martes, 7 de agosto de 2018

Plátano II

Lo que no logro averiguar (el docto Corominas es en este punto escueto, casi negligente diría yo) es cómo el nombre del árbol de nuestros paseos, cómo la palabra clásica, plátano, se aplicó a un vegetal tan distinto como lo es el bananero.

El platanero lleva el nombre lineano de Musa paradisiaca, fitónimo con que el sueco creía honrar la memoria de Antonio Musa, médico personal de Augusto.  No obstante, he leído en alguna parte (no consigo recordar dónde) que el fitónimo Musa proviene del árabe, y que Lineo se equivocó al interpretarlo como nombre antiguo.  En cuanto al adjetivo paradisiaca, alude, al parecer, a la idea de que la primera mujer, una tal Eva, no mordió una manzana, sino un plátano.

El bananero tiene su origen en la India y el sudeste asiático; desciende al parecer de la especie silvestre llamada Musa acuminata.  Dicen los comentaristas de Teofrasto que el griego alude al banano en cierto párrafo de su Historia, pero ese par de líneas igual podría referirse al banano, me parece, que a cualquier otro frutal.  Ya en el siglo V de la era (tomo estas noticias de la red) se introdujo el bananero en África a través de Madagascar, y una centuria más tarde había alcanzado el Mediterráneo.

Parece mentira, pero a Canarias no llegó, al parecer, hasta el siglo XVI, traído de Guinea por mercantes portugueses: en el primer cuarto de ese siglo se aclimató en las Afortunadas.  Y de ahí fue llevado a América por las ínclitas razas ibéricas, sangre de Hispania fecunda, concretamente en 1516.  (Humboldt, sin embargo, tres siglos después, creyó que el banano era autóctono americano.)  Ocurriría por entonces, entre los siglos XV y XVI, supongo yo, y aunque no entiendo bien cómo ni por qué, la aplicación al bananero del nombre plátano.

Ya en la acepción frutal usa la palabra Gonzalo Fernández de Oviedo, quizá el primer observador de América con ojo científico, que describe el platanero como cosa exótica en su Sumario de Historia natural de las Indias:  "Hay asimismo unas plantas que los cristianos llaman plátanos, las cuales son altos como árboles y se hacen gruesos en el tronco como un grueso muslo de un hombre o algo más, y desde abajo arriba echa unas hojas longuísimas y muy anchas" (¿de ahí plátano quizá, siguiendo la idea de πλατύς?).  Oviedo publica su Sumario en 1526, así que Corominas no acierta al retrasar a 1554 la primera acepción de plátano en el sentido de "banano" o "bananero".

"Cada plátano" (ahora Oviedo describe el fruto) "es tan luengo como palmo y medio, y de la groseza de la muñeca de un brazo, poco más o menos.  [...]  Tienen una corteza no muy gruesa y fácil de romper, y de dentro todo es medula, que desollado o quitada la dicha corteza, parece un tuétano de una caña de vaca.  [...]  Estos plátanos los hay en todo tiempo del año, pero no son por su origen naturales de aquellas partes, porque de España fueron llevados los primeros y hanse multiplicado tanto que es cosa de maravilla ver la abundancia que hay de ellos en las islas y en Tierra Firme [...] y son muy mayores y mejores y de mejor sabor en aquellas partes que en aquestas".

Los peninsulares siguieron sin conocer otras bananas que las de América.  Lope de Vega se sirve de esta fruta como toque local en el canto V de la Dragontea, cuando Drake entra en Nombre de Dios y los españoles de Diego de Amaya se retiran cansados y hambrientos:

                                  Y habiendo todo el día sustentado
                                  a plátano por hombre, fruta indiana,
                                  en el río descansa, mas cansado
                                  de esperar el suceso y la mañana.

Dos siglos y medio después sigue siendo fruta desconocida entre los mesetarios.  En sus Memorias del tiempo viejo trae Zorrilla notas raciales extravagantes (¿cuáles no lo son?) de su estancia en las Antillas:  "Allí vi y admiré por primera vez el plátano, razón vegetal y palpable de la innata holgazanería de aquellas razas; cifra viva en la cual escribió la naturaleza el consejo de 'no trabajéis'.  [...]  Según el inmenso racimo va madurando, el tronco se va doblando hasta depositar [la fruta] suavemente en manos del hombre.  [...]  ¿Cómo ha de ser trabajadora la raza a quien pone dios el alimento entre los labios, sin más trabajo que el de comerle?"

En cambio, los ingleses empezaron a pirrarse por el plátano de Canarias desde fines del XIX, y tanto importaban a Londres que la capital llegó a tener un Canary Wharf "muelle canario".  Según la guía de Incafo, el plátano canario es de la especie (¿o variedad?) Musa cavendishii.  Ya sabemos cuánto apreciaron después el plátano los angloparlantes: hasta al lenguaje político ha llegado el plátano con las repúblicas bananeras.

En España, las cosas cambian en el Novecientos.  En su deliciosa Novela de un literato relata Rafael Cansinos su primer banquete de prensa, donde los gacetilleros se abalanzaban sobre la langosta con mahonesa, lujo gastronómico vedado para unos pobretes que malvivían en casas de huéspedes baratas.  "A la hora de los postres, todos se lanzaban preferentemente sobre los plátanos, ¡otro lujo entonces heliogabálico!"  Con el siglo XX empiezan a llegar los plátanos a Madrid...

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