domingo, 13 de octubre de 2024

Andrés Laguna II

Mucho conservamos de Laguna, pero lo que más me gustaría tener en la mano es una carta autógrafa que conserva (espero) el archivo de Simancas: escrita en Augsburgo, a 7 de julio de 1554, en ella, con humor, narra al embajador cesáreo en Venecia, Francisco de Vargas, su actividad de botánico práctico, no interrumpida ni en el curso del viaje de Venecia a las orillas del Danubio:  "Me detuve cinco días en Trento, discurriendo como cabra por todas aquellas montañas, en las cuales hallé raros simples, y no poco importantes a la vida y a la salud humana.  Ayer, que fueron seis del presente, llegué a esta ciudad de Augusta..."

Quiso Marcel Bataillon demostrar, en su memorable ensayo sobre Erasmo y España, que había sido Andrés Laguna el autor del Viaje de Turquía.  Si lo consiguió o no, es, en mi opinión, asunto secundario, y bien puede mantenerse anónimo el relato de los peregrinos fugados de Constantinopla; para nuestros efectos, no se merma el mérito literario de Laguna con hallar otro autor para el Viaje.  Véase con qué gracia arremete, médico él, contra "ciertos infortunados que, con hacer professión de médicos, son tan ignorantes de la historia medicinal que si les preguntáis del myrobálano qué es, os dirán que cebolla albarrana: y con todo ello los veréis andar por las calles muy entonados, y llenos todos de anillos, como de tropheos de los tristes que derribaron": pasaje que preludia y anuncia las bromas contra médicos de nuestros clásicos del siglo áureo, lectores del segoviano.

Por no alargarme citando más páginas de Laguna, terminaré con un paso de su traducción de Dioscórides, en la epístola nuncupatoria a Felipe II, con una loa del idioma castellano y la prueba de su conciencia de traductor, "viendo que a todas las otras lenguas se había communicado este tan señalado author, salvo a la nuestra española, que o por nuestro descuido, o por alguna siniestra constelación, ha sido siempre la menos cultivada de todas, con ser ella la más capaz, civil, y fecunda de las vulgares".



¡Oh devoto botánico, oh botánica devota que visitas Segovia!  No olvides rendir culto a nuestro doctor, y visita piadoso su tumba, que está en la iglesia de san Miguel!  Sí, en la mismísima plaza mayor; sí, la mismísima donde Isabel de Trastamara fue proclamada reina en la santalucía de 1474.  Allí encontrarás la capilla cuya foto está en la última entrada, y con más detalle en ésta, volcadas las imágenes porque mejor leas la inscripción puesta por nuestro humanista, y veas el blasón que quiso lucir ante la posteridad.

Y, para que no aduzcas ignorancia de la lengua latina, ejerceré de destebrechador y romanzaré sus conceptos:  "Al mayor y mejor dios.  Al insigne médico doctor don Jacobo Fernández de Laguna, muy ilustre por su ciencia y su piedad, quien sin pausa esforzóse diligente, cuanto pudo, por llevar ayuda y auxilio a los segovianos, hasta que lo detuvo envidiosa muerte: sucumbió el 9 de mayo de 1541.  Su hijo Andrés Laguna, caballero de san Pedro y médico del sumo pontífice Julio III, vuelto de Italia tras la muerte de su indulgentísimo padre, puso esta capilla para sí y para los suyos, año de 1557".



Es el blasón un bajel con velas desplegadas, buena imagen del exiliado en este océano de la vida, caprichoso y sin horizonte.  Observa cómo la cimera, coronada con una imagen de peregrino jacobeo, corrobora el simbolismo odiseico (lo que sirvió a Bataillón, entre otras cosas, para sostener su autoría del viaje turco).

Como buen humanista de su tiempo, buen helenista como acredita su traducción de Dioscórides, Laguna escribe en las filacterias dos frases en el idioma de Ulises:  "Muéstrame el camino, señor" (salmo 25 6), y "Tu espíritu me guiará" (salmo 143 10).

Y, precioso remate, un hermosísimo dístico elegiaco resume su actitud ante la muerte.  No es original de Laguna (la idea está ya en la Antología palatina, y ha sido usada por otros en diversas formas); pero nuestro segoviano da con él muestra de gusto exquisito:

                                   Inveni portum.  Spes et Fortuna, valete.
                                         Nil michi vobiscum.  Ludite nunc alios.

"Llegué a puerto.  Esperanza y fortuna, adiós.  Nada tengo con vosotros.  Ahora, tomad el pelo a otros".

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