En el libro se aprende que la aventura pirenaica de Richard Spruce fue el primer viaje científico fuera de Gran Bretaña de este joven, hijo de maestro y nacido en 1817 en Ganthorpe, pueblecito del distrito de York. William Hooker, director de los jardines de Kew, fue quien aconsejó a Spruce el viaje a España (muy de moda entre los románticos ingleses, díganlo Richard Ford y don Jorgito el Inglés), aunque nuestro Richard hubo de cambiar el plan y limitarlo a la cara francesa del Pirineo, debido a que los españoles estábamos otra vez, qué sorpresa, en guerra civil.
Así pues, entre mayo de 1845 y marzo de 1846, Spruce exploró la flora del Pirineo central, sobre todo en su vertiente francesa, con unas pocas incursiones en territorio español, en Panticosa y el Hospital de Benasque principalmente. Lo crudo del invierno lo pasó en la ciudad balnearia de Bañeras de Bigorra: allí puso en orden sus colecciones y redactó unas notas sobre sus hallazgos. La principal fuente de financiación del inglés era el envío de exsiccata a los suscriptores, en lo que demostró una competencia y una meticulosidad que fueron rasgo perpetuo de su personalidad.
Todo esto lo narran Patxi Heras y Marta Infante, autores del libro, con una amenidad encomiable y una precisión que deja poco que desear. Además de las noticias botánicas, los autores enriquecen el relato con un panorama, muy bien pintado, de la región durante esos años de auge del termalismo, y para ello recurren a relatos de viajeros, singularmente el casi coetáneo de Sarah Stickney-Ellis Invierno y verano en el Pirineo.
Los autores han acopiado asimismo abundante información paralela, oportunamente reducida a notas a final del texto, sobre geologia pirenaica, indumentaria y culinaria pastoril, hostelería y muchos asuntos más. Muy acertadas son las pequeñas biografías de aquellos personajes con quienes Spruce tuvo trato o cuya actividad afectó a la zona recorrida por el inglés. De este modo, junto a botánicos más conocidos, como León Dufour o Ramond de Carbonnières, me ha encantado saber de las vidas de Pierrine Gaston-Sacaze, el pastor botánico, paradigma de sabio sin formación académica, o de Xavier Philippe, militar, taxidermista, experto, guía, marchante y conservador del museo de Bagnères, y compañero de Spruce en alguno de sus trayectos.
Se reirá usted del calor con que elogio las notas o los marginalia: pero uno, que es curioso, agradece muchísimo a los autores que hayan sido aún más curiosos que él y ofrezcan tan jugosa copia de erudición.
La cosa no acaba aquí. A la riqueza del relato corresponde la del aparato gráfico. Por no parecer un panegirista, me limitaré a señalar fríamente que si las páginas del texto se adornan con adecuadas reproducciones de grabados de época, las de papel satinado contienen fotografías en color, de muy buena calidad, tanto de los paisajes y lugares que Spruce pisó, cuanto de las flores, los musgos y las hepáticas que identificó y recolectó.
Conviene mencionar que los autores son briólogos, esto es, expertos en vegetales no vasculares (gracias a este libro me empiezo a enterar de lo que son los musgos y las hepáticas), y por tanto, sin descuidar la información florística, dan muy precisa cuenta de los briófitos pirenaicos, cuyo conocimiento nuestro botánico inglés casi triplicó: las 169 especies conocidas subieron, con el trabajo de Spruce, a 475, a saber 384 musgos y 91 hepáticas (página 176).
Por último señalaré un detalle que, en mi opinión, evidencia el cariño, el mimo con que ha sido elaborado este volumen: para cada tramo de la investigación botánica de Spruce un mapa muestra las poblaciones, montes, ríos, fuentes y demás accidentes aludidos en el texto, con gran contento de los maniáticos que solemos echar mano del atlas cada vez que se menciona un lugar desconocido. Así que todo esto redunda en beneficio del cándido lector y en honra de los diligentes autores.
Fíjese, señora mía, si me tienen contento Marta y Patxi que, aunque he leído el libro gracias a un amistoso préstamo, he encargado a mi librero traerlo, por el gusto de acomodarlo en mi biblioteca.
Gracias por la interesante, amena y breve lectura. El socarrón sentido del humor también es de agradecer, así como que se tome el tiempo y la molestia de compartir sus conocimientos clásicos y modernos. Desde la modesta y lejana Gallaecia seguiremos con interés y curiosidad sus aportaciones.
ResponderEliminarGracias, amigo.
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