martes, 2 de septiembre de 2025

Los pelillos del pubis

Hay en latín dos pubes, ambas idénticas, de vocales largas.  La primera de ellas (pubes pubis) designa los pelillos que, con la edad y la revolución hormonal, nacen en el bajo vientre; y también, por metonimia, se llama pubes a la región misma que a su tiempo cubren esos pelillos, esto es, lo que el castellano llama pubis.  Nadie dudará de que tales pelillos representan un acontecimiento para el individuo; quizá no se advierta tanto su trascendencia política.

El moderno cromañón, olvidado de su pasado, no repara, en general, en las dificultades del calendario: en qué moderna cocina no cuelga el del pastelero o el bancario de quien somos clientes o víctimas.  Pero hace un par de milenios lo normal era no saber ni en qué día habías nacido ni qué exacta edad tenías.  He aquí por qué los pelillos del pubis adquieren importancia social: la pubertad anuncia, canta, visiblemente proclama el comienzo de la vida adulta.

Pues la otra pubes (pubes púberis o, por extensión del rotacismo, puber púberis), cuya relación con la primera es indudable, designa precisamente esa edad crítica en la que el niño o la niña empiezan a dejar de serlo y comienzan su andadura como ciudadanos: la pubertad.  Pubes, dice el glosista, puer qui iam generare potest "pubes es el niño que ya puede engendrar" (y especifica la edad: is incipit ab annis xiv, femina viripotens a xii "comienza a los 14 años; la mujer recibe varón a los 12").

Pero no nos engañe ese puer del glosista: pubes puede traducirse por "adolescente", pero más aún por "adulto", y en Plauto (Pseudolus 125s) es prácticamente sinónimo de populus (no por casualidad ambas voces abren y cierran el verso):

                            Nunc ne quis dictum sibi neget, dico omnibus,
                            pube praesenti in contione; omni poplo,
                            omnibus amicis notisque edico meis...

"Ahora, para que nadie se haga de nuevas, a todos lo digo, ante la gente reunida en asamblea: a todo el pueblo, a todos mis amigos y conocidos lo proclamo..."

Así, pues, el fenómeno fisiológico que une pubis, púber, puberal, pubertad, se transforma en publicus.  Es bastante dudoso que populus (un probable préstamo toscano) contenga la raíz de pubes; pero hay pocas dudas de que el adjetivo publicus, evidentemente ligado a populus, haya sufrido, como mínimo, en su forma clásica, la influencia de pubes.

El verbo pubescere /pu-bés-ke-re/ describe ese fenómeno: echar vello, cubrirse de vellosidad, de pilosidad, de tomento.  La astuta lectriz, el avisado lector ya habrá pillado su alcance botánico.  Aunque en su sentido primario alude a la fisiología humana, ya en sus Tristes lo había aplicado Ovidio al mundo vegetal: prata pubescunt flore "los prados se cubren de flor".

Encuentro muchos géneros especificados con el adjetivo pubescens (participio activo del verbo citado, en nominativo indiferente al género).  Enumero unos pocos al azar: en femenino encuentro Avenula pubescens, Betula pubescens, Quercus pubescens; en masculino no aparece nada en mis papeles; en neutro, Delphinium pubescens y Haplophyllum pubescens.

Y ya que ha salido la palabra tomento, vemos en ella un cultismo botánico, tomado del latín tomentum, de idéntico significado (si fuera vulgarismo diríamos *tomiento, con diptongación de la E tónica breve): los que saben de esto afirman que en tomentum subyace *tond-mentum, esto es, "lo que uno se afeita", del verbo tondere "depilar", "afeitar", "esquilar".  Así que tomento es pariente de intonso, tijeras, toisón y demás consanguíneos de la clerical tonsura.

Afeitables o tomentosos encuentro bastantes vegetales: citaré sólo, como ejemplo femenino, la Achillea tomentosa; masculino, el Anacyclus tomentosus; neutro, el Arctium tomentosum.  Gracioso, el último nombre: "osito peludo", traduciría yo.

domingo, 17 de agosto de 2025

El género gramatical de los géneros botánicos II

 Añado ahora algunos detalles y precisiones, útiles, quizá, para completar la comprensión de los adjetivos usados como nombres de especie.  Aunque es probable que todo esto le aburra a usted infinitamente: le aseguro que puede saltárselo con toda confianza.

1)  Dentro del tipo A/O existen unos cuantos adjetivos cuya forma masculina, en vez de terminar en -US (como albus), termina en -R: así ocurre en el mencionado Centranthus ruber o en el Helleborus niger.

2)  Dentro del tipo I/C hay un grupo de adjetivos muy característico, acabado en -NS, indiferente al género, pues ni siquiera diferencia el neutro: por ejemplo impatiensnigricanspallens &c.  Todos estos eran en latín participios de presente, un tipo morfológico que ha desaparecido como tal en castellano, aunque conservamos muchos de ellos convertidos en sustantivos (cantante, teniente), adjetivos (distante, urgente) y aun adverbios (bastante) o preposiciones (durante); el sentido original era, aproximadamente, "que canta", "que urge", "que basta", "que dura": son todos postverbales.

La lectriz se preguntará, tal vez, qué diferencia hay entre pallida y pallens, o entre rubra y rubens.  Muy buena pregunta, señora mía.  Y voy a aventurar una respuesta, basada en el hecho de que el latín dispone de muchos "verbos de color", como rubére "estar colorado" y rubéscere /ru-bés-ke-re/ "ponerse colorado": mientras que el adjetivo de color describe éste como un hecho, el participio lo indica, diría yo, como tendencia, o dirección; al fin y al cabo, un inicio.  Lo rubrum es rojo, y punto: la cosa está cumplida.  En cambio, rubescens supone dar un pasito hacia el rojo, no serlo sino quererlo ser, andar tonteando en pos del color rojo; y rubens quizá expresa que, sin ser propio el color rojo, lo adopta en una parte determinada o en un momento dado.

¿Le satisface la explicación?  A mí no, desde luego, pero de momento no se me ocurre otra.  Estudiaremos más el asunto.  Claro que lo aducido me parece válido sólo para los participios que indican color, como albicans o nigricans, o los citados en párrafos anteriores.  En cambio repens (por ejemplo) no es que tienda a reptar (que es lo que significa répere, origen de los reptiles y los repentes) sino que repta decidida y francamente.  E impatiens ya lo dice: "que no soporta" (ser tocada, se entiende: pati "soportar", étimo de pacientepasión y patíbulo).  Pero ahora caigo en que Impatiens ("impaciente") no es especie, sino género.

3)  Para decirlo todo, la misma incapacidad para diferenciar género gramatical lo tienen algunos adjetivos de tipo I/C que terminan en -X, como fallax (literalmente "engañoso"), praecox ("de maduración temprana"), o tenax ("resistente").  Estos adjetivos, al igual que los participios arriba citados, se forman a partir de raíces verbales y dan en castellano formas en -Z: falaz, precoz, tenaz &c.  (Fállax viene del verbo fállere "engañar", como falso o infalibletenax de tenére "sujetar", como tenedor o tenazapráecox deriva de cóquere "cocer" o "digerir", al igual que cocina o bizcocho: praecox significa "maduro por adelantado".)

4)  Se observará que los epítetos que expresan origen (o gentilicios) pueden pertenecer a uno u otro de los tipos descritos.  Ejemplos de gentilicios del tipo A/O: europaeapannonica (húngara), turcica (de Turquía: aquí apreciará el lector la ventaja de pronunciar la C latina siempre como una K).  Ejemplos del tipo I/C: capensis (o de El Cabo), granatensis (o de Granada), bigerrensis (o de Bigorra) &c.  De una ciudad tan eximia en botánica como Montpellier he encontrado curiosas variantes de ambos tipos y con diversa ortografía: monspeliacamonspeliensis (y monspelliensis), monspessulana (y aún otros, fuera de la botánica).

5)  Si queremos honrar a Luis dando su nombre a una rosa, podemos recurrir al complemento con de (y decir "rosa de Luis") o bien expresar lo mismo con un adjetivo (y decir "rosa luisina").  Ésto último era lo clásico en la antigua Roma, pero las lenguas de hoy son más proclives a lo primero.  En botánica también se tiende a lo primero, y se ha decidido usar con preferencia el sufijo -ius -ii de modo que ahí tenemos en los fitónimos honorarios abundantes formas con genitivo: Armeria bubanii, Gentiana clusii, Phagnalon linnaei...  En estos ejemplos los genitivos ("de Bubani", "de Clusio", "de Lineo") deberían ir con mayúscula, como nombres propios de los botánicos agasajados, pero la ley estricta de la nomenclatura botánica exige minúsculas para los nombres específicos.

