lunes, 27 de febrero de 2023

Exsiccata

En la entrada anterior usé la palabra exsiccata, cuyo sentido creo conocer, por oírlo a menudo de los botánicos que me rodean, leerlo en los libros del ramo que ahora frecuento, y, en suma, porque es puro latín y de eso me suena.

Por si acaso, aventuro aquí mi propia definición: son exsiccata las preparaciones de vegetales para su estudio y conservación, consistentes principalmente en disponerlos entre papeles secantes como conviene para que sus caracteres resalten al examen visual, prensarlos a continuación y así, al fin, secarlos al efecto de conseguir la mayor duración posible.  Lo de los papeles secantes creo que me lo he inventado, arrastrado por el significado de exsiccata: porque al fin y al cabo el verbo exsiccare no significa nada más que secar totalmente.

Me animo a escribir esto porque en una página inglesa de la red he visto algo que considero erróneo: afirman que el genitivo de exsiccata es exsiccatae, y que también su plural es exsiccatae.  Yo no lo veo así; si he entendido bien el uso de esta voz por los botánicos, exsiccata ha de entenderse principalmente como un neutro plural, esto es, algo así como "(cosas) secas"; de ahí que se use con determinantes en plural, y no se diga la exsiccata (como se deduce del texto inglés) sino los exsiccata.

De modo que el genitivo de exsiccata no es exsiccatae sino exsiccatorum.  Meter la pata en esto es fácil para los ingleses, porque los pobres dicen the y con eso ya han dicho el, lo, la, las y los, todo junto.  ¡Qué malo es el inglés para aprender latín, y qué mérito tienen los no muchos anglosajones que lo consiguen!

Como no tienes más remedio, paciente lector, vas a permitirme una digresión.  La generación actual blasona de conocer inglés, y leer en inglés, e incluso hablar castellano en inglés.  Pero el inglés es un idioma de morfología paupérrima, todo lo contrario que las lenguas clásicas, de manera que los conocimientos que de éstas se adquieren a través del inglés suelen estar muy deteriorados.  La magnífica novela de Thornton Wilder The ides of march se tradujo mal al castellano Los idus de marzo.  ¿Tiene un traductor del inglés obligación de saber latín?  No, señor mío; pero, claro, para un latinista esa traducción es una patada en el mismísimo género, porque en latín no hay los idus sino las idus.

En resumidas cuentas, con exsiccatus estamos ante uno de esos que se han llamado adjetivos de tres terminaciones, exsiccatus, exsiccata, exsiccatum (masculina, femenina, neutra), esto es, el participio pasivo del verbo exsiccare.  Como tal adjetivo, o participio, nada impide que usemos la forma femenina sustantivada, por ejemplo sobreentendiendo (herbae) exsiccatae; pero cuando un adjetivo (o participio) se sustantiva, en buen latín se emplea el género neutro: exsiccatum en singular (una planta seca, pues), y exsiccata en plural (una colección de plantas, o de las cosas que sean, secas).

En la propia página inglesa citada un libro muestra el adjetivo usado tal cual lo describimos aquí, pues su título es Lichenes helvetici exsiccati, esto es, en traducción literal, "líquenes suizos bien secos" o, si se prefiere, "exsiccata de líquenes suizos".

En cuanto a la confusión entre el femenino y el neutro a la que alude la citada página inglesa, es una trampa ínsita en la propia lengua: todos los que hemos tratado de enseñar latín hemos dado con esa dificultad, el hecho de que los sustantivos neutros acaben su plural en A, igual que los femeninos singulares.  Una clase de latín viene a ser, en este sentido, como un laboratorio de historia de la lengua: en lo que meten la pata nuestros alumnos, en eso han metido la pata nuestros antepasados al hablar latín.

De hecho, la trampa ha sido tan eficaz que hemos caído todos en ella, y las lenguas romances están llenas de palabras femeninas que fueron en tiempo formas en -a de neutro plural: berza (de viridia "verduras"; todavía en Andalucía se llama berza a una menestra); maravilla (de mirabilia "prodigios"), leña (de ligna "leños")... no hay espacio en una paginilla para que quepan todas.  Y da igual que se trate de hablantes municipales y espesos, o de finos científicos que han profesado el latín: ahí tienen bacteria, que era un colectivo, un plural (significa "las bacterias") y en español ha sustituido al más correcto bacterio (de bacterium "una bacteria").

Compruebo mi definición de exsiccata con el diccionario de Font Quer, y veo que el sabio catalán tiene la amabilidad de darme la razón en cuanto al uso de la voz latina y, qué sorpresa, en el empleo de papel secante; pero don Pío añade un importante corolario: unos exsiccata decentes no sólo han de contener plantas bien presentadas, sino que también han de aparejarse con toda la información pertinente: lugar y fecha de recogida, nombre de la planta, del colector, etcétera.  Según los autores de Spruce, un botánico en el Pirineo, el inglés descollaba también en la precisión y saciedad con que informaba en sus etiquetas.

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Ya que ha surgido hablar de liquen, he tratado de escribir aquí el origen de la palabra, que es griego, pero topo con una dificultad inesperada: desde la última actualización del antivirus, ay qué risa, las letras griegas se niegan a salir.  Es decir, consigo que el teclado escriba en alfabeto griego, pero los tipos surgen aleatoriamente: pulso la A y no sale una alfa, sino, qué sé yo, una omega mayúscula; vuelvo a pulsar la misma letra A, y la segunda vez sale, pongamos, una ji.  Bravo, antivirus; ahora eres también antihelénico.  A menos que me equivoque una vez más, y el antivirus no sea el culpable.

