martes, 27 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas y III

 Así pues, al igual que Mantisalca a partir de Salmantica, otros géneros se han creado por anagrama de un topónimo.  Por ejemplo, a partir de Bolivia se creó el género Lobivia para una bonita cactácea boliviana y de países próximos.  Y con la metátesis de un par de consonantes de Jamaica nació el género Jacaima, para una trepadora tropical de la familia apocinácea (aunque ahora parece haber recuperado su nombre primero de Matelea).

El procedimiento ha tenido también éxito notable a partir de nombres genéricos preexistentes.  De Alchemilla bastó cambiar el orden de las dos primeras letras para nombrar a la Lachemilla angustata, rosácea endémica de la república del Ecuador.  A la compuesta que Lineo bautizó Gnaphalium luteo-album la rebautizó Tzvelev, anagramando el género, como Laphangium luteoalbum.  En el fondo es el mismo principio comparativo de la nomenclatura prelineana, donde se venía a decir: "tal planta es como tal otra con las hojas de una tercera", o cosa parecida.

En general, si no me equivoco, el género nombrado por anagrama es afín al originario, o al menos pertenece a la misma familia botánica.  Así, Arabis ha dado Sibara, otra crucífera; el arbusto Ardisia se mudó en Sadiria, primulácea ahora, antes mirsinácea (o mirrinácea) estadounidense; la verbenácea Bouchea por trastrueque de letras dio a luz la también verbenácea Ubochea (según la red, ahora llamada Stachytarpheta); de la rosácea Cydonia salió la Docynia, otra rosácea; el género Vaselia (creo que no aceptado ahora, según la wiki) nació como anagrama de la Elvasia, y ambos pertenecen a las ocnáceas.  De los géneros cuya familia me consta, el de origen y el anagrama son hermanitos de sangre.

¿Predomina alguna familia en los anagramas?  No me consta.  Mi impresión es que se reparten las familias con ecuanimidad.  Si parece predominar alguna (por ejemplo, las asteráceas) es por ser ella misma familia numerosa.  Véase, si no.  Gramíneas, Elymus da Leymus, así como Aristida da Sartidia.  Acantáceas, Goldfussia se transformó en Diflugossia.  Cactáceas: Hatiora es el anagrama de Hariota.  Saxifragáceas: Mitella proveyó las letras de Tellima.  Labiadas: Monardella el origen, el término Madronella.  Celastráceas: la Myginda fue mudada en Gyminda.  Leguminosas: de la Tephrosia salió la Ophrestia.  Bignoniáceas: Pandorea fue convertida en Podranea.  Ocnáceas: la Sauvagesia dio lugar a la Vausagesia.  Asclepiadáceas: he aquí la Zacateza, obtenida por anagrama de Tacazzea.

Habrá observado el lector atento que gran parte de los géneros formados por anagrama son tropicales o exóticos, esto es, endémicos de la periferia de Europa: pues ésta, al parecer, se ha quedado, para su flora, con los nombres clásicos de la botánica grecorromana, aplicándolos no siempre con propiedad, sino a menudo embutiéndolos velis nolis en especies ajenas.  Nada que no fuera de esperar.

No debe de ser infrecuente que un solo nombre genérico haya dado lugar a más de un anagrama, al menos tengo en mis papeles varios ejemplos de ellos.  Allium, por ejemplo, el modesto, el plebeyo ajo, se ha reordenado dos veces, en Milula y en Muilla (este último, formado por simple inversión, es un pariente del espárrago, en contradicción con lo dicho arriba).  La hipericácea Ascyron ha engendrado la Norysca y la Roscyna.  Y la compuesta Liatris se ha desdoblado en Litrisa y Trilisa.

Pero el campeón de la diversificación anagramática es sin duda, por lo que yo sé, la ya mentada Filago: ésta la vemos desdoblada, por reordenación de las letras, en cinco géneros distintos: Gifola, Ifloga, Lifago, Logfia y Ofliga.  Asterácea tenía que ser.  He tomado esta información (y muchas otras de esta página) del Botanical latin de William T. Stearn.

Ya comprendo que el asunto sólo queda esbozado, y habrá que añadir y clasificar muchos fenómenos más (alguno ya mencionado aquí, como la síntesis entre ἀσπίς y Tupistra que dio lugar al género Aspidistra) bajo el epígrafe genérico de neologismos botánicos por anagrama o combinación.  Pero habrá que esperar la inspiración, la paciencia o las ganas...  Ganas de letras, al menos, si de ciencia no.

lunes, 26 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas II

 Y el caso de Galileo y Kepler no es excepcional; a propósito de estrellas, recuerdo los curiosos nombres de Sualocin y Rotanev con que aparecieron α y β Delphini, por vez primera con nombre propio, en el catálogo estelar (1814) de Piazzi y Cacciatore: no sé qué es más admirable, si la enrevesada forma en que el ayudante de Piazzi se homenajeó a sí mismo, o la astucia de Thomas Webb, el astrónomo que unos años después resolvió la charada, al darse cuenta de que Sualocin no era otra cosa que la inversión de Nicolaus, así como Rotanev era Venator del revés: "Nicolás Cazador" en latín y de cabeza, ¡esto es, Niccolò Cacciatore!

En botánica no conozco, y por ello me atrevo a suponer que no abunda, ese tipo de anagrama honorífico, tal vez porque fuera ya costumbre antigua honrar personas, sin rebozo, en el nombre de las plantas: lo atestiguan desde la Achillea a la Linnaea pasando por la Gentiana y por la Fuchsia.  Si acaso, se embozaba un tanto la dedicatoria para no trasparentar la adulación, como en la Calomeria o la Agathomeris, aunque ya hemos visto que no faltó el descaro de la Napoleonaea y de la Josephinia imperatricis.

No, en biología, al parecer, no movió la necesidad de halagar vanidades.  En mi opinión, lo que aquí desató la fiebre anagramática fue el apremio de hallar nuevos vocablos para un mundo natural en prodigiosa inflación, desde el momento en que a nuestra especie le dio por identificar con denominación propia a cada una de las demás especies: el número de éstas pronto desbordaría los más nutridos lexicones, catálogos geográficos y manuales de mitología y, aun así, era preciso seguir bautizando peces, líquenes, ciempiés, culebras, mariposas...