No obstante, a menudo encontramos el uso de adjetivos (en vez de la forma de genitivo), lo que, claro está, da un aire más clásico al binomio.  Y en no pocas ocasiones la nomenclatura admite las dos soluciones honoríficas.  Véase, por ejemplo, cómo al célebre marino se le ha honrado con un Allium lapeyrousii ("de Lapeyrouse"), pero también con una Viola lapeyrousiana (adjetivo); tenemos una Petrocoptis lagascae ("de Lagasca") y un Senecio lagascanus; un Delphinium loscosii frente a un Hieracium loscosianum; por último (pues hay muchos ejemplos más) Enrique Mauricio Willkomm se adorna con una Armeria willkommii ("de Willkomm") y también con un Cirsium willkommianum, entre otros.

6) Para acabar, señalaré que he encontrado algunas discrepancias de género que no sé si atribuir a error o o a qué.  Por ejemplo en unos autores hallo un Rhamnus cathartica, que supongo el mismo que otros autores llaman Rhamnus catharticus.  De igual modo, a un Rhamnus infectoria hallo opuesto un Rhamnus infectorius.  Lo único que puedo decir es que ῥάμνος /rám-nos/ en griego es, por lo que yo sé, constantemente femenino.  Algo parecido ocurre con Atriplex, donde unos autores le dan el apellido hortensis, en la forma animada, pero otros el de hortense, en la forma de neutro.  Me limito a señalar esta discrepancia, para la que no he encontrado explicación.

Dedico este ladrillo gramatical a todos los novicios, en cualquiera de los conventos florísticos de nuestra geografía.  Si con él no han aprendido nada, al menos les servirá de penitencia y contribuirá a la expiación de sus pecados.

El género gramatical en los géneros botánicos

 Es evidente que nada tienen que ver unos géneros con otros: con género botánico hablamos de biología, mientras los géneros gramaticales son asunto de filología.  Lo que sigue parecerá, quizá, muy elemental a la mayoría de lectores de más de, pongamos, cuarenta años; pero he observado en los más jóvenes cierta perplejidad ante este asunto, y voy a intentar explicarlo, si puedo, con claridad.  Discúlpenme, por mor de la buena intención.

Ninguna norma establece que los binomios lineanos hayan de estar formados por un sustantivo y un adjetivo.  Por ejemplo, en Canis lupus tenemos dos sustantivos, canis "perro" y lupus "lobo" (si bien, por cierto, haríamos mal traduciendo Canis lupus por "perro lobo", en vez de "lobo" a secas).  Ahora bien, frecuentísimo, tal vez lo más frecuente, es que el primer elemento del binomio sea un sustantivo, y el segundo un adjetivo que expresa un rasgo de color (como en Centranthus ruber) o de forma (como en Ailanthus altissima) o de origen (como en Olea europaea) u otros.

Este tipo de binomio, formado por un nombre y un adjetivo, protagoniza el texto presente.  La cuestión es que nombre y adjetivo deben concordar, esto es, no discrepar en género gramatical.  En la frase el árbol está torcida, la palabra árbol (masculina) casa mal con torcida (femenina): discrepan nombre y adjetivo y por ello la frase es agramatical o, si se quiere, incorrecta.  En latín ocurre exactamente lo mismo, sólo que en ese idioma no hay dos géneros, como en castellano, sino tres: además del masculino y el femenino, los romanos disponían del género neutro.

Género gramatical es un rasgo de las palabras que, en origen, tiene que ver con ser hombre o mujer, esto es, con el sexo masculino o femenino.  El neutro de los romanos (y de otros muchos idiomas) sería en principio atribuible a las cosas.  Ahora bien, eso sólo es en principio, porque en la historia de las lenguas el asunto se ha complicado enormemente, y carece de sentido relacionar género con sexo.  ¿Por qué el sol es masculino y la luna femenina?  (En alemán se dice die Sonne "la sol", y der Mond "el luna".)

A estas alturas, dejémonos de historias, un sustantivo es masculino si lleva adjetivo masculino, y femenino si lleva adjetivo femenino, y poco más hay que decir.  (El idioma inglés en rigor carece de género, pues sus adjetivos no lo marcan: el género en inglés es cosa residual.)

No sé si algún lector ha llegado hasta aquí.  Si tiene paciencia, a continuación diré cómo son los adjetivos en latín.

Hay dos tipos básicos de adjetivos: unos son así (lo llamaremos tipo A/O):

                                     alba albus album

y otros son de este modo (digamos tipo I/C):

                                     viridis viride.

Como se ve, A/O distinguen femenino (alba), masculino (albus) y neutro (album).  En cambio I/C mezcla en una sola forma el femenino y el masculino (viridis) y sólo diferencia el neutro (viride).  Los del modelo A/O han dado en castellano adjetivos que distinguen género (roja, rojo; buena, bueno; alta, alto), mientras que el modelo I/C latino ha dado en castellano adjetivos que no lo distinguen (verde, torpe, feliz).

Ahora bien, un binomio lineano es en cierto modo un sintagma gramatical, y si el género es un nombre, y la especie un adjetivo, ambos han de concordar, esto es, coincidir en género (femenino, masculino o neutro), tal como se ha dicho arriba.

Veamos, pues, ejemplos botánicos del modelo A/O, con el adjetivo "blanco".

En la forma femenina encuentro por ejemplo una Artemisia alba, una Centaurea alba, una Brionia alba, una Osyris alba; basten estos ejemplos (el adjetivo está también en la ontina, Artemisia herba-alba, literalmente "hierba-blanca").

En la forma masculina encuentro Asphodelus albus, Amaranthus albus, Dictamnus albus, Lupinus albus, Melilotus albus...

En la forma neutra hay Allium album, Arrhenatherum album, Chenopodium albumCorema album o Empetrum album, Galium album...

¿Así pues, si un género botánico lleva como específico album, ese nombre es neutro?  Precisamente.  Y será femenino si lleva el adjetivo alba, o masculino si lo acompaña el adjetivo albus.

Del modelo de alba/albus/album (que llamamos A/O) hay muchos otros adjetivos, por ejemplo alpina/alpinus/alpinum o (diré sólo la forma femenina, ahora que estamos en era reivindicativa, y por no alargar) corniculatahybrida, maritimamontana, rigida, tomentosa...  Se comprende que la lista es enorme y para ejemplo he tomado unos pocos al azar.

Veamos ahora ejemplos del modelo I/C, a base del adjetivo "verde".

En femenino hallo Dactylorhiza viridis, Mentha viridis, Salvia viridis, &c, y en masculino Amaranthus viridisHelleborus viridisPolypogon viridis, &c.  Bien se ve que el adjetivo en estos casos no permite distinguir más género que el animado (como se llama al femenino-masculino).

En neutro o inanimado, encuentro Asplenium virideCoeloglossum viridePanicum viride, &c  (Dicho sea de paso, ese Panicum ha de acentuarse /pa-níi-cum/ si tienen razón quienes consideran que la I es larga --y debe de serlo, pues es el étimo de nuestra voz panizo.  Así, pues, nada tiene que ver con el pánico, que, como se sabe, deriva del nombre del dios Pan.)

Del modelo de viridis/viride, (que hemos llamado I/C), existen muchos otros adjetivos como campestris/campestre o (diré sólo la forma animada) hortensis, humilis, litoralis, monspelliensis, saxatilis, terrestris...; la enumeración no sería menor que la del otro tipo de adjetivos.

martes, 12 de agosto de 2025

De farmacias y boticas

 Con gran pereza, producto sin duda del cambio climático y del efecto dos mil, para cumplir con la paginita mensual, me embarco en un asunto surgido el otro día en Ordesa y del que algo sé (o eso sueño) y sobre el que puedo largar alegremente sin recurrir a papeleo.  Se trata de la palabra botica, la forma algo anticuada de decir "farmacia".

El griego φαρμακεα /far-ma-kéi-a/ significaba principalmente "medicación", es decir la aplicación de un φάρμακον /fár-ma-con/, esto es, de un "simple", o de una combinación de simples.  Para la palabra φάρμακον, relativamente aislada en griego (y que también se traduce "veneno"), es difícil hallar un étimo convincente, y que dé cuenta de su pariente φαρμακός, que designa al envenenador, al mago, y también al chivo expiatorio, es decir, a quien con su sangre paga las culpas de la ciudad y la exonera de venganza divina.

