Pocos habrá que no relacionen la palabra temperatura con la voz tiempo (como ya ocurría hace veinte siglos con tempus y temperare) y, sin embargo, parece ser que no hay conexión alguna entre ambas voces. Digo, conexión etimológica, porque en la semántica de algunos idiomas modernos es evidente que han tendido a arrimarse y confundirse: así, en español mismo, tiempo vale "duración" y a la vez "condiciones atmosféricas".
En latín, desde luego, no corren parejas pues, aunque aparentan salir de la misma cepa, mucho se apartan los campos semánticos de tempus ("duración", "ocasión", etc.) y de temperare (la palabra a la que intento prestar algo de atención), que básicamente significa "mezclar". Ahora bien, a diferencia de miscere /mis-kée-re/ (que también vale "mezclar", pero con valor general e indefinido), el verbo temperare implica la medida, la idea de mezclar ingredientes en grado preciso, hasta alcanzar un punto exacto.
Pongamos leche a calentar. Ay, nos hemos pasado: está demasiado caliente. ¿Qué hacer? Fácil, se añade leche fría. ¿Basta ya? No, echa un poco más. Ahí está, en su punto: la temperatura deseada. Llamamos temperatura al grado preciso obtenido con la mezcla; pero la palabra designaba en origen la acción misma de mezclar (en el grado preciso).
Los viejos romanos, que no bebían el vino puro, sino aguado, con el verbo temperare designaban la delicada operación de añadir agua al vino (o vino al agua, que no lo sé a punto fijo) hasta el óptimo deseado. Naturalmente, algunos eran parcos en agua, o generosos en alcohol: de ahí que temperies (el nombre del punto de mezcla) fácilmente adquiera un sentido moral; pero en principio temperies se refiere a la mezcla misma. Y cuando no se habla de vino, sino de atmósfera, la temperies es la combinación de aire frío y caliente que da al día su cualidad específica: hace bueno, hace malo.
Muy del campo es nuestra voz tempero, que no alude al tiempo o a la estación o a la oportunidad (sentidos que conducirían al latín tempus), sino a la deseada combinación de agua, tierra y aire en el suelo que ha de recibir la semilla: una vez más hablamos de mezclar con prudencia, de temperare.
En pintura desde antiguo se emplea este verbo, porque pintar supone una operación delicada: el pigmento, para añadirse al pergamino, al leño o al muro, ha de ser mezclado en justa proporción con alguna sustancia que le dé cualidad y permanencia, como ya lo sabía el prehistórico artista mural cuando amasaba hollín con grasa animal para llenar su cueva de bisontes o (como redundaba cierto profesor de la facultad zaragozana, especificando el sexo) "vulvas femeninas".
A menudo pienso que el conservador de un museo, o la comisaria de una exposición, o el acólito fiel pero de cacumen escaso al que le encargan los tejuelos, no sabe lo que se hace cuando escribe al pie de una obra témpera o pintura al temple. Adviértase que, no sólo con arreglo a la etimología, sino también con el más elemental sentido común, al temple es cualquier pintura, salvo quizá el pastel, e incluido el óleo (que no es más que temple al aceite, de linaza si es el caso). Todo color ha de ser templado, sea el temple saín, yema de huevo, caseína, agua, cola, emulsión acrílica... Templar, sí, esto es, mezclar medio y pigmento en la proporción ideal.
Templar (templar es el resultado castellano de temperare) tiene también su vertiente musical: se añade o se quita un centímetro a la caña, o tensión a la cuerda, o al parche; en suma, el instrumento se tiempla (o se templa, si usted lo prefiere así). El temperamento fue cosa importante en el siglo de la música (hoy menos, diría yo) y Bach le consagró la colección de preludios y fugas del wohltemperierte Klavier.
Y, casi sin salir de lo musical, si de lo que se trata es de rebajar la tensión en una reunión conflictiva, lo oportuno es templar gaitas.
El gaitero mismo, y la conservadora del museo, y el hombre de las cavernas, cada uno de nosotros es también una mezcla: somos, si nos atenemos a la vetusta doctrina de los humores, un combinado de sangre, flema, bilis negra, bilis amarga. ¿Que la mezcla es equilibrada? Salimos personas templadas. Pero, ¡ay, si algún humor predomina y se impone! Saldremos entonces sanguíneos, o flemáticos, o biliosos, o melancólicos: ahí está, esa será nuestra mezcla (esto es, nuestro temperamento): ella nos define y condiciona. Temperamento: mezcla de humores en el grado preciso (para formar un carácter).