Antes de continuar quizá convenga precisar: anagrama es la palabra formada con las letras de otra, en distinto orden.  Por ejemplo, si invertimos Roma sale amor, un anagrama por inversión.  Los anagramas han sido muy útiles en antroponimia y en criptonimia.  François Arouet se hizo famoso barajando las letras de su apellido más las iniciales L. J. (de le jeune, esto es, otro que mi padre): ahora pocos recuerdan a Arouet, y bastantes más a Voltaire (o Uoltajre: para el latín, idioma aún de prestigio en el siglo XVIII, la I y la J son la misma letra, así como la U y la V).  Y ahora recuerdo que Alina, mi peterburguesa favorita, contaba que en los primeros años de la Rusia soviética fue popularísimo por allá el nombre de chica Ninel, anagrama de Lenin.

El primer anagrama botánico del que tuve noticia fue la Mantisalca salmantica: fue bautizada por Lineo como Centaurea salmantica pero más adelante hubo que hacer género aparte y se creó Mantisalca, donde la primera sílaba del nombre específico se convirtió en tercera.  Salmántica a su vez es el nombre romano de Salamanca; ¿vino de allá el ejemplar al que Lineo aplicó aquel basiónimo?

Más tarde, un amigo me informó de que Mantisalca no era un caso único en botánica: Logfia, género de una asterácea, se formó con reordenar las letras de otro afín, Filago.  El asunto me pareció extraordinario, y me he vuelto un coleccionista de anagramas botánicos.

Que no los hay sólo en botánica, claro está.  Por casualidad, leyendo un libro muy pesado (pero ya se sabe que no hay libro tan malo que no tenga algo bueno) aprendí que para el avión común (por Lineo bautizado como Hirundo urbica) se creó en 1854 el género Delichon, anagrama de chelidon (transcripción latina del nombre griego de la golondrina, esto es χελιδών /je-li-doón/): de este modo, el nombre latino quedaba en exclusiva para la legítima propietaria, la Hirundo rustica.  (Por cierto, en wikipedia hay una interesante observación sobre el cambio, por corrección de género, de urbica a urbicum.)  Ahora bien, ¿por qué no se usó la voz griega sin más?  ¿Se había usado ya con otro animalito?  ¿O le entró a la ornitología el prurito purista?  No lo sé.  Tecleo chelidon y obtengo de la omnímoda red una especie de crecepelo y un señor con gafas de sol que me enseña a pronunciarlo en inglés.  ¡Admirable!  ¡Lo que aprende uno con la güeb!

Ya que estamos entre golondrinas, señalaré que χελιδών es el étimo de nuestra hierba golondrinera o Chelidonium maius, ya en griego llamada χελιδόνιον /je-li-dó-ni-on/ "celidonia".  Un cuento que remonta a Dioscórides asegura que si sus pollos no abren los ojos, la golondrina los sana con celidonia.  En el Dioscórides renovado de Font Quer se relata con pormenor.

domingo, 25 de mayo de 2025

Anagramas y charadas botánicas I

Las limitaciones de nuestra inteligencia natural (ya que la artificial remonta) se manifiestan, en mi opinión, en la absurda oposición entre "ciencias" y "letras".  Seguramente habrá observado la atenta lectriz que nadie se adelanta a responder a una cuestión ardua con ese argumento:  "Se lo voy a explicar yo, que soy de letras" (o "de ciencias" en su caso).  No.  Siempre comparece el conceptillo en negativo, para rechazar la implicación:  "¿Velocidad angular?  Y a mí que me cuenta, yo soy de letras."  "¿El románico, dice usted?  A mí plin: soy de ciencias."  Ciencias o letras: argumento para escurrir el bulto.

¡Ah, época feliz aquella en que no existían "ciencias" ni "letras"!  La gente se ocupaba de esto o de aquello sin la cuestión tontaina, si esto o aquello era letras o ciencias.  Y los estudiosos, las aficionadas a la naturaleza, eran también letrados y poetas, y las letradas y poetas eran a la vez físicos y naturalistas.  Aquí los manes de Hipatia de Alejandría y de Carlos Lineo, de Anselmo de Aosta y de Sofía Kovalévskaya.

Encuentro natural que los ocupados en desvelar los misterios de naturaleza se aficionen también a los enigmas, las adivinanzas y las charadas.  ¿Qué mayor charada, adivinanza y enigma que el mundo que nos rodea?  Ninguna cabeza importante ha tomado en serio esa memez de "ciencias" y "letras", y con delicia se entera uno de que Goethe elaboró una compleja teoría de la percepción cromática, y que el más duro empeño intelectual de Newton (lo prueban miles de páginas manuscritas) afectó al misterio de la santísima trinidad.  Los físicos escriben poemas y las novelistas resuelven sudokus.

Entre mis enigmistas favoritos cuento a Galileo, no en vano hijo de músico, en una época en que empezaban a jugar a lo grande con cánones, temas invertidos y variaciones per augmentationem y per deminutionem.  Ignoro si Galileo hacía crucigramas en casa, pero dio un sentido práctico a ese juego al informar de un hallazgo astronómico, sin descubrir de momento sus cartas, con este anagrama monstruoso:

          SMAISMRMILMEPOETALEUMIBUNENUGTTAURIAS

El pobre Kepler, no menos aficionado a los jeroglíficos que Galileo, y empeñado como él en descifrar los cielos, debió de romperse la cabeza para formar este patético verso:

          Salve, umbistineum geminatum Martia proles.

Patético sobre todo por ese umbistineum que él sabría lo que significaba (aun así, hay quien lo ha traducido).  El florentino destapó su juego unos meses después: creía haber descubierto en Saturno un planeta triple:

          Altissimum planetam tergeminum observavi,

"He observado que el planeta más alto es triple".  Saturno era "el más alto" porque entonces ni de Urano ni de Plutón había noticia.  Galileo interpretó los borrosos anillos como un par de cuerpos celestes más.  Y en agosto de ese mismo año de 1610, mirando con el telescopio, vio con sorpresa cómo Venus crecía y menguaba como la luna, y decidió comunicarlo al mundo en enigma:

          Haec immatura a me jam frustra leguntur o y,

"Esto está verde y ahora en vano lo cosecho o y", que puso a Kepler como una moto: moviendo letras de acá para allá, el hombre parió esta frase confusa:

          Macula rufa in Jove est gyratur mathem,

"hay mancha roja en Júpiter, gira matem", pero al final el pícaro florentino proveyó la solución correcta:

          Cynthiae figuras aemulatur mater amorum,

"La madre de los amores imita las figuras de Cintia", todavía algo enigmática, pues ha de entenderse que la "madre de los amores" es Venus, y "las figuras de Cintia" son las fases de la luna.  Como anagramas son un tanto fallidos (ese o y de Galileo demuestra que tampoco estaba para perder el tiempo), pero sin duda disfrutaron haciéndolos o resolviéndolos.