Así pues, farmacia oscila entre la terapéutica y la magia.  En latín adoptaría la forma pharmacia, con I larga, lo que implica pronunciar /far-ma-kí-a/ (aún se acentúa así en italiano); en España, como es habitual, el hiato I-A diptonga, y se desplaza el acento, conservando la voz llana.

También hubo una ninfa Farmacia, numen de cierta fuente de Atenas; y junto a Mélita o Malta flota la isla Farmacusa que, a juzgar por el nombre, debe de ser rica en hierbas médicas.  La zoología conoce un género de polilla Pharmacis: en griego significó "bruja".

Para nombrar la ocupación y la tienda del experto en medicamentos, triunfó en Europa una voz griega que en principio designaba el repositorio, el almacén, la despensa: ἀποθκη /a-po-zeé-kee/, en latín apotheca.  Deriva, como ya dijimos, del verbo τθημι /tí-zee-mi/, cuyo radical -θη- significa "colocar", y está en la -te- de discoteca, ooteca y gliptoteca.  Aún hoy la farmacia alemana ostenta el título de Apotheke y Moscú está lleno de Aptiékas.

Esa especialización de sentido no la ha sufrido apotheca en otros ámbitos, y ha conservado su valor genérico en el francés boutique, en el italiano bottega, o en el castellano bodega, derivadas de aquella.  En esas voces se ha perdido la A inicial por confusión con el artículo, y en la bodega castellana tenemos un buen ejemplo de sonorización de las tres oclusivas sordas intervocálicas.  Ahora bien, la voz botica sí ha restringido su significado, y nombra en particular el almacén de farmacia: boticario es prácticamente sinónimo de farmacéutico.  Es probable que botica provenga del francés o del provenzal; en general se supone que su I refleja el itacismo del griego bizantino, aunque bien podría ser resultado fonético de la E larga de apotheca.

La palabra oficina evoca hoy una sala con escritorios y gente de manguitos y visera, en un caso de especialización de sentido similar al de botica, pero en otra dirección.  Ahora bien, en latín officina /of-fi-kíi-na/ quería decir "taller", "obrador" en general (viene del verbo facere /fá-ke-re/ "hacer", "fabricar"), y es pariente de officium /of-fí-ki-um/ "servicio".  En el ámbito original de la palabra, esto es, en la Roma de Escipión y de Salustio, la officina por antonomasia era la fragua, el taller de fabricación de armas y herramientas.

En el medievo la voz officina conoce una nueva especialización, y alude en particular al obrador de medicamentos: eso explica el adjetivo officinalis  /of-fi-kii-náa-lis/ que adorna a numerosas especies vegetales: el adjetivo en ese caso significa precisamente "de farmacia", e indica que la hierba en cuestión es un simple para el farmacopola.

La forma officinalis sirve para palabras de género femenino (por ejemplo la Salvia officinalis o la Borago officinalis) y masculino (por ejemplo el Hyssopus officinalis o el Rosmarinus officinalis), mientras que las de género neutro usan la forma officinale (así el Polygonatum officinale o el Taraxacum officinale).  Veo que también hay animales con diploma farmacéutico, al menos tengo por aquí una Cantharis officinalis desconocida en mis guías de insectos; y está la Sepia officinalis.  Por supuesto, ciertos árboles de médica virtud han obtenido asimismo el título, como el estoraque o Styrax officinalis, expectorante y antiséptico, y la Cinchona officinalis o árbol de la quina, capaz de rebajar todas las fiebres, excepto la producida por el fanatismo político.

Además del adjetivo, he encontrado la palabra officina como nombre específico, en su forma de genitivo plural, officinarum "de las oficinas (de farmacia)", en unos cuantos géneros: Ceterach, Mandragora, Pilosella, Saccharum.


miércoles, 30 de julio de 2025

Berberis

 Entre las onomatopeyas que forjan el idioma destaca br-br o bl-bl.  Por onomatopeya entiendo la palabra nacida de un sonido imitativo, aunque también se suele llamar onomatopeya a la imitación misma, en nuestro caso ese br-br.  Pues bien, parece ser que este grupo sonoro remedaba el hablar de un extranjero, es decir, la algarabía incomprensible, el idioma desconocido.  (Algarabía, ya que estamos, es la voz árabe arabiya "lengua árabe", idioma del poder, durante un par de siglos, en nuestra península, por más que los habitantes parlasen, en su mayoría, romance.)

Así pues, aquella onomatopeya explica la palabra con que los griegos llamaban al extranjero: βάρβαρος /bár-ba-ros/, en principio algo así como "el que balbucea" o "el que barbota".  Y qué duda cabe de que también en nuestro barbotar se reconoce la onomatopeya br-br de donde nace bárbaro.

Perseguir onomatopeyas es para el filólogo lo que para el botánico rebuscar híbridos de narciso.  A barbotar equivale balbucear (o balbucir) y ahí tenemos bl-bl, pariente próxima de br-br, o más bien su variante.  Y balbucir, en latín balbutire, deriva a su vez de la voz que designaba en la antigua Roma al tartamudo, esto es, balbus, otro avatar de la misma onomatopeya.  (Balbus fue también un cognomen, esto es, un mote vuelto apellido, de donde descienden los actuales Balbina, Balbín, Balbino).

Hay dudas sobre si la voz bereber es de origen autóctono o préstamo del griego, pero con ella los primeros seguidores del islam designaron a los norteafricanos ignorantes del árabe: bereber, al parecer, se aplicó primero a los egipcios, y paulatinamente desplazó su ámbito hacia el oeste.  Es muy probable, en mi opinión, que traiga origen en la misma onomatopeya que el griego βάρβαρος, a menos que provenga de esta misma palabra o de su secuela, el latino barbarus.

Es larga la familia derivada de esos sonidos imitativos, y además muy dada a combinarse con otras (por ejemplo, con el mur-mur que representa el hablar sumiso y da nuestros murmurar y murmullo: de ahí parece que vienen todas las formas francesas de marmot y marmotter y, según algunos, marmotte, por su ronroneo), pero por ceñirme a las voces de parentela más estrecha mencionaré nuestra onomatopeya bla bla bla, tan usada en Mortadelo y Filemón; la designación algo despectiva del habla asturiana como bable; las voces francesas babil, babillage, babiller, alusivas al hablar confuso o infantil; el inglés babble que describe el balbuceo, el parloteo o el murmullo; incluso Babel, antonomasia de la confusión de lenguas.  Babel hoc est confusio, dejó escrito Gregorio de Tours.

Todo esto es muy entretenido, y es lástima que no en todo haya pareja certidumbre.  Por ejemplo Babel (o Babilonia) contiene, según opinión común, el semítico bab "puerta" (como en Bab el Mandeb o en Bibarrambla): Bab-ilu sería, para los doctos en aquellas lenguas, "la puerta del cielo"; aunque para otros viene del hebreo balal "confusión", como sostenía el obispo galo.  Y, puestos a señalar étimos improbables o extravagantes, el amigo Cejador buscó para bereber nada menos que el supuesto ber-iber "hijo de Iberia".

Lo anterior viene a cuento de un comentario de Daniel Gómez, ante un mapa donde el norte de África llevaba el dictado de Berbería:  "¿No vendrá de ahí la palabra Berberis?  Porque es una planta norteafricana".  Lo que muestra cuánto importa, para la etimología de los fitónimos, el conocimiento de las plantas mismas, su distribución, virtudes et cetera.  La observación de Daniel invita a considerar que Berberis es pariente de los bereberes y de los piratas berberiscos, de los barbarismos y los balbuceos.  Conviene advertir que Berbería o Berberia figura en los mapas latinados como Barbaria.

Confirmación sólo la he encontrado en vicipaedia (la variante latina de wikipedia), pero buscando en vano bereber o berberisco en el gran diccionario etimológico de Corominas encontré la voz castellana berberís definida como "clase de espino" y documentada desde el siglo XVI.  Ahora bien, el diccionario académico sostiene que berberís significa "agracejo" (esto es, Berberis vulgaris), y añade dos sinónimos: bérbero y bérberosBerberís, para Corominas, procede del árabe barbarîs (con pronunciación llana, barbâris, en vulgar); según el filólogo catalán, a veces designa también al madroño, y es voz tomada probablemente del latín botánico.

