre el Danubio, de la televisión navarra; me acabó de despertar el locutor, hablando de "Yéison, en busca del vellocino de oro".  Otro como el de los Gauls...  Ay, señor, llévame pronto...]

viernes, 19 de agosto de 2022

Anábasis


En una novela (no recuerdo cuál, pero reciente) encontré que el traductor del inglés había perpetrado esta frase más o menos: "como escribió César en su Guerra de los Gauls..."  Uno de mi edad y condición se queda perplejo ante algo así.  ¿Será indochino, el traductor?  Pero no, la realidad es más terrible: quizá es de Villanueva del Arzobispo e incluso, quizá, doctor en lenguas modernas, en esta época en que, gracias a las sucesivas reformas educativas infligidas al bachillerato, uno puede ser universitario sin conocer a los galos, ni a Mozart, ni las ecuaciones de segundo grado, ni la Divina Comedia.  Y pensar que la triste Alegría ha venido para mejorarlo todavía más...

Sí, cualquier bachiller de mi generación se sorprendería ante aquella absurda deformación de Guerra de las Galias, pero somos, ay, hijos del milenio pasado, y en éste ya parece cumplido aquello que Gombrich temía hace sesenta años, la disolución de la cultura general: eso que, como el fino pensador señalara, ni era cultura ni era general, sino una especie de campo de juego común para el intelecto europeo (y lo más simpático de Gombrich es que ponía de ejemplo la novela de Agatha Christie La muerte de lord Edgware).

Si yo no hubiera extendido a los infiernos mi escepticismo celeste, en mis horas oscuras sospecharía seriamente que el deterioro del bachillerato es obra de los mismos poderes nocturnos que pugnan por destrozar el idioma.  ¡Ay, ojalá!  Porque si hubiera una fuerza del mal podríamos combatirla.  Pero el negocio es más grave: los aprobados generales y el teleñol son sólo indicio de que crece ubicua, inexorable, oceánica, la estupidez en el mundo.

Volviendo a la guerra de los gauls, reconozco que no es un caso como para darse de cabezazos en el muro.  Quiero decir, tal como están las cosas.  Lo que pasa es que, además de viejo, uno ha dedicado tantas horas a César y a Jenofonte, que le parece que esos muchachos de la antigüedad meriendan en todas las casas del pueblo.  Pero, claro está, si quien lee esta página es más bien biólogo o botánico, no tendrá por qué saber que los sujetos mencionados escribieron La guerra de las Galias y Anábasis, respectivamente, libros quizá los más conocidos de esos autores por usados durante siglos para introducir al estudiante europeo en el latín y el griego.

Pues bien: yo me acabo de enterar, con el consiguiente asombro panoli, de que existe el género de plantas Anabasis.  ¡Ahí va!  ¿De dónde ese nombre botánico?  ¿Es un homenaje a Jenofonte, o tiene que ver con las actividades y características de la planta?  Como lo ignoro, me limito de momento a lo poco sé de la palabra griega ἀνάβασις.

En ἀνάβασις /a-ná-ba-sis/ el principal contenido léxico está en βάσις, palabra que es nuestra actual base, postverbal del verbo βαίνω /bái-noo/ "caminar".  (Es curioso, βαίνω se parece mucho al recién aparecido aquí φαίνω, y ambos tienen un sustantivo en -sis: basis o base, y fasis o fase.)  Aunque βάσις parece que significa "lugar para caminar" (pues eso viene a decir base en castellano), su primera significación es "el acto de caminar".  Y, claro está, se puede caminar hacia abajo (κατά /ka-tá/) o hacia arriba (ἀνά /a-ná/): así que ἀνάβασις es el andar para arriba, la κατάβασις el andar para abajo.

᾿Ανάβασις (y su verbo ἀναβαίνω "subir") pueden aludir a varias cosas: subir a los cielos, subirse a un caballo, &c.  Pero al ser los griegos un pueblo marinero, y como el puerto, por evidencias geográficas, es la parte baja de la población, en un significado importante y peculiar ἀνάβασις designa la acción de adentrarse en la ciudad o el continente.  En ese sentido la Anábasis de Jenofonte hace referencia al internarse en territorio hostil, pues describe cómo los Diez Mil (mercenarios griegos) se adentraron en Asia para combatir, a cambio de soldada, en una guerra civil persa, de eso hace ahora unos dos mil cuatrocientos veintidós años.

Aunque su significado es el dicho, ἀνά también se usa mucho, sobre todo como prefijo, en el sentido de "volver atrás" o "repetir" (algo así como el re- del latín): por ejemplo, "leer" se dice en griego ἀναγιγνώσκειν "re-conocer" (las letras previamente escritas, por supuesto), y los herejes que proponían rebautizarse eran conocidos como anabaptistas.  Como la parte sustancial, para mí la más emocionante, del relato de Jenofonte (hablo de su Anábasis, cuya lectura, por cierto, siempre recomiendo) es el penoso regreso a la patria a través de territorio enemigo, a menudo me he preguntado si no sería adecuado traducir ἀνάβασις como "regreso", pues lo permiten los significados de ἀνά y de βαίνω.  Pues bien, no pierdan el tiempo con esta hipótesis, que ya lo he perdido yo bastante.

Las voces tienen sus significados, sí, pero que tal voz signifique esto o lo otro no depende de averiguaciones filológicas, sino sólo del capricho de los hablantes.  Y da la casualidad de que los griegos apenas dieron a ἀναβαίνω o ἀνάβασις el significado de "regresar".  Lo más parecido a la idea de regreso que yo he encontrado en ἀνάβασις es el sentido de "puesta de sol" que se encuentra en un autor tardío, y el nombre de ᾿Αναβαίνων o Anabainonte que se dio al río Meandro (río cuyo nombre conservamos como común de las vueltas y revueltas de un río en su curso bajo).

Sé que todo esto tiene poco que ver con las hierbas; pido disculpas pero con todo lo publico: siempre habrá alguno que se divierta.  Más adelante corregiré y editaré una segunda parte.  La imagen de arriba corresponde a la ἵππουρις o Hippuris del Dioscórides de Viena (se ven las anotaciones en minúscula griega y en escritura arábiga, hechas por distintos propietarios del célebre manuscrito).

miércoles, 10 de agosto de 2022

Caracoles y cucharas

 El otro día, en las crestas de Ordesa, señaló Daniel una hierbecilla, modestamente escondida entre las rocas, a la que dio el nombre de Campanula cochlearifolia.  Y me miró interrogante: "¿Cochlearifolia...?"  A lo que un servidor, obnubilado por su amor a los caracoles, respondió irreflexivamente (como suele) que la palabra latina cochlea /có-cle-a/ "caracol" es un helenismo, tomado del griego κοχλίας /ko-jlí-as/ "caracol", palabra que conservamos en la española cóclea, que designa el caracol del oído interno y...

En esto Daniel, con santa paciencia: "Pues yo pensaba que...", y me enseña una hojita de la campánula, con inconfundible forma de cuchara.  Sólo entonces caigo en la cuenta de dos cosas: primera, que aquí no pintan nada los caracoles, sino la cuchara (cochlear /có-cle-ar/ en latín); y segunda: que esto ya me había pasado otra vez, y no era, por tanto, la primera que me iba de las cucharas a los caracoles.

Así que redacto esto, a ver si me lo aprendo de una vez y no meto más la pata.

Sí, es cierto que en griego el caracol se dice κοχλίας y todo lo demás; pero en cochlearifolius no está la voz cochlea /có-cle-a/ "caracol", sino la voz cóchlear /có-cle-ar/ "cuchara".  ¿Es casual el parecido entre ambas voces?  Acabo de descubrir que no.