Dirá el paciente lector que esto es preámbulo muy largo para no entrar en materia.  Cuánta razón tiene.  Pero continuaré otro día.

lunes, 28 de abril de 2025

De frutos y frútices

 La palabra fruticosus se presta a confusión, me parece a mí, y una conversación de ayer me lo confirma de nuevo.  Parece natural relacionar fruticosus con fruto pero es un error, por frecuente que sea.  Fruto representa la voz latina fructus (que significa "fruto"), mientras que fruticosus deriva de frutex, que significa "arbusto" y nada tiene que ver con aquella.

Es muy curiosa la palabra castellana fruto.  El grupo -CT- latino debería haber evolucionado a -CH- castellana (como en dictum, noctem, octo).  Sin embargo esa -C- implosiva (que conservamos en los cultismos, por ejemplo en fructífero o en infructuoso) ha caído sin más, rareza que sólo cabe explicar como resultado de una pronunciación afectada.  Américo Castro supuso que era un producto de la jerga eclesiástica, donde se llamó fruto al diezmo.  Es muy de creer.  Si hubiera predominado la pronunciación popular, sin interferencia de sotanas, no diríamos ahora fruto, sino frucho, con la evolución regular de fructu (y esto no es fonética ficción, pues frucho se lee en Berceo).

Fructus a su vez contiene la raíz del verbo fruor "disfrutar" (lo mismo que fruitio "disfrute", "fruición", o frugalis, étimo del castellano frugal, o frumentum, que en francés da froment "trigo").

En mi época de charlas en latín por la red, los amigos estadounidenses solían hablar (bastante mal) de su presidente, al que llamaban Frutex.  No era un insulto (aunque al presidente de entonces le daban fama de tonto): frutex es sólo la versión latina del inglés bush "arbusto" (y apellido del encausado).  (Ya sé que los apellidos no se deben traducir; pero esta es regla para traductores: nosotros no éramos traductores, solamente filólogos divirtiéndose con el nuevo juguetito: internet.)

Frutex, pues, significa "arbusto", y con ese significado se usa ese latinismo en botánica, también en la forma castellanizada frútice.  Ahora bien, ¿qué significa en latín fruticosus, exactamente?  Pues dos cosas: o bien "lleno de renuevos", o bien "lleno de arbustos"; pero, como señala Font Quer en su diccionario, "los botánicos no han empleado este término en tal sentido", sino en el de "arbustivo", esto es "semejante a un arbusto" (y en particular, deduzco yo, "lignificado" o "parcialmente lignificado").

La nomenclatura botánica contiene una serie de adjetivos emparentados con frutex, y yo no he sabido encontrarles la diferencia.  Para mí que son más o menos sinónimos de fruticosus.  Éste lo tenemos, por ejemplo, en el Dianthus fruticosus o en la Lithodora fruticosa, cuyas flores azules brillan ahora en las sedientas colinas de mi entorno.  Luego está la variante fruticulosus (que no encuentro en latín clásico), como en la Sideritis fruticulosa o en la Matthiola fruticulosa, también ahora en flor junto a la hierba de las siete sangrías.

¿Qué diferencia hay entre los anteriores y fruticescens /fru-ti-kés-kens/?  En latín fruticéscere significa "llenarse de renuevos", pero sospecho que no es ese el sentido adecuado al Galium fruticescens o al Bupleurum fruticescens.  Por cierto que hay también Bupleurum fruticosum.

¿Y fruticans?  Hay Jasminum fruticans, hay Veronica fruticans (y también Veronica fruticulosa).  Según los diccionarios fruticare es intransitivo y significa "echar renuevos"; pero una vez más no me parece que deba darse ese sentido al participio fruticante en su uso botánico.  Por cierto que el diccionario de Font Quer, que define fruticoso y fruticuloso (cuasi sinónimos), omite fruticante y fruticescente (correspondientes a las formas latinas de estos últimos párrafos).

Luego tenemos la forma suffruticosus, que sólo existe en latín botánico que yo sepa, y que apenas añade un matiz diminutivo al sentido de fruticosus.  Font define sufrútice como "planta semejante a un arbusto, generalmente pequeña y sólo lignificada en la base".  Anteayer ya vi alguna flor blanca del Linum suffruticosum, que dentro de un par de semanas nevará los oteros donde ahora florece el alhelí triste.

En resumidas cuentas, fruticosus nada tiene que ver con fruto, sí con arbusto y, me permito añadir, con lignificación.  Pero es forma tan propensa a confusión que el propio Corominas, o más probablemente algún ayudante despistado, ha metido la pata al incluir bajo la voz frútice la palabra infrutescencia en el gran diccionario etimológico.  Es un claro error, porque infrutescencia (que tiene variante más culta: infructescencia) sí tiene que ver con fructus "fruto", y nada con frutex "arbusto".  El mentado Diccionario de botánica nos informa de que la voz latina infructescentia (con la -CT- de fructus, por supuesto) la creó para el latín botánico Germain de Saint Pierre, con el fin de suceder a inflorescentia, inadecuada ya, una vez madurados los carpelos.

¿Y de dónde viene, en fin, la voz frutex?  Pues hay varias hipótesis, claro es, pero no encuentro ninguna utilidad en repasarlas.  Quod nescis, nescis.  Dejemos la última palabra al sabio diccionario de Ernout-Meillet-André: aucun rapprochement sûr.

miércoles, 23 de abril de 2025

El derecho a la pereza

 Me había propuesto escribir hoy sobre no sé qué, pero me he levantado perezoso y con ganas más bien de echarme al monte, en este día radiante, tras tantos nublados y pasados por agua.  Además, llevo casi tres semanas sin conexión con el mundo, quiero decir con esta red electrónica que llaman internet (ahora tengo fibra óptica, ojo al parche) y me he desacostumbrado de estas páginas y de aventar en ellas mis ocurrencias; se me hace cuesta arriba uncirme al carro.