En griego, el verbo que corresponde a temperare es κεράννυμι /ke-rán-ny-mi/ "mezclar con medida" (porque también el griego posee un verbo "mezclar" de significado general, μείγνυμι /méig-ny-mi/). Las palabras emparentadas con κεράννυμι a menudo presentan el radical *kra- (con A larga), acaso su forma más primitiva. En filología aún hoy gastamos la voz crasis para designar la mezcla y confusión de dos vocales (o más) en un solo sonido. Pero ya en griego crasis significó la mezcla ponderada, y en particular esa mezcla de humores que define un carácter. (A Galeno de Pérgamo se atribuye un tratado sobre los caracteres humanos conocido como περὶ κράσεως "Sobre el carácter", aunque en rigor podríamos traducir "Sobre la mezcla".)
Como era de esperar, esa misma raíz *kra- "mezclar con tino" proveía el nombre de la vasija en que los griegos mezclaban agua y vino, esto es, el κρατήρ /craa-teér/, que nosotros hoy llamamos más bien cratera (y se esdrujuliza, sin ton ni son, en crátera). En latín crater significaba la misma vasija, pero ya Plinio emplea la palabra para señalar la caldera de un volcán, lo que hoy llamamos cráter (con el acento del nominativo latino; crater sería más respetuoso con la norma general).
La mezcla, o más bien el resultado de la mezcla, recibe también el nombre (añadido el prefijo σύν) de σύγκρασις /sýn-kra-sis/: también esta palabra significa "temperamento". Y combinada con el adjetivo ἴδιος /í-di-os/ "particular" "peculiar" (presente en nuestras voces idiolecto idioma, idiota &c) tenemos la forma ἰδιοσυγκρασία /i-di-o-syn-kra-sí-aa/, ya documentada en el siglo II de la Era (al menos) con el significado de "temperamento peculiar de un individuo". Todo es mezclar, poner en su punto.
Si algún lector ha llegado hasta aquí quizá se pregunte qué tiene todo esto que ver con la botánica. ¡Por favor! ¿Quién puede sostener que la temperatura y la botánica no tengan estrecha relación? ¿Y acaso no nos han llevado nuestras cavilaciones a la pintura al óleo, este insigne derivado del Linum usitatissimum?
En fin, confesaré que al comenzar a escribir pensaba que no faltarían voces botánicas emparentadas con temperare. Ahora sospecho que me he equivocado. Al menos no las he encontrado. Quizá nos salven, ya que filológicos meandros nos han conducido a ellos, miscere y μείγνυμι: del primero tenemos el participio mixtus "mezclado" que se encuentra en binomios botánicos (Carex mixta, Hieracium mixtum, y también mixtiforme, Nepenthes mixta y al menos una Pedicularis, una Saxifraga, cuatro o cinco más).
En castellano tenemos un doblete derivado de mixtus: al latinismo mixto (con el significado del original y algunos más añadidos, v.g. "cerilla") se contrapone la forma vulgar mesto, que he oído a mis botánicos favoritos aplicar a mestizos del reino vegetal (mestizo es un derivado de mesto, claro está). Eso nos llevaría al honrado concejo de la Mesta, a los mostrencos, y a los mustang que corretean por las praderas de Arizona, pero dejemos por ahora ese ramal.
En cuanto a μείγνυμι, o μίγνυμι, se me ocurre apomixis, palabra cuyo significado no me atrevo a dar aquí: sólo diré que la palabra no es clásica, que yo sepa, y está formada con μίξις /mí-xis/ "acción de mezclar" (ésta sí es clásica) y el prefijo ἀπό /a-pó/, de separación o alejamiento: significaría algo así como "mezcla con separación" o "mezcla a distancia". En el diccionario de botánica de Font Quer podrá el lector encontrar muchas palabras que empiezan por mix-, si bien la mayoría no tienen que ver con μίξις "mezcla" (que en latín se escribiría mix-), sino con μύξα /mýk-sa/ "moco" (que en latín se escribiría myx-).
Y para concluir, y puesto que hablamos de mezclar, esta idea siempre ha tenido su vertiente sexual (¿cuál no, al fin y al cabo?), y no menos el temperare latino que el castellano templar: en cierta novelita cubana, titulada Mirando espero (me la regaló el autor, Justo Vasco, conmovido por mi arroz a la paella), alguien se tiempla a la vocalista; y ahí, en el español caribeño, tenemos oportunidad de ver el diptongo IE en el lugar que le corresponde, el de la E breve tónica latina.
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