¿Quién no tiene su gramo de locura, y aun su media libra bien pesada? El amigo P.A. me toma el pelo por mi manía antiacadémica, y quiero por una vez argumentar sobre el asunto y de paso, por qué no, meterme un poco con la Academia.
He conocido a no pocos que desdeñan lo académico, a menudo para ensalzar el aprendizaje silvestre, del que se hace timbre de gloria soltando desde el pedestal la frasecita: "Yo soy autodidacta". No veo qué mérito singular tenga el autodidactismo, o qué lacra la enseñanza más o menos regular; apostaría que hay el mismo porcentaje de sabios (bajo) y de cretinos (alto) en uno y otro campo, como, por desgracia, pasa siempre.
Nada tengo, pues, contra las academias en general. Pero sí he criticado a menudo a la Real de la Lengua, y a su diccionario, y por razones concretas, no por generalidades. Cuando comencé a servirme del DRAE, allá por el milenio pasado, en él se contenían cosas como esta: "Falangista: miembro de la Falange Española y de las JONS, movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera" (cito de memoria). Afectado entonces por el virus político, detestaba yo semejantes salidas de tono, pura propaganda.
Cierto que los tiempos han cambiado, y ahora la Academia es otra, y se pone al día con la red, y hace una labor encomiable en pro de un castellano panhispánico y todo eso.
Pero lo cierto es que su diccionario ha albergado muchas opiniones bárbaras (uso el pasado porque, como supondrá el lector, no soy fidelísimo seguidor de sus ediciones). Alguna vez he puesto como ejemplo la etimología que el DRAE daba de tonto, palabra que los académicos pretendían derivar de attonitus, tonta idea en que no habrían incurrido con un pequeño repaso de gramática histórica, ciencia al parecer cuidadosamente ignorada de los académicos de la Española. (Acabo de comprobar que esa etimología no aparece ya en el DRAE en red, que atribuye a tonto "origen expresivo".)
Y para búsquedas de palabras en uso, cuán a menudo fallaba el DRAE, donde iluminaba, por ejemplo, el diccionario de Seco o el de María Moliner, que a cierto besugo sueco tanto le gusta debelar. Una sola mujer, trabajando en condiciones difíciles, dio a luz un léxico que sacaba varias cabezas al excogitado por treinta caballeros académicos. Y es que en estas tierras a menudo el sillón académico no es un lugar de trabajo, sino una especie de prebenda y sinecura, como lo demostró ingresando en la docta casa aquel novelista de una novela, la más ilegible bazofia de la narrativa contemporánea.
Con todo, siempre me ha parecido aceptable lo que expresa el lema de la RAE: bien está limpiar, fijar y dar esplendor, es decir, desbrozar un camino al uso del idioma, estimar lo bueno y desechar lo mediocre y lo inútil: algo, claro está, discutible, y donde el crítico se la juega.
Pues bien, ahora van los académicos y deciden, por lo visto, que nada de limpiar y fijar, que ya no van a alquitarar el idioma y repulirlo, que nada de jugársela, sino aceptar cuanto el vulgo hablante por mayoría decida (vulgarísimo concepto de lo democrático). Hala, y ahí tienes en el DRAE de hoy el glamur y las almóndigas.
Porque lo malo es que hoy no es el pueblo el que autoriza las voces: son los fabricantes de series y los publicistas de las cadenas televisivas: no, no son voces populares las que los académicos están dando por buenas, sino voces puestas al tablero por guionistas y distribuidores de ideología. Llega el glamur y se pierde, ay, la palabra castiza...
Y si de la voz popular se trata, hermanos de la almóndiga, ¿para cuándo fraticida, metereólogo, dentrífico?
Pues bien, el otro día, hablando entre amigos sobre definiciones caprichosas, hice notar cómo era cada vez más extendida la absurda idea de que camello designaba sólo al animal de dos jorobas, y sólo dromedario al de una. Y ahí vino mi sorpresa, porque el amigo P. me informó de que eso precisamente era lo que sostenía el diccionario académico. Confieso aquí que me quedé atónito: hasta que lo comprobé por mí mismo no me lo podía creer.
¡Oh, señor, perdónalos, porque no saben lo que dicen!
O sea que cada vez que mis sobrinas vuelven de Canarias y me dicen que han montado en camello, ¿están hablando mal? ¿Debo tirarles paternalmente de las orejas, y corregirles la voz: no en camello habéis montado, queriditas, sino en dromedario? ¡Qué majadería!
Así pues, la voz camello ya era mal usada por los griegos, los pobres; pues κάμηλος ha de designar (así lo abonan los sapientísimos académicos) a los camellos de la Bactriana, con sus dos jorobas, y no a los que Aristóteles conoció de toda la vida, las simpáticas monturas de los comerciantes de la Cirenaica o de los hombres azules del Atlas.
¡Ay, amigo, los ugaríticos llamaron gamel o gamal a la tercera consonante de su alfabeto, y para ello fueron a buscar el nombre no a los camellitos que tenían en casa, recorriendo las llanadas de Mesopotamia, sino, como es lógico, a las bestias bijorobadas de la meseta centroasiática! ¡Qué lógica la suya!
Y usted, señora, que fuma Camel, ¡muy mal hecho! Usted debe fumar Dromel: el diccionario académico se lo recomienda; o al menos afea la conducta del que dibujó ese dromedario junto a la palmera y la pirámide.
Y lo peor son las consecuencias teológicas. ¡Ay, Espíritu Santo, que, por desconocer la superior autoridad de la Real Academia de la Lengua, has metido la pata y hecho pasar un κάμηλος por el ojo de la aguja, cuando lo que debiste pasar fue, el DRAE sea loado, un dromedario!
Cuando comenzaron a usarse los diccionarios en red nació la moda de criticar esas enciclopedias de redacción colectiva, como wikipedia; por mi parte he defendido siempre que no contienen más equivocaciones de las que suelen contener las enciclopedias acreditadas (entre las que incluyo la Británica, tan venerada, y que alberga sus errores, como toda obra humana). Hablando de camellos, he aquí una muestra de virtud en la wikipedia castellana, en cuyo artículo "camello" se lee lo siguiente:
"La palabra dromedario es un cultismo que se utiliza específicamente para el camello arábigo, mientras camello es la palabra coloquial usada para las tres especies existentes del género Camelus, así como otras extintas. No obstante, en las definiciones de dromedario y de camello del DRAE se despoja al dromedario de la categoría de camello, haciendo notar el número de jorobas, un academicismo que choca con la biología, la etimología y el uso popular".
¡La sensatez misma! Académicos, aprendan, si aún están en edad.
Leo ahora un comentario de Daniel, por el que me entero de la existencia de un género Aphanes que, claro está, corresponde con el adjetivo griego ἀφανής "inconspicuo", que mencioné en una página publicada el pasado mes de junio. Acabo de comprobar que Aphanes figura en mis papeles como variante del género Alchemilla; si no lo cité en esa página, pues, fue sin duda porque se me escapó: un error más.