Cosa curiosa, la falta de conexión no me ha afectado, salvo en un aspecto: hacía meses no buscaba otras páginas y, justo cuando no puedo, me acuerdo de las maravillas que podría consultar, de momento inaccesibles.  Así que apenas vuelve la línea me lanzo a ello, y empleo casi un día entero en leer a otros amigos de la red, indecentemente abandonados.  ¡Qué hermosas cosas se publican!  El diario de Romà Rigol, por ejemplo, qué rico no sólo en finas observaciones naturales, sino también en sabias reflexiones, y aun en elegantes epifonemas:  Cal aturar-se.  Passar és una forma de fracàs.  ¡Ay!  ¡Cuán cierto!  Aunque qué otra cosa somos, sino efímeros pasajeros.

Últimamente ha crecido el número de visitantes de Latín y botánica.  No por presunción, sino porque es verdad, aseguro que me bastaría con un lector o un par de ellos (y a poder ser no muy atentos).  El que muchos lean, sin duda más entendidos, más es freno que acicate.  Gracias, en cualquier caso, a todos los visitantes.  Claro que quizá, en lugar de este agradecimiento formal, debería aportar algo de sustancia...   Ay, pero si uno se levanta vago, no hay tu tía...

Hala, al monte.

¡Y qué monte!  ¡Qué exuberancia!  Sangüisorbas grandes como alcachofas, llantenes hasta la cintura, estipas que agitan al viento sus espigas plateadas, como agujas de luz.  Cielo azul, sin una nube.  Y al fondo, un Moncayo glorioso, ¡con mucha nieve aún, lo nunca visto a finales de abril, en este balbuciente milenio!

Recorro unos cerros cercanos a la Ciesma, aterrazados de tiempo inmemorial, aunque la mayoría de las hazas chicas las abandona ahora el agricultor y las ocupa la flora silvestre; los oscuros trigales sólo campan donde se explaya la máquina en extensión acomodada a su tamaño.

¡Qué contento está el vegetal!  Me parece que incluso los pálidos alhelíes de Mattioli están más subidos de color, y en lugar de cárdenos grises ostentan unos tonos vinosos, casi alegres.  A su lado, los astrágalos extienden radialmente sus espigas rosa y carmín.  Rabanizas, amarilleras, pequeños heliántemos amarillos, muscaris...  Me entretengo en recordar sus nombres, que vienen cuando quieren, o no vienen.

La pista agrícola se corta de pronto: la han arado, uniendo los campos que la flanqueaban.  Obligado a pisotear el trigal, o a lanzarme por la ladera, tomo la segunda opción y desciendo por los rellanos y taludes que hacen de este otero una escalera.  En uno de ellos los glaucios cornudos compiten con los adónides a cuál ostenta más regio color bermejo.  Algún ejemplar, adelantado a sus contemporáneos, ya es todo cuernos, algunos de casi veinte centímetros.

Una finca extensa y plana, pero de mal acceso para el tractor, se ha convertido en denso tomillar, sobre el que tienden un manto de rumor miles de abejas.  Tomo una ramilla florida con tan mal acierto que una de estas laboriosas se enemista y me pica en la frente.

Abajo, por la vaguada, corre la pista principal; a su vera, donde no hay trigo, pululan, como siempre, esas crucíferas erucoides que aquí llaman albianas, sin duda por nevar los campos, cuando proliferan sin competencia.  Sus flores también las visitan las zumbadoras abejas: de cierta distancia ya huele a miel.  También la cuscuta está contenta, cubriendo acá y allá a sus víctimas.  Las candileras, muy altas, tiran ya los capullos: se ve que no piensan aguardar a sanjuán para desplegar sus bostezos amarillos.

Siguiendo la pista llegaría a la carretera y en dos o tres quilómetros alcanzaría por ella el paradero del coche.  Pero, por no pisar asfalto, sigo otra pista que asciende por la loma, aunque es poco prometedora (tiene mucha hierba, y no de la que gusta ser pisada).  En efecto, pronto se pierde y me veo obligado a trepar por un terreno de roca.  Con placer, porque no abunda, encuentro un corro de teucrio algodonoso.

Arriba llego a un amplísimo trigal: hay que bordearlo.  Me pica la frente.  Me ha salido un bulto notable: por culpa de la abeja soy ahora mas corniculatus que el glaucio, y no sé si igual de colorado.  Al ver correr un corzo, ladrando, caigo en la cuenta de que no he visto animal ninguno en todo el recorrido, excepto pájaros e insectos.  ¿Dónde están los humanos?  ¿Estarán quizá celebrando a Jorge, el sauróctono?  ¿O con el transistor en la oreja, oyendo el discurso de Pombo?

Cuando llego al coche repaso lo visto.  Ni una orquídea.  No habré mirado bien.

Ya conduciendo de regreso compruebo que la humanidad no se ha extinguido: una docena de ciclistas pedalea sin parar de darle a la húmeda.  ¡Qué tertulia sobre ruedas!  Visten elegantes conjuntos de colorines, gafas marcianas, cascos aerodinámicos.  Si no es la serpiente multicolor, al menos una lagartija policroma y charlatana.

domingo, 16 de marzo de 2025

De escudos, escudillos y escudillas II

 Y pasamos al griego.  Comienzo por la voz ἀσπίς /as-pís/ "escudo" (acusativo ἀσπίδα): en Homero nombraba sobre todo el escudo redondo, pero su significación tendió a ampliarse hacia la idea general de escudo.  La palabra griega, castellanizada en áspide, entra en el diccionario de botánica de Font Quer descrita como "intumescencia escutiforme subexínica" (desopilante definición: oigo reír a mi padre con una de sus citas preferidas: "pi menus erre, ¿te enteras?").  Precede, en el mismo diccionario, la voz aspidado, que significa, claro es, "provisto de áspides".

A todas luces, el género Aspidistra contiene ἀσπίς, aunque el segundo formante parece harto oscuro.  Por suerte, la wiki inglesa s.v., lo explica: para nombrar a este vegetal, que tan a menudo amuebla interiores, John Ker Gawler, en 1822, combinó la palabra griega con el nombre del género próximo Tupistra, descrito por él mismo unos años antes.

Aspidistraceae según el diccionario de Font Quer es sinónimo de Liliaceae.  Me ha sorprendido.  Busco en internet y salta la voz Asparagaceae, con luengo catálogo de sinónimos.  Antes de sufrir un derrame, abandono la cuestión, que me supera.  Ahora las aspidistras oscilan, al parecer, movidas por el viento de la onomástica científica, entre Ruscaceae y Asparagaceae.  Allá se las compongan.

