lunes, 22 de marzo de 2021

Amarillo III


Se admite sin discusión que el oro es amarillo; yo no llamaría "amarillo" a ese color verde sucio, pero no discutiré con Quevedo:  "Madre, yo al oro me humillo, él es mi amante y mi amado, pues, de puro enamorado, de contino anda amarillo".  Para definir "amarillo", en el DRAE se lee:  "De color semejante al oro, a la retama, etc."; penosa definición, para mi gusto, aunque reconozco que no es fácil decir un color con palabras.  Pero podían haber aprendido algo de María Moliner, en cuyo artículo demuestra más sindéresis que los académicos: "el que está en tercer lugar en el espectro solar", escribió la filóloga aragonesa.

Para estilo inductivo, me cae mejor la definición de amarelo de don Cándido de Figueiredo: Que tem a cor do oiro, do enxofre, do açafrâo, do gengibre, da casca da limâo.  ¡Qué linda enumeración!  Y dale con que el oiro es amarelo.  Pero lo que más me llama la atención es que no he encontrado alusión alguna a la yema de huevo, a pesar de que en tantos idiomas "amarillo" y "yema" son sinónimos (luteum, jaune, etc.).  Mucho más amarilla es que el oro, creo yo.

En cualquier caso, hay que advertir que nuestro metal simboliza el valor o, si se quiere, el precio elevado.  Cuando se dice de algo que es de oro, no necesariamente se habla de color: el siglo de Quevedo se llama de oro, sin duda no por su cromatismo: asignar metales a las épocas viene ya de Hesíodo.  Si un vegetal es áureo, quizá lo es por su exquisitez, o por sus virtudes medicinales, y no por el color de sus raíces o de su fruto.

Por ejemplo, ¿por qué se bautizó malum aureum "manzana de oro" al fruto del Citrus aurantium, o naranjo amargo?  El nombre parece aludir al fruto del jardín de las Hespérides, y según Mendes Ferrâo (A aventura das plantas, 2005) así fueron consideradas las naranjas al principio, como los áureos frutos que el dragón vigila.  No encuentro confirmación de este hecho más que en el diccionario portugués, donde se llama hesperídeas a las plantas da laranjeiro, do limoeiro &c.

Sea que indique color, sea que implique valía, el adjetivo aureus "de oro" aparece en femenino en la Bidens aurea, en la Malabaila aurea (una umbelífera que según algunos es el σέσελι de Teofrasto), en la Matricaria aurea (a la que Font Quer llama "matricaria fina"), y en la Potentilla aurea.  La forma masculina está en el Hyoscyamus aureus L (el ἀκόνιτον de Teofrasto, según algunos) y en el Phaseolus aureus.  En neutro, por fin, encuentro el Chaerophyllum aureum, el Trifolium aureum, y el Teucrium polium ssp aureum.

Aureus se combina en la Festuca montis-aurea ("dorada de monte", si eso significa algo) y en la Solidago virga-aurea (o virgaurea: "vara dorada"; y aquí también hay una referencia mitológica cuyo locus classicus está en el libro VI de la Eneida y que sirvió para titular el célebre ensayo sobre mitología de Frazer The golden bough).

Tampoco podemos olvidar que al tomate se lo llamó pomum aureum "manzana de oro"; esta denominación hizo fortuna en italiano, que lo llama todavía pomodoro.

No podemos cerrar el capítulo áureo sin mencionar el Asplenium ceterach, al que se llama doradilla (y también en francés doradille).  Yo diría que es el color, en este caso, tan característico del helecho en su fase semiseca, lo que justifica ese nombre.


Paso ahora a gualda, una forma de decir "amarillo" que, aunque apenas se oía más que en castrenses alusiones a la bandera española, no se limita a ese empleo, como hemos visto en relación con el Acanthis flavirostris, cuyo específico se traduce literalmente piquigualdo.

La guía de Polunin (mi primera compañía en batidas botánicas) llama gualda a la Reseda luteola (luteola, esto es, "amarillita").  Pero yo tengo para mí que el nombre debió de designar en origen una crucífera, la isátide de teñir (Isatis tinctoria), que en francés llaman guède o pastel des teinturiers e hizo la fortuna de varias familias en el Midi (entre ellas la que construyó en Tolosa de Francia el hotel d'Assezat).  La palabra guède, en picardo waide, parece ser de origen germánico (en alemán moderno la isátide se llama Waid).  Ahora bien, el color que se extraía de la isátide era azul, mientras que de la reseda salía amarillo.


Dejo de examinar muchas variantes latinas de "amarillo" (buxeus, cerinus, helvus o helvius &c), de escaso rendimiento en nomenclatura científica, para terminar con el adjetivo galbus galba galbum que, como se verá, tiene un interés especial para las lenguas romances.