Parece ser que la cuchara y el tenedor como instrumentos de comedor no fueron de empleo regular hasta la baja edad media; no obstante, la cuchara no era desconocida entre los romanos, que la llamaban ligula (lígula).  Ahora bien, había una cucharilla especial, muy pequeña de cazo y con el mango en punta, usada su parte cóncava para comer los huevos pasados por agua (thermapala ova), y en su aguzado mango para, ¿lo adivina usted?...  Sí, para sacar los caracoles de su concha (y luego comérselos, claro).  He aquí que esta cucharilla recibía el adecuado nombre de cochlear o cochleare o cochlearium, que podríamos traducir por "caracolero".

En el octavo libro de Marcial, el epigrama número 71 expone la progresiva tacañería de un protector cuyo primer regalo son cuatro libras de plata (más de un kilo), pero de año en año mengua su donación hasta que por último, el año octavo y el noveno, no ofrece más que modestas cucharillas de plata:

                    octavus ligulam misit sextante minorem,
                         nonus acu levius vix cocleare tulit,

"el octavo mandó una cuchara que pesaba menos de un sextante [unos cincuenta gramos], el noveno trajo una cucharilla apenas ligera como un alfiler".  Así que a Marcial no se le ocurría objeto más chico que un cochleare (o cocleare, como registra el poema).

En el decimocuarto libro recoge Marcial, a veces bajo la forma de enigmas, anuncios de regalos saturnales (navideños, diríamos ahora).  En el epigrama 121, bajo el título de cochlearia, volvemos a encontrar nuestro instrumento, cuyas utilidades ahora se describen:

                    Sum cochleis habilis sed nec minus utilis ovis.
                         numquid scis potius cur cocleare vocor?

"Práctico con caracoles, soy también útil con huevos; ¿sabes tú por qué prefieren llamarme caracolero?"  Caracolero sería, en efecto, la traducción literal de cochleare, que no es más que la forma neutra del adjetivo cochlearis "de caracol".  Los traductores eligen aquí "sacacaracoles" o "cuchara de caracoles".

También de esa voz se ha tomado nombre para un género de crucífera, la Cochlearia, cuya hoja (la hoja de la especie tipo, supongo que la de farmacia, la officinalis, rara en la península ibérica) recuerda a una cuchara o cochlear (así lo indica, entre otros, Flora Ibérica, que pone a la C officinalis en busca y captura).

Bien, con esto espero que la próxima vez que me pregunten por coclearifolio o cosa similar me volveré a olvidar de cuchara y otra vez me acordaré de caracoles.

Por cierto que buscando por la red caí en la página How to pronounce cochlearia donde afirman que suena algo así como /co-cli-rí-a/.  Sí, claro, how to pronounce a la inglesa, tomando EA como un diptongo inglés; porque en latín, por más que no lo sepamos con certeza absoluta, sonaría algo así como /co-cle-áa-ri-a/, pues es razonablemente seguro que EA no es diptongo, que esa A es larga, y que llevaría el acento.

Dominado como estoy por el vicio erudito, no quiero cerrar esta página sin señalar que cochleare o cochlearium es el étimo reconocido de los actuales nombres de la cuchara en el sur de Europa (cuchara, cuiller, cuillère, colher, culler etcétera; voz masculina en muchos casos, como aún en el italiano cucchiaio o en el viejo castellano, pues el cuchar aún era corriente en el siglo de oro, y todavía está vivo, parece, en algunas comarcas), de manera que los nombres de nuestras cucharas vienen todas de κοχλίας, el viejo nombre griego de los caracoles.

domingo, 24 de julio de 2022

Limonium

 



Acompaño al amigo J. A., en una fresca mañana de julio, a una luminosa excursión botánica por las cercanías de Ablitas, donde ha creído ver una gran cantidad de Limonium ruizii.  Por sus comentarios, adivino un trasfondo sentimental en la búsqueda de esta planta: su madre la recogía anualmente para formar con ella el centro de siemprevivas que presidía el comedor familiar, en Ejea de los Caballeros.  

Encontramos, en efecto, la planta en una llanura llena de manchas salitrosas, de yeso: está en plena floración, y relativa abundancia, aunque limitada al espacio de una hectárea, aproximadamente.  Es para mí la ocasión de interesarme por la palabra limonium que, como supongo a la mayoría de los lectores, siempre me traía a la mente el cítrico amarillo que refresca nuestros veranos.

Ah, pues no.  Nada que ver con los limones.

El tratado de Dioscórides (iv 16) da cuenta del λειμώνιον /lei-moó-ni-on/: "que algunos llaman neuroides" (νευροειδές, literalmente "con aspecto de fibra" o "de cuerda"); "las hojas semejan la de la acelga (τεῦτλον), más finas y pequeñas, en número de diez o más, tallo fino, recto como el del lirio..."  Y para terminar afirma Dioscórides que el λειμώνιον "crece en praderas y lugares pantanosos" (φύεται δὲ ἐν λειμῶσι καὶ ἑλώδεσι τόποις).  ᾿Εν λειμῶσι: he aquí la clave del nombre; en efecto, de la palabra griega λειμών /lei-moón/ "prado" sale el adjetivo λειμώνιος "pratense", del que λειμώνιον, el nombre de nuestra planta, no es más que el neutro sustantivo.

Ahora bien, ¿de qué planta habla Dioscórides cuando escribe λειμώνιον?  Unos afirman que de la Statice limonium (el actual Limonium, si no me equivoco); cierto diccionario afirma que es una espèce d'anémone; pero la mayoría (al menos en casa) está de acuerdo en que describe la Beta maritima L, que, aunque no me aclaro del todo, parece ser la antecesora de todas las variedades hoy cultivadas de acelga, y al presente recibe el nombre botánico de Beta vulgaris ssp maritima (a ésta la llama Teofrasto τευτλίς).



Gayo Plinio Segundo (me gusta devolverle de cuando en cuando su nombre completo al que solemos llamar Plinio el Viejo, y eso que falleció con cincuenta y tantos, un chaval) escribe lo siguiente en XX 72:  Est et beta silvestris quam limonium vocant, alii neuroidem "hay también una acelga silvestre que llaman limonio, y otros neuroide": como se ve, o copia a Dioscórides, o bebe de la misma fuente.  Pero Plinio añade una noticia del tipo "trucos para el hogar":  aqua betae radice decocta maculas vestium elui dicunt, item membranarum "dicen que con el agua de cocer raíz de acelga se limpian las manchas de la ropa, y tambien de los pergaminos".

Claro es que la palabra limonium de Plinio es un helenismo, esto es, una voz tomada del griego.  La primera I es larga (como corresponde a la transcripción del diptongo ει), y también la o (como corresponde a la ómega griega).

A diferencia de nuestro limonio, de raigambre puramente helénica, el nombre de los limones parece ser que viene, a través del árabe laymun, de la palabra que designaba a este cítrico en el idioma persa.