En resumidas cuentas, creo que Daniel dio en el clavo.

martes, 10 de junio de 2025

Squarrosus

 El Novicio de nuestro convento pregunta por el significado de squarrosus y, obediente, investigo.

Este adjetivo no es raro en botánica, pero sí en latín clásico, donde lo encuentro citado únicamente en glosas; diccionarios hay que ni lo consideran, o dan vagas definiciones: "couvert de boutons" (que igual significa "con muchas yemas" que "con abundante acné").

Pero está bien tratado en el etimológico de Ernout-Meillet, donde se afirma que squarrosus es "sans doute" corrupción (contaminado tal vez por squama) de *escharosus, derivado del griego σχρα /es-já-raa/ "costra de una quemadura".

Esa palabra griega, σχρα, es interesante por sus muchos derivados modernos, empezando, claro está, por el helenismo escara, que en castellano significa en general "costra de una herida" (en casa nos amonestaban: "¡No te arranques la postilla!") o, afinando más, la costra subsecuente a una quemadura de tercer grado (más o menos el significado original).  En francés da lugar a doblete: escarre y eschare.

En botánica de σχρα sale también escarioso (en latín scariosus según el diccionario de Font Quer), adjetivo aplicado al órgano de carácter foliar más bien membranoso, tieso y seco, como los catafilos de ajos y cebollas, &c.

Pero volviendo a lo principal, ¿qué significa en botánica squarrosus?

El Diccionario de botánica alberga la voz castellana escuarroso, préstamo del latín botánico (romanización de squarrosus), definida como sigue: "cubierto de hojas, brácteas, etc., rígidas y divergentes, formando un conjunto áspero".  Y Yáñez (añade) llama escuarrosa a la hoja cuyas lacinias "se doblan alternativamente hacia arriba y hacia abajo, como en el cardo de María.  Para el P. Blanco equivale a desparramado".

En el Botanical latin de Stearn (pág. 501) se lee esta definición de squarrose: rough with scales, tips of bracts, etc., projecting outwards usually at about 90º.  Así que áspero, con escamas, puntas &c.  No traduzco más porque, como es notorio, ya hasta la ministra portavoz habla inglés.

He encontrado el adjetivo de marras, en su forma femenina (squarrosa) en una Inula, en una Lappula y en la Santolina chamaecyparissus ssp squarrosa.  En su forma masculina en un Bromus, un Juncus y en el Adonis aestivalis ssp squarrosus.  En la forma neutra habrá más, pero en mis papeles sólo figura el Sphagnum squarrosum.  Toca ahora al botánico minucioso comprobar si hay adecuación entre definición y definidos, o entre las vivas plantas y los nombres botánicos aplicados.

Y puesto que lo importante queda dicho, me dejaré deslizar suavemente por la pendiente de la erudición etimológica: porque σχρα, base, como hemos visto, de escharosus, lo es por tanto de la palabra asqueroso, para llegar a la cual no hay impedimento alguno de carácter semántico, y en lo fonético basta una pequeña metátesis vocálica que no cuesta nada admitir.  Parece mentira, pero la palabra que cuesta comprender no es asqueroso, sino asco, que uno diría relacionada íntimamente con aquella y que incluso la precede.  Pero no, no es así, o al menos no está nada claro.

Por cierto que, si no estoy equivocado, en principio asqueroso no se aplicaba a las cosas que daban asco, sino a las personas que hacían ascos a las cosas.

Permítanme añadir que en la comarca leonesa de mis ancestros, estas orejas, que serán pasto de gusanos, oyeron un día la palabra escaroso como variante de asqueroso.  Variante etimológica, por supuesto.  Para que luego digan del campo.

Y para terminar, una pequeña contribución al capítulo "medio léxico inglés es latín".  ¿Han oído hablar de Scarface?  Sí, el mote de Alfonso Capone, por tener un chirlo en la cara.  Bien, scar es "cicatriz" en inglés.  ¿Y adivina de dónde viene scar?  Pues sí, lo ha adivinado usted.  A través del francés, pero viene del latín eschara, y éste del griego σχρα.

Espero que el Novicio esté satisfecho.  (Lo de Novicio es por comparación con el resto de carcamales del cenobio; pero él nació ya en el milenio pasado, y nadie sabe adónde irá a parar su ya larguísima ciencia.)

martes, 27 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas y III

 Así pues, al igual que Mantisalca a partir de Salmantica, otros géneros se han creado por anagrama de un topónimo.  Por ejemplo, a partir de Bolivia se creó el género Lobivia para una bonita cactácea boliviana y de países próximos.  Y con la metátesis de un par de consonantes de Jamaica nació el género Jacaima, para una trepadora tropical de la familia apocinácea (aunque ahora parece haber recuperado su nombre primero de Matelea).

El procedimiento ha tenido también éxito notable a partir de nombres genéricos preexistentes.  De Alchemilla bastó cambiar el orden de las dos primeras letras para nombrar a la Lachemilla angustata, rosácea endémica de la república del Ecuador.  A la compuesta que Lineo bautizó Gnaphalium luteo-album la rebautizó Tzvelev, anagramando el género, como Laphangium luteoalbum.  En el fondo es el mismo principio comparativo de la nomenclatura prelineana, donde se venía a decir: "tal planta es como tal otra con las hojas de una tercera", o cosa parecida.

En general, si no me equivoco, el género nombrado por anagrama es afín al originario, o al menos pertenece a la misma familia botánica.  Así, Arabis ha dado Sibara, otra crucífera; el arbusto Ardisia se mudó en Sadiria, primulácea ahora, antes mirsinácea (o mirrinácea) estadounidense; la verbenácea Bouchea por trastrueque de letras dio a luz la también verbenácea Ubochea (según la red, ahora llamada Stachytarpheta); de la rosácea Cydonia salió la Docynia, otra rosácea; el género Vaselia (creo que no aceptado ahora, según la wiki) nació como anagrama de la Elvasia, y ambos pertenecen a las ocnáceas.  De los géneros cuya familia me consta, el de origen y el anagrama son hermanitos de sangre.

¿Predomina alguna familia en los anagramas?  No me consta.  Mi impresión es que se reparten las familias con ecuanimidad.  Si parece predominar alguna (por ejemplo, las asteráceas) es por ser ella misma familia numerosa.  Véase, si no.  Gramíneas, Elymus da Leymus, así como Aristida da Sartidia.  Acantáceas, Goldfussia se transformó en Diflugossia.  Cactáceas: Hatiora es el anagrama de Hariota.  Saxifragáceas: Mitella proveyó las letras de Tellima.  Labiadas: Monardella el origen, el término Madronella.  Celastráceas: la Myginda fue mudada en Gyminda.  Leguminosas: de la Tephrosia salió la Ophrestia.  Bignoniáceas: Pandorea fue convertida en Podranea.  Ocnáceas: la Sauvagesia dio lugar a la Vausagesia.  Asclepiadáceas: he aquí la Zacateza, obtenida por anagrama de Tacazzea.

Habrá observado el lector atento que gran parte de los géneros formados por anagrama son tropicales o exóticos, esto es, endémicos de la periferia de Europa: pues ésta, al parecer, se ha quedado, para su flora, con los nombres clásicos de la botánica grecorromana, aplicándolos no siempre con propiedad, sino a menudo embutiéndolos velis nolis en especies ajenas.  Nada que no fuera de esperar.

No debe de ser infrecuente que un solo nombre genérico haya dado lugar a más de un anagrama, al menos tengo en mis papeles varios ejemplos de ellos.  Allium, por ejemplo, el modesto, el plebeyo ajo, se ha reordenado dos veces, en Milula y en Muilla (este último, formado por simple inversión, es un pariente del espárrago, en contradicción con lo dicho arriba).  La hipericácea Ascyron ha engendrado la Norysca y la Roscyna.  Y la compuesta Liatris se ha desdoblado en Litrisa y Trilisa.

Pero el campeón de la diversificación anagramática es sin duda, por lo que yo sé, la ya mentada Filago: ésta la vemos desdoblada, por reordenación de las letras, en cinco géneros distintos: Gifola, Ifloga, Lifago, Logfia y Ofliga.  Asterácea tenía que ser.  He tomado esta información (y muchas otras de esta página) del Botanical latin de William T. Stearn.

