miércoles, 25 de septiembre de 2024

Picris

 Un hermano del convento pregunta por el origen de la palabra Picris y, oficioso y bien criado como soy, me apresuro a dedicar a este asunto unas pocas horas libres de que dispongo, y soltar lo poco que sé, buscar algo de lo mucho que no sé, y dejar ver, ay, qué remedio, lo muchísimo más que ignoro.

Aquel, para mí, es el nombre genérico de la Picris echioides, plantita que pulula por sí misma en los alrededores de mi pueblo, no en gran abundancia, pero la suficiente para dejar ver cada temporada las curiosas brácteas, erizadas de espinillas, que ciñen sus cabezuelas.  Busco en la red, mientras escribo esto, y me entero de que Picris echioides es el basónimo (de Lineo, año 1753), y ahora wikipedia prefiere llamarla Helminthotheca echioides (L) Holub. 1973.  No somos nada.

Ya que estamos, diré lo que podéis ver mejor en la wikipedia: el témino Helminthotheca se debe a Zinn, 1757, y encuentra justificación en el decorado vermiforme de las cipselas (explicación y foto en la wiki, s.v. helminthotheca): la voz procede del griego λμινς (genitivo λμινθος) /hél-mins hél-min-zos/ que significaba, si no me equivoco, "gusano" en general, y en particular "gusano intestinal" (tenemos esa voz en términos de biología como helmíntico, nematelminto, platelminto &c).  Así, podríamos traducir Helminthotheca como "cajita con decoración vermiforme" (en alusión a las cipselas, palabra que, por cierto, significa originalmente "cajita").

Porque el segundo elemento de Helminthotheca lo conocemos bien por nuestras voces biblioteca, discoteca, ooteca &c: contiene la raíz -θη-, del verbo τθημι /tí-zee-mi/ "poner", con la que el griego clásico formó θήκη /zeé-kee/ "cofre" "cajita", el lugar donde ponemos las llaves y los maravedís (y también el lugar donde, con suerte, acabarán por ponernos a todos: "ataúd", "tumba").  De esta misma raíz mi palabra favorita es ἀποθκη /a-po-zeé-kee/ "armario", voz de curiosa fortuna en las lenguas modernas, porque...  Qué caramba, voy a dedicarle un párrafo a la ἀποθκη.

Para recordar cómo las consonantes sordas latinas (P, T, K) cuando van entre vocales se vuelven sonoras (B, D, G) hay un memorialín que dice: PeTaCa da BoDeGa; pero yo siempre he preferido sustituirlo por apoteca da bodega, porque es la pura verdad: la palabra greco-latina apotheca es nuestra castiza bodega (con la sonorización de las tres oclusivas sordas).  Pero es que además da en italiano bottega, en francés boutique y, por supuesto, la franco-española botica, donde el tradicional boticario proporciona simples y medicinas: se cierra así el círculo y volvemos a la botánica (todavía hoy en Rusia las farmacias son nombradas con aquél término griego, convertido hoy en algo así como aptiéka).  Todas esas palabras derivan, podríamos decirlo así, del verbo τθημι, y son parientes próximos, por ende, de la Helminthotheca, alias Picris.

Ahora bien, ¿de dónde sale esa voz, Picris?  Pues se encuentra ya en Teofrasto, en la misma forma exactamente (salvo el acento): πικρς /pi-crís/.  La cuestión ardua es, como de costumbre, aquilatar el sentido: ¿qué planta es la πικρς del epígono de Aristóteles?  En su edición de la Historia plantarum Amigues sostiene que se trata de una chicorée amère, precisamente la Crepis zacintha (L) Babcock (o Zacintha verrucosa Gaertner), una compuesta al parecer bastante común.

Por lo demás, pocas dudas caben de que el nombre πικρς a su vez emparienta, o deriva, del adjetivo πικρός /pi-crós/ "amargo", de modo que la pícride (esta sería la forma castellana de Picris) llevaría en su propio nombre la nota de amargura.

Πικρς falta en Dioscórides, creo, pero a cambio lo tenemos en la enciclopedia de Plinio, quien al clasificar las lechugas menciona una amara... quae picris nominatur... ipsa toto anno florens; nomen ei amaritudo imposuit "[lechuga] amarga... que se llama pícride y a su vez florece todo el año; su amargor le dio nombre" (Historia natural 21 105).

Encuentro en la farmacopea de Teodoro Prisciano (un médico del siglo IV de la era) una picra, medicina a base de áloe, que debió de ser muy amarga (del áloe sale el acíbar, y acíbar es otro nombre del áloe).  Quizá se trate de la misma que la edad media conoció como hiera picra (aunque he visto por ahí que alguno atribuye este medicamento a Galeno): el llamarla hiera "sagrada" sugiere que se le atribuyeron propiedades poco menos que milagrosas, y lo mismo se deduce de la difusión del nombre por gran parte de Europa en las formas deturpadas jira pigra, hière picre, jirapliega (ésta última en España) y unas cuantas más.