Es la primera vez que subo aquí más de una foto por artículo, pero es que no sé cuál elegir entre las varias que amablemente me autoriza a publicar Joaquín Álvarez, su autor, a quien desde aquí le agradezco su permiso y sus hermosas fotografías.

jueves, 21 de julio de 2022

Gentiana

 


Concluía el pasado viernes el XXVII curso de botánica pirenaica ("Flora y vegetación de los Pirineos") organizado por el Instituto Pirenaico de Ecología, con sede en Jaca, y tuve la suerte de sumarme a su postrera excursión, paseo extraordinario tanto por la belleza del lugar (las cimas del valle de Ordesa) como por la calidad y número de profesores, pues, además de Daniel Gómez, el coordinador, asistían en esta ocasión David Badía, Xavier Font, Gabriel Montserrat, Javier Peralta, Josep Maria Samsó; otros habrá que sepan tanto o más, pero no encontraréis compañía más agradable ni que dispense su ciencia con la misma sencillez generosa.  Y como la botánica es asunto para almas nobles y cándidas, también el alumnado del curso era de lo más simpático y tratable.

Ya que pasé por asesor latinis litteris, me tocó responder a alguna pregunta sobre nombres de plantas.  De algunas respuestas quedé particularmente insatisfecho, así que voy a tratar de darles aquí una forma, espero, mejor.

Para empezar, un joven preguntó por el origen del nombre Gentiana, y con titubeos lo di por fitónimo honorario, esto es, dedicado a cierto personaje.  Ahora, armado de mis libracos, concreto la respuesta.  En el libro XXV de la enciclopedia de Plinio se lee que la genciana fue descubierta por un rey de los ilirios llamado Gencio o Gentio:  Gentianam invenit Gentius rex Illyriorum.

A diferencia del homérico Aquiles (a quien se dedica la aquilea) o del centauro Quirón (epónimo de la centáurea), Gencio es un personaje histórico, del que dan noticia fuentes griegas y romanas: en el siglo II aE Gencio fue rey de Iliria (más o menos igual a la antigua Yugoslavia).  Por iniciativa de Roma, pactó con ésta alianza, pero luego la traicionó para apoyar a Perseo de Macedonia.  El pretor Anicio Galo capturó a Gencio el año 168 aE en la ciudad de Escodra (Scodra, hoy Skutar o Scutari, en la actual Albania).  Tito Livio, tras relatar cómo el pretor invitó a cenar al rey antes de ponerlo bajo custodia, enfatiza cuán barata fue su traición, vix gladiatorio accepto, decem talentis, ab rege rex, ut in eam fortunam recideret "un rey que recibe de otro diez talentos, propina impropia de un gladiador, para caer en tal infortunio" (xliv 31).

La genciana según Plinio nace por todas partes (ubique nascentem) pero es de gran porte en el Ilírico (Illyrico tamen praestantissimam), con hojas de fresno pero grandes como de lechuga (folio fraxini sed magnitudine lactucae), tallo tierno grueso como el pulgar, hueco y vacío (caule tenero, pollicis crassitudine, cavo et inani), con las hojas en verticilos (ex intervallis foliato), a veces de tres codos de altura (iii aliquando cubitorum: tres codos vienen a hacer un metro veinte), de raíz flexible, negruzca, inodora (radice lenta, subnigra, sine odore), abundantísima en los montes húmedos subalpinos (aquosis montibus subalpinis plurima).  Se usa la raíz y el jugo (usus in radice et suco).  La raíz es de naturaleza calorífica (radicis natura est excalfactoria), pero las embarazadas deben abstenerse de beberla (sed praegnantibus non bibenda).

Plinio describe aquí, en opinión común, la Gentiana lutea.  Según otros, sin embargo, se trata de la Gentiana purpurea.  Ignoro hasta qué punto influye en esta última hipótesis la ilustración que de la γεντιανή se ve en el Dioscórides de Viena (en la foto de arriba), que me atrevería a decir que no parece una genciana, aunque las flores, desde luego, pintan de color púrpura.  Si tienes buen ojo podrás descifrar la primera línea del texto (δοκεῖ μὲν ὑπὸ πρὼτου εὑρῆσθαι Γέντιδος τοῦ ᾿Ιλλυριῶν βασιλέως) que repite la noticia de Plinio: "Gencio rey de los ilirios fue el primero en hallar la genciana".  (Aquí lo llama Gentis o Géntide; en Eliano de Preneste el nombre del rey toma la forma Γένθιος.)

Plinio y Dioscórides fueron más o menos contemporáneos, y son los primeros en mencionar la genciana (que no figura en Teofrasto, o al menos no la encuentro en los índices de su Historia plantarum).


jueves, 23 de junio de 2022

La fase fantasma... II

Derivado de φανός de interés botánico es φανερός /fa-ne-rós/ "visible", "conspicuo", adjetivo del que echó mano Lineo para crear la voz fanerogamia y la clase de las fanerógamas, o plantas cuya unión sexual se exhibe (atendiendo al sentido etimológico, podríamos haber llamado fanerogamia también a la pornografía o a las bodas del siglo).  Luego los botánicos le han cogido gusto, y creado faneranto ("de flores llamativas"), fanerofíceo, fanerófito (con sus hijuelas macrofanerófito, nanofanerófito &c)...  Tomo estos términos del diccionario de Font Quer, donde ocupan, con otros, la misma página.

Félix Rodríguez de la Fuente usaba la voz fanérico hablando, creo, de buitres; en vano busqué la palabra en su día; si no me equivoco, sólo la usan los zoólogos y gente de su calaña, aunque se entiende bien lo que quiere decir, sin duda derivada de φανερός.  Y ahora se ha puesto de moda faneromanía, en la red definida como "preocupación constante por algún defecto corporal" (del propio cuerpo, entiendo yo, aunque no se especifica).

Muchas voces derivan de φαίνω, o de la raíz de ese verbo.  Así ἔμφασις /ém-fa-sis/ (énfasis probablemente significó ante todo "imagen reflejada en el espejo", sentido luego derivado a muchos otros, entre ellos el de "apariencia"); así ἐπιφάνεια /e-pi-fá-nei-a/ "aparición" (en su uso eclesiástico, epifanía se refiere a la primera aparición oficial del ungido, ante los reyes magos, claro está: pues lo de los pastores, esos pelagatos, no cuenta), y lo mismo fanal, fantasía (cuyo derivado, fantástico, acabó siendo un elogio, como ese fenómeno de Jardiel), innumerables antropónimos como Aristófanes, Cleófanes, Epifanio...  Con esta familia podríamos extendernos casi indefinidamente: hidrófano, quirófano, teofanía...

Habrá observado la lectriz atenta que la raíz de φαίνω aparece más a menudo con la forma fan- (e incluso fa-) que con la forma feno- (phaeno- sería la forma tomada del presente).  Las formas en feno- podrían parecer más recientes, pero ya el poeta italogreco Íbico llamaba φαινομηρίδες a las mozas espartanas, por su costumbre de enseñar muslo (que es lo que indica ese adjetivo).

De la forma feno- (siempre de φαίνομαι "aparecer") provienen muchos términos de la ciencia moderna, aparte de fenómeno.  Como más próximos a la biología mencionaré fenotipo y fenología (que se entienden bien), así como isofena (la línea de coincidencia de un fenómeno, como el regreso del ruiseñor o la floración del almendro).

Se ha creado recientemente (me parece que aún el DRAE no lo registra) la voz acúfeno como sinónimo del zumbar de oídos o tinnitus.  Me atrevo a decir que la esdrújula de acúfeno es incorrecta, y que debería ser acufeno (en latín sería acuphaenum).  El DRAE sí registra, en cambio, fosfeno, definida como la "sensación visual producida por la excitacion mecánica de la retina".  A mí fosfeno me suena a gas venenoso, pero veo que me lío con fosgeno, el gas que usaron los pícaros de la gran guerra.

