Desde el punto de vista de las lenguas clásicas, la expresión "lengua muerta" es absurda. Pocas lenguas hay más vivas que el griego, que colea no sólo en Salónica o en Patrás, sino en todo el mundo a través de los helenismos en el resto de lenguas, muchas no tan vivas.
Es normal que alguien ajeno a la filología ignore cuántas palabras debemos al griego; lo malo es que lo ignoren los profesores. En español solemos reconocer ciertos helenismos de raíz evidente: anécdota, catálogo, democracia, parábola... (las compartimos con otros idiomas; y además, se prestan a lucimiento: "cataclismo viene de cata y clismo"; "metatarso viene de meta y tarso", &c). Pero nuestra lengua tiene muchísimos más que los comenzados por peri- o acabados en -logía. ¿O acaso no son griegas aire, cara, cristal, cuerda, eco, giro, golfo, pasmo, tío, por decir unas pocas voces de lo más corriente?
En cada idioma, las palabras se camuflan fácilmente y enseguida pasan por vernáculas. Por ejemplo, es fácil reconocer el griego en las palabras acabadas en -sis (como análisis, crisis, dosis, énfasis, hipótesis, metamorfosis, prótesis...: la lista completa es demasiado larga), pero incluso éstas, a menudo, se disfrazan de modestos términos patrimoniales: base oculta el griego basis; la "aparición" o fasis la tenemos hecha fase; la frasis (como decían nuestros tatarabuelos en tiempos de Lope) se ha convertido en nuestra frase (aunque la forma original se conserva en antífrasis, perífrasis y demás). A veces las palabras griegas se camuflan tan bien que uno las daría incluso por árabes, como me pasó con almorrana, que la tuve por tal hasta que se me ocurrió buscar su etimología, puro griego: haemorrheuma o "flujo de sangre" (pariente del reuma o "flujo", que nos ha dado por acentuar re-ú-ma, igual que hacen los de la tele con palía y con evacúa).
Ya que los menciono, encuentro en botánica unos cuantos términos en -sis, todos (por lo que sé) derivados de la voz ὄψις /óp-sis/ "apariencia", con la misma raíz que óptica. Así tenemos los géneros Arabidopsis ("aspecto de arábide"), Lycopsis ("aspecto de lobo"), Leucanthemopsis ("con pinta de leucántemo"), Oryzopsis ("parecido al arroz").
Las palabras en -opsis vendrían a ser, pues, más o menos sinónimas (en cuanto al segundo componente) de las terminadas en -eido, -oide u -oideo, todas ellas derivadas (así se suele decir) del griego εἶδος /éi-dos/ "vista" o "apariencia" (con la raíz de nuestro verbo ver y de la voz griega idea o ἰδέα, cuyo significado antes de Platón fue simplemente "aspecto", "apariencia"); así hay en español antropoide, espermatozoide o helicoide, y en botánica Centaurea centauroides (sinónimo, creo, de la C salonitana), Armeria bupleuroides (o A arenaria), Ficaria ranunculoides (o Ranunculus ficaria) y muchos más con igual terminación (thalictroides, blitoides, &c); y con la terminación -oideus he encontrado en femenino Matricaria discoidea, Lobelia thapsoidea, Silene conoidea y unas pocas más; y en neutro el Sempervivum arachnoideum y el Sisarum sisaroideum (y ninguna forma en masculino).
No toda palabra acabada en -sis es griega, claro; hay que sustraer sobre todo los gentilicios formados con el sufijo latino -ensis (-ensis para masculino o femenino, -ense para el género neutro), abundantes en nomenclatura botánica. De una ojeada me parece ver que arvensis gana por amplia mayoría (arvum significa "campo cultivado"); hay también mucho pratensis (pratum "prado") y hortensis (hortum "jardín"); los demás son, bien gentilicios más o menos clásicos (bigerrensis o "de Bigorra", olissiponensis u olyssiponensis u ollissiponensis (que de todas estas formas la encuentro escrita) o "de Lisboa", ruscinonensis o "de Perpiñán"), bien gentilicios obtenidos a partir de toponimia moderna: cazorlensis o "de Cazorla" (castulonensis hubiera quedado más clásico --y se hubiera entendido menos), guarensis o "de Guara", javalambrensis o "de Javalambre".
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