sábado, 15 de febrero de 2020

La amante de la primavera



Durante el paseo, uno de estos días cálidos de febrero, reconozco a mis pies el brillo familiar de millones de florecillas blancas: son Erophila verna.  ¡Y pensar que hace cuatro o cinco años no había ni oído hablar de esta planta, tan abundante!  La conocí cuando di en perseguir Hornungia petraea: entonces me arrodillaba a menudo y sacaba sin pereza mi reluciente lupa, algo abandonada ahora.  Estas plantas chiquitillas exigen humillar la cerviz, aproximar el hocico al suelo: el premio son joyas como la violeta de Kitaibel, las delicadas eufrasias, la erófila o amante del buen tiempo.

Se comprende que pueda pasar desapercibido un vegetal tan minúsculo, que se apresura a brotar y completar su ciclo en pocos días, como si la vida le fuera en pasar inadvertido para la mayoría de los mortales: así florece, sobre suelos escasos y pobres que otras plantas rechazan, apenas cuatro gotas y un poco de luz y calor se lo permiten: con premura, pues, fabrica su semilla, único estadio algo duradero de este ser fugaz, y desaparece.

Sin embargo, pese a su fugacidad y tamaño diminuto, es capaz de adornar, con la abundancia de sus insignificantes rosetas, con la blancura de sus pétalos, las gravas más áridas, las sendas más arenosas, las más secas arcillas, que por unos días, o tal vez sólo por unas horas, se revisten del fino plumón de estas plantitas.

Como creo haber comentado en estas páginas, tiene más nombres botánicos de los que yo hubiera creído posibles para una sola planta, no digamos para una hierbecilla mínima como ésta.  No voy a volver a contarlos, pero en la Wikipedia castellana figuraban más de cien.  Quizá la abundancia de sinónimos le venga de la pluralidad de hallazgos (de la planta, digo, como nueva: en Flora Ibérica se describe como polimorfa, lo que abunda en la idea).

En cualquier caso, uno esperaría diminutivos en sus diversos bautizos (ahora que estoy entretenido con esas formas gramaticales).  Lo cierto es que en 1753, si no me falla la información, Lineo la llamó, secamente, Draba verna.  De Candolle, luego, identificó varias especies, pues veo que bajo su autoridad corren varios nombres: Erophila vulgaris, E americana, E muscosa.  El único que recurrió al diminutivo, me parece, fue Bubani, enternecido sin duda por su modestia y pequeñez: Drabella verna.  Drabella es, sin duda, diminutivo de Draba.

Ahora bien, ¿de dónde ese nombre, Draba?  No encuentro esa voz en latín clásico, aunque sí está δράβη /drá-bee/ en el griego de Dioscórides.  Nadie parece saber a qué planta exactamente se refiere el médico griego.

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