Ya comprendo que el asunto sólo queda esbozado, y habrá que añadir y clasificar muchos fenómenos más (alguno ya mencionado aquí, como la síntesis entre ἀσπίς y Tupistra que dio lugar al género Aspidistra) bajo el epígrafe genérico de neologismos botánicos por anagrama o combinación.  Pero habrá que esperar la inspiración, la paciencia o las ganas...  Ganas de letras, al menos, si de ciencia no.

lunes, 26 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas II

 Y el caso de Galileo y Kepler no es excepcional; a propósito de estrellas, recuerdo los curiosos nombres de Sualocin y Rotanev con que aparecieron α y β Delphini, por vez primera con nombre propio, en el catálogo estelar (1814) de Piazzi y Cacciatore: no sé qué es más admirable, si la enrevesada forma en que el ayudante de Piazzi se homenajeó a sí mismo, o la astucia de Thomas Webb, el astrónomo que unos años después resolvió la charada, al darse cuenta de que Sualocin no era otra cosa que la inversión de Nicolaus, así como Rotanev era Venator del revés: "Nicolás Cazador" en latín y de cabeza, ¡esto es, Niccolò Cacciatore!

En botánica no conozco, y por ello me atrevo a suponer que no abunda, ese tipo de anagrama honorífico, tal vez porque fuera ya costumbre antigua honrar personas, sin rebozo, en el nombre de las plantas: lo atestiguan desde la Achillea a la Linnaea pasando por la Gentiana y por la Fuchsia.  Si acaso, se embozaba un tanto la dedicatoria para no trasparentar la adulación, como en la Calomeria o la Agathomeris, aunque ya hemos visto que no faltó el descaro de la Napoleonaea y de la Josephinia imperatricis.

No, en biología, al parecer, no movió la necesidad de halagar vanidades.  En mi opinión, lo que aquí desató la fiebre anagramática fue el apremio de hallar nuevos vocablos para un mundo natural en prodigiosa inflación, desde el momento en que a nuestra especie le dio por identificar con denominación propia a cada una de las demás especies: el número de éstas pronto desbordaría los más nutridos lexicones, catálogos geográficos y manuales de mitología y, aun así, era preciso seguir bautizando peces, líquenes, ciempiés, culebras, mariposas...

Antes de continuar quizá convenga precisar: anagrama es la palabra formada con las letras de otra, en distinto orden.  Por ejemplo, si invertimos Roma sale amor, un anagrama por inversión.  Los anagramas han sido muy útiles en antroponimia y en criptonimia.  François Arouet se hizo famoso barajando las letras de su apellido más las iniciales L. J. (de le jeune, esto es, otro que mi padre): ahora pocos recuerdan a Arouet, y bastantes más a Voltaire (o Uoltajre: para el latín, idioma aún de prestigio en el siglo XVIII, la I y la J son la misma letra, así como la U y la V).  Y ahora recuerdo que Alina, mi peterburguesa favorita, contaba que en los primeros años de la Rusia soviética fue popularísimo por allá el nombre de chica Ninel, anagrama de Lenin.

El primer anagrama botánico del que tuve noticia fue la Mantisalca salmantica: fue bautizada por Lineo como Centaurea salmantica pero más adelante hubo que hacer género aparte y se creó Mantisalca, donde la primera sílaba del nombre específico se convirtió en tercera.  Salmántica a su vez es el nombre romano de Salamanca; ¿vino de allá el ejemplar al que Lineo aplicó aquel basiónimo?

Más tarde, un amigo me informó de que Mantisalca no era un caso único en botánica: Logfia, género de una asterácea, se formó con reordenar las letras de otro afín, Filago.  El asunto me pareció extraordinario, y me he vuelto un coleccionista de anagramas botánicos.

Que no los hay sólo en botánica, claro está.  Por casualidad, leyendo un libro muy pesado (pero ya se sabe que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno) aprendí que para el avión común (por Lineo bautizado como Hirundo urbica) se creó en 1854 el género Delichon, anagrama de chelidon (transcripción latina del nombre griego de la golondrina, esto es χελιδών /je-li-doón/): de este modo, el nombre latino quedaba en exclusiva para la legítima propietaria, la Hirundo rustica.  (Por cierto, en wikipedia hay una interesante observación sobre el cambio, por corrección de género, de urbica a urbicum.)  Ahora bien, ¿por qué no se usó la voz griega sin más?  ¿Se había usado ya con otro animalito?  ¿O le entró a la ornitología el prurito purista?  No lo sé.  Tecleo chelidon y obtengo de la omnímoda red una especie de crecepelo y un señor con gafas de sol que me enseña a pronunciarlo en inglés.  ¡Admirable!  ¡Lo que aprende uno con la güeb!

Ya que estamos entre golondrinas, señalaré que χελιδών es el étimo de nuestra hierba golondrinera o Chelidonium maius, ya en griego llamada χελιδόνιον /je-li-dó-ni-on/ "celidonia".  Un cuento que remonta a Dioscórides asegura que si sus pollos no abren los ojos, la golondrina los sana con celidonia.  En el Dioscórides renovado de Font Quer se relata con pormenor.

domingo, 25 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas I

Las limitaciones de nuestra inteligencia natural (ya que la artificial remonta) se manifiestan, en mi opinión, en la absurda oposición entre "ciencias" y "letras".  Seguramente habrá observado la atenta lectriz que nadie se adelanta a responder a una cuestión ardua con ese argumento:  "Se lo voy a explicar yo, que soy de letras" (o "de ciencias" en su caso).  No.  Siempre comparece el conceptillo en negativo, para rechazar la implicación:  "¿Velocidad angular?  Y a mí que me cuenta, yo soy de letras."  "¿El románico, dice usted?  A mí plin: soy de ciencias."  Ciencias o letras: argumento para escurrir el bulto.

¡Ah, época feliz aquella en que no existían "ciencias" ni "letras"!  La gente se ocupaba de esto o de aquello sin la cuestión tontaina, si esto o aquello era letras o ciencias.  Y los estudiosos, las aficionadas a la naturaleza, eran también letrados y poetas, y las letradas y poetas eran a la vez físicos y naturalistas.  Aquí los manes de Hipatia de Alejandría y de Carlos Lineo, de Anselmo de Aosta y de Sofía Kovalévskaya.

Encuentro natural que los ocupados en desvelar los misterios de naturaleza se aficionen también a los enigmas, las adivinanzas y las charadas.  ¿Qué mayor charada, adivinanza y enigma que el mundo que nos rodea?  Ninguna cabeza importante ha tomado en serio esa memez de "ciencias" y "letras", y con delicia se entera uno de que Goethe elaboró una compleja teoría de la percepción cromática, y que el más duro empeño intelectual de Newton (lo prueban miles de páginas manuscritas) afectó al misterio de la santísima trinidad.  Los físicos escriben poemas y las novelistas resuelven sudokus.

Entre mis enigmistas favoritos cuento a Galileo, no en vano hijo de músico, en una época en que empezaban a jugar a lo grande con cánones, temas invertidos y variaciones per augmentationem y per deminutionem.  Ignoro si Galileo hacía crucigramas en casa, pero dio un sentido práctico a ese juego al informar de un hallazgo astronómico, sin descubrir de momento sus cartas, con este anagrama monstruoso:

          SMAISMRMILMEPOETALEUMIBUNENUGTTAURIAS

El pobre Kepler, no menos aficionado a los jeroglíficos que Galileo, y empeñado como él en descifrar los cielos, debió de romperse la cabeza para formar este patético verso:

          Salve, umbistineum geminatum Martia proles.

Patético sobre todo por ese umbistineum que él sabría lo que significaba (aun así, hay quien lo ha traducido).  El florentino destapó su juego unos meses después: creía haber descubierto en Saturno un planeta triple:

          Altissimum planetam tergeminum observavi,

"He observado que el planeta más alto es triple".  Saturno era "el más alto" porque entonces ni de Urano ni de Plutón había noticia.  Galileo interpretó los borrosos anillos como un par de cuerpos celestes más.  Y en agosto de ese mismo año de 1610, mirando con el telescopio, vio con sorpresa cómo Venus crecía y menguaba como la luna, y decidió comunicarlo al mundo en enigma:

          Haec immatura a me jam frustra leguntur o y,

"Esto está verde y ahora en vano lo cosecho o y", que puso a Kepler como una moto: moviendo letras de acá para allá, el hombre parió esta frase confusa:

          Macula rufa in Jove est gyratur mathem,

"hay mancha roja en Júpiter, gira matem", pero al final el pícaro florentino proveyó la solución correcta:

          Cynthiae figuras aemulatur mater amorum,

"La madre de los amores imita las figuras de Cintia", todavía algo enigmática, pues ha de entenderse que la "madre de los amores" es Venus, y "las figuras de Cintia" son las fases de la luna.  Como anagramas son un tanto fallidos (ese o y de Galileo demuestra que tampoco estaba para perder el tiempo), pero sin duda disfrutaron haciéndolos o resolviéndolos.