Por cierto que la raíz φαν-/φα- de φαίνω podría ser la misma de φῶς /fóos/ "luz", "brillo" (fotografía, fósforo &c); si tienen razón los filólogos que afirman esto, en la voz fosfeno estarían implicadas las dos formas principales con que nos ha llegado esta raíz indoeuropea.

Por terminar de momento con el asunto, habría que descartar de este grupo a muchas palabras que empiezan o terminan por fan, fa o feno pero no contienen la raíz "mostrar", pongamos por ejemplo fenogreco (que está de moda, según me dicen, para aumentar "busto"): lo que ahí está es el latín fenum (castellano heno, y pariente, como creo que ya dijimos, de hinojo).

Yo hubiera jurado que el francés fanon "grímpola", por su sentido, pertenecería a esta familia, pero al parecer proviene de una voz germánica que significa "trapo" (el alemán Fahne "bandera" sería braquilogía de Kriegsfahne "trapo de guerra").

Iba a añadir fenol entre las voces rechazables como derivadas de φαίνω, y menos mal que me he tomado el pequeño trabajo de buscar su origen, porque resulta que sí, el fenol lo descubrió Runge en 1834 y lo llamó Karbolsäure, pero dos años después Auguste Laurent, quien debía de tener problemas con el tedesco, lo cambió a phène con la siguiente explicación:  Je donne le nom de phène au radical fondamental des acides précédens (φαίνω j'éclaire) puisque la benzine se trouve dans le gaz de l'éclairage.  Más fácil fene que carbolsoire, dónde va a parar.  Luego lo terminaron en -ol por ser un alcohol, aunque rarito.

En la búsqueda, por cierto, he tropezado con la voz fénico (el fenol se llama también ácido fénico) que, mira por dónde, se usa en botánica: Font Quer define a este adjetivo como "concerniente a caracteres apreciados por los sentidos" (por oposición a génico) y afirma que proviene, cómo no, de nuestro querido verbo φαίνω "mostrar" "exhibir".

sábado, 11 de junio de 2022

La fase fantasma de los afanípteros

Un alma caritativa me pregunta por el significado de feno- (fenotipo, fenología): y cojo por los pelos esta buena ocasión de repasar aquí una raíz, la del verbo griego φαίνω, cuya familia se extiende por todo el lenguaje científico, y aun por el corriente y moliente, y que no carece de importancia en particular en la botánica: de hecho, me ha sorprendido encontrar que en estas páginas ni siquiera había mencionado ese notable verbo.

En su forma activa, φαίνω /fái-noo/ significa "hacer visible" ("mostrar", "denunciar") y en su forma media (φαίνομαι) /fái-no-mai/ "hacerse visible" ("mostrarse", "aparecer"): de aquí parten las demás acepciones.

De las formas hoy usuales, de φαίνω derivadas, me gusta en particular fenómeno, que no es más que el participio de φαίνομαι (conservamos en español unos pocos participios medios griegos, como catecúmeno, energúmeno y fenómeno): en concreto φαινόμενον designa "lo que se muestra", lo aparente, lo que perciben los sentidos, por oposición al noúmeno, esto es, lo que percibe la razón y que viene a ser (el filósofo no lo dice, pero lo deja caer, con su habitual sutileza) lo verdadero, lo auténtico (como si el brillo de la luna o el morado de una Roemeria fueran tortas y pan pintado).

Es verdad que fenómeno es un término filosófico (no hay más que fijarse en la esdrújula para ver que es un cultismo: continúa el neutro phaenomenon), pero se volvió palabra casera.  "¿Nos tomamos unas cañas?"  "¡Fenómeno!"  (Aunque en este uso me suena a siglo pasado, qué sé yo, quizás a Mihura o Jardiel Poncela.)

La raíz φαν-/φα- de φαίνω genera muchas y hermosas palabras, todas sobre la misma idea de "aparecer".  Fantasma, por ejemplo, que no es más que un "aparecido", y ya se llamó así en griego: φάντασμα /fán-tas-ma/ "aparición" (el castellano clásico tendió a feminizarlo, por acabar en -a, como una pantasma, pronunciando a su aire la voz grecolatina phantasma).

Otra palabra de la misma raíz es φάσις /fá-sis/, que significa "apariencia" y en particular se aplicó (y aún se aplica, pues es nuestra voz fase) a las distintas apariencias de la luna.

Muy interesante es el adjetivo derivado φανός /fa-nós/ "claro", "brillante", que no nos ha llegado directamente, pero sí en compuestos: con el prefijo διά "a través de" tenemos διαφανής (que es nuestro diáfano "transparente"); y con el prefijo negativo, ἀφανής /a-fa-neés/ "invisible", que ha dejado rastro en la biología porque de ahí vienen los afanípteros, cuyas alas, claro está, son "invisibles" o, por mejor decir, "inapreciables" o "inaparentes".  Por lo que veo en la red, afaníptero está en desuso en biología, y ahora llaman a las pulgas Siphonaptera: sin alas y con sifón (extractor, evidentemente).

Aunque sea en un aparte, quiero hacer notar que transparens tiene toda la pinta de ser un calco latino del griego διαφανής.  Ahora bien, transparens no es palabra clásica, sino probablemente una creación medieval; yo me atrevo a sospechar que es voz escolástica, y de hecho, hasta donde se me alcanza, la primera documentación de la palabra en una lengua neolatina está en un paso, a comienzos del trescientos, de un poeta tan docto y escolástico como el florentino Dante Alighieri.

Vamos a dejarlo aquí de momento; lo que queda, para otro día.



lunes, 9 de mayo de 2022

Populus II


Estábamos en que había dos populus: uno con O breve ("pueblo"), y otro con O larga ("chopo").  Y aquí hay un hecho de lo más interesante.  Mientras que la evolución del primer populus al castellano pueblo es totalmente regular (la O breve diptonga, la P intervocálica sonoriza, la breve postónica se pierde), es, por el contrario, bastante extravagante la evolución de populus (con O larga) a chopo: hay que suponer una síncopa (verosímil) hacia *poplus y luego una metátesis de L (algo más rarilla) que daría un *plopus, al que aún le falta una geminación de esa P en *ploppus (puesto que no sonoriza en B, como hace toda P intervocálica bien educada): y sólo así se explica el castellano chopo.

Por extravagantes que parezcan las alteraciones arriba señaladas, la forma *ploppus es, sin embargo, bastante segura, puesto que la presuponen no sólo el castellano chopo, sino también el italiano pioppo y el rumano plop.  Uno puede ser casualidad, tres hacen categoría.

Pero no acaban aquí las excentricidades de populus.  En castellano tenemos también la forma pobo, registrada en innumerables variantes por la toponimia y la onomástica (pobar, pobeda, povedo, povedano &c) y que podría tomarse por galaicoportuguesa (área donde cae la L intervocálica) si no fuera porque las voces citadas son antiguas en área castellana, y no, en cambio, en la lusa.

La forma catalana poll también entra en el campo de lo irregular, pues supone una base *poculu (en lugar de *populu), aparte de que las formas derivadas (pollanc, pollancle, pollàncol, pollancre &c) parecen contener un sufijo -anko- o -anko-lo- ajeno al latín.

Cuando sobre una palabra (en este caso el latín populus) se acumula tanta rareza, la causa se busca en, por ejemplo, el ámbito de uso, aquí rural o agrícola: o más accesible que el urbano a las deformaciones, o sometido a otras que aquél.  Sin duda en la terminología agrícola o botánica el sustrato céltico tuvo mayor peso respecto de la urbana: el latín, al fin y al cabo, se expande con éxito y velocidad porque su área principal de avance la ocupan las lenguas célticas, extendidas por toda Europa, de las que el idioma romano es hermano de leche.  Pero basta de teorías.