Abandono un momento el terreno de la botánica para anotar otro motivo de sorpresa en esta breve investigación (la ignorancia, en el fondo, es una suerte).  Resulta que la voz áspid, que nunca pensé aludiera una especie concreta, no sólo designa específicamente, a juicio de la wiki, a la cobra de Egipto o Naja haje; es que además lo hacía ya en griego, pues la misma voz ἀσπίς "escudo" designa al áspid y al arma defensiva.  Así que áspide y áspid tienen el mismo étimo; he aquí un doblete inesperado.  La culebra (lo señala Bailly) se nombra escudo por metáfora formal: por cómo el animal, amenazante, despliega el cuello.

La infantería ligera usaba un pequeño escudo redondo llamado πέλτη /pél-tee/: de ahí viene llamar peltastas a esos soldados.  La voz griega, castellanizada en pelta, designa cierto apotecio plano de los líquenes.  Y provee el adjetivo peltado que describe específicamente la hoja de limbo circular con centro en la inserción del pecíolo, exactamente como la del Tropaeolum majus.

Encuentro que estas páginas contienen ya en imagen una hoja de Tropaeolum, pero nunca me he ocupado del nombre genérico, pese a ser uno de esos diminutivos que tanto me gustan.  En efecto, como señala la wiki, Tropaeolum es el diminutivo de la voz griega τροπαον /tro-pái-on/ "trofeo".  Trofeo, en origen, es el montón de escudos, cascos y armas de la hueste derrotada, erigido por el vencedor para festejo y memoria de su éxito.  En τροπαον tenemos un derivado del verbo τρπω /tré-poo/, uno de cuyos sentidos es "poner en fuga": como las palabras muestran, bien sabía el antiguo griego (más ducho en combates que el moderno) que la victoria radicaba en desordenar las filas enemigas y ponerlas en fuga.

Ya entrados en batalla, "trofeo" en latín clásico es tropaeum /tro-páe-um/, un viejo préstamo del griego (la αι se transcribe AE).  Eso daría en castellano tropeo, y si decimos trofeo se debe a que en algún momento les dio a los finolis por pronunciar aspirada esa P: trophaeum se documenta en época tardía.  Veo en la wikipedia que Trophaeum y el despectivo Trophaeastrum han sido sinónimos del lineano Tropaeolum.  Parece que las hojas y flores de la capuchina recordaron a los pacíficos herboristas bélico amontonamiento de cascos y escudos.

Si usted quiere sonar clásico, pronuncie /tro-páe-o-lum/: ya sé que AE no es en castellano diptongo; si le cuesta mucho diga /tro-pé-o-lum/.  Pero, por favor, no acentúe en la O, que es breve y no se ha metido con nadie.  Eso, insisto, si quiere usted sonar clásico.

Vuelvo a la πέλτη.  En el diccionario de Font Quer se encuentran voces botánicas derivadas: peltatífido, peltiforme, peltigeráceas, peltinerve, peltinervio.  Y dentro de peltigeráceas, claro está, se menciona el género Peltigera (/pel-tí-ge-ra/, porque la E es breve), líquenes cuyo nombre significa "portaescudos" (del verbo gero, gérere "llevar").

No he encontrado en botánica restos de ὅπλον /hó-plon/ (el escudo del hoplita), aunque adorna los nombres científicos de unos cuantos animales, coleantes o extintos, por ejemplo el Hoplopteryx, definido por Agassiz en 1839.

sábado, 15 de marzo de 2025

De escudos, escudillos y escudillas

 ¿Qué sé yo de escudos?  Poca cosa.  Que la parma era pequeña y redonda, grande y oblongo el scutum.  Y que la pólvora los dejó en desuso, como bien notó el caballero de la Mancha.  (Por cierto que el primer pasaje hilarante del Quijote es la reparación de la rodela.)  Ahora una pregunta sobre clypeata, específico de una Fibigia, me lleva a una pequeña búsqueda y a dar con voces que agavillar en esta paginita.  Dispuesto, pues, a hablar de escudos, sin saber apenas nada de ellos.  ¡Qué papelón el de filólogo!  El amigo de las palabras mete cuchara en todos los guisos, sin pajolera idea de ninguno; menos mal que viene a ser, si Johnson tenía razón, a harmless drudge.

Empecemos por parma, pues.  Mal comienzo.  Nada encuentro en botánica con esta voz.

Sí hay rastro, en cambio, del clipeus, escudo similar a la parma.  Con la peculiaridad de que los fitólogos escriben clypeus, con una Y abusiva, una Y hipercorrecta, dado que no es voz griega (su origen es desconocido, quizá etrusco).

Del género Clypeola /kli-pé-o-la/ ya tuve ocasión de escribir, a propósito de diminutivos: viendo la imagen de la plantita, pocas dudas caben de que el nombre genérico se debe al diseño circular de las silicuas; en la misma página de ese enlace se puede leer su nombre vulgar, según Colmeiro: "yerba rodela".

El adjetivo clipeatus (/kli-pe-á-tus/, en botánica escrito clypeatus) podemos traducirlo por "dotado de escudo redondo".  Y con él, además de la Fibigia clypeata y del Alyssum clypeatum, ya mencionados, encuentro ahora una Farsetia clypeata.  Habrá más.  (Desde luego sí en zoología, donde al pato cuchara se añaden varios escarabajos con escudo, e.g. el Dixus clypeatus.)

Grande y oblongo, pues (y étimo de la palabra castellana), el scutum: esta voz, de significado más genérico, ya tiene amplia cabida en nuestra nomenclatura.  Basta consultar, por ejemplo, el diccionario de Font Quer, donde hallamos escudado, escudete, escudiforme y una porción de voces más.  Escudado continúa el scutatus /scu-tá-tus/ latino, y éste figura en el Rumex scutatus, hierba amante de las gravas móviles: su hoja ostenta una elegante forma de escudo medieval.

He visto atribuir a scutum el nombre de la Biscutella, pero, como ya dejamos escrito, scutella no es diminutivo de scutum (larga la primera U) sino de scutra (con U breve).  Aunque sin duda hubo hibridación entre ambas voces, ya que la escudilla romance presupone la U larga de scutum (de haberse mantenido breve la U, hoy diríamos *escodilla en lugar de escudilla).