Dirá el paciente lector que esto es preámbulo muy largo para no entrar en materia.  Cuánta razón tiene.  Pero continuaré otro día.

lunes, 28 de abril de 2025

De frutos y frútices

 La palabra fruticosus se presta a confusión, me parece a mí, y una conversación de ayer me lo confirma de nuevo.  Parece natural relacionar fruticosus con fruto pero es un error, por frecuente que sea.  Fruto representa la voz latina fructus (que significa "fruto"), mientras que fruticosus deriva de frutex, que significa "arbusto" y nada tiene que ver con aquella.

Es muy curiosa la palabra castellana fruto.  El grupo -CT- latino debería haber evolucionado a -CH- castellana (como en dictum, noctem, octo).  Sin embargo esa -C- implosiva (que conservamos en los cultismos, por ejemplo en fructífero o en infructuoso) ha caído sin más, rareza que sólo cabe explicar como resultado de una pronunciación afectada.  Américo Castro supuso que era un producto de la jerga eclesiástica, donde se llamó fruto al diezmo.  Es muy de creer.  Si hubiera predominado la pronunciación popular, sin interferencia de sotanas, no diríamos ahora fruto, sino frucho, con la evolución regular de fructu (y esto no es fonética ficción, pues frucho se lee en Berceo).

Fructus a su vez contiene la raíz del verbo fruor "disfrutar" (lo mismo que fruitio "disfrute", "fruición", o frugalis, étimo del castellano frugal, o frumentum, que en francés da froment "trigo").

En mi época de charlas en latín por la red, los amigos estadounidenses solían hablar (bastante mal) de su presidente, al que llamaban Frutex.  No era un insulto (aunque al presidente de entonces le daban fama de tonto): frutex es sólo la versión latina del inglés bush "arbusto" (y apellido del encausado).  (Ya sé que los apellidos no se deben traducir; pero esta es regla para traductores: nosotros no éramos traductores, solamente filólogos divirtiéndose con el nuevo juguetito: internet.)

Frutex, pues, significa "arbusto", y con ese significado se usa ese latinismo en botánica, también en la forma castellanizada frútice.  Ahora bien, ¿qué significa en latín fruticosus, exactamente?  Pues dos cosas: o bien "lleno de renuevos", o bien "lleno de arbustos"; pero, como señala Font Quer en su diccionario, "los botánicos no han empleado este término en tal sentido", sino en el de "arbustivo", esto es "semejante a un arbusto" (y en particular, deduzco yo, "lignificado" o "parcialmente lignificado").

La nomenclatura botánica contiene una serie de adjetivos emparentados con frutex, y yo no he sabido encontrarles la diferencia.  Para mí que son más o menos sinónimos de fruticosus.  Éste lo tenemos, por ejemplo, en el Dianthus fruticosus o en la Lithodora fruticosa, cuyas flores azules brillan ahora en las sedientas colinas de mi entorno.  Luego está la variante fruticulosus (que no encuentro en latín clásico), como en la Sideritis fruticulosa o en la Matthiola fruticulosa, también ahora en flor junto a la hierba de las siete sangrías.

¿Qué diferencia hay entre los anteriores y fruticescens /fru-ti-kés-kens/?  En latín fruticéscere significa "llenarse de renuevos", pero sospecho que no es ese el sentido adecuado al Galium fruticescens o al Bupleurum fruticescens.  Por cierto que hay también Bupleurum fruticosum.

¿Y fruticans?  Hay Jasminum fruticans, hay Veronica fruticans (y también Veronica fruticulosa).  Según los diccionarios fruticare es intransitivo y significa "echar renuevos"; pero una vez más no me parece que deba darse ese sentido al participio fruticante en su uso botánico.  Por cierto que el diccionario de Font Quer, que define fruticoso y fruticuloso (cuasi sinónimos), omite fruticante y fruticescente (correspondientes a las formas latinas de estos últimos párrafos).

Luego tenemos la forma suffruticosus, que sólo existe en latín botánico que yo sepa, y que apenas añade un matiz diminutivo al sentido de fruticosus.  Font define sufrútice como "planta semejante a un arbusto, generalmente pequeña y sólo lignificada en la base".  Anteayer ya vi alguna flor blanca del Linum suffruticosum, que dentro de un par de semanas nevará los oteros donde ahora florece el alhelí triste.

En resumidas cuentas, fruticosus nada tiene que ver con fruto, sí con arbusto y, me permito añadir, con lignificación.  Pero es forma tan propensa a confusión que el propio Corominas, o más probablemente algún ayudante despistado, ha metido la pata al incluir bajo la voz frútice la palabra infrutescencia en el gran diccionario etimológico.  Es un claro error, porque infrutescencia (que tiene variante más culta: infructescencia) sí tiene que ver con fructus "fruto", y nada con frutex "arbusto".  El mentado Diccionario de botánica nos informa de que la voz latina infructescentia (con la -CT- de fructus, por supuesto) la creó para el latín botánico Germain de Saint Pierre, con el fin de suceder a inflorescentia, inadecuada ya, una vez madurados los carpelos.

¿Y de dónde viene, en fin, la voz frutex?  Pues hay varias hipótesis, claro es, pero no encuentro ninguna utilidad en repasarlas.  Quod nescis, nescis.  Dejemos la última palabra al sabio diccionario de Ernout-Meillet-André: aucun rapprochement sûr.

miércoles, 23 de abril de 2025

El derecho a la pereza

 Me había propuesto escribir hoy sobre no sé qué, pero me he levantado perezoso y con ganas más bien de echarme al monte, en este día radiante, tras tantos nublados y pasados por agua.  Además, llevo casi tres semanas sin conexión con el mundo, quiero decir con esta red electrónica que llaman internet (ahora tengo fibra óptica, ojo al parche) y me he desacostumbrado de estas páginas y de aventar en ellas mis ocurrencias; se me hace cuesta arriba uncirme al carro.

Cosa curiosa, la falta de conexión no me ha afectado, salvo en un aspecto: hacía meses no buscaba otras páginas y, justo cuando no puedo, me acuerdo de las maravillas que podría consultar, de momento inaccesibles.  Así que apenas vuelve la línea me lanzo a ello, y empleo casi un día entero en leer a otros amigos de la red, indecentemente abandonados.  ¡Qué hermosas cosas se publican!  El diario de Romà Rigol, por ejemplo, qué rico no sólo en finas observaciones naturales, sino también en sabias reflexiones, y aun en elegantes epifonemas:  Cal aturar-se.  Passar és una forma de fracàs.  ¡Ay!  ¡Cuán cierto!  Aunque qué otra cosa somos, sino efímeros pasajeros.

Últimamente ha crecido el número de visitantes de Latín y botánica.  No por presunción, sino porque es verdad, aseguro que me bastaría con un lector o un par de ellos (y a poder ser no muy atentos).  El que muchos lean, sin duda más entendidos, más es freno que acicate.  Gracias, en cualquier caso, a todos los visitantes.  Claro que quizá, en lugar de este agradecimiento formal, debería aportar algo de sustancia...   Ay, pero si uno se levanta vago, no hay tu tía...

Hala, al monte.

¡Y qué monte!  ¡Qué exuberancia!  Sangüisorbas grandes como alcachofas, llantenes hasta la cintura, estipas que agitan al viento sus espigas plateadas, como agujas de luz.  Cielo azul, sin una nube.  Y al fondo, un Moncayo glorioso, ¡con mucha nieve aún, lo nunca visto a finales de abril, en este balbuciente milenio!

Recorro unos cerros cercanos a la Ciesma, aterrazados de tiempo inmemorial, aunque la mayoría de las hazas chicas las abandona ahora el agricultor y las ocupa la flora silvestre; los oscuros trigales sólo campan donde se explaya la máquina en extensión acomodada a su tamaño.

