lunes, 28 de abril de 2025

De frutos y frútices

 La palabra fruticosus se presta a confusión, me parece a mí, y una conversación de ayer me lo confirma de nuevo.  Parece natural relacionar fruticosus con fruto pero es un error, por frecuente que sea.  Fruto representa la voz latina fructus (que significa "fruto"), mientras que fruticosus deriva de frutex, que significa "arbusto" y nada tiene que ver con aquella.

Es muy curiosa la palabra castellana fruto.  El grupo -CT- latino debería haber evolucionado a -CH- castellana (como en dictum, noctem, octo).  Sin embargo esa -C- implosiva (que conservamos en los cultismos, por ejemplo en fructífero o en infructuoso) ha caído sin más, rareza que sólo cabe explicar como resultado de una pronunciación afectada.  Américo Castro supuso que era un producto de la jerga eclesiástica, donde se llamó fruto al diezmo.  Es muy de creer.  Si hubiera predominado la pronunciación popular, sin interferencia de sotanas, no diríamos ahora fruto, sino frucho, con la evolución regular de fructu (y esto no es fonética ficción, pues frucho se lee en Berceo).

Fructus a su vez contiene la raíz del verbo fruor "disfrutar" (lo mismo que fruitio "disfrute", "fruición", o frugalis, étimo del castellano frugal, o frumentum, que en francés da froment "trigo").

En mi época de charlas en latín por la red, los amigos estadounidenses solían hablar (bastante mal) de su presidente, al que llamaban Frutex.  No era un insulto (aunque al presidente de entonces le daban fama de tonto): frutex es sólo la versión latina del inglés bush "arbusto" (y apellido del encausado).  (Ya sé que los apellidos no se deben traducir; pero esta es regla para traductores: nosotros no éramos traductores, solamente filólogos divirtiéndose con el nuevo juguetito: internet.)

Frutex, pues, significa "arbusto", y con ese significado se usa ese latinismo en botánica, también en la forma castellanizada frútice.  Ahora bien, ¿qué significa en latín fruticosus, exactamente?  Pues dos cosas: o bien "lleno de renuevos", o bien "lleno de arbustos"; pero, como señala Font Quer en su diccionario, "los botánicos no han empleado este término en tal sentido", sino en el de "arbustivo", esto es "semejante a un arbusto" (y en particular, deduzco yo, "lignificado" o "parcialmente lignificado").

La nomenclatura botánica contiene una serie de adjetivos emparentados con frutex, y yo no he sabido encontrarles la diferencia.  Para mí que son más o menos sinónimos de fruticosus.  Éste lo tenemos, por ejemplo, en el Dianthus fruticosus o en la Lithodora fruticosa, cuyas flores azules brillan ahora en las sedientas colinas de mi entorno.  Luego está la variante fruticulosus (que no encuentro en latín clásico), como en la Sideritis fruticulosa o en la Matthiola fruticulosa, también ahora en flor junto a la hierba de las siete sangrías.

¿Qué diferencia hay entre los anteriores y fruticescens /fru-ti-kés-kens/?  En latín fruticéscere significa "llenarse de renuevos", pero sospecho que no es ese el sentido adecuado al Galium fruticescens o al Bupleurum fruticescens.  Por cierto que hay también Bupleurum fruticosum.

¿Y fruticans?  Hay Jasminum fruticans, hay Veronica fruticans (y también Veronica fruticulosa).  Según los diccionarios fruticare es intransitivo y significa "echar renuevos"; pero una vez más no me parece que deba darse ese sentido al participio fruticante en su uso botánico.  Por cierto que el diccionario de Font Quer, que define fruticoso y fruticuloso (cuasi sinónimos), omite fruticante y fruticescente (correspondientes a las formas latinas de estos últimos párrafos).

Luego tenemos la forma suffruticosus, que sólo existe en latín botánico que yo sepa, y que apenas añade un matiz diminutivo al sentido de fruticosus.  Font define sufrútice como "planta semejante a un arbusto, generalmente pequeña y sólo lignificada en la base".  Anteayer ya vi alguna flor blanca del Linum suffruticosum, que dentro de un par de semanas nevará los oteros donde ahora florece el alhelí triste.

En resumidas cuentas, fruticosus nada tiene que ver con fruto, sí con arbusto y, me permito añadir, con lignificación.  Pero es forma tan propensa a confusión que el propio Corominas, o más probablemente algún ayudante despistado, ha metido la pata al incluir bajo la voz frútice la palabra infrutescencia en el gran diccionario etimológico.  Es un claro error, porque infrutescencia (que tiene variante más culta: infructescencia) sí tiene que ver con fructus "fruto", y nada con frutex "arbusto".  El mentado Diccionario de botánica nos informa de que la voz latina infructescentia (con la -CT- de fructus, por supuesto) la creó para el latín botánico Germain de Saint Pierre, con el fin de suceder a inflorescentia, inadecuada ya, una vez madurados los carpelos.

¿Y de dónde viene, en fin, la voz frutex?  Pues hay varias hipótesis, claro es, pero no encuentro ninguna utilidad en repasarlas.  Quod nescis, nescis.  Dejemos la última palabra al sabio diccionario de Ernout-Meillet-André: aucun rapprochement sûr.

miércoles, 23 de abril de 2025

El derecho a la pereza

 Me había propuesto escribir hoy sobre no sé qué, pero me he levantado perezoso y con ganas más bien de echarme al monte, en este día radiante, tras tantos nublados y pasados por agua.  Además, llevo casi tres semanas sin conexión con el mundo, quiero decir con esta red electrónica que llaman internet (ahora tengo fibra óptica, ojo al parche) y me he desacostumbrado de estas páginas y de aventar en ellas mis ocurrencias; se me hace cuesta arriba uncirme al carro.