Hay un pájaro que bien podría servir, por lo menos el macho en sus buenos momentos, para definir el amarillo: la oropéndola.  Con ese nombre (que no tiene nada de vulgar en el sentido de la gramática histórica, baste notar la esdrújula) volvemos al oro, pues oropéndola significa "pluma de oro" (pennula es el diminutivo de penna "pluma", y da en español culto o semiculto péñola o péndola: por eso a los escribanos se los llama pendolistas).

Pues bien, en latín la oropéndola se dijo galbulus "amarillito" (diminutivo de galbus).  Marcial coloca la galbina ales "ave amarilla" entre los xenia (xiii, 68) como regalo aceptable para la buena sociedad romana:  Galbina decipitur calamis et retibus ales, / turget adhuc viridi cum rudis uva mero  "Se caza el ave amarilla con redes y cañas cuando aún la uva inmadura está hinchada de vino verde".

Luego en zoología fue llamada Oriolus galbulus, y ahora, creo, Oriolus oriolus.  ¿No es oriolus un nombre curioso?  Claro que no es latín clásico.  Como ya señalé para Merendera, sospecho que aquí el latín científico ha tomado una vez más una voz romance, quizá catalana u occitana, pues en esos idiomas oriol es resultado natural del adjetivo aureolus, diminutivo de aureus (de donde el antropónimo Oriol, variante de Auréolo, y quizá también el nombre de la peña Oroel, junto a Jaca).

Ahora, veamos, ¿cómo se llama la oropéndola en griego?  Pues ἴκτερος /ík-te-ros/, palabra que también significa "ictericia", y es étimo de la voz castellana.  Admirable: de nuevo se juntan el amarillo y la bilis.  (Ese nombre griego de la oropéndola ha venido bien a los ornitólogos para bautizar a un ave muy parecida de color, pero de género distinto, la Icterus galbula u oropéndola de Baltimore.)

De galbus proviene también, creo, el específico de la Ferula galbaniflua, que debe de significar lo mismo que xanthorrhoea, si bien a la latina (fluo "fluir"): ¿exuda esa férula algún líquido jalde?


Por último, de los derivados de galbus quiero fijarme en galbinus, el adjetivo que Marcial daba a la oropéndola.  El interés de galbinus radica en ser étimo de los "amarillos" francés e italiano (jaune y giallo respectivamente) y de ese jalde que he usado hace poco y es una forma legítima de decir en castellano "amarillo", aunque lo usemos ahora menos que nuestro sabio abuelo Alfonso X.

Pues bien, galbus y galbinus contienen, al decir de algunos entendidos, la raíz indoeuropea *ghel-, reconocible sin duda no sólo en el latín helvus y en el griego χλωρός, sino también (agárrese a la silla) en χολή "bilis" (nueva conexión entre lo amarillo y lo amargo).  Y la raíz *ghel- se da en general por origen del alemán gelb (el "amarillo" teutón) y en el inglés yellow (el "amarillo" británico).

¿Qué significó la raíz *ghel-?  Pues parece que albergó simultáneamente la idea de "brillante", y la de "bilis".  Con lo que hete aquí una vez más (que sea la última por hoy) unidos la secreción hepática y el color que estudiamos, igual que en el francés jaunisse o en la propia palabra amarillo.


Añado arriba una imagen del Scolymus hispanicus, un cardo cuya flor, si bien algo pálida en esa foto, tiene uno de los amarillos más hermosos que conozco.

2 comentarios:

  1. Excelente derrota y navegación. Muchas gracias.
    ¿Es posible que 'oriol' tenga origen onomatopéyico?

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  2. Pues como posible, es posible. El ritmo de "oriol" se ajusta al par de anapestos que son el reclamo de la oropéndola (por las Cinco Villas de Aragón lo llaman "dorotín doroteo" --oriol, dorotín: el mismo ritmo--, y también he oído "martín tolero" y otras formas, todas probablemente onomatopéyicas). Ahora bien, oriol es el resultado "natural" de aureolum, esto es, lo que resulta de aplicar un par de reglas fonéticas básicas: ello excluye automáticamente (quizá de modo injusto) la hipótesis de la onomatopeya. Aureus y Aureolus eran al parecer nombres bastante usuales en la península, lo que explica la frecuencia de topónimos como Orio, Oria, Oriola, Orihuela (con diptongación de la O breve), etc., todas ellas, parece ser, derivaciones de aurum.
    Estos días estoy bastante ocupado así que avizoro publicar una descarada traducción de tu artículo sobre muscari: no tengo tiempo ni nada a que agarrarme...

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