En toponimia el chopo, en su forma corriente castellana, apenas ha dejado rastro: El Chopo, Chopillo, Choperal, como nombres de población, son más escasos que el árbol mismo.  (Sí abunda, en cambio, en microtopónimos, desde la fuente del chopo hasta la colina de los chopos --donde se erigió la Residencia de Estudiantes; en francés me ocurre la isla des Peupliers, en Ermenonville, primer descanso del iluminado Rousseau.)  Tampoco abundan en toponimia los Pobos, Pobedas, &c.

Pero por una curiosa casualidad el chopo ha dado nombre a los monasterios más significativos de la historia catalana: pues hay consenso en considerar Ripoll (el medieval coenobium Rivipullense) resultado de *rivu populu (o más probablemente *poculu, por lo dicho arriba: "arroyo de chopos"), y pocas dudas caben de que el étimo de Poblet es populetum "chopera".  El sufijo -etum sí es latino, específico para grupos de árboles, como en arboleda, nebreda, pineda y, ya que estamos con chopos, alameda.  En castellano populetum habría resultado en Pobledo, más usual como apellido.

Ahora me cuelgo la estola para hablar devotamente de la Virgen: porque ésta tiene una advocación, como virgen del Pópolo, relativamente frecuente (aparte de la muy conocida de Roma, tengo aquí al lado, en San Martín de Unx, una iglesia de ese título).  Este nombre se atribuye de modo mecánico (me atrevo a decir) al "pueblo": la excelente guía de Roma del Touring Club cuenta incluso una historia, poco creíble en mi opinión, fabricada ad hoc, para justificar esta extraña dedicación.

Ahora bien, todo el mundo sabe que es inveterada costumbre de la Virgen subirse a especies botánicas para sus milagrosas apariciones (de donde la virgen de la Encina, la virgen del Pino, la virgen de Atocha y un larguísimo etcétera de vírgenes arbóreas o arbustivas).  Sospecho que aquí la señora ministra volvió a confundirse de pópulus: la virgen del Pópolo, si no yerro, no es la "virgen del pueblo", sino más bien la "virgen del Chopo" (que también tiene por ahí alguna ermita con ese nombre, si la red no miente).

En nomenclatura botánica, aparte del género Populus, he encontrado pocos términos derivados.  En latín el adjetivo correspondiente es popúleus con sus variantes popúlneus y popúlnus (pongo tildes por abreviar, pero usted ya sabe que en latín no se escriben), pero sólo tengo registrado el Brachychiton populnea, que llaman "árbol botella" y he visto en Olivenza y en los jardines del alcázar sevillano.  Sus hojas, desde luego, recuerdan las del chopo.  También lo hacen (aunque bastante menos, en mi opinión) las del Cistus populifolius.  Venga, hombre, esfuércese un poco y pronuncie a lo clásico: bra-ký-ki-ton po-púl-ne-a, kís-tus po-pu-li-fó-li-us.

Y ya que lo tengo a mano, mencionaré, para terminar, que en zoología hay un escarabajo de las hojas llamado Chrysomela populi L, y también una mariposilla, Laothoe populi (populi es el genitivo, esto es, la forma de decir en latín "del chopo").

¡Larga vida al chopo, o al menos, si no larga, buena y verde vida!

martes, 26 de abril de 2022

Populus


Se abren los chopos a la primavera, y traen un olor de infancia.  Qué árbol modesto, el chopo, con qué escasa presunción adorna las riberas.  Y qué humildes los trabajos en madera de chopo: no bargueños nobles, no pesados reposteros (que se confían al nogal, al roble), sino sillitas de anea en que las abuelas hilaban, en tiempos pasados, a la puerta de casa (en el milenio pasado: yo lo he visto).

Aunque también ha propiciado el chopo obras maestras.  Alguna célebre tabla se pintó sobre chopo; intento en vano recordar cuál.  Ahora sólo me viene a la memoria el templo de la Intercesión que los ortodoxos levantaron en Kizhi, o Kijí, en el lago Ónega, hecho únicamente de chopo y sin clavos (digo lo que me contaron; sólo he encontrado confirmación parcial en la wiki francesa, que especifica tremble, Populus tremula).

Con lo dicho, ya se ve la relativa ambigüedad de la palabra chopo: ciertamente a los mesetarios nos evoca ante todo el Populus nigra, pero no es aquélla una denominación inequívoca, pues no pocas veces la precisa un adjetivo: chopo negro.  También he oído la expresión álamo negro, si bien la voz álamo tiende a significar en especial el Populus alba, llamado también álamo blanco y, en alguna ocasión, peralejo (en la guía de árboles de Incafo).

Al Populus nigra lo llaman en catalán poll, pollanc y pollancre.  Al álamo, arbre blanc; éste es en gallego lamagueiro, y en vasco, creo, zumarra.  Entre nosotros yo diría que al Populus tremula se lo llama temblón, y álamo temblón, y en algún lugar he oído tremolín; en catalán trèmol; en vasco he recogido lerchuna y zuzun (supuesto origen del apellido Zunzunegui, "chopera" en su sentido primitivo).

Ya que me estoy metiendo (con mi inconsciencia habitual) en terrenos de la romanidad, y aun más allá, quiero mencionar aquí la palabra chopa, oída a menudo en el valle del Ebro.  Yo la creía simple variante de chopo, pero (al menos en algunos lugares del valle) designa precisamente los chopos mutilados cada cierto tiempo de sus ramas caudales, esto es, los chopos desmochados o trasmochos, frecuentes en los alrededores de los pueblos.

En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que, en el habla familiar, principalmente la de los urbanitas que apenas distinguimos un pino de una lechuga, la voz chopo es ambigua y solemos llamar "chopos" a cualquiera de las populi hasta aquí citadas.

El griego clásico, si hemos de fiarnos del diccionario, parece distinguir entre λεύκη /léu-kee/ (Populus alba; literalmente "blanca"); αἴγειρος /ái-gei-ros/ (Populus nigra); y κερκίς /ker-kís/ (Populus tremula).  Pero no son voces unívocas, ni mucho menos.

Κερκίς en particular tiene significados variadísimos, quizá el más antiguo "lanzadera" de telar, y además "tibia", "radio" (hablando de huesos) y un largo etcétera.  Con κερκίς, en efecto, Teofrasto designa al temblón, pero también al árbol que se ha quedado con la palabra griega, el Cercis siliquastrum: las guías llaman a éste, quizá porque sus flores tienen el color de la novela rosa, "árbol del amor", y también "árbol de Judas", probable error de traducción de arbre de Judée (pues la especie viene del Mediterráneo oriental).

Tampoco en latín es inequívoca la denominación del chopo, pero además en ese idioma existe aún otra causa de equívoco más grave, sobre todo para quienes desconocen los elementos de la lengua de Roma (o sea, para el público en general, incluyendo, me permito apostarlo, a la ministra de educación y al conjunto de la población china).

¿Dónde está la ambigüedad de la palabra populus?  Pues en el hecho de que hay dos palabras que se escriben igual, sin que nada tengan que ver la una con la otra.  Más de una vez hemos señalado aquí la importancia de la cantidad vocálica en latín.  Hay en latín dos malus, sin más relación entre sí que el parecido: ma-lus (con la A breve, y masculino, dicho sea de paso) es "malvado", mientras que maa-lus (con la A larga, y femenino para más señas) es "manzano".  Se escriben igual, pero son palabras enteramente distintas.

