Sorprendióse Carmen (de Basauri, pero de origen salmantino) de oír peonía, porque ella siempre la llamaba peonia (con acento en la O): entonces la sorpresa fue nuestra, porque nunca la habíamos oído así, no sé si a la leonesa o a la vasca.
Si nos atenemos a la regla, debemos rechazar peonía (lo hago con pena) y dar por correcto el acento en la O, porque no encuentro motivo ninguno para considerar larga la I de la voz latina paeonia (cuya pronunciación será pae-óo-ni-a), préstamo a su vez de la griega παιωνία /pai-oo-ní-aa/ (los diccionarios no dan la cantidad de esa iota, pero, como luego se verá, ha de ser breve).
El origen más remoto de παιωνία está en Παιήων /Pai-eé-oon/ o Peon (habitualmente llamado Peón, ya lo habrá adivinado usted), médico de los dioses según Homero: Peon es ese que en el canto V de la Ilíada cura la herida de Hades (según Dione cuenta) "esparciendo sobre ella medicinas lenitivas del dolor"; así que podemos nombrar a Peon protoanestesista de Parnaso y añadirlo a la enciclopedia de Polidoro Virgilio (si no está ya) como inventor del analgésico.
El nombre de Peon (grito, a la vez, con que se lo invoca) se transfirió a Apolo, matasanos del Olimpo, quien recibió el apelativo de Παιάν /Pai-aán/ y Παιών /Pai-oón/ (en Safo Παών /Pa-oón/). Apolo era invocado con el canto llamado peán, canto a veces militar, a veces fúnebre, a veces festivo: en cualquier caso, de peán (παιάν o παιών) deriva el adjetivo griego παιώνιος /pai-oó-ni-os/ que significaba "de peán", "de Apolo" y, siendo Apolo el dios médico, también "saludable", "salutífero".
Παιωνία no es más que la forma femenina del adjetivo (de ahí la I breve) y su significado original sería, pues, "la salutífera". Es opinión general que las virtudes de la peonía, a las que debe su nombre, se encontraban sobre todo en la raíz y son emenagogas; es decir, facilita la efusión mensual de la sangre (en emenagogo está la voz ἔμμηνα /ém-mee-na/ "menstruos", que contiene la raíz de μήν /meén/ "mes", de μήνη "luna", de mensis "mes", de menstruus "mensual": todo ello tan estrechamente relacionado de hecho como de palabra).
Precisamente Plinio (XXV 29) considera a la paeonia la más antigua medicina: quam quidam pentoboron appellant, alii glycysiden "que algunos la llaman pentóboro, otros gliciside". La voz γλυκυσίδη /gly-ky-sí-dee/ (de la raíz γλυκύς 'dulce') parece significar 'granada dulce'.
Al cosecharla había que andarse con ojo, según Teofrasto, porque, al igual que el ratonero vigilaba la centáurea, el pico negro acechaba a los robadores de peonias.
En el mismo párrafo antes citado añade Plinio un comentario sobre los nombres vernáculos que no me resisto a copiar: nam haec quoque difficultas est, quod eadem aliter alibi nuncupatur "pues también está ese problema, que la misma planta se llama en cada sitio de modo distinto" (qué hermosamente dicho: aliter alibi). A todos los que tenemos vicio enciclopédico nos pasa lo mismo: los nombres vernáculos nos caen bien, sí, pero tendemos a mirarlos como un problema, una difficultas, como dice el erudito antiguo.