En los nombres botánicos encuentro al menos un Urospermum picroides y una Reichardia picroides (ésta es quizá la ὑποχοιρίς que prestó su nombre a la Hypochoeris): en ambas el específico parece aludir a la semejanza con la Picris.

En cuando a echioides (sin duda, como picroides, con el sufijo -oide "con aspecto de", del que ya he escrito algo aquí, creo) sospecho que el parecido en este caso es con el Echium vulgare; ¿o con otro Echium?  Pues no lo sé a ciencia cierta.

He aprovechado para buscar en la red el ácido pícrico, que me suena de no sé qué, y encuentro con sorpresa que ha sido base de muchos explosivos de uso militar, sobre todo desde fines del siglo XIX, y comercializado después como melinita.  Imagino que así pícrico como picrato (nombre de sus sales) también habrán salido de la lengua griega; ahora bien, no he encontrado el porqué.  ¿Son acaso de sabor amargo las sales de ácido pícrico, o éste mismo?  ¿Estalló un plato de estas sales en las narices del investigador, amargándole la tarde?  ¿La compleja investigación comportó gravísimas dificultades y llevó al pobre químico por la calle de la amargura?  ¿O bien la creación del fulminante, además de ganarle una medalla, le proporcionó un buen capitalito, con el que comprar un pisito en la playa e inaugurarlo con vermú y amarguillos de Alfaro?  Ars longa, ay, vita brevis.

sábado, 14 de septiembre de 2024

De cebollas y de ajos

Estuve el otro día en la sierra Cebollera.  ¿Hay buenas cebollas en la sierra Cebollera?  ¿Por qué se llama así?  ¿Es una cepullaria, como se dice de la Garcipollera?  ¿Y está documentada esa vallis cepullaria o es una invención de etimólogo, como tantas otras?  ¿Acaso Cebollera adapta una denominación incomprendida a una forma más familiar, como hacía mi vecina llamando inflarrojos a los infrarrojos, o mi niña cantando el de la mula gorda en lugar de la mula torda?

He aquí las vacuas reflexiones a que se entrega el filólogo aficionado retozando por esas soledades.  Las palabras son nuestro patrimonio y nuestra cárcel: por ellas entendemos el mundo, si bien en realidad, ay, apenas comprendemos ni siquiera las palabras, y nuestro cavilar queda en tierra de nadie: ni alcanza la realidad hosca ni se libra a la fantasía con franqueza y desenvoltura.

Ahora que me divierto más que nunca en fatigar diccionarios, más que nunca me doy cuenta de lo antinatural que es esto de visitar cementerios de palabras (así los veía Cortázar).  ¿Qué parte del censo ejerce esta práctica extravagante?  ¿Uno de cada diez mil ciudadanos?  ¿Uno y medio?  Es actividad, desde luego, innecesaria, al menos para el lector: se puede degustar por entero la literatura marinera sin saber qué sean obenques, imbornales o bauprés, del mismo modo que se tragaba uno de niño la historieta del capitán Trueno ignorando el exacto sentido de bergante, arrapiezo o sarraceno.

Para lectores tiernos, quiero aclarar que El capitán Trueno es un tebeo del pasado milenio, y el héroe epónimo una especie de supermán áptero y castizo, bravo como león y devoto como doncella de la doctrina, y sumamente proclive (¡oh siglo fanático y malcriado!) a degollar musulmanes.  En cuanto al pasado milenio, esa época tenebrosa tenía sin embargo sus ventajas: por ejemplo, los editores especializados en infancia no exigían de sus autores circunscribir su léxico a quinientas palabras, y los niños recibíamos en el cole pastillitas de literatura cuidadosamente dosificadas, pero en ningún caso, que yo recuerde, deterioradas por el piadoso adaptador, convencido hoy de obrar bien poniendo tonto en vez de necio.

Hora es ya de confesarlo: durante mucho tiempo creí que piafar era algo así como "relinchar con impaciencia" (y acaso ya tenía engullido todo Dumas y medio Dostoyevski), y en toda mi infancia no recuerdo haber abierto un diccionario de español.  Leo ahora As crónicas de Lobo Antunes (que os recomiendo), y por este párrafo simpatizo con el novelista portugués:  "Durante séculos presumi que samovar era o equivalente russo da cimitarra de Salgari, que eu também nâo sabia o que era mas o parentesco incomprensível bastava-me".

Desde luego, nos basta el parentesco incomprensible: ni siquiera necesitamos entender con precisión lo que decimos o lo que oímos.  Hablamos y entendemos por aproximación; quién sabe si no es preferible así.  Me divierte, en cualquier caso, anotar cuanto mocosuena leo u oigo, como los ya célebres del truhán, con su ostentóreo, y de la bella, con su candelabro: "explosión de indignidad", escribía hace poco un periodista (supongo que quiso decir indignación); ¿buscaba la voz hemostáticas el que habló de "las inconfundibles manchas hipostáticas del cadáver"?; un memorialista reciente afirmó que "la parada cardíaca había sido inminente" (¿por fulminante, quizá?); "el Greco, topónimo aparecido hacia 1800" (esta precisión, ojo, es de un académico de la RAE); "las conversaciones están en un estado primigenio" (una ministra del actual gobierno); "los periodistas, estupefacientes con las palabras del ministro" (en la radio, hace cuatro días)...  Como ahora anoto estas cosas en el ordenador, ignoro cuántos cuadernos llenarían...