Por otra parte, los frutos de la Biscutella más que scutum habrían pedido clipeus o πέλτη (redondos).  Así, pues, en la Biscutella no hay dos escuditos sino dos platillos.  E igual étimo tendrán la Scutellaria (lo confirma la wiki francesa; aunque ahí leo en la ilustración Schildkraut, con lo que aumenta la confusión; pero dejemos esa vía) y el adjetivo scutellatus ("con escudilla", "con platillo"), entre ellos la Medicago scutellata y la Veronica scutellata.

Y de momento no se me ocurren más formas de escudo latinas en la nomenclatura vegetal.  Las formas griegas las dejo para otra entrada.

[Paseando esta mañana he recordado el dicho: quien tropieza y no cae adelanta tres pasos.  Hoy tropecé y caí, esto es, avancé tres pasos y, al girarme a ver la causa del enredo, hallé culpable a un turión de Rubus fruticosus, latente entre las hierbas: caí, así, en la cuenta de lo que significa enzarzarse. Qué hermosa palabra, turión; he añadido este párrafo sólo por el placer de usarla.  Un día como hoy, las idus de marzo, cayó también Julio, dictador vitalicio y sumo pontífice, bajo dagas conjuradas.]

domingo, 2 de marzo de 2025

Otra de cálamos y calamillos

 Luego de escribir, calamo currente, sobre cálamos, calamares y calamidades, me ha sobrevenido, en parte por azar y en parte por necesidad, una avalancha de información sobre calamus, y encuentro conveniente empezar nueva página, no para ser exhaustivo (que no me preocupa) sino por ordenar un tanto las novedades sobrevenidas y dar de paso la vara a mis lectores.

Compruebo una vez más cómo, apenas se presta atención a un objeto, uno se lo encuentra por todas partes.  Yo lo llamo "efecto eleagnus", pues por primera vez percibí con claridad este notable fenómeno al identificar como Elaeagnus angustifolia un arbustillo que gratamente me tocaba las narices: comencé entonces a topar con eleagnos en mi camino, muchos más de cuantos yo sospechara haber en el mundo.  (Otros lo llaman de otra manera, no recuerdo cuál, pero llámese comoquiera, el efecto aquel prueba que sólo vemos prestando atención, y que, ay, en general vamos cegatos para buena parte de nuestro entorno.)


En primer lugar, de la voz κλαμος pasé por alto su interés en la literatura botánica antigua.  Ya en los botánicos griegos κλαμος designa a varias plantas precisamente identificables, o al menos identificadas por nuestros filólogos, entre sí separadas con determinaciones varias.

Por ejemplo, la Bambusa arundinacea, según Amigues, tiene en Teofrasto el nombre de "cálamo de India" (ἰνδικός /in-di-kós/); el Acorus calamus ya recibía el nombre de "cálamo bien oliente" en Teofrasto; al Phragmites australis se alude como el "cálamo de cañizos" (πλοκιμός /plo-ki-mós/ "trenzable").

La Arundo donax, por su parte, recibía entre otros el nombre de "cálamo de flautas" (αλητικός /au-lee-ti-kós/) y "cálamo de Laconia"; y la Arundo plinii (que hace poco nos mostraba Manolo en una localidad cercana a Zaragoza) el de "cálamo de Creta".

En cuanto al "cálamo de envolver" (ελετας /ei-le-tí-as/) es identificado como la Ammophila arenaria ssp arundinacea.



En segundo lugar, de la terminología lineana se me había escapado una serie de binomios derivados de la voz κλαμος, y aplicados a la familia de los bambúes, cañas orientales ya conocidas por los griegos con ese nombre, por lo que nada tiene de extraño recurrir a κλαμος para bautizar a esas gigantescas poáceas.  El tamaño arbóreo explica la creación del género Dendrocalamus, donde "caña" se combina con "árbol" (δνδρον /dén-dron/).  Ese género tuvo otros nombres, entre los que interesan aquí Sinocalamus ("caña china") y Neosinocalamus ("nueva caña china").

Por cierto que la Bambusa bambos, antes de este nombre, recibió entre otros el de Arundarbor, ahora en desuso si no me equivoco, y que, como Dendrocalamus, reúne "caña" y "árbol", pero en latín (la caña latina es arundo o harundo).  Así que Dendrocalamus viene a ser arbolcaña, y Arundarbor cañárbol.

De paso recordaré que tanto Bambusa como bambos (junto con nuestra voz bambú y sus paralelos en las distintas lenguas europeas) provienen, al parecer, de la denominación malaya del bambú.  Por su origen, pues, bambú emparienta con gutapercha, orangután y pangolín, voces llegadas a nuestras tierras desde la península de Malaca.



En tercer y postrero lugar, quiero añadir aquí, por la curiosidad o el interés que puedan despertar, una porción de palabras castellanas provenientes, según acabo de enterarme, de calamus o κλαμος.

Para empezar, cómo no, un diminutivo de calamus, esto es, calamulus "cañita".  Resulta que calamulus es el étimo, reconocido por Corominas, de nuestra palabra carámbano, evolución bien admisible fonéticamente, y semánticamente verosímil por la costumbre infantil de chupar los carámbanos (llamados por ello también chupones) como se chupa la flauta o la caña de azúcar.

Tenemos a continuación el diminutivo del diminutivo, esto es, calamellus (como bacillus frente a baculus o pedicellus frente a pediculus), más fértil aún en resultados, ya en el campo musical, ya en el gastronómico.  Pues calamellus, por vía del portugués, no hace falta entrar en detalles, da caramelo; y de aquí pasa al francés caramel, al italiano caramella y demás idiomas; hablando de chupones, bien clara está la evolución semántica.

Y en lo musical calamellus "cañitita" nos regala la voz caramillo, algo desusada hoy, pero muy viva aún entre los pastores de la Mancha en tiempos de Alonso Quijano.  Y de Francia aún nos viene otro resultado musical; chalumeau.  Y más: calamellus influye en la palabra francesa de donde sale nuestra chirimía.

Buena cosecha, para κλαμος.  Pero ya vale; nos vamos con la música a otra parte.

domingo, 23 de febrero de 2025

Topos del mundo natural

 Me pregunto por el significado de Lathraea (L clandestina, L squamaria) y no se me ocurre ninguna explicación para el nombre, por más vueltas que le doy.  Y qué cosas, me despierto a las dos de la mañana con la respuesta pronta...  ¡Lo que trabaja el inconsciente!  Así da gusto.  Cuando vuelvo a casa (estaba de viaje) encuentro la confirmación en el diccionario.

