Hace poco pasé unos días en Segovia, una de las poblaciones más agraciadas por la naturaleza y por la historia, y no dejé de saludar al acueducto, de recorrer sus hermosos templos, y de pasear las deliciosas orillas de Eresma y de Clamores. Pero como ahora me han nombrado fitofilólogo (y yo me tomo muy en serio los títulos, en especial los honoríficos), a las habituales visitas he añadido esta vez una de cortesía a la casa del más ilustre segoviano, y santo patrón de los fitofilólogos, el doctor Andrés Laguna.
En efecto, Segovia, que hace unas décadas apenas se acordaba de este médico de papas y emperadores, honra hoy su memoria con una estatua (si ésa es honra, según son algunas de mediocres, tirando a deplorables) y muestra una de las viejas casas de la ciudad como cuna de nuestro doctor ilustre. La casa tiene su encanto, y merece la visita.
El atractivo de Laguna radica, para mi gusto, no ya en su ciencia botánica, sólida y vasta, sino en gran parte en el placer que proporciona su escritura, siempre interesante y vívida, llena de experiencia. Así, ya en el prólogo de su traducción de Dioscórides ejemplifica el peligro de errar en la identificación de especies con lo que padeció "en Roma la desdichada Turqueta, muger harto conocida de aquella corte; porque como estando los días passados muy flaca de una fiebre continua, cierto médico de los más eminentes la ordenase la tal confección, para corroborarla el estómago y los vitales espíritus, al cual effecto es principalmente apropriada, luego la cuytadilla, en beviéndola, como si hobiera bebido algún rejalgar, o cualquier otro presentáneo veneno, con cien mil espasmos, vascas y paroxismos, dando a su criador el ánima, se despidió desta luz, no sin grande admiración y espanto de algunos médicos que a la sazón allí nos hallamos presentes..."
Mérito no menor del sabio botánico Pío Font Quer ha sido el haber apreciado la prosa de Laguna, y recogido en su Dioscórides renovado, sin extractar, sino con todo su natural y vigoroso aliento, muchas de las descripciones y anécdotas del segoviano; y aun pienso que aprendió de él no poco de la fuerza y plasticidad en la escritura.
Así, quien quiera leer por entero la historia de Turqueta no tiene más que abrir el Dioscórides del sabio catalán sub voce "tapsia". Y s.v. "higuera" encontrará una divertida anécdota, a propósito de la facilidad de digestión de los higos secos, ocurrida al marinero portugués Jorge Pérez en un tormentoso viaje en barco de Ruán a España, en que iba nuestro doctor de pasajero; graciosa anécdota que aprovecha Laguna para citar el dicho luso morra Marta, e morra farta, equivalente aproximado del castellano "de perdidos, al río".
Y no sólo anécdota jocosa, sino también prueba de racionalidad en asunto de brujería, nos la da el segoviano (y puede leerse en el Dioscórides de Font Quer s.v. "belladona") con los comentarios a propósito de una supuesta bruja, cuyos viajes y tratos diabólicos interpreta como fantasías inducidas por la droga; claro es que, de paso, narra el doctor una chusca historia de cuernos.
Copiaré aquí otro cuento, casi un chiste (en el estilo incruento de los chistes de galenos), que dice Laguna haber presenciado en Metz, donde fue médico durante cinco años, de junio de 1540 a junio de 1545. Allí tuvo que enfrentarse con un episodio de peste, en 1542; ese mismo año publicó en Estrasburgo su experiencia en un Compendium curationis praecautionisque morbi passim populariterque grassantis, que él mismo tradujo en buen castellano unos años después como Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia.
Pues bien, "en cierta botica de Mets, residiendo yo en aquella ciudad, fue ordenada una medicina que llevaba cantáridas, para cierto novio impotente; y juntamente otra de cañafístola, para refrescar el hígado y los riñones del guardián de la orden de san Francisco, febricitante. Y aconteció que, trastrocándose los brebajes por yerro, el novio (el cual bebió la del fraile) pusiese aquella noche del lodo, y aun peor, la cama y la novia; y el fraile por otra parte, que tomó la del novio, anduviesse por todo el convento, como podéis bien pensar, hecho un endemoniado, que no bastaban pozos, ni aljibes, ni estanques, para le resfriar".
Un cuento blanco, propio de médicos: algo marrano, ligeramente obsceno, blandamente anticlerical, simpático en suma.
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