Claro es que en la viva voz estos solecismos son aún más disculpables.  En todo caso podemos decir, evangélicos, tire la primera piedra quien esté libre...

Pero vuelvo a la sierra Cebollera, y a la laguna Cebollera, linda laguna glaciar cercana a su cumbre.  Había por allí un terreno enteramente colonizado por un ajo, el Allium victorialis.  Mis compañeros, entendidos en flora, identificaron la especie.  Para hacerse notar, el fitofilólogo se alzó de puntillas y levantó el dedito monitorio:  ¿Cómo que victorialis?  ¿No será más bien victoriale, ya que Allium es neutro?

¡Ay!  La red, la ubicua y ominosa red, y el maldito gúguel, martillo de pedantes, dio la razón a los entendidos en flora y tapó la insolente boca del fitofilólogo.

¿Pero habrá gente más enemiga de dar su brazo a torcer, habrá nacido raza más terca que la de los filólogos?  Apenas llegué a casa me puse a rebuscar, por ver si daba con el origen de este nombre específico.  Sólo si se tratase de un sustantivo sería correcta la forma victorialis: de tratarse de un adjetivo, lo correcto sería únicamente victoriale.  El motivo lo conocían los seminaristas del pasado siglo, que aún aprendían el célebre memorialín:  Los en -um, sin excepción, del género neutro son.  Y nótese que Allium es un sustantivo en -um.

La idea de que victorialis sea sustantivo quizá la sostiene la wikipedia inglesa: afirman ahí que es traducción del alemán Siegwurz, literalmente "raíz de la victoria", debido a no sé qué supersticiones de mineros de Bohemia, fiados en este ajo contra los malos espíritus (en la senda de Polanski y Bram Stoker).  Por desgracia mis diccionarios ignoran por completo esa voz tudesca, aunque parece que "raíz" en alemán es Wurzel y no Wurz.  Ahora bien, una búsqueda de Siegwurz en la red sugiere que se trata del Gladiolus communis y no de ajo alguno.

Ya no entro en cuál sea el Gladiolus communis, porque yo tengo visto el G illyricus y, en el intento de aclarar si es el mismo o no, he descubierto profusión de nombres y de indecentes cruzamientos entre ellos, de manera que dejo esa escabrosa cuestión a los probos botánicos, que sabrán darles su merecido.

Por fortuna, y para mi júbilo, hallé en otra fuente, mucho más fiable en mi opinión, indicios de tratarse de un adjetivo.  Hablo de las memorias de León Dufour.  Me fío de él por varias razones sólidas: la primera porque me cae bien; la segunda porque era un competente botánico; la tercera porque, como médico doctorado en la facultad de París a comienzos del siglo XIX, sabía más latín, casi seguro, que cualquier fitofilólogo de nuestra época decadente.

Pues bien, he aquí lo que dice el docto doctor León Dufour:  "Je ne dois pas oublier de mentionner aux environs d'Aix la montagne de la Sainte-Victoire; elle a son renom botanique, car le grand Linné lui dédia d'Upsal l'Allium victoriale et le Plantago victorialis" (Souvenirs d'un savant français pág. 75s).  Según eso, sin duda, es un adjetivo, derivado del topónimo Santa Victoria, la montaña provenzal tantas veces representada en los lienzos de Paul Cézanne.

Cuesta mucho pensar que victorialis sea otra cosa que un adjetivo derivado de victoria (o Victoria).  Siendo así, como Plantago es femenina (véase P alpina, P crassifolia, P asiatica, P maritima &c) le corresponde la forma victorialis; pero al neutro Allium le corresponde la forma neutra del adjetivo, esto es victoriale, como lo escribe Dufour.  He tratado de hallar otros ejemplos con el Allium pero la inmensa mayoría de los ajos lleva adjetivos en -o (A album, A flavum, A rotundum, A sativum &c) y el único que he encontrado con adjetivo en -i (tipo victorialis) es el Allium vineale (vineale es el neutro de vinealis "de viña").

Con propósito de resolver el asunto recurro a Flora Iberica, pero allí nada dice sobre la voz victorialis (aunque está muy acertadamente indicado el acento en la A).  Se comprende: ¡hay tanto que escribir del ajo, la cebolla, el puerro!  La exclamación va sin asomo de ironía: repasen, repasen, si no, el interesantísimo ensayo que dedican allí al ajo y la cebolla.

Por cierto que no encuentro en mis papeles otros vegetales, aparte de los ya mencionados aquí, cuyo nombre botánico contenga esos adjetivos, vinealis o victorialis.

En fin.  Yo procuro dejar en buen lugar el latín botánico, porque tengo muchos amigos en este negocio y quiero llevarme bien con ellos.  Pero, queridos, lo de Allium victorialis suena francamente horrible.