Reflexiones en torno al latín como lengua de la botánica. Rem herbariam non perficiunt nomina, sed observationes, et descriptiones accuratae (Pietro Bubani).
lunes, 25 de marzo de 2019
lunes, 18 de marzo de 2019
De dientes y otras rojeces
Está por aquí el monte (por los alrededores de Moncayo) más seco que una pasa; y sin embargo se llena el suelo de amarillos narcisos, de violetas aromáticas, de polígalas carmín fuerte, de globularias de un hermoso azul gris. Piso con cuidado de no enredarme en las zarzas, y el olfato me entera, antes que la vista, de que he chafado unas rudas, con razón tachadas de graveolentes. Debería quedarme por aquí y no buscar cotufas en el golfo; sin embargo mis pecados me llevan más al norte, mis pecados y la gana de encontrar ciertas hierbas, en particular una que últimamente me persigue, el Galanthus nivalis.
Busco por los alrededores de las zonas nevadas, bastante al azar (el azar me gusta), y no encuentro el Galanthus (ayer mismo me contaba Marta, mi húngara favorita, que en Budapest regalan los galanes, cada 8 de marzo, ramitos de Schneeglöckchen a las muchachas; ¿adivina qué flor es la "campanilla de nieve"?). Pero lo bueno de la flora y del no saber es que siempre da uno con la flor nunca vista.
En este caso, en el puerto de la Magdalena, entre Burgos y Cantabria, desde donde se contempla en toda su extensión el embalse del Ebro, en unos brezales de suelo bastante jugoso (por lo menos en comparación con el de las rudas de Talamantes), ¡ah, qué hermosa aparición!, un capullito rosa vivo sale de un par de hojuelas con manchas de herrumbre. Si encuentras un capullo, no muy lejos habrá una flor. (Lo contrario también es cierto: stultorum infinitus est numerus.) Así que busqué un poco, y encontré esa joya de la fotografía.
Si no me equivoco, es un Erythronium dens-canis. Dens canis significa "diente de perro". Busco en griego ἐρυθρόνιον /e-ry-zró-ni-on/ (la Y debe sonar como la U francesa) y al parecer es sinónimo de ἐρυθραικὸν σατύριον, es decir, una especie de orquídea de color rojizo (σατύριον /sa-tý-ri-on/ es el diminutivo de "sátiro" y denomina en general a la hierba afrodisíaca, en particular a una orquídea). ᾿Ερυθρόνιον es voz de Dioscórides y no aparece ni en Teofrasto ni en Plinio. Parece derivar de ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo", la palabra que tenemos en eritrócito (el nombre fino del glóbulo rojo) y en Eritrea (la provincia etíope bañada por el mar Rojo).
Hablando del mar Rojo, ¿de dónde viene su nombre? Sin duda, no de que el mar sea rojo, como lo pintan con ingenuidad los cartularios medievales; ya lo había descubierto mucho antes la joven Egeria o Eteria, turista gallega en la Palestina del siglo IV, quien relató sus viajes en un latín popular: mare autem Rubrum non ob hoc habet nomen, quia rubra est aqua aut turbulenta, sed adeo est limpidus et praelustris et frigidus ac si mare Oceanum "el mar rojo no tiene este nombre porque su agua sea roja o turbia, pues es tan limpio, claro y frío como el océano".
Muy interesante la observación de Egeria: el rojo no es tanto un color cuanto un indicio de turbulencia. Tan a menudo los ríos arrastran limos que, si no me equivoco, "rojo" está entre los más frecuentes nombres de ríos, desde el Rubicón hasta el Colorado (el del famoso cañón) pasando por el Llobregat (de Rubricatus o "colorado", su nombre latino); si los materiales son menos ferruginosos el río, en vez de rojo, es amarillo (como el Janto, o ese chino que los hispanos llamamos en confianza Juanjo, el Hoang Ho o río Amarillo).
De los nombres derivados de "rojo", perplejo me tiene el del petirrojo, pajarito cuyo color es el carácter más conspicuo (de él suele venir su nombre: pit-roig, rouge-gorge, Rotkehlchen &c) y donde uno esperaría encontrar precisamente la voz ἐρυθρός. Sin embargo, el griego lo llama ἐρίθακος /e-rí-za-kos/, la misma palabra que en zoología nombra la especie, Erithacus rubecula /e-rí-ta-cus ru-bé-cu-la/. Del pájaro al color hay I contra Y: el nombre, al parecer, nada tiene que ver con ἐρυθρός. La ciencia lo compensa con el apellido: rubecula "coloradita".