No era para romperse la cabeza, pues lathraea no es sino transcripción a nuestra escritura de λαθραα, femenino de λαθραος /la-zrái-os/ "escondido" o "clandestino".  Ese adjetivo es pariente del verbo λανθνω /lan-zá-noo/ "esconderse".  La misma raíz provee el adverbio λάθρα /lá-zraa/ "a escondidas", en latín clam, y de aquí sale clandestinus, específico de la Lathraea clandestina, convertida así en nuevo ejemplo de binomio redundante: algo así como "escondida que se esconde".

Es simpático el verbo λανθνω: entretengámonos un poco con él.  De su raíz sale λήθη /leé-zee/ "olvido" (lo que se oculta en los ambages de la memoria), y seguramente el lector habrá oído hablar de Lete o Leteo, el río del olvido, cuyas aguas bebían las almas de los muertos antes de afrontar los siglos de aburrimiento que les aguardaban en el bajo mundo.  En el infierno heleno no brilla, como en el persa o el hebreo, fuego o sangre: allí los muertos sólo padecen tedio; se aburren, sí, pero al menos sin dolor por la luz perdida, esto es, sin añorar los placeres disfrutados arriba, y ello gracias a las virtudes amnésicas del agua letea.

De igual raíz sale nuestro letargo, tomado de λήθαργος /leé-zar-gos/ "(sueño) letárgico".  El segundo elemento de esta voz griega es dudoso, pero no el primero, que es con certeza λήθη u olvido.

Otra hermosa palabra de esa misma raíz es ἀλήθεια /a-leé-zei-a/ "verdad" o, en su sentido originario, "veracidad".  En la visión griega, la verdad se expresa así: lo no oculto (ἀ es el prefijo negativo).  Cierto es que apenas ha dejado rastro en nuestro idioma la λήθεια griega: poco más que el raro término de aletología o "tratado de la verdad".

He visto en algún lugar que el nombre lineano del latrodectes, esa araña conocida como viuda negra, se atribuye al adverbio λάθρα, debido a que el bichito produce "a escondidas" dolorosas picaduras.  Pero me parece improbable, ya que Latrodectus va con T y no con TH (como debería si contuviera λάθρα).  ¿El primer elemento está tomado del latín latro "ladrón" o "peón de ajedrez"?  ¿O se trata de λτρον, esa vieja palabra que en Ésquilo significa "salario"?  Todo muy oscuro.  En cambio parece claro que el segundo elemento es el griego δκτης /deék-tees/ "mordedor" (de δκνω /dák-noo/ "morder"; no se confunda con δκτης /dék-tees/ "mendigo").

Ya que me he lanzado por la pendiente de la vacua erudición, no callaré que el elemento lantano recibió su bautizo, a mediados del XIX, de manos de Carlos Gustavo Mosander, un experto en esas tierras raras ahora tan apetecidas.  En la forma latina lanthanum sustantivó Mosander, de forma tal vez discutible, el presente griego λανθνω, literalmente "yo me escondo".  Se ve que al sueco le costó encontrarlo.


jueves, 6 de febrero de 2025

Calamo currente

Sorprende que la voz clásica calamus "caña" (griego κλαμος /ká-la-mos/) no haya tenido más descendencia en la nomenclatura lineana, me parece, salvo el Acorus calamus (o "cálamo aromático"; familia acoráceas, wiki dixit) y el género de palmeras ratán que el sueco llamó Calamus.  Imagino a Lineo exprimiendo el magín en busca de voz nueva, y dando al fin con ésta, casi inusitada en su jerga, para bautizar al Calamus rotang, útil en manualidades varias y al parecer mencionado en Plinio 16 221; pero según Amigues el paso hay que entenderlo referido al paletuvio Excoecaria agallocha.

La casi ausencia de calamus en la jerga botánica sorprende por tratarse de una voz tan frecuente en el uso literario que hasta incluye el latinajo del título (alusivo al escribir apresurado, en borrador, derecho al fin, con desdén de la forma: "a vuelapluma").  En efecto, cálamo designa la caña, pero también el instrumento de escritura, antaño una caña cortada al sesgo, o una pluma de ave, luego su versión metálica, en nuestros días el rotulador y el esferógrafo o boli (birome para porteños, del nombre del inventor).  Las palabras sobreviven al objeto.

Mi intención es juntar en esta página dos curiosos derivados de la voz calamus, con significado tan alejado del original, a primera vista, que parece se han de imaginar enrevesadas evoluciones semánticas para comprender el resultado.  Veamos.


Es la primera calamitas, genitivo calamitatis, hoy en castellano calamidad (y en la mitología del far west mote de una célebre pistolera).  Tanto en castellano como en latín, la voz designa un desastre de grandes proporciones y consecuencias durables.  Que sobrevenga de repente, bien puede ser, sin que sea nota esencial a la definición; tampoco lo es, me parece a mí, que suceda a gran número de personas, como dice la RAE, aun siendo asimismo frecuente.

En latín toma a menudo sentido militar, como "grave derrota", pero la literatura especializa la voz en los desastres que afectan a la cosecha.  El gramático Donato se hace eco de este sentido y sugiere la etimología: calamitatem rustici grandinem dicunt quod calamos comminuat "los campesinos llaman calamidad al granizo, porque mengua las cañas".  De esas menguadas cañas (calami) vendría la voz calamitas.

Si esta etimología le parece razonable, no se preocupe, pues al fin y al cabo ya se lo pareció a un viejo gramático romano.  Ahora bien, presenta dificultades, unas semánticas (¿se centra en la caña la perdida cosecha?), pero ante todo formales (los sustantivos en -tat-, como calamitas, derivan de adjetivos y no de sustantivos, como lo es calamus).  Ni unas ni otras son impedientes (¿no habló Minucio Félix de la autumnitas, sacándola del autumnus?), pero sumadas vuelven sospechoso al étimo.

Los gramáticos de nuestros días, que saben menos latín que Donato, sin duda alguna, pero más que él de fonética, gramática e historia de la lengua, relacionan calamitas con un adjetivo del que no quedó más rastro que su forma negativa, incolumis "incólume", y con la voz clades "grave derrota".  Ahora bien, los hablantes latinos sí debían de relacionar calamus y calamitas, tuvieran o no el mismo origen; de manera que, si una voz no viene de la otra, al menos los hablantes lo sintieron así.


