domingo, 21 de julio de 2019

Géneros imperiales

Se encuentra uno a veces con biografías fascinantes, tal vez por lo aventurero, tal vez por lo dramático, no pocas por lo ridículo.  Todo se mezcla y acelera en esos momentos críticos de la historia que llamamos revolución.  Entretenido en buscar fitónimos honorarios he caído en las vidas de varios de los botánicos que vivieron a finales del siglo XVIII y les tocó, por tanto, para bien o para mal, sufrir los avatares de la gran revolución francesa.

Fue el primero de ellos Ambrosio Palisot de Beauvois, que en mi biblioteca aparece como estudioso de los insectos y la flora africanos y creador del género Napoleonaea.  Su historia es bien curiosa.

Ambrose Marie Joseph Palisot de Beauvois nació en Arras en el seno de una familia de la nobleza menor, pero su talento le llevó pronto a la abogacía del Parlamento de París (en el antiguo régimen el Parlamento era un tribunal superior de justicia: sólo cuatro en toda Francia) y al cargo de receveur général, una especie de inspector de hacienda de alto rango.  Nacer barón y ser inspector de Hacienda es mala idea cuando se prepara una revolución.  (Algo similar era Antonio Lavoisier, y al padre de la Química le costó el cuello.)

Lo que salvó el pellejo del barón de Beauvois fue su particular camino de Damasco: de pronto descubrió la biología ("historia natural", se decía entonces) y mudó el rumbo de su vida.  Para cuando empezaron a cortarse cuellos de nobles y recaudadores de impuestos él estaba en América.  Había comenzado por viajar a África, en 1786, para estudiar, entre otras cosas, la naturaleza de la actual república de Dahomey: allí formó una gran colección con plantas e insectos de Benín y Oware.  Luego viajó a la isla de Santo Domingo, donde llegó a ser miembro del consejo regente de Haití.

Pero el que nace con el paso cambiado tiene mal arreglo.  En Haití Palisot de Beauvois combatió enérgicamente el abolicionismo, convencido (y no le faltaba razón) de que era una estrategia de los ingleses para hundir la economía francesa de la isla.  Pero su postura no podía ser más inoportuna, pues justo en esos días estaba Francia promulgando la igualdad de razas (1792), y en la isla estalla la revolución antiesclavista encabezada por el general Toussaint-Louverture.

Escapado por los pelos a la muerte al comienzo de la rebelión contra los negreros, Palisot se ve en Estados Unidos, en Filadelfia, proscrito por la revolución, con sus papeles y colecciones perdidos y él mismo, reducido a la indigencia, convertido en artista de circo para sobrevivir.  Sin embargo, su vocación persiste, y con ayuda del embajador francés organiza una expedición naturalística a la tierra de los cheroquis.

Pero en Francia, mientras tanto, las cosas están cambiando: el petit caporal se ha convertido en el primer cónsul, y de primer cónsul está subiendo a emperador a paso de carga.  Por de pronto, restablece la esclavitud en las colonias (ley de 20 de mayo de 1802) y retira la nacionalidad francesa a los negros (ley de 17 de julio de 1802).  Yo creo que Beethoven no se enteró de esto, porque para romper la dedicatoria de su tercera sinfonía esperó a diciembre de 1804, cuando el pequeño militar, en esa misma catedral de París que acaba de arder no hace mucho, quitó la corona de las manos de Pío VII para calzársela en su propio cráneo.

Esclavista rehabilitado, Beauvois regresa a la patria y comienza en París la edición de su Flore d'Oware et de Bénin, un trabajo hercúleo que sólo concluirá en 1820, el año de su muerte.  Ahora está tan contento: ser barón ya no es un crimen, y los mariscales del imperio empiezan a ser archiduques y marqueses.  Conmovido, Palisot de Beauvois dedica al gran corso una planta tropical africana de hermosas flores redondas, la bautiza Napoleonaea imperialis, y para difundir su delicado gesto publica, coincidiendo con la coronación de Bonaparte, una plaquette con la imagen de la planta y una sentida dedicatoria al nuevo amo de Francia.

Pero la historia estaba decidida a no poner las cosas fáciles al barón de Beauvois.  Me faltan datos del botánico en el último período de su vida, pero sospecho que este antiguo miembro de la petite noblesse (y miembro de la vieja noblesse de robe) tuvo tiempo, con la restauración de los Borbones, de arrepentirse de su gesto delicado y de sus simpatías napoleónicas.  Para cuando publica, en 1819, el tomo de su Flore de Bénin donde aparece la Napoleonaea imperialis (ahora rotulada Napoleona), reina en Francia el hermano del decapitado Luis XVI, y el rencor inglés ha condenado al emperador a pudrirse en el islote atlántico de Santa Elena.  Una vez más, Beauvois es inoportuno.  Para la nueva edición utiliza la vieja plancha con que imprimió la plaquette de 1804, pero se toma la molestia de borrar la vieja dedicatoria.  Hombre escarmentado.

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