Sin embargo, es tan evidente la nota de color en el petirrojo, que no puedo evitar la sospecha de que hubo algún ἐριθός "rojo" no documentado, por más que no sé de ningún caso en que un griego confundiera la I y la Y (igual que un francés nunca confunde tout con tut, como en el juego de Laforgue: puis tout se tut bientôt).
Puestos a sospechar, sospechemos alegre y francamente. Para mí que el mar Rojo debió de llamarse así porque los fenicios (que recibieron su nombre, justamente, del color rojo que fue su principal negoci) tuvieron allí sus primeros criaderos de cañaíllas y las primeras factorías de púrpura. No puedo demostrarlo, pero ¿quién me puede demostrar lo contrario? ¿Usted, amable lectriz?
viernes, 15 de marzo de 2019
Centaurium
Empecé el otro día a hojear el libro XXV de Plinio, por cosechar algunos fitónimos ilustres en amena vuelapluma (eso esperaba), y acabé encallado en el centaurium. Tampoco me extraña: soy de los que, buscando en la enciclopedia, al poco ya no recuerdan para qué abrieron el volumen. Por otra parte, esa palabra se las trae: al parecer el centaurium corresponde a los actuales géneros Centaurium y Centaurea. Pero vayamos al principio.
En principio era el verbo, digo, la voz griega κενταύριον /ken-táu-ri-on/. La usa ya Teofrasto, autor cuya Historia plantarum me acabo de dar el gustazo de comprar, en la edición de Budé, a cargo de Suzanne Amigues. (¿Será sefardita esta señora? En el último tomo se declara émérite, como Benito XVI, pero ha profesado el griego en una ciudad tan botánica y médica como Montpellier; se va a convertir, ya me lo estoy viendo, en mi próxima asesora farmaco-helénica.) Pues bien, en Teofrasto son sinónimos κενταύριον, κενταυρίη /ken-tau-rí-ee/ y κενταυρίς /ken-tau-rís/; los diccionarios añaden variantes de otros autores y de papiros, como κενταυρεῖον /ken-tau-réi-yon/ o /ken-tau-ríi-on/.
Según Teofrasto, el κενταύριον es hierba más bien de montaña y amante del frío, de propiedades benéficas pero de sabor amargo, y su savia tiene color rojo sangre (IX 1 alude a τοῖς αἱματώδεις). En IX 8 7 añade esta curiosa noticia: quien lo cosecha ha de precaverse del ave llamada τριόρχης /tri-ór-jees/ (quizá el ratonero común) que, al parecer, vigila y protege a esta planta. "Acaso no sea absurdo rezar una plegaria", concluye el sabio de Lesbos, "mientras se arranca esta hierba". ¡Salutíferas costumbres, hoy día preteridas por el botánico librepensador y descreído!
Con esos datos, ¿de qué especie habla Teofrasto? Como mi desconocimiento de la flora griega es aún mayor que el de la ibérica, me limito a copiar a los autores. Chantraine asegura que se trata de Centaurea salonitana (que imagino crecerá por los alrededores de Salona, la antepasada de Spalato, la actual Split): ésta tiene en la red muchos sinónimos: C centauroides, C latisquama, incluso Acrocentron salonitanum (eso de acrocentron o "aguijón puntiagudo" lo encuentro un poquitín redundante). Amigues rechaza que el κενταύρειον τὸ μικρόν de Dioscórides sea la Erythraea centaurium, y asegura que la aludida por Teofrasto es la Centaurea amplifolia (Boiss & Heldr, según la red), vicariante balcánica de la Centaurea centaurium.