La otra palabrita de esta página deriva en efecto, con razonable seguridad, de calamus, y su historia es bien simpática.  Desde que hay recado de escribir existe el objeto para guardarlo: plumier lo han llamado los franceses usuarios de plumas.  Como los romanos lo eran de cañas, lo bautizaron calamarium: éste contiene los calami o cañas, y la tinta o atramentum.  (Está documentada la expresión theca calamaria; la voz calamarium o calamarius es tardía.)

¿Y qué animalito tiene tinta y pluma?  Pues justamente ése al que, por tener pluma y tinta, se acabó dando el nombre de la escribanía, el calamar.  Al castellano no vino la palabra por vía directa del latín (podría haber salido de ahí un *calamero), sino tomada del italiano calamaro, según Corominas a través del catalán.  Por cierto que en Italia la palabra se ha resuelto en un doblete: el italiano calamaro es "calamar", mientras que "tintero" es calamaio (con el sufijo al gusto florentino).  Claro es que los italianos más de una vez se lían, y llaman al tintero calamaro, y calamaio al calamar.


Ahora me doy cuenta de que está también el género Calamagrostis, donde se mezclan sin duda Calamus y Agrostis.  Y más que habré pasado por alto.


lunes, 27 de enero de 2025

Una hermosa guía de pájaros

Releyendo El lugar de un hombre, di de entrada con un escollo que nunca resolví.  La novela de Sender (elaborada a partir del célebre crimen de Cuenca, transferido por el aragonés a su aldea de infancia, Alcolea de Cinca), arranca así:

"En los campos comenzaba la primavera y se veían en las eras, sobre la escarcha de algunos amaneceres helados, las cucutes, pájaros de pecho tornasolado, alas blancas y negras.  Su belleza los hacía codiciables para los muchachos, pero los cazadores los desdeñaban porque olían mal.  Estos pájaros solían llegar hacia el mes de abril y venían diciendo: cu-cut, cu-cut, el dos de mayo Santa Cruz."

¿Qué son las cucutes?  A mí me da que son las abubillas, a juzgar por la descripción y por el nombre, onomatopéyico como el latino upupa, de un up up que podríamos equiparar al cu-cut de Sender, y a muchas variantes aragonesas: gurgú, gurgute, burbuta, borbute, purpute, puput (ésta última también catalana, según creo; no sigo con la lista, pues la imagino interminable).  Para que la cucut sea abubilla sólo falla, a mi ver, lo del pecho tornasolado.

Para aclararme consulto lo primero (uno tiene sus costumbres) los libros de casa, empezando por las guías de pájaros.  Incurro así en la hermosa guía de Carlos Pérez Naval, titulada Aves de España, y en una lejana culpa que voy a explicar y, ojalá, satisfacer.

Usted no conoce quizá esa guía, porque se ha distribuido poco, creo; no la he visto en librerías, y es que se adquiría sólo (al menos cuando me hice con ella) a través de un correo (cpereznaval@gmail.com) y un enlace (@carlospereznaval).  Sin embargo, es una guía extraordinaria, y muy recomendable.

Guías de pájaros no faltan, desde luego; para la península ibérica ya la oferta es más limitada.  En las que tenía, las imágenes eran todas dibujos, muy buenos dibujos sin duda, ingleses por más señas.  En cambio en Aves de España todas las imágenes son fotográficas.

Esto es para mí lo extraordinario; imagine el lector la cantidad de fotografías --y por consiguiente de tiempo-- que supone obtener imágenes adecuadas para la descripción competente de cada volátil.  Porque no se piense que hay para cada especie una sola imagen en esta guía: a menudo varias dan cuenta de las más características posturas y apariencias del ave en cuestión: posada, en vuelo, juvenil, adulto, en zambullida, secándose las alas, etcétera.  Ya digo, extraordinario.

Y lo extraordinario se vuelve pasmoso si se considera que el autor de esta guía es un joven de dieciocho años (en este MMXXV cumplirá veinte, si no me equivoco).  Conocí a Carlos cuando, tras un intercambio de mensajes, fui por la guía a su pueblo, Calamocha.  Es un joven encantador, y tuvo la amabilidad de firmar mi ejemplar con una dedicatoria simpática.  Sugerí entonces ocuparme de su guía en este blog, y de ahí mi sentimiento de culpa, por haber pospuesto tanto tiempo la página que mis palabras exigían.

Pues bien, en relación con las cucutes consulté Aves de España y, aunque no recopila denominaciones locales (sólo ofrece el nombre científico, el castellano común, y el inglés), pude en esta guía, mejor que en cualquier otra, comprobar los rasgos de la abubilla que me interesaban para el asunto, en especial el pecho tornasolado o no (esto es, no).

Recomiendo, pues, por su belleza, manualidad y excelente información (cada ave ocupa una una página, más o menos), la guía Aves de España de Carlos Pérez Naval.

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Verdad es que ahora contamos también con la ayuda de la red.  Nada más teclear cucutes en el buscador, ha salido profusión de resultados, bastantes para confirmar la identificación inicial; entre otros, aparece un libro titulado En el país de los cucutes, de Javier Arruga, en cuya portada se puede ver retratada una hermosa abubilla de alas blanquinegras y cresta erguida.  Cambio de género aparte (ya se ve que para Arruga el cucut o cucute es masculino), creo que puedo dar por acertada mi sospecha primera. En cuanto al pecho, es fácil comprender que erraría en el adulto de Madrid la memoria del niño de Alcolea.

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Cuando reviso este texto, que tan soso me ha salido, se avecina por el oeste una nueva borrasca, a la que bautizan Herminia (si no he entendido mal).  Noto que la señora meteoróloga avizora las dificultades de tráfico y los peligros de la nieve con un entusiasmo contenido pero cierto.  No es caso aislado.  Con ardor cambioclimatista, los amigos de la isobara tiemblan de azorada expectación con la inminencia del chubasco.  Situación complicada, extremen la precaución.  No nos ahorran latiguillo alguno.  Pero lo de esta tarde ha sido de apoteosis, con una frase que, si usted la examina con atención, muestra por sí sola esa ardorosa, trémula, excitada expectación de la borrascosa crisis, al anunciar, óigalo bien, rachas de viento de más de hasta 140 kilómetros a la hora.