Del mismo modo hay en latín dos populus que nada tienen que ver entre sí: pó-pu-lus (todas las vocales breves, y, qué casualidad, masculino) es "pueblo", mientras que póo-pu-lus (con la O larga, y femenino, como la mayoría de nombres de árbol en latín) es "chopo".

Ahora imagine usted a uno que se saltó la lección de las vocales, y que ve cómo "pueblo" y "chopo" se dicen igual (a su escaso entender) en latín: ¿qué brillantes ideas no pueden ocurrírsele?  Así resulta que en varias páginas de internet se lee la absurda noción de que el chopo se llama populus en latín porque es muy abundante, muy popular y simpática al pueblo llano.  Ay, señor.

Pero nos estamos alargando.  Seguiremos otro rato.

jueves, 3 de marzo de 2022

Glándulas


El archimandrita de mi cenobio me pregunta por el significado de Chiliadenus, y así me da ocasión de interesarme por la herencia botánica de esa palabrita griega, ἀδήν /a-deén/ "bellota" y, en su acepción anatómica, "glándula" (como creo haber dicho aquí, la voz latina glandula no es más que el diminutivo de glans glandis "bellota" y, en su acepción anatómica, "glande").

[Tendría que haber apagado la radio.  Es la tercera vez que hoy, a cuento de la invasión de Ucrania por el chalado homicida de Moscú, oigo hablar del estatu cúo.  ¿"Estatu cúo" (cinco sílabas)?  ¿Qué es eso?  ¿No querrán decir statu quo (tres sílabas), donde, como sabrán los lectores de estas páginas, hace falta ser muy bárbaro para acentuar esa U de quo, que ni siquiera es U?  (cf. en este dietario "sobre la QU", diciembre de 2018).  ¿De dónde sacan esa acentuación absurda?  Pase la E que añadimos los mesetarios, incapaces con la S líquida, pero ¿tan difícil es pronunciar cuó (en una sola sílaba) como se ha hecho siempre?  Hoy los prevaricadores del lenguaje parecen ser mayoría, y disfrutan diciendo adecúa (cuatro sílabas) en lugar del simple (y correcto) adecua (tres sílabas): ¡siempre la neolengua buscando decir menos y hablar más!  Acabarán pidiendo agúa para la yegúa. y se podrán meter yegúa, agúa y adecúa por el mismísimo cúo.  Pero no nos excitemos, apaguemos la radio y las glándulas, y regresemos a la filología...]

Hablando de glándulas, comienzo por el Adenocarpus, género cuya especie A hispanicus (Lam.) DC creo haber fotografiado en Peñalara hace pocos años (y si no es la de la foto de arriba, háganmelo saber, porque yo la he reputado Adenocarpus hispanicus honrado y cabal).  Tenía también foto de los frutos, pero es más maja ésta de las flores, donde ya se ven venir las futuras legumbres, cuajadas de las glándulas que nombran a esta fabácea (si ἀδήν es el primer elemento del compuesto, el segundo, claro, es καρπός /kar-pós/ "fruto", ya aparecido, pienso, en estas páginas).

Asterácea es, en cambio, la que conocí (y conozco) con el nombre de Jasonia glutinosa (L) DC; también la llaman, al parecer, Chiliadenus glutinosus y C saxatilis (el nombre por el que preguntaba mi archimandrita), y también Erigeron glutinosus.  Lo de glutinosus está justificado por lo pegajoso de sus cabezuelas (gluten glutinis "engrudo", "pegamento").  En cuanto a chiliadenus yo lo interpreto como "muchas glándulas" o, si se prefiere, "mil glándulas" (χίλιοι /jí-li-oi/ es el cardinal "mil", que tenemos en quiliarca y quiliastas, y está en el origen de nuestras voces quilómetro, quilogramo &c: aunque éstas últimas han perdido una I en extrañas circunstancias, pues su forma debería ser quiliómetro, quiliogramo &c).

El Erodium foetidum ssp glandulosa se llamó, según tengo anotado, E macradenum.  Poco hay que añadir, sino que en este último nombre de especie se combina nuestro ἀδήν con el adjetivo μακρός "grande"; grandes han de ser, pues, las glándulas de este erodio.

Al género Gymnadenia se lo bautizó así, según leo en wikipedia, por lo expuesto de sus viscidios.  ¡Curiosa palabra ésta, viscidio!  Si he entendido bien, designa el extremo pegajoso por el que el polinio se adhiere al insecto, quien así transporta involuntariamente a otra flor los gametos masculinos de la orquídea.  Lo curioso de esta voz, en mi opinión, es que a un término puramente latino (viscum, bien conocido por los botánicos, y étimo de viscoso) se le aplica un sufijo griego de diminutivo (-ιδιον).  De nuevo el muérdago como antonomasia del pegamento, y de nuevo lo pegajoso se asocia a las glándulas.

En cualquier caso, en Gymnadenia parece evidente la presencia del adjetivo γυμνός /gym-nós/ "desnudo", junto al sustantivo ἀδήν que nos ocupa.

Por último, podría pertenecer al grupo que ahora consideramos la Anadenanthera peregrina (Vell.) Brenan (a la que Lineo llamó Piptadenia peregrina), una leguminosa sudamericana cuyas semillas molidas constituyen el rapé alucinógeno llamado yopo.  Yopo es también el nombre de la planta, conocida asimismo como cohiba, cohoba, niopo del Orinoco, guayo colorado de Nueva Granada &c.

La forma piptadenia no la entiendo.  Cierto que hay un verbo πίπτω "caer", pero la formación sería algo extravagante.  ¿Y el significado?  ¿Se le caen las glándulas a la Piptadenia?

En cuanto a anadenanthera, parece seguro el componente final, ἄνθος "flor", o si se prefiere ἀνθηρός "florido", y bastante seguro el central, ἀδήν "glándula".  Ahora bien, con el inicial tengo serias dudas, porque no conociendo la planta no sé si tenemos A) el prefijo negativo ἀ (afasia, áteo), en este caso en su variante ἀν (analfabeto, anarquía): entonces el nombre genérico aludiría a la carencia de glándulas en la flor o quizá la antera; o bien B) el prefijo ἀνά, que viene a ser nuestro prefijo re-, que indica vuelta atrás o repetición; claro que en este segundo caso el significado sería de nuevo un tanto extravagante: ¿glándulas repuestas en la flor?; ¿glándulas recuperadas en la antera?; ¿glándulas flexionadas hacia atrás?  Ni idea.

domingo, 27 de febrero de 2022

De perros II

¿Dónde habíamos dejado las perrerías?

Hay un llantén llamado Plantago cynops: cynops parece significar "con aspecto de perro"; el segundo elemento (ὤψ /oóps/ "rostro" "apariencia") lo comparten muchas voces, entre las botánicas, si no me equivoco, Aegilops, Echinops y varios géneros más; algunos tienen forma griega (αἰγίλωψ, por ejemplo, designa en Teofrasto tanto la Aegilops ovata como, al parecer, la Quercus pedunculifolia), pero otros no tienen correspondencia moderna (por ejemplo el achynops de Plinio, ἀχύνωψ en Teofrasto, que designa una gramínea o un llantén, según opiniones).

