lunes, 18 de marzo de 2019

De dientes y otras rojeces


Está por aquí el monte (por los alrededores de Moncayo) más seco que una pasa; y sin embargo se llena el suelo de amarillos narcisos, de violetas aromáticas, de polígalas carmín fuerte, de globularias de un hermoso azul gris.  Piso con cuidado de no enredarme en las zarzas, y el olfato me entera, antes que la vista, de que he chafado unas rudas, con razón tachadas de graveolentes.  Debería quedarme por aquí y no buscar cotufas en el golfo; sin embargo mis pecados me llevan más al norte, mis pecados y la gana de encontrar ciertas hierbas, en particular una que últimamente me persigue, el Galanthus nivalis.

Busco por los alrededores de las zonas nevadas, bastante al azar (el azar me gusta), y no encuentro el Galanthus (ayer mismo me contaba Marta, mi húngara favorita, que en Budapest regalan los galanes, cada 8 de marzo, ramitos de Schneeglöckchen a las muchachas; ¿adivina qué flor es la "campanilla de nieve"?).  Pero lo bueno de la flora y del no saber es que siempre da uno con la flor nunca vista.

En este caso, en el puerto de la Magdalena, entre Burgos y Cantabria, desde donde se contempla en toda su extensión el embalse del Ebro, en unos brezales de suelo bastante jugoso (por lo menos en comparación con el de las rudas de Talamantes), ¡ah, qué hermosa aparición!, un capullito rosa vivo sale de un par de hojuelas con manchas de herrumbre.  Si encuentras un capullo, no muy lejos habrá una flor.  (Lo contrario también es cierto: stultorum infinitus est numerus.)  Así que busqué un poco, y encontré esa joya de la fotografía.

Si no me equivoco, es un Erythronium dens-canisDens canis significa "diente de perro".  Busco en griego ἐρυθρόνιον /e-ry-zró-ni-on/ (la Y debe sonar como la U francesa) y al parecer es sinónimo de ἐρυθραικὸν σατύριον, es decir, una especie de orquídea de color rojizo (σατύριον /sa-tý-ri-on/ es el diminutivo de "sátiro" y denomina en general a la hierba afrodisíaca, en particular a una orquídea).  ᾿Ερυθρόνιον es voz de Dioscórides y no aparece ni en Teofrasto ni en Plinio.  Parece derivar de ἐρυθρός /e-ry-zrós/ "rojo", la palabra que tenemos en eritrócito (el nombre fino del glóbulo rojo) y en Eritrea (la provincia etíope bañada por el mar Rojo).

Hablando del mar Rojo, ¿de dónde viene su nombre?  Sin duda, no de que el mar sea rojo, como lo pintan con ingenuidad los cartularios medievales; ya lo había descubierto mucho antes la joven Egeria o Eteria, turista gallega en la Palestina del siglo IV, quien relató sus viajes en un latín popular: mare autem Rubrum non ob hoc habet nomen, quia rubra est aqua aut turbulenta, sed adeo est limpidus et praelustris et frigidus ac si mare Oceanum "el mar rojo no tiene este nombre porque su agua sea roja o turbia, pues es tan limpio, claro y frío como el océano".

Muy interesante la observación de Egeria: el rojo no es tanto un color cuanto un indicio de turbulencia.  Tan a menudo los ríos arrastran limos que, si no me equivoco, "rojo" está entre los más frecuentes nombres de ríos, desde el Rubicón hasta el Colorado (el del famoso cañón) pasando por el Llobregat (de Rubricatus o "colorado", su nombre latino); si los materiales son menos ferruginosos el río, en vez de rojo, es amarillo (como el Janto, o ese chino que los hispanos llamamos en confianza Juanjo, el Hoang Ho o río Amarillo).

De los nombres derivados de "rojo", perplejo me tiene el del petirrojo, pajarito cuyo color es el carácter más conspicuo (de él suele venir su nombre: pit-roig, rouge-gorge, Rotkehlchen &c) y donde uno esperaría encontrar precisamente la voz ἐρυθρός.  Sin embargo, el griego lo llama ἐρίθακος /e-rí-za-kos/, la misma palabra que en zoología nombra la especie, Erithacus rubecula /e-rí-ta-cus ru-bé-cu-la/.  Del pájaro al color hay I contra Y: el nombre, al parecer, nada tiene que ver con ἐρυθρός.  La ciencia lo compensa con el apellido: rubecula "coloradita".

Sin embargo, es tan evidente la nota de color en el petirrojo, que no puedo evitar la sospecha de que hubo algún ἐριθός "rojo" no documentado, por más que no sé de ningún caso en que un griego confundiera la I y la Y (igual que un francés nunca confunde tout con tut, como en el juego de Laforgue: puis tout se tut bientôt).

Puestos a sospechar, sospechemos alegre y francamente.  Para mí que el mar Rojo debió de llamarse así porque los fenicios (que recibieron su nombre, justamente, del color rojo que fue su principal negoci) tuvieron allí sus primeros criaderos de cañaíllas y las primeras factorías de púrpura.  No puedo demostrarlo, pero ¿quién me puede demostrar lo contrario?  ¿Usted, amable lectriz?

No hay comentarios:

Publicar un comentario