Las últimas lluvias han puesto el campo hermosísimo. Paseaba anteayer por un otero de nombre arábigo (me parece a mí), el alto de la Torre Amril, y no podía creer que toda aquella hermosura, y una mañana tan bella, estuvieran ahí sólo para mis ojos --y los de los corzos y los pájaros que, ladrando los unos con pánico y protestando los otros con airados chasquidos, huían volando o a la carrera. Se alzaba glorioso el sol de mayo, a templar las tierras refrescadas por las tormentas: los robles, siempre frioleros, empezaban a echar sus hojas de un verde ceniciento, al principio pintadas de púrpura; las peonias ya abrían de par en par sus rosas, el centro coronado de amarillas anteras; erguían los asfodelos su tallo de badana opalina, prestos a desplegar sus hexágonos blancos; y en el suelo no cabía una flor más: geranios, margaritas, verónicas, dientes de león, ornitógalos, acianos, resedas, astrágalos... La lista es interminable, pero qué decir del número: tuve que acercarme a una cuesta, de un inverosímil color malva, por ver si era espejismo: y eran sólo geranios, una plétora de geranios.
Claro es que el nombre de la mayoría de plantas que me rodeaban era para mí un misterio (¡y eso que me conformo con el nombre!). Con las gramíneas estoy resignado a no saber mucho más que el Hordeum murinum (con el que jugábamos a flechar el jersey del hermanito). Da gusto, con todo, reconocer aunque sólo sea un centimillo de cuanto natura ofrece. Y me pone muy contento identificar ya la Parentucellia latifolia; más de una vez la he debido de confundir, por no prestarle la atención que merece, con el Lamium amplexicaule, cuyos capullitos purpúreos imitan un poco los de la parentucelia. Esta mañana había parentucelias a miles, a millones. ¡Qué derroche espléndido!
En casa la parentucelia me ha hecho otro regalo, el de su curiosa etimología, que no cuesta mucho encontrar en la red, y confirma Flora iberica: es un fitónimo honorífico más, y en este caso honra a Tomás Parentucelli, también conocido como Tomás de Sarzana (por la villa, próxima a La Spezia, donde nació en 1397). Pero ¿quién es ese Parentucelli? Pues nada menos que el primer gran papa del humanismo italiano, Nicolás V, el apasionado de los libros, el amigo de los grandes latinistas de la época como Lorenzo Valla o Poggio Bracciolini; quien comenzó la transformación de Roma en la capital del Renacimiento que es hoy, el primer papa mecenas de artistas (a Juan de Fièsole, alias fra Angelico, le encargó esa joyita vaticana que es la cappella niccolina), el que hizo cardenal a Nicolás de Cusa; en fin, quien fundó esa maravilla que es aún hoy la Biblioteca Vaticana. Mira que me caía bien ese sujeto, ¡y yo sin enterarme de que era un Parentucelli! Ahora ya no se me olvida. Espero.
¿Quién dedicaría esta simpática hierbecilla al papa Nicolás? Veo que el género Parentucellia se atribuye al botánico, micólogo y pteridólogo Doménico Viviani (1772-1840), y cuando se entera uno de que Viviani nació en Lévanto (un pueblecito de la costa lígur distante unos treinta kilómetros de la Sarzana natal de Parentucelli) entra uno en sospechas de que la afinidad territorial (y probablemente también la afición por los libros, compartida entre el biólogo romántico y el humanista pontífice) ha tenido parte en la apofitosis (o elevación a hierbecilla del campo) de Nicolás V. E si non è vero...
Parece que al género Parentucellia lo han trasladado de las escrofulariáceas a las orobancáceas: en mis papeles figuran en una u otra familia. El cambio se debe a criterios cromosómicos, dicen; es la moda. Pero que esté en la familia que quiera. ¡Mientras haya en el campo parentucelias, y en las bibliotecas libros, me da igual todo!