He dejado para el final las voces cynorrhodon y cynacantha.  La primera, en griego κυνόροδον /ky-nó-ro-don/ designa en Teofrasto la flor del rosal silvestre (según Bailly), o el églantier entero, la Rosa canina (Amigues): así que ese binomio botánico sería simple traducción de κυνόροδον, "rosa de perro".  (El nombre griego se encuentra también ortografiado κυνόρροδον y con variantes aún más exóticas.)  Hoy el término cinorrodon (la mejor adaptación a nuestro idioma sería cinórrodo) designa, si yo me he enterado bien, y mis rodólogos favoritos no me han tomado el pelo, el falso fruto del rosal bravo, que empieza siendo el hipanto (o "bajos de la flor") y termina madurando en el cinórrodo o úrnula (diminutivo, éste, de urna, que no recuerdo si consigné ya entre los latinos).

En cuanto a la forma κυνάκανθα /ky-ná-kan-za/ (con la variante κυνακάνθη), de ella usa Aristóteles para designar la misma especie botánica, Rosa canina; sólo que el significado de cynacantha sería "espina de perro" o (en traducción probablemente más exacta) "zarza de perro" (ἄκανθα significa primariamente "espina", pero también "cardo", "raspa de pescado", e incluso, como el castellano espina, "columna vertebral").  Si lo castellanizamos, saldría la forma cinacanta.

Con esto termina mi ciencia sobre los nombres botánicos derivados de la forma κύων, que, por lo demás, da mucho juego en biología: la zoología conoce al menos una mosca Cynomyia "mosca de perro", y un coleóptero Cynegetis impunctata "cazadora sin puntos" (esto lo he deducido yo solito, de ver en las fotos que a estas mariquitas les faltan, en su mayoría, los típicos topillos de familia), por no hablar de los monos cinocéfalos y demás parientes; y habrá mucho más, supongo.


En cambio, como suele ocurrir, canis, la forma latina para "perro", da menos juego que la griega en la nomenclatura vegetal.  Aún así, se incluye en el nombre del Erythronium: dens canis "diente de perro" (como es preceptivo, las dos palabras se unen con guión para formar el nombre específico) es la versión latina del arriba mentado Cynodon.  (La forma canis corresponde al nominativo, pero también al genitivo, esto es, el caso para decir "de perro".)

Caninus, canina (el adjetivo derivado de canis) lo encontramos en el Elymus caninus (también llamado Agropyron caninum, Triticum caninum &c), en la Scrophularia canina y, por último, en la Viola canina.

A esas formas se limitan los restos de canis que hallo en la terminología botánica.  Tampoco en zoología he encontrado mucho: sólo una pulga, la Ctenocephalides canina, o Ctenocephalides canis L. (también aquí canis es el genitivo): la pulga del perro, claro está.


He aprovechado para repasar los nombres vernáculos (o que pasan por vernáculos) donde se usa la palabra castellana perro.

Perro no deja de tener su miga: es voz única entre las denominaciones romances del chucho, que en general continúan el canis latino (así francés chien, portugués câo, italiano cane &c).  El origen de la voz perro se ignora.  Lapesa, si no recuerdo mal, la da por prerromana (esto es: "vete tú a saber"), mientras que Corominas la considera voz onomatopéyica, originada en la llamada al perro con los sonidos prrr, prrr... 

(La lengua catalana parece ofrecer solución semejante a la castellana, ya que frente al antiguo ca, derivado de canis y ahora relegado a usos locales, se ha impuesto la forma gos, nacida también, según autorizadas opiniones, de la onomatopeya cus, cus usada para llamar al animal.)

Por cierto que no siempre son negativas las connotaciones de la voz: en mi pueblo perro es sinónimo de "astuto", "taimado", e incluso el erudito local Manuel Gargallo recoge la expresión "ser más perro que calaverín" (no sé si calaverín no será el mote de algún Sísifo pueblerino, y convendrá escribirlo con mayúsculas).

Pues bien, esto he cosechado: a la Paeonía se la llama perruna; uva de perro es el honrado nombre que recibe la Smilax aspera; el alquequenje (Physalis alkekengi) tiene el sinónimo de vejiga de perro; guadalperro se ha llamado a la Digitalis purpurea, y meaperros al Helichrysum stoechas.  A ojo, yo diría que el catálogo se queda corto y que perrunos debe de haber muchos más entre los nombres populares.

jueves, 27 de enero de 2022

De perros

Hace muchos milenios que convivimos humanos y chuchos, no sin desacuerdos, no en perfecta armonía, pero en larga interdependencia basada en el interés mutuo.  Caben en ella lazos muy distintos, pero a menudo de gran intensidad afectiva, como los que unen a mi vecina L.A. con su gozquejuelo (siempre engalanado con telas escocesas) o los que conocí entre Felipe T. (lejano primo mío) y su lebrel de caza, al que con gran amargura sacrificó de un tiro.

Así que no es extraño que hayamos hasta subido perros a los cielos, donde al menos dos acompañan a Oríon, el cazador celeste: el Can Mayor (al que pertenece la estrella Sirio, la más brillante del firmamento), y el Can Menor, en cuyo corazón resplandece la estrella Procion.  (Los mesetarios, cómo no, solemos decir Orión y Proción, como ese muchacho que siempre escribía llegarón y dijerón.)  Pero el honor celeste es excepción en el trato dado por el humano al perro, cuyo nombre, como veremos, sirve más bien para desdén y escarnio.

'Perro' en griego se nombra κύων /ký-oon/, palabra bastante rarilla cuyo genitivo es κυνός /ky-nós/.  La forma κυνός explica la mayoría de derivados (cínico, cinocéfalo &c; cinamomo no está entre ellos), mientras que el nominativo κύων explica el nombre de la mencionada Procion, en latín Procyon /pró-ky-oon/.  Ya en griego προκύων significó, parece, 'perro delantero'.  En Homero κύων es, por cierto, la estrella Sirio (α Canis maioris), y parece ser que, si su diminutivo latino canicula "perrilla" designa hoy en castellano el bochorno veraniego, se debe a que el orto helíaco de Sirio coincidía en la antigüedad (según dicen) con el inicio del mes de agosto.

Κύνες "perros" y κυνικοί "perrunos" llamaron, con intención torva, a aquellos filósofos que, según era fama, cagaban y follaban en la vía pública, como los propios perros.  Yo sospecho que ningún cínico hizo tal cosa, pero así entendieron los necios la afirmación cínica de que lo natural no debería avergonzarnos (los cínicos venían a ser los jipis del mundo antiguo); no quiero extenderme en esto.

Cynosura "cola de la perra" identifica cierto lugar del Ática, cercano a Maratón.  Los griegos llamaron también Κυνόσουρα a la Osa menor.  En mis apuntes encuentro un género de gramíneas llamado Cynosurus /ky-no-súu-rus/, con su subtribu Cynosurinae (y también hay una mariposa a la que llaman Callicore cynosura).

Sin salir de las poáceas, el nombre del género Cynodon /ký-no-don/ significa "diente de perro", y también es perruno uno de los nombres españoles del C dactylon, "grama canina".  (Quizás habría sido más correcto llamarlo cynodus. pero se creó una voz en -on como en los Iguanodon, Mastodon y Toxodon, derivados todos ellos de ὀδούς ὀδόντος "diente"; κυνόδους, literalmente "diente de perro", en griego significa "colmillo", como nuestra voz canino, no menos perruna.)

Borraginácea o boraginácea, en cambio, es el Cynoglossum, cuyo nombre, "lengua de perro", lo hace pariente de los glotólogos y los poliglotas (que en castellano solemos llamar 'políglotas', esdrujulando la voz pese a la O bien gorda que ostenta el griego γλῶσσα "lengua").