Como ni siquiera estoy en condiciones de saber si la salonitana y la amplifolia son sinónimas (parece que ambas crecen en la misma zona), me vuelvo a hojear mi Plinio, que por lo menos me ha dejado claro que el nombre del centaurio viene del centauro.
Centaurio curatus dicitur Chiron, "se dice que Quirón curó con el centaurio", afirma Plinio, de una herida en el pie que él mismo se produjo manejando las flechas de Hércules (envenenadas, como es sabido, con el veneno de Hidra): quare aliqui Chironium vocant, "razón por la que algunos la llaman quironio" (Historia natural XXV 66). No encuentro ese nombre en mis diccionarios griegos, pero Chantraine sí cita una χειρωνιάς /jei-roo-ni-ás/ como equivalente de κενταύριον. Siempre el centauro Quirón epónimo de esta hierba.
En principio era el verbo, digo, la voz griega κενταύριον /ken-táu-ri-on/. La usa ya Teofrasto, autor cuya Historia plantarum me acabo de dar el gustazo de comprar, en la edición de Budé, a cargo de Suzanne Amigues. (¿Será sefardita esta señora? En el último tomo se declara émérite, como Benito XVI, pero ha profesado el griego en una ciudad tan botánica y médica como Montpellier; se va a convertir, ya me lo estoy viendo, en mi próxima asesora farmaco-helénica.) Pues bien, en Teofrasto son sinónimos κενταύριον, κενταυρίη /ken-tau-rí-ee/ y κενταυρίς /ken-tau-rís/; los diccionarios añaden variantes de otros autores y de papiros, como κενταυρεῖον /ken-tau-réi-yon/ o /ken-tau-ríi-on/.
Según Teofrasto, el κενταύριον es hierba más bien de montaña y amante del frío, de propiedades benéficas pero de sabor amargo, y su savia tiene color rojo sangre (IX 1 alude a τοῖς αἱματώδεις). En IX 8 7 añade esta curiosa noticia: quien lo cosecha ha de precaverse del ave llamada τριόρχης /tri-ór-jees/ (quizá el ratonero común) que, al parecer, vigila y protege a esta planta. "Acaso no sea absurdo rezar una plegaria", concluye el sabio de Lesbos, "mientras se arranca esta hierba". ¡Salutíferas costumbres, hoy día preteridas por el botánico librepensador y descreído!
Con esos datos, ¿de qué especie habla Teofrasto? Como mi desconocimiento de la flora griega es aún mayor que el de la ibérica, me limito a copiar a los autores. Chantraine asegura que se trata de Centaurea salonitana (que imagino crecerá por los alrededores de Salona, la antepasada de Spalato, la actual Split): ésta tiene en la red muchos sinónimos: C centauroides, C latisquama, incluso Acrocentron salonitanum (eso de acrocentron o "aguijón puntiagudo" lo encuentro un poquitín redundante). Amigues rechaza que el κενταύρειον τὸ μικρόν de Dioscórides sea la Erythraea centaurium, y asegura que la aludida por Teofrasto es la Centaurea amplifolia (Boiss & Heldr, según la red), vicariante balcánica de la Centaurea centaurium.
Como ni siquiera estoy en condiciones de saber si la salonitana y la amplifolia son sinónimas (parece que ambas crecen en la misma zona), me vuelvo a hojear mi Plinio, que por lo menos me ha dejado claro que el nombre del centaurio viene del centauro.
Centaurio curatus dicitur Chiron, "se dice que Quirón curó con el centaurio", afirma Plinio, de una herida en el pie que él mismo se produjo manejando las flechas de Hércules (envenenadas, como es sabido, con el veneno de Hidra): quare aliqui Chironium vocant, "razón por la que algunos la llaman quironio" (Historia natural XXV 66). No encuentro ese nombre en mis diccionarios griegos, pero Chantraine sí cita una χειρωνιάς /jei-roo-ni-ás/ como equivalente de κενταύριον. Siempre el centauro Quirón epónimo de esta hierba.
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