Titulo con una palabra de mi niñez: así nombraba en mi pueblo las legumbres que hoy en Aragón llamo "judías verdes", y si estuviera en Andalucía llamaría, supongo, "habichuelas", en Bilbao "vainas", o en Lérida "mongetas tendras": fréjoles eran los frutos del Phaseolus vulgaris de Lineo en el pueblo donde sufrí mis primeras descalabraduras, orillas del Eria, allí donde el castellano empieza a teñirse de melismas galaicos.
¡Oh fréjoles de la infancia, compañeros de la patata, aliñados con ajo y pimentón de la Vera, y un ambarino trocito de tocino rancio, gloria de...! No, no voy bien por aquí. Disculpen, pero es que el recuerdo me pone lírico. Sólo quería evocar que aquellos sabrosos fréjoles eran vainas muy maduras, pocas veces con hilos, pero con semillas bien gordas, que a menudo se independizaban y nadaban libres por el rojo caldo. Entonces lo teníamos claro: fréjoles eran las vainas tiernas; a los granos (sobre todo secos) los llamábamos alubias. Así que siempre me sorprenden en Portugal, cuando pido una feixoada (que a mis oídos suena como "frijolada") y me traen alubias, plato indeseado en la canícula lisboeta.
Este puede ser un ejemplo como cualquier otro de las complicaciones de la lengua. Para empezar, el nombre de un vegetal (y esto ocurre con muchas plantas cultivadas, sea fréjol o arroz o acelgas) puede aludir, según el contexto, a A) una especie vegetal concreta, B) un determinado cultivo, C) un fruto o subproducto comercial derivado, D) un preparado culinario, etcétera. Añádese que cada apartado contiene variantes (por ejemplo, fréjol como plato aludirá o bien a las vainas o bien las semillas). Por último, el problema se ramifica y multiplica con la gran diversidad dentro de la misma palabra, o de palabras para un mismo concepto: en nuestro caso fréjoles (o frejoles), fríjoles (o frijoles), judías, habichuelas, caparrones, pochas, porotos... (Esa diversidad se atisba en el artículo de Wikipedia dedicado al Phaseolus vulgaris.)
Es curioso que de esa planta no se mencione, en general, el origen. Todo el mundo sabe que el tomate, el maíz, la patata provienen de América; no ocurre así con las judías. Sin embargo, son estirpe clara del Nuevo Mundo. Con mucho salero lo prueba Fabre, en sus maravillosos Souvenirs entomologiques (serie octava, capítulo IV), con el argumento ab absentia de los parasitos; el sabio provenzal, como de costumbre, arma una pequeña escena campesina, preguntando a sus vecinos de Sérignan, que responden: "Monsieur, apprenez que dans le haricot il n'y a jamais de ver. C'est une graine bénie, respectée du charançon. Le pois, la fève, la lentille, la gesse, le pois chiche ont leur vermine; lui, lou gounflo-gus, jamais. Comment ferions-nous, pauvres gens que nous sommes, si le courcoussoun nous le disputait?"
De la falta de gorgojo Fabre deduce que el haricot es reciente en Europa y que, habiendo llegado sin el parasito reglamentario, aún no ha habido insecto europeo que ose colonizarlo. Dicho sea de paso, el nombre provenzal de las judías, gounflo-gus, prueba que Fabre alude, como alimento, más bien a las semillas, a las alubias, que a las vainas. (Desde Buenos Aires, mi hermano confirma que también el argentino porotos se refiere a las alubias; al plato de vainas allí lo llaman, al parecer, chauchas.)
Fabre, de curiosidad insaciable y buen conocimiento del mundo clásico, se pregunta a qué verdura se referían los romanos con la palabra phaseolus, autorizada luego por Lineo: no podían referirse al Phaseolus vulgaris, desconocido aún para ellos. (Fabre añade otro jocoso argumento ab absentia: si Roma hubiera conocido las alubias, ¡para rato habría Plauto desaprovechado la ocasión de incluir en sus comedias chistes de alubias y flatulencias!)
Así pues, ni el griego φάσηλος /fá-see-los/ o φασήολος /fa-seé-o-los/ ni el romano faselus o phaselus /fa-sée-lus/ o phaseolus /fa-sé-o-lus/ podían designar nuestras judías, cosa que, sin embargo, aseguran erróneamente la mayoría de diccionarios que tengo a mano; algunos traducen "habichuelas" o haricot, lo que no deja de ser una forma de escurrir el bulto. (Los diccionarios que usan nombres lineanos son más honestos con el lector: arriesgan su reputación más que los otros, pero también son más precisos.) Al parecer, aquellos términos clásicos se referirían probablemente a la judía de careta, Vigna unguiculata (Dolichos melanophthalmus DC), que en griego se llamó δόλιχος /dó-li-jos/ (literalmente "largo"), y por ahí llaman ahora caupí, chícharo, fríjol chino, y de mil formas más; a ella aludiría el árabe al-lubiya, tomado del persa y de donde viene nuestro término "alubia". (Chantraine da para φασήολος la traducción banette, Vigna sinensis L)
Las palabras, pues, ocultan la historia tanto como la revelan. Phaselus o frijoles engañan sobre el origen de las judías. En efecto, fríjol viene del latín phaseolus, como el portugués feijâo, el francés flageolet, el italiano fagiolo. La voz judía es más oscura en sus orígenes: el arabista Asín pretendía que era voz árabe, gudiya, tomada del persa. Haricot, en cambio, vendría significativamente del náhuatl ayacotl (argumento que también usa Fabre). Poroto sería voz quechua.
Por mi parte, aumentaré la confusión con una etimología casera, recién inventada para la ocasión, de habichuela, ese extraño diminutivo de haba: ahí yo veo la continuación de fabiola o "pequeña haba" (sí, como la heroína de Wiseman: una modesta confusión con Fabiola o "pequeña Fabia"): la evolución regular daría *habegüela o *habihuela y de ahí a habichuela no hay más que un paso. Al fin y al cabo, del cultivo de las habas, se dice, tomó nombre la ilustre familia romana de los Fabios. Y las primeras judías venidas de América ¿no se llamaron aquí "habas indias" o "habas turcas"? Pues ahí está el lío.
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