Por último, un par de géneros con advocación canina, de los que ya he escrito algo aquí: Cynanchum y Cynomorium.  El veneno está entre las formas crueles inventadas para matar perros (sólo pensar en las zarazas me horroriza), y el Cynanchum acutum pareció adecuado para el canicidio, pues ἄγχω /án-joo/, el verbo que compone κύναγχον, significa "oprimir", "sofocar" (de su misma raíz tenemos en latín angor "inflamación de anginas", y a nadie le extrañará que esa raíz sea la de anginas y angustias).  En su libro IV Dioscórides dice (sigo la traducción de Laguna) que "amasadas con enjundia [grasa] las hojas de aquesta planta, y dadas a comer a los perros, a las panteras, a los lobos, y a los raposos, los matan, y súbito los derriengan".

Ya Dioscórides llama al matacán κύναγχον /ký-nan-jon/ o ἀπόκυνον /a-pó-ky-non/, ambas voces perrunas.  En su traducción, el doctor Laguna llama a esta planta Apocyno (no sabemos dónde pondría el segoviano el acento, pero lo correcto sería leer esdrújula: apócino, pues la Y de κυνός es breve), siguiendo el griego ἀπόκυνον, que podríamos traducir "alejaperros": de esta voz deriva también el nombre de familia Apocynaceae o apocináceas.  Por supuesto, en romance el C acutum se llama mataperros, matacán, ahogaperros, matacà, matagós &c.

En los nombres específicos encuentro una Aethusa cynapium (con forma castellana también perruna: "apio de perro", que supongo traduce cynapium, aunque ἄπιον en griego es más bien "pera" que "apio").  También hay una Asperula cynanchica (cuyo nombre deriva de cynanchum, no me preguntéis por qué), y encuentro una Thelygonum cynocrambe, una rubiácea que florece por estas fechas invernales y crece (al menos) en el sur de Italia, y cuyo nombre genérico proviene de θηλύς y γίγνομαι (¿"engendrahembras"?), mientras que el específico combina al perro con κράμβη /crám-bee/ "col" (¿"col de perro"?).  (Κυνοκράμβη está entre los nombres del matacán en el manual médico de Dioscórides.)

Aún me queda algo de cuerda (perruna); dejémoslo para otro rato.

Sirrio

El amigo M.B. acaba de construir un verdadero palacete para sus gallinas, y hace poco nos informaba por carta de haber recibido un magnífico sirrio desmenuzado, al que define como "barritas energéticas" para su huerto.  Jamás había oído esa palabra: sirrio.  Iba a preguntar a Manuel, pero ¿dónde quedaba mi prestigio de filólogo, ya escaso después de estas páginas?  Así que he tratado de hallar su significado por mis propios medios, y he dado así con una encantadora familia de palabras.

No me ha extrañado que sirrio faltara del diccionario académico (utilísimo siempre para saber lo que dice el diccionario académico), pero es que tampoco lo registra María Moliner, que con tanto primor recogiera el léxico usual de su tiempo y región.  Ahora bien, uno y otro sí traen, en cambio, sirria y sirle. y por este cabo he podido sacar un ovillo que donde mejor he visto desenredado es en el Diccionario Etimológico de Corominas y Pascual.

En este diccionario se puede leer, bajo la entrada sirle, sirria y chirle, la definición siguiente: "'excremento del ganado lanar y cabrío', en catalán xerri (serri, sirro), voz prerromana representada actualmente por el vasco zirri y su diminutivo txirri.  Primera documentación: sirria, 1621".

¡Admirable!  "Representada actualmente por el vasco zirri".  ¡Qué gracioso!  ¿Y no por el castellano chirle?  ¿No por el catalán xerri?  La frase entrecomillada es una prueba de que hasta el más sabio (y yo tengo por tal, quede bien claro, al simpático y ya difunto Joan Corominas) puede decir una solemne tontería.  Y la frase entrecomillada al comienzo de este párrafo lo es, tanto como la afirmación que corre como moneda corriente, y no suele ponerse en duda, de que el vasco es la más antigua de las lenguas peninsulares.

No, el vasco es tan antiguo como el castellano, el bable y el chino mandarin: todas los idiomas actuales tienen exactamente la misma edad.  Cada una de las lenguas (que están en constante mutación) es hija de su madre, y ésta de su abuela, y así hasta el primer balbuceo del primate.  Que no tengamos documentación de la madre y la abuela del vascuence no la convierte en más antigua que el valenciano y el portugués, ni es más joven el castellano o el catalán por el hecho de que conservemos una copiosa literatura latina.

Si usted, amable lectriz o lector, no me está comprendiendo, no se esfuerce; quizá no merece la pena.  Yo he tratado de explicarlo a gente con cierta formación, y en vano.  Uno de nuestros problemas es que cada vez hay menos filólogos que sepan algo de historia, y menos historiadores que tengan nociones de filología.  Pero, en resumen, afirmo que sirrio, xerri o chirle son representantes tan vivos y legítimos de una presunta voz prerromana (presunta nada más) como pueda ser el el vascuence zirri.  (Ya lo he dicho más de una vez, creo, "prerromano" no es ningún idioma: es sólo una braquilogía de "no tengo ni idea del origen y juraría que no es latino ni griego ni fenicio ni...".)

Pero volvamos al sirrio.  Las definiciones leídas, junto con la fotografía que acompañaba la carta de M.B., disipan cualquier duda sobre el significado excrementicio de sirrio: caca de ovejas.  Por cierto que la palabra se documenta por primera vez en el texto de un aragonés, Jaime Gil, en estas frases:  "También es mala la sirria del ganado para asiento de colmenas" y "es malo estar las nasas en sirriales de ganados".  (Corominas toma su cita de otro aragonés, el sabio zaragozano-tudelano Julio Cejador, un temible erudito poliglota convencido de que la vasca era la lengua madre de todas las demás.)

Recoge Corominas multitud de variantes, sirria y sirrio en Aragón, en la Litera serri, xèrria en Valencia y en el Maestrazgo eixerri, cirria en Santander...  Y, claro está, las formas extendidas sirle y chirle.

De todas las voces mencionadas, chirle es la única que para mí era familiar, y sólo en la forma aguachirle, a la que yo atribuía el significado (el corriente en casa) de "bebedizo aguado, insípido y flojo".  Hemos oído variantes de esta significación (por ejemplo, en Zaragoza a menudo suena aguachirri), aunque de lo leído recuerdo sobre todo el soneto con que Góngora zahiere a Lope de Vega y a sus seguidores, tachando su falta de nervio, su platitud.  Dice su primer cuarteto:

                                  Patos de la aguachirle castellana
                                  que de su rudo origen fácil riega
                                  y tal vez dulce inunda nuestra vega,
                                  con razón vega, por lo siempre llana...

Pero el aguachirle no es ahí, como yo pensaba, una bebida insípida.  El canónigo cordobés, según Corominas, "piensa en algo más inmundo que un vino sin gusto, en el cual no podrían nadar patos".  Ciertamente, a la luz de sirrio y de esta observación, y conocida la querencia escatológica del Góngora satírico, se ilumina, valga la antífrasis, el "rudo origen" al que alude el soneto.

Y todo esto, ¿qué tiene que ver con el latín y la botánica?  Mucho, mucho.  Por de pronto, ¿cómo han de crecer bien las plantas, sin buena dosis de sirrio?  Y en segundo lugar, ¿no está todo esto escrito en latín?  Claro que sí: el castellano no es más que latín algo movido por el tiempo.  No nos dejemos engañar por las palabras, que no son más que eso, aire agitado, si bien inducen a forjar cosas, aun las inexistentes.  Ahí tienen a Camuñas, la Croquemitaine, el Entroido, la ómicron, la furona...  Uy, qué miedo.