En fin, la cosa no tiene mayor secreto.  En griego hay una palabra que suena lei-jeén y significaba "lepra" y también "sarpullido"; pero ya en el poeta Nicandro, y luego en Dioscórides, tiene el actual significado de liquen.  Del griego se tomó la voz latina lichen que, por el étimo, tiene la I y la E largas, de lo que deduzco, ay qué caray, que en castellano la pronunciación ajustada al étimo debería ser liquén y liquenes, y no liquen y líquenes como ahora pronunciamos; yo por lo menos.

lunes, 13 de febrero de 2023

Spruce en el Pirineo

Alguien hizo notar que Schultes (cuenta la anécdota Davis en El río) había seguido casualmente los pasos de Richard Spruce por el Amazonas; el botánico de Boston rectificó: sí los había seguido, pero no por azar sino con plena intención: se había propuesto recorrer el itinerario de Spruce por América del Sur, lo que constituyó para ambos la principal y más conocida de sus aventuras botánicas.  De ahí la curiosidad por leer el libro que acaba de publicar, en 2022, Libros del Jata: Richard Spruce, un botánico inglés en el Pirineo romántico.

En el libro se aprende que la aventura pirenaica de Richard Spruce fue el primer viaje científico fuera de Gran Bretaña de este joven, hijo de maestro y nacido en 1817 en Ganthorpe, pueblecito del distrito de York.  William Hooker, director de los jardines de Kew, fue quien aconsejó a Spruce el viaje a España (muy de moda entre los románticos ingleses, díganlo Richard Ford y don Jorgito el Inglés), aunque nuestro Richard hubo de cambiar el plan y limitarlo a la cara francesa del Pirineo, debido a que los españoles estábamos otra vez, qué sorpresa, en guerra civil.

Así pues, entre mayo de 1845 y marzo de 1846, Spruce exploró la flora del Pirineo central, sobre todo en su vertiente francesa, con unas pocas incursiones en territorio español, en Panticosa y el Hospital de Benasque principalmente.  Lo crudo del invierno lo pasó en la ciudad balnearia de Bañeras de Bigorra: allí puso en orden sus colecciones y redactó unas notas sobre sus hallazgos.  La principal fuente de financiación del inglés era el envío de exsiccata a los suscriptores, en lo que demostró una competencia y una meticulosidad que fueron rasgo perpetuo de su personalidad.

Todo esto lo narran Patxi Heras y Marta Infante, autores del libro, con una amenidad encomiable y una precisión que deja poco que desear.  Además de las noticias botánicas, los autores enriquecen el relato con un panorama, muy bien pintado, de la región durante esos años de auge del termalismo, y para ello recurren a relatos de viajeros, singularmente el casi coetáneo de Sarah Stickney-Ellis Invierno y verano en el Pirineo.

Los autores han acopiado asimismo abundante información paralela, oportunamente reducida a notas a final del texto, sobre geologia pirenaica, indumentaria y culinaria pastoril, hostelería y muchos asuntos más.  Muy acertadas son las pequeñas biografías de aquellos personajes con quienes Spruce tuvo trato o cuya actividad afectó a la zona recorrida por el inglés.  De este modo, junto a botánicos más conocidos, como León Dufour o Ramond de Carbonnières, me ha encantado saber de las vidas de Pierrine Gaston-Sacaze, el pastor botánico, paradigma de sabio sin formación académica, o de Xavier Philippe, militar, taxidermista, experto, guía, marchante y conservador del museo de Bagnères, y compañero de Spruce en alguno de sus trayectos.

Se reirá usted del calor con que elogio las notas o los marginalia: pero uno, que es curioso, agradece muchísimo a los autores que hayan sido aún más curiosos que él y ofrezcan tan jugosa copia de erudición.

La cosa no acaba aquí.  A la riqueza del relato corresponde la del aparato gráfico.  Por no parecer un panegirista, me limitaré a señalar fríamente que si las páginas del texto se adornan con adecuadas reproducciones de grabados de época, las de papel satinado contienen fotografías en color, de muy buena calidad, tanto de los paisajes y lugares que Spruce pisó, cuanto de las flores, los musgos y las hepáticas que identificó y recolectó.

Conviene mencionar que los autores son briólogos, esto es, expertos en vegetales no vasculares (gracias a este libro me empiezo a enterar de lo que son los musgos y las hepáticas), y por tanto, sin descuidar la información florística, dan muy precisa cuenta de los briófitos pirenaicos, cuyo conocimiento nuestro botánico inglés casi triplicó: las 169 especies conocidas subieron, con el trabajo de Spruce, a 475, a saber 384 musgos y 91 hepáticas (página 176).

Por último señalaré un detalle que, en mi opinión, evidencia el cariño, el mimo con que ha sido elaborado este volumen: para cada tramo de la investigación botánica de Spruce un mapa muestra las poblaciones, montes, ríos, fuentes y demás accidentes aludidos en el texto, con gran contento de los maniáticos que solemos echar mano del atlas cada vez que se menciona un lugar desconocido.  Así que todo esto redunda en beneficio del cándido lector y en honra de los diligentes autores.

Fíjese, señora mía, si me tienen contento Marta y Patxi que, aunque he leído el libro gracias a un amistoso préstamo, he encargado a mi librero traerlo, por el gusto de acomodarlo en mi biblioteca.