lunes, 23 de octubre de 2017

De polígonos y poligonos

Así como hay palabras que los hispanos hacemos llanas, cuando debieran ser esdrújulas (como cítiso o crisántemo), hay otras muchas que van al revés: debieran ser llanas, pero, por razones no siempre averiguables, las hacemos esdrújulas.  Destaco entre ellas el nombre de una ciudad, Ravena, que miro con particular cariño: en latín se llamó Ravenna, con acento en la E; en italiano dicen Ravenna, con acento en la E; en francés Ravenne, con acento en la misma E...  ¿A qué seguir?  En todos los idiomas se acentúa igual, salvo en el nuestro, donde decimos Rávena.  ¿De dónde viene nuestra esdrújula?  Misterio.  Como decía Luis Gil, los españoles hemos sacado Rávena del rábano.

También esdrujulamos mal una palabra botánica, aunque es del campo de la biología general, y a menudo pasa a la conversación común: hablo de "parásito", esto es, lo que debiera ser "parasito" (con acento en la I).  Debiera ser, porque en latín esa I de la sílaba penúltima es larga, como ya era larga la iota del original griego παράσιτος /pa-rá-sii-tos/ que significaba "comensal" (como adjetivo: "que come al lado": παρά "al lado", σῖτος "pan" o, en general, "alimento").

A propósito de esta palabra, cuyo acento hoy corriente en castellano coincide con el del nominativo griego, hay que precisar que en griego la palabra tiene al menos nueve formas distintas, de las que cuatro son esdrújulas (en rigor, proparoxítonas) y cinco llanas (paroxítonas); lo que priva de razón al argumento a veces aducido (aun por profesores): "prefiero usar el acento griego"; puesto que el griego, como el latín, carece de un concepto "acento de palabra" comparable al castellano.  Sin embargo, el acento griego puede ser en este caso la explicación del castellano.

Claro es que no siempre se ha dicho "parásito" en nuestra lengua.  Como prueba traeré aquí una estrofa de Espronceda, donde no cabe duda de cómo nuestro poeta romántico (al fin y al cabo alumno de un latinista insigne como Alberto Lista) acentuaba la palabra:

               Basta, silencio, hipócritas parleros,
               turba de charlatanes y eruditos,
               tan cortos en hazañas y rastreros
               como en palabras vanas infinitos;
               ministros de escribientes y porteros,
               de la nación eternos parasitos.
               Basta, que el corazón airado salta,
               la lengua calla y la paciencia falta.

La octava real es de El diablo mundo y alude a los políticos de entonces, que por lo visto no le gustaban al poeta, a juzgar por el apóstrofe:  ¡Oh, imbécil, necia y arraigada en vicios / turba de viejos que ha mandado y manda!  Menos mal que eso era en el siglo XIX.  ¡Lo que avanza la historia!

Me he alargado, y lo dejo aquí de momento.

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