Cosa curiosa, la falta de conexión no me ha afectado, salvo en un aspecto: hacía meses no buscaba otras páginas y, justo cuando no puedo, me acuerdo de las maravillas que podría consultar, de momento inaccesibles.  Así que apenas vuelve la línea me lanzo a ello, y empleo casi un día entero en leer a otros amigos de la red, indecentemente abandonados.  ¡Qué hermosas cosas se publican!  El diario de Romà Rigol, por ejemplo, qué rico no sólo en finas observaciones naturales, sino también en sabias reflexiones, y aun en elegantes epifonemas:  Cal aturar-se.  Passar és una forma de fracàs.  ¡Ay!  ¡Cuán cierto!  Aunque qué otra cosa somos, sino efímeros pasajeros.

Últimamente ha crecido el número de visitantes de Latín y botánica.  No por presunción, sino porque es verdad, aseguro que me bastaría con un lector o un par de ellos (y a poder ser no muy atentos).  El que muchos lean, sin duda más entendidos, más es freno que acicate.  Gracias, en cualquier caso, a todos los visitantes.  Claro que quizá, en lugar de este agradecimiento formal, debería aportar algo de sustancia...   Ay, pero si uno se levanta vago, no hay tu tía...

Hala, al monte.

¡Y qué monte!  ¡Qué exuberancia!  Sangüisorbas grandes como alcachofas, llantenes hasta la cintura, estipas que agitan al viento sus espigas plateadas, como agujas de luz.  Cielo azul, sin una nube.  Y al fondo, un Moncayo glorioso, ¡con mucha nieve aún, lo nunca visto a finales de abril, en este balbuciente milenio!

Recorro unos cerros cercanos a la Ciesma, aterrazados de tiempo inmemorial, aunque la mayoría de las hazas chicas las abandona ahora el agricultor y las ocupa la flora silvestre; los oscuros trigales sólo campan donde se explaya la máquina en extensión acomodada a su tamaño.

¡Qué contento está el vegetal!  Me parece que incluso los pálidos alhelíes de Mattioli están más subidos de color, y en lugar de cárdenos grises ostentan unos tonos vinosos, casi alegres.  A su lado, los astrágalos extienden radialmente sus espigas rosa y carmín.  Rabanizas, amarilleras, pequeños heliántemos amarillos, muscaris...  Me entretengo en recordar sus nombres, que vienen cuando quieren, o no vienen.

La pista agrícola se corta de pronto: la han arado, uniendo los campos que la flanqueaban.  Obligado a pisotear el trigal, o a lanzarme por la ladera, tomo la segunda opción y desciendo por los rellanos y taludes que hacen de este otero una escalera.  En uno de ellos los glaucios cornudos compiten con los adónides a cuál ostenta más regio color bermejo.  Algún ejemplar, adelantado a sus contemporáneos, ya es todo cuernos, algunos de casi veinte centímetros.

Una finca extensa y plana, pero de mal acceso para el tractor, se ha convertido en denso tomillar, sobre el que tienden un manto de rumor miles de abejas.  Tomo una ramilla florida con tan mal acierto que una de estas laboriosas se enemista y me pica en la frente.

Abajo, por la vaguada, corre la pista principal; a su vera, donde no hay trigo, pululan, como siempre, esas crucíferas erucoides que aquí llaman albianas, sin duda por nevar los campos, cuando proliferan sin competencia.  Sus flores también las visitan las zumbadoras abejas: de cierta distancia ya huele a miel.  También la cuscuta está contenta, cubriendo acá y allá a sus víctimas.  Las candileras, muy altas, tiran ya los capullos: se ve que no piensan aguardar a sanjuán para desplegar sus bostezos amarillos.

Siguiendo la pista llegaría a la carretera y en dos o tres quilómetros alcanzaría por ella el paradero del coche.  Pero, por no pisar asfalto, sigo otra pista que asciende por la loma, aunque es poco prometedora (tiene mucha hierba, y no de la que gusta ser pisada).  En efecto, pronto se pierde y me veo obligado a trepar por un terreno de roca.  Con placer, porque no abunda, encuentro un corro de teucrio algodonoso.

Arriba llego a un amplísimo trigal: hay que bordearlo.  Me pica la frente.  Me ha salido un bulto notable: por culpa de la abeja soy ahora mas corniculatus que el glaucio, y no sé si igual de colorado.  Al ver correr un corzo, ladrando, caigo en la cuenta de que no he visto animal ninguno en todo el recorrido, excepto pájaros e insectos.  ¿Dónde están los humanos?  ¿Estarán quizá celebrando a Jorge, el sauróctono?  ¿O con el transistor en la oreja, oyendo el discurso de Pombo?

Cuando llego al coche repaso lo visto.  Ni una orquídea.  No habré mirado bien.

Ya conduciendo de regreso compruebo que la humanidad no se ha extinguido: una docena de ciclistas pedalea sin parar de darle a la húmeda.  ¡Qué tertulia sobre ruedas!  Visten elegantes conjuntos de colorines, gafas marcianas, cascos aerodinámicos.  Si no es la serpiente multicolor, al menos una lagartija policroma y charlatana.