¡Qué contento está el vegetal!  Me parece que incluso los pálidos alhelíes de Mattioli están más subidos de color, y en lugar de cárdenos grises ostentan unos tonos vinosos, casi alegres.  A su lado, los astrágalos extienden radialmente sus espigas rosa y carmín.  Rabanizas, amarilleras, pequeños heliántemos amarillos, muscaris...  Me entretengo en recordar sus nombres, que vienen cuando quieren, o no vienen.

La pista agrícola se corta de pronto: la han arado, uniendo los campos que la flanqueaban.  Obligado a pisotear el trigal, o a lanzarme por la ladera, tomo la segunda opción y desciendo por los rellanos y taludes que hacen de este otero una escalera.  En uno de ellos los glaucios cornudos compiten con los adónides a cuál ostenta más regio color bermejo.  Algún ejemplar, adelantado a sus contemporáneos, ya es todo cuernos, algunos de casi veinte centímetros.

Una finca extensa y plana, pero de mal acceso para el tractor, se ha convertido en denso tomillar, sobre el que tienden un manto de rumor miles de abejas.  Tomo una ramilla florida con tan mal acierto que una de estas laboriosas se enemista y me pica en la frente.

Abajo, por la vaguada, corre la pista principal; a su vera, donde no hay trigo, pululan, como siempre, esas crucíferas erucoides que aquí llaman albianas, sin duda por nevar los campos, cuando proliferan sin competencia.  Sus flores también las visitan las zumbadoras abejas: de cierta distancia ya huele a miel.  También la cuscuta está contenta, cubriendo acá y allá a sus víctimas.  Las candileras, muy altas, tiran ya los capullos: se ve que no piensan aguardar a sanjuán para desplegar sus bostezos amarillos.

Siguiendo la pista llegaría a la carretera y en dos o tres quilómetros alcanzaría por ella el paradero del coche.  Pero, por no pisar asfalto, sigo otra pista que asciende por la loma, aunque es poco prometedora (tiene mucha hierba, y no de la que gusta ser pisada).  En efecto, pronto se pierde y me veo obligado a trepar por un terreno de roca.  Con placer, porque no abunda, encuentro un corro de teucrio algodonoso.

Arriba llego a un amplísimo trigal: hay que bordearlo.  Me pica la frente.  Me ha salido un bulto notable: por culpa de la abeja soy ahora mas corniculatus que el glaucio, y no sé si igual de colorado.  Al ver correr un corzo, ladrando, caigo en la cuenta de que no he visto animal ninguno en todo el recorrido, excepto pájaros e insectos.  ¿Dónde están los humanos?  ¿Estarán quizá celebrando a Jorge, el sauróctono?  ¿O con el transistor en la oreja, oyendo el discurso de Pombo?

Cuando llego al coche repaso lo visto.  Ni una orquídea.  No habré mirado bien.

Ya conduciendo de regreso compruebo que la humanidad no se ha extinguido: una docena de ciclistas pedalea sin parar de darle a la húmeda.  ¡Qué tertulia sobre ruedas!  Visten elegantes conjuntos de colorines, gafas marcianas, cascos aerodinámicos.  Si no es la serpiente multicolor, al menos una lagartija policroma y charlatana.

domingo, 16 de marzo de 2025

De escudos, escudillos y escudillas II

 Y pasamos al griego.  Comienzo por la voz ἀσπίς /as-pís/ "escudo" (acusativo ἀσπίδα): en Homero nombraba sobre todo el escudo redondo, pero su significación tendió a ampliarse hacia la idea general de escudo.  La palabra griega, castellanizada en áspide, entra en el diccionario de botánica de Font Quer descrita como "intumescencia escutiforme subexínica" (desopilante definición: oigo reír a mi padre con una de sus citas preferidas: "pi menus erre, ¿te enteras?").  Precede, en el mismo diccionario, la voz aspidado, que significa, claro es, "provisto de áspides".

A todas luces, el género Aspidistra contiene ἀσπίς, aunque el segundo formante parece harto oscuro.  Por suerte, la wiki inglesa s.v., lo explica: para nombrar a este vegetal, que tan a menudo amuebla interiores, John Ker Gawler, en 1822, combinó la palabra griega con el nombre del género próximo Tupistra, descrito por él mismo unos años antes.

Aspidistraceae según el diccionario de Font Quer es sinónimo de Liliaceae.  Me ha sorprendido.  Busco en internet y salta la voz Asparagaceae, con luengo catálogo de sinónimos.  Antes de sufrir un derrame, abandono la cuestión, que me supera.  Ahora las aspidistras oscilan, al parecer, movidas por el viento de la onomástica científica, entre Ruscaceae y Asparagaceae.  Allá se las compongan.

Abandono un momento el terreno de la botánica para anotar otro motivo de sorpresa en esta breve investigación (la ignorancia, en el fondo, es una suerte).  Resulta que la voz áspid, que nunca pensé aludiera una especie concreta, no sólo designa específicamente, a juicio de la wiki, a la cobra de Egipto o Naja haje; es que además lo hacía ya en griego, pues la misma voz ἀσπίς "escudo" designa al áspid y al arma defensiva.  Así que áspide y áspid tienen el mismo étimo; he aquí un doblete inesperado.  La culebra (lo señala Bailly) se nombra escudo por metáfora formal: por cómo el animal, amenazante, despliega el cuello.

La infantería ligera usaba un pequeño escudo redondo llamado πέλτη /pél-tee/: de ahí viene llamar peltastas a esos soldados.  La voz griega, castellanizada en pelta, designa cierto apotecio plano de los líquenes.  Y provee el adjetivo peltado que describe específicamente la hoja de limbo circular con centro en la inserción del pecíolo, exactamente como la del Tropaeolum majus.

Encuentro que estas páginas contienen ya en imagen una hoja de Tropaeolum, pero nunca me he ocupado del nombre genérico, pese a ser uno de esos diminutivos que tanto me gustan.  En efecto, como señala la wiki, Tropaeolum es el diminutivo de la voz griega τροπαον /tro-pái-on/ "trofeo".  Trofeo, en origen, es el montón de escudos, cascos y armas de la hueste derrotada, erigido por el vencedor para festejo y memoria de su éxito.  En τροπαον tenemos un derivado del verbo τρπω /tré-poo/, uno de cuyos sentidos es "poner en fuga": como las palabras muestran, bien sabía el antiguo griego (más ducho en combates que el moderno) que la victoria radicaba en desordenar las filas enemigas y ponerlas en fuga.

Ya entrados en batalla, "trofeo" en latín clásico es tropaeum /tro-páe-um/, un viejo préstamo del griego (la αι se transcribe AE).  Eso daría en castellano tropeo, y si decimos trofeo se debe a que en algún momento les dio a los finolis por pronunciar aspirada esa P: trophaeum se documenta en época tardía.  Veo en la wikipedia que Trophaeum y el despectivo Trophaeastrum han sido sinónimos del lineano Tropaeolum.  Parece que las hojas y flores de la capuchina recordaron a los pacíficos herboristas bélico amontonamiento de cascos y escudos.

Si usted quiere sonar clásico, pronuncie /tro-páe-o-lum/: ya sé que AE no es en castellano diptongo; si le cuesta mucho diga /tro-pé-o-lum/.  Pero, por favor, no acentúe en la O, que es breve y no se ha metido con nadie.  Eso, insisto, si quiere usted sonar clásico.

Vuelvo a la πέλτη.  En el diccionario de Font Quer se encuentran voces botánicas derivadas: peltatífido, peltiforme, peltigeráceas, peltinerve, peltinervio.  Y dentro de peltigeráceas, claro está, se menciona el género Peltigera (/pel-tí-ge-ra/, porque la E es breve), líquenes cuyo nombre significa "portaescudos" (del verbo gero, gérere "llevar").

No he encontrado en botánica restos de ὅπλον /hó-plon/ (el escudo del hoplita), aunque adorna los nombres científicos de unos cuantos animales, coleantes o extintos, por ejemplo el Hoplopteryx, definido por Agassiz en 1839.

sábado, 15 de marzo de 2025

De escudos, escudillos y escudillas

 ¿Qué sé yo de escudos?  Poca cosa.  Que la parma era pequeña y redonda, grande y oblongo el scutum.  Y que la pólvora los dejó en desuso, como bien notó el caballero de la Mancha.  (Por cierto que el primer pasaje hilarante del Quijote es la reparación de la rodela.)  Ahora una pregunta sobre clypeata, específico de una Fibigia, me lleva a una pequeña búsqueda y a dar con voces que agavillar en esta paginita.  Dispuesto, pues, a hablar de escudos, sin saber apenas nada de ellos.  ¡Qué papelón el de filólogo!  El amigo de las palabras mete cuchara en todos los guisos, sin pajolera idea de ninguno; menos mal que viene a ser, si Johnson tenía razón, a harmless drudge.

Empecemos por parma, pues.  Mal comienzo.  Nada encuentro en botánica con esta voz.

Sí hay rastro, en cambio, del clipeus, escudo similar a la parma.  Con la peculiaridad de que los fitólogos escriben clypeus, con una Y abusiva, una Y hipercorrecta, dado que no es voz griega (su origen es desconocido, quizá etrusco).

Del género Clypeola /kli-pé-o-la/ ya tuve ocasión de escribir, a propósito de diminutivos: viendo la imagen de la plantita, pocas dudas caben de que el nombre genérico se debe al diseño circular de las silicuas; en la misma página de ese enlace se puede leer su nombre vulgar, según Colmeiro: "yerba rodela".

El adjetivo clipeatus (/kli-pe-á-tus/, en botánica escrito clypeatus) podemos traducirlo por "dotado de escudo redondo".  Y con él, además de la Fibigia clypeata y del Alyssum clypeatum, ya mencionados, encuentro ahora una Farsetia clypeata.  Habrá más.  (Desde luego sí en zoología, donde al pato cuchara se añaden varios escarabajos con escudo, e.g. el Dixus clypeatus.)

Grande y oblongo, pues (y étimo de la palabra castellana), el scutum: esta voz, de significado más genérico, ya tiene amplia cabida en nuestra nomenclatura.  Basta consultar, por ejemplo, el diccionario de Font Quer, donde hallamos escudado, escudete, escudiforme y una porción de voces más.  Escudado continúa el scutatus /scu-tá-tus/ latino, y éste figura en el Rumex scutatus, hierba amante de las gravas móviles: su hoja ostenta una elegante forma de escudo medieval.

He visto atribuir a scutum el nombre de la Biscutella, pero, como ya dejamos escrito, scutella no es diminutivo de scutum (larga la primera U) sino de scutra (con U breve).  Aunque sin duda hubo hibridación entre ambas voces, ya que la escudilla romance presupone la U larga de scutum (de haberse mantenido breve la U, hoy diríamos *escodilla en lugar de escudilla).

Por otra parte, los frutos de la Biscutella más que scutum habrían pedido clipeus o πέλτη (redondos).  Así, pues, en la Biscutella no hay dos escuditos sino dos platillos.  E igual étimo tendrán la Scutellaria (lo confirma la wiki francesa; aunque ahí leo en la ilustración Schildkraut, con lo que aumenta la confusión; pero dejemos esa vía) y el adjetivo scutellatus ("con escudilla", "con platillo"), entre ellos la Medicago scutellata y la Veronica scutellata.

Y de momento no se me ocurren más formas de escudo latinas en la nomenclatura vegetal.  Las formas griegas las dejo para otra entrada.

[Paseando esta mañana he recordado el dicho: quien tropieza y no cae adelanta tres pasos.  Hoy tropecé y caí, esto es, avancé tres pasos y, al girarme a ver la causa del enredo, hallé culpable a un turión de Rubus fruticosus, latente entre las hierbas: caí, así, en la cuenta de lo que significa enzarzarse. Qué hermosa palabra, turión; he añadido este párrafo sólo por el placer de usarla.  Un día como hoy, las idus de marzo, cayó también Julio, dictador vitalicio y sumo pontífice, bajo dagas conjuradas.]

domingo, 2 de marzo de 2025

Otra de cálamos y calamillos

 Luego de escribir, calamo currente, sobre cálamos, calamares y calamidades, me ha sobrevenido, en parte por azar y en parte por necesidad, una avalancha de información sobre calamus, y encuentro conveniente empezar nueva página, no para ser exhaustivo (que no me preocupa) sino por ordenar un tanto las novedades sobrevenidas y dar de paso la vara a mis lectores.

Compruebo una vez más cómo, apenas se presta atención a un objeto, uno se lo encuentra por todas partes.  Yo lo llamo "efecto eleagnus", pues por primera vez percibí con claridad este notable fenómeno al identificar como Elaeagnus angustifolia un arbustillo que gratamente me tocaba las narices: comencé entonces a topar con eleagnos en mi camino, muchos más de cuantos yo sospechara haber en el mundo.  (Otros lo llaman de otra manera, no recuerdo cuál, pero llámese comoquiera, el efecto aquel prueba que sólo vemos prestando atención, y que, ay, en general vamos cegatos para buena parte de nuestro entorno.)


En primer lugar, de la voz κλαμος pasé por alto su interés en la literatura botánica antigua.  Ya en los botánicos griegos κλαμος designa a varias plantas precisamente identificables, o al menos identificadas por nuestros filólogos, entre sí separadas con determinaciones varias.

Por ejemplo, la Bambusa arundinacea, según Amigues, tiene en Teofrasto el nombre de "cálamo de India" (ἰνδικός /in-di-kós/); el Acorus calamus ya recibía el nombre de "cálamo bien oliente" en Teofrasto; al Phragmites australis se alude como el "cálamo de cañizos" (πλοκιμός /plo-ki-mós/ "trenzable").

La Arundo donax, por su parte, recibía entre otros el nombre de "cálamo de flautas" (αλητικός /au-lee-ti-kós/) y "cálamo de Laconia"; y la Arundo plinii (que hace poco nos mostraba Manolo en una localidad cercana a Zaragoza) el de "cálamo de Creta".

En cuanto al "cálamo de envolver" (ελετας /ei-le-tí-as/) es identificado como la Ammophila arenaria ssp arundinacea.



En segundo lugar, de la terminología lineana se me había escapado una serie de binomios derivados de la voz κλαμος, y aplicados a la familia de los bambúes, cañas orientales ya conocidas por los griegos con ese nombre, por lo que nada tiene de extraño recurrir a κλαμος para bautizar a esas gigantescas poáceas.  El tamaño arbóreo explica la creación del género Dendrocalamus, donde "caña" se combina con "árbol" (δνδρον /dén-dron/).  Ese género tuvo otros nombres, entre los que interesan aquí Sinocalamus ("caña china") y Neosinocalamus ("nueva caña china").

Por cierto que la Bambusa bambos, antes de este nombre, recibió entre otros el de Arundarbor, ahora en desuso si no me equivoco, y que, como Dendrocalamus, reúne "caña" y "árbol", pero en latín (la caña latina es arundo o harundo).  Así que Dendrocalamus viene a ser arbolcaña, y Arundarbor cañárbol.

De paso recordaré que tanto Bambusa como bambos (junto con nuestra voz bambú y sus paralelos en las distintas lenguas europeas) provienen, al parecer, de la denominación malaya del bambú.  Por su origen, pues, bambú emparienta con gutapercha, orangután y pangolín, voces llegadas a nuestras tierras desde la península de Malaca.



En tercer y postrero lugar, quiero añadir aquí, por la curiosidad o el interés que puedan despertar, una porción de palabras castellanas provenientes, según acabo de enterarme, de calamus o κλαμος.

Para empezar, cómo no, un diminutivo de calamus, esto es, calamulus "cañita".  Resulta que calamulus es el étimo, reconocido por Corominas, de nuestra palabra carámbano, evolución bien admisible fonéticamente, y semánticamente verosímil por la costumbre infantil de chupar los carámbanos (llamados por ello también chupones) como se chupa la flauta o la caña de azúcar.

Tenemos a continuación el diminutivo del diminutivo, esto es, calamellus (como bacillus frente a baculus o pedicellus frente a pediculus), más fértil aún en resultados, ya en el campo musical, ya en el gastronómico.  Pues calamellus, por vía del portugués, no hace falta entrar en detalles, da caramelo; y de aquí pasa al francés caramel, al italiano caramella y demás idiomas; hablando de chupones, bien clara está la evolución semántica.

Y en lo musical calamellus "cañitita" nos regala la voz caramillo, algo desusada hoy, pero muy viva aún entre los pastores de la Mancha en tiempos de Alonso Quijano.  Y de Francia aún nos viene otro resultado musical; chalumeau.  Y más: calamellus influye en la palabra francesa de donde sale nuestra chirimía.

Buena cosecha, para κλαμος.  Pero ya vale; nos